28.12.13

Penumbras masónicas –1

A las 12:39 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Anticatolicismo

Comentario crítico del libro: Fernando Amado, En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008), Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2008, 9ª edición.

1. Un libro filo-masónico

En el Prefacio del libro en cuestión, que fue un best-seller a escala uruguaya, el autor dice que el objetivo de su libro es “desmitificar las fantasías que se tejen alrededor de la (institución masónica)… e intentar desnudar la verdadera esencia de la orden.” (p. 15). Intenta presentar su trabajo como una investigación objetiva y desapasionada: “El escritor e investigador no debe pertenecer al colectivo que piensa analizar. No sería leal con el lector.” (pp. 15-16).

No obstante, el autor reconoce su fascinación por la masonería: “Lo cierto es que cada día que pasaba quería saber más y más sobre la realidad de la Masonería, una institución que había logrado despertar en mí un interés tan impresionante que sólo podía compararse con mi gran amor: la política. Era todo un mundo nuevo y fascinante a la vez” (p. 15).

El lector puede comprobar fácilmente que esa fascinación anuló en buena medida el sentido crítico del autor, quien, a lo largo de toda su obra, se esfuerza por justificar todos los defectos y errores de la masonería, terminando siempre por absolverla. Estamos, pues, ante un libro evidentemente filo-masónico. Como prueba, me limitaré a citar dos textos, contenidos al comienzo y al final del libro, respectivamente.

El Capítulo I comienza con estas palabras: “La Masonería goza en todo el mundo de una reputación y una ascendencia casi incomparable. Para sus integrantes, y para aquellos que no la integran pero la defienden, una reputación mayoritariamente intachable que ha permitido en definitiva su supervivencia hasta hoy.” (p. 19).

Al final del último capítulo del libro, en un apartado titulado “El verdadero poder de los masones uruguayos: la formación en valores”, el autor presenta sus propias conclusiones sobre el tema analizado: “La Masonería del Uruguay forma y recuerda a todos sus obreros, con pequeños o gigantes nombres, pero en definitiva todos ellos con la misma vocación de servicio… La Masonería en el Uruguay ha tenido el privilegio de albergar en su seno a miles de hombres íntegros e intachables. Quizás agudizando nuestros sentidos podamos percibir a un masón al hablar o al actuar, sin necesidad de tener que verlo ataviado… (Su) único objetivo es que cada uno logre perfeccionarse interiormente para luego llegar a ser cada día una mejor persona y un mejor ciudadano. Lo humano no es perfecto, si no no sería humano… y por ello siempre habrá masones regulares, buenos y excelentes; lo único perfecto es la institución.” (p. 277-279).

Un simple silogismo prueba que el autor, impulsado por su amor a la masonería, ha llegado a una conclusión irracional: Todo lo humano es imperfecto. La institución masónica es perfecta. Ergo, la institución masónica no es humana, sino un camino de sabiduría supremo, sobrehumano, divino… No hay ningún argumento válido, ni histórico ni filosófico, que sustente esta desmesurada pretensión.

2. Un libro anti-católico

La opinión del autor acerca del catolicismo queda de manifiesto sobre todo en el siguiente párrafo, que merece ser transcripto íntegramente: “Ser masón en el Uruguay es ser un cabal librepensador. Filosóficamente, la razón es la que permite dilucidar verdades. Esto sin disminuir, deteriorar, desacreditar o menguar ninguna idea, y mucho menos ninguna fe. Este es quizás uno de los puntos más álgidos de enfrentamiento que el Catolicismo tiene con la Masonería. Más allá del mito, casi leyenda urbana, de que los masones pisan o escupen crucifijos en alguno de sus rituales, se encuentra una diferencia muy honda de naturaleza filosófica con la fe católica, radicada en esta simple y a la vez compleja idea. Los dogmas atentan contra la libertad, acotando el libre pensamiento y, por lo tanto, el juicio. Esto no va en detrimento de la validez de la fe católica. Muy por el contrario. Esa fe, como otras, es respetada como tal, y el masón que la profese habrá utilizado su libre pensamiento y su razón para decidir que es en eso en lo que cree. La Iglesia católica apostólica romana considera que esa verdad revelada por Dios es la única válida, por su carácter divino y sobrenatural, no dejando espacio para la libertad de conciencia.” (p. 278).

El autor incurre aquí en un cúmulo de errores y de contradicciones.

Consideremos en primer lugar su conclusión: “La Iglesia católica… no (deja)… espacio para la libertad de conciencia.” (p. 278), de lo cual se deduce que –en última instancia– es una institución nociva para el desarrollo humano y social.

La acusación del autor contra la Iglesia Católica es totalmente falsa. La verdad revelada por Dios a los hombres en Jesucristo y transmitida por la Iglesia Católica no atenta contra la libertad humana, sino que la salva y la eleva, perfeccionándola. Es semejante a una luz encendida en medio de la oscuridad, que no quita al caminante su libertad de elegir su propio camino, sino que lo ayuda a hacerlo. Esto ya lo dijo el mismo Jesús: “Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en Él: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres».” (Juan 8,31-32).

Las tres virtudes teologales del cristiano (fe, esperanza y caridad o amor) suponen la libertad del hombre. El acto de fe es libre por su misma esencia. Es imposible obligar a alguien a creer en Dios, en Cristo o en la Iglesia, porque la fe no es una coacción exterior, sino un acto interior del hombre. La defensa de la libertad religiosa, entonces, no es una concesión de la Iglesia al liberalismo, sino una exigencia intrínseca del mismo cristianismo. Algo similar se puede decir acerca de la esperanza, que consiste en esperar el cumplimiento de las promesas del mismo Dios en quien creemos. Y el amor es, clarísimamente, un acto libre. Se puede obligar a alguien a cumplir determinadas leyes y normas o a realizar determinados ritos y actos externos, pero sólo por una libre e íntima decisión personal se puede cumplir el doble mandamiento que sintetiza toda la moral cristiana: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo.

Probablemente en el fondo de la filosofía masónica yazca la errónea concepción de que Dios –si existe– es enemigo del hombre. El cristiano, en cambio, sabe que Dios y el hombre no se oponen, y que la sabiduría y la libertad infinitas de Dios no anulan, sino que hacen posibles, la sabiduría y la libertad finitas del hombre. El ser humano ha sido creado a imagen de Dios y está llamado a ser hijo de Dios y a realizarse plenamente en una comunión eterna de amor con Dios y con sus hermanos. Éste es el sublime destino del hombre, que el cristiano conoce por la fe, y que la filosofía masónica desconoce.

Además, según la doctrina católica ortodoxa, el acto de fe no es irracional, sino suprarracional. Es un acto de la inteligencia, movida por la voluntad de adherirse a la verdad revelada por Dios, el Ser sapientísimo y perfectísimo, que no puede ni engañarse ni engañarnos. La fe cristiana está basada en motivos racionales de credibilidad (los “preámbulos de la fe”), que están al alcance de la sola razón natural. Así, la razón humana es capaz de demostrar la existencia de Dios, de probar que los Evangelios cumplen los criterios de historicidad generalmente aceptados, de constatar que en la historia de la Iglesia Católica se da una continuidad sustancial, desde su fundación por Jesucristo hasta hoy, etc. En suma, según la doctrina católica, el camino que conduce al hombre hacia el acto de fe cristiana es un camino plenamente racional.

Pasemos ahora al asunto de los dogmas. Si alguien, impulsado por razones de peso suficiente, ha llegado a creer en Dios, en que Dios ha hablado a los hombres en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, y en que el Espíritu de Dios y de Cristo es el alma de la Iglesia fundada por el mismo Cristo, ¿qué otra actitud le cabe –racionalmente– sino la de confiar enteramente en la Palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia, e interpretada con la autoridad de Cristo por el Magisterio de la Iglesia? ¿Y qué otra cosa es un “dogma”, sino la solemne definición, dada por la máxima autoridad de esa Iglesia –con la asistencia del Espíritu Santo, prometida por el mismo Jesús–, de que una verdad determinada está contenida en la Divina Revelación y por ello debe ser creída firmemente por todo verdadero cristiano? ¿Qué puede ser más razonable que aceptar la verdad de la Palabra del mismo Dios? Ser “dogmático”, entonces, en el verdadero sentido de la palabra, más allá de las distorsiones del lenguaje masónico, es aceptar a Dios como Dios, como lo que Él verdaderamente es, infinitamente sabio y bueno; es aceptar sus designios sin reservas, con la plena confianza que Él nos merece, como Padre nuestro amantísimo.

Volvamos ahora al comienzo del párrafo citado: “Ser masón en el Uruguay es ser un cabal librepensador. Filosóficamente, la razón es la que permite dilucidar verdades.” (p. 278).

He aquí una profesión de fe racionalista: sólo la razón natural (y no la fe sobrenatural) es verdadero medio de conocimiento. La filosofía masónica acepta sin pruebas racionales (“dogmáticamente”, en el mal sentido de la palabra que los propios masones han popularizado) ese falso postulado racionalista. El cristiano, en cambio, sabe que la fe y la razón son dos formas, distintas pero compatibles y complementarias entre sí, de acceder al conocimiento.

Fijemos ahora la atención en una gran contradicción del párrafo citado. Allí el autor, al igual que varios masones entrevistados por él a lo largo de todo el libro, insiste en que la masonería es compatible con todas las religiones, incluso el catolicismo. En otras partes del libro, fuentes masónicas subrayan que la masonería acepta miembros católicos y afirman que el conflicto entre la Iglesia Católica y la Masonería es responsabilidad exclusiva de la Iglesia. Sin embargo, por otra parte resulta claro que ser masón es ser racionalista, que la masonería rechaza todos los dogmas de fe sobrenatural (por lo cual rechaza, en definitiva, el catolicismo en sí) y que, para ser masón, un católico debe cuestionar y poner en duda la pretensión de verdad de la religión cristiana. Así queda patente que la machacona retórica de la masonería acerca de su presunto respeto al catolicismo es insustancial. La masonería sólo acepta miembros católicos que no tomen su catolicismo real y radicalmente en serio, que no crean en dogmas, que no acepten con certeza plena que la Palabra de Dios es la verdad y la luz de nuestros ojos. La masonería sólo es compatible con un catolicismo light, en definitiva falso. Con el catolicismo ortodoxo (o sea, verdadero), ella no acepta ninguna componenda, ni siquiera una tregua.

Haré una última observación. El autor desestima como un mito la versión de que algunos rituales masónicos son directamente anticatólicos o incluso blasfemos. No entro en el fondo de la cuestión. Sólo pregunto si el autor habrá llegado a conocer todos los rituales de todos los grados de todos los ritos masónicos. Me parece que sólo así él estaría en condiciones de hacer ese juicio acerca de los rituales masónicos, es decir, acerca de lo más secreto (cf. pp. 60-61) de la organización secreta más influyente de la historia.

Daniel Iglesias Grèzes