18.12.13

La Iglesia y el mundo moderno (G. K. Chesterton)

A las 3:07 AM, por Daniel Iglesias
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2 de julio de 1919

Un artículo en el Daily Express, el otro día, tratando de los obispados vacantes, observaba que el Primer Ministro era un excelente juez en esa materia, porque, siendo él mismo un “no conformista”, se encontraba fuera de la política de la Iglesia de Inglaterra. El principio es interesante y valdría la pena preguntar si los “no conformistas” se lo aplicarían a sí mismos. El Papa está fuera de la política de la Conferencia de Wesley y debería, por lo tanto, cubrir a su placer los púlpitos metodistas. El moderador de la Scottish Assembly (Asamblea Escocesa) debería presidir imparcialmente a todos los sectores presbiterianos. El General de los jesuitas parecería igualmente indicado para cumplir esa función, sea por nominación o en persona. Cuando el Gran Lama del Tibet haya mediado despóticamente en las querellas que hoy dividen al mundo de la Ciencia Cristiana, y el Sheik-ul-Islam haya nombrado o depuesto a todos los ángeles y arcángeles de la Iglesia Católica y Apostólica de Irving, la gente podría comenzar a percibir que hay una falacia en el argumento de la imparcialidad. Imparcialidad significa, en el mejor de los casos, indiferencia a todo y, más a menudo, hostilidad hacia todos. Después de esa experiencia, comenzarían a entender por qué esos anglicanos que más creen en la Iglesia, creen menos en la Iglesia Establecida, y cómo ellos quieren desestablecerla para poder salvarla.

Cierta sombra de ese deseo existe indudablemente en la Enabling Bill (Ley de Habilitación), pero yo no me ocupo aquí de eso ni de ningún tema simplemente eclesiástico. Debo decir, de paso, que la Enabling Bill se me figura como insuficientemente habilitante: profesa reclamar libertad para la Iglesia, pero la única libertad para una Iglesia es la libertad de ser una Iglesia. Hay aquí mucho sabor a libertad para ser un club o una escuela, o un museo, o un movimiento artístico moderno. Buscando votos entre los jóvenes e indiferentes, realmente repite la falacia del establecimiento y control parlamentario, pues captará a muchos en esa fase inicial de ateísmo por la que pasan los poetas y en la que permanecen los políticos. Pero yo no me ocupo de la cuestión teológica misma, sino en sólo dos puntos: uno histórico, relativo al pasado; el otro político, relativo al presente. Se cuenta que el obispo Henson dijo en un sermón contra el disestablishment (separación de la Iglesia y el Estado) que el Prayer Book define a la Iglesia como el conjunto de todos los que profesan el cristianismo y se llaman a sí mismos cristianos. En cuanto yo recuerdo, no es así. Me parece que históricamente es muy improbable que vaya a ser así. Pienso como muy dudoso que un hombre, en medio de las guerras de religión, hubiera estado tan confundido en su cabeza como para seleccionar a la gente por lo que ellos decían, y mucho menos por lo que querían decir. Los miembros de la Familia del Amor, que tenían las esposas en común, se profesaban y se llamaban a sí mismos cristianos; los “adamitas”, por principio, se profesaban y se llamaban a sí mismos cristianos. Yo le presentaría al obispo Henson el ejemplo de un gran movimiento del siglo XIX (1) que comprendió una peregrinación heroica, una “guerra santa” y el establecimiento de una muy poderosa y próspera teocracia. El nombre de su dirigente era Brigham Young. Si él hubiera establecido la poligamia y las masacres en un condado inglés, ¿habría quedado cubierto por esa definición de Iglesia inglesa? El pasaje del Prayer Book, como lo recuerdo, no sugiere nada tan insano, sino algo, a la verdad, mucho más cuerdo. Es una oración general por toda la humanidad, y pide que todos los que se llaman a sí mismos cristianos puedan ser guiados al camino de la verdad. Lejos de implicar que todos ellos están al presente en el redil correcto, implica claramente que no lo están. Como un simple hecho histórico, tal como yo lo estoy considerando, esto es, naturalmente, lo que alguien habría escrito cuando se redactó el Prayer Book, cuando el mundo se estaba dividiendo más y más en facciones, en lugar de buscar (como lo hace ahora, aunque ciegamente) una reunificación de la cristiandad. Pero además de una cuestión histórica, hay una cuestión social y hasta una cuestión económica, que pienso que una persona de cualquier religión o irreligión encontrará sabio discutir ahora. El principio se aplica más claramente a la vieja religión que ha hecho nuestra historia, pero también se aplicará a cualquier nueva religión o a cualquier nueva negación, sinceramente aceptada como un bien humano. El principio es que cualquier movimiento del bien no hará un mayor bien si abraza al mundo, sino si lo ataca. Si va a terminar convirtiendo a todos, no debe comenzar incluyendo a todos.

El mundo moderno no fue hecho por su religión, sino más bien a pesar de su religión. La religión ha producido males ella misma, pero los males especiales que ahora sufrimos comenzaron con su ruptura. No estoy hablando de la religión como un ideal, sino estrictamente en un sentido histórico. La cruel competencia de clases surgió con el abandono de la caridad, no simplemente de la primitiva teoría de la caridad, sino de la práctica medieval de la caridad: el mal colosal de las finanzas cosmopolitas vino con la nueva tolerancia de la usura. El superhombre prusiano, el supremo producto del inmoralismo moderno, no apareció por la simple negación de la mística humildad de los santos cristianos, sino por haber negado la modestia común de los hombres cristianos.

La maldad que llevó a la Guerra (2) puede ser llamada, si nos parece bien ponerlo así, el fracaso del cristianismo. Fue su fracaso para gobernar, no su fracaso para gobernar bien. Nunca se pudo llamar apropiadamente un fracaso a una parte insuficiente de un éxito. Todas las causas actuales –la expansión colonial, la guerra científica, el desarrollo industrial, las teorías raciales, el mismo periodismo– fueron todas cosas que la mentalidad moderna ha hecho en reacción contra la antigua religión. En una palabra, la religión puede asumir el cargo de haber quemado brujas o perseguido a Galileo, pero es inocente de haber producido el sistema de la sociedad industrial. Ella no ha hecho la modernidad; no carga eso sobre su conciencia. Su sola justificación espiritual y su obvia estrategia social es atacar la modernidad. Debe demostrar, como realmente podría demostrar, que los males sociales no provienen de su presencia, sino más bien de su ausencia. Más que insistir sobre su poder, se debería insistir sobre su impotencia. Más que reclamar el ser obedecida, debería quejarse por haber sido desobedecida. Lejos de asumir que un número indefinido de hombres le pertenecen, debería hacer notar el enorme número de hombres que fallan por no pertenecerle. En pocas palabras, recurriendo al texto original, no debemos contentarnos con que toda la gente se llame a sí misma de alguna manera. Debemos llevarlos a todos al camino de la verdad. Para que cualquier movimiento tome este camino es necesario, naturalmente, que lo guíe la verdad. Volvemos a la cuestión siempre controvertida, que yo no quiero tratar aquí. En conclusión voy a referirme a un ejemplo al que me he referido a menudo: el cristianismo siempre fue una religión doméstica; comenzó con la Sagrada Familia.

(Gilbert K. Chesterton, De todo un poco. Selección de artículos publicados en The Illustrated London News, Ediciones del Pórtico, Buenos Aires 2005, pp. 96-100).

Notas del Bloguero

1) Los Mormones.

2) La Primera Guerra Mundial.