ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 02 de enero de 2013

''... al abrigo de la noche y al calor de la lumbre (...) podía (...) asar unas cuantas patatas robadas (...) A pesar de todo, allí pasé algunas de las horas más idílicas de mi vida...''.

Viktor Frankl, sobre su experiencia en un campo de concentración

 


SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

Beata María Anna Blondin
«Mártir del silencio»

Santa Sede

La encarnación de Dios en María es un nuevo inicio de la humanidad
Enseñanza de Benedicto XVI en la catequesis semanal

Lograr ver el bien a pesar de que las malas noticias produzcan más ruido
Invitación de Benedicto XVI en el Te Deum y el cambio de año

¿Cómo nace un 'tuit' del papa?
El arzobispo Celli comenta las primeras semanas del papa en "Twitter"

Flash

La poesía completa de Miguel de Santiago y una teología «via pulchritudinis»
''El camino del alma hacia el Amor. Obra poética y comentarios''

Se estrena en España la película Moscati
Histórico film narra la vida del santo médico italiano dedicado a los más pobres

Documentación

Benedicto XVI: ¿De dónde viene Jesús?
Importante catequesis del santo padre sobre el origen de Cristo

Los que trabajan por la paz hacen crecer a la humanidad
Reflexión del santo padre durante el rezo del Ángelus

Benedicto XVI: María no pierde la calma por los sucesos que la superan
Homilía del santo padre en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios


SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


Beata María Anna Blondin
«Mártir del silencio»

Por Isabel Orellana Vilches

ROMA, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - Maria Esther Blondin Soureau nació el 18 de abril de 1809 en Terrebonne (Québec, Canadá). Sus padres eran unos humildes agricultores, sin formación alguna, que sacaron adelante a sus doce hijos; ella fue la tercera y llegó a la edad adulta siendo iletrada como sus progenitores. Sin embargo, ante esta deficiencia que cerraba las puertas a quienes se hallaban en su situación, reaccionó positiva y activamente poniendo todo de su parte para erradicar esa exclusión que padecían tantas personas de su época sumidas en la ignorancia, como ella. A los 20 años consiguió empleo para servicio doméstico de una familia, labor que realizó después con las religiosas de la Congregación de Notre-Dame. Fue una ocasión de oro, que no desaprovechó, para aprender a leer y escribir, como era su deseo. 

Yendo más lejos, se integró con la comunidad pero al caer enferma no pudo concluir su noviciado y dejó la Congregación, aunque poco tiempo después respondió a la invitación de otra antigua novicia que regentaba una escuela y solicitaba su ayuda. A partir de entonces se aplicó a los estudios con tanto afán que ella misma llegaría a asumir la dirección del centro. Después, sensibilizada por las carencias educativas que percibía en su entorno, en 1850 puso en marcha la Congregación de las Hermanas de Santa Ana y tomó el nombre de Marie Anna. Valiente y audaz, en el centro comenzó a dar clases simultáneamente a niños y niñas sin recursos reunidos en el mismo aula, decisión pionera esta educación mixta que no convenció a todos.

La amargura llegó a su vida después de establecerse en Saint-Jacques-de-l'Achigan (actual Saint-Jacques-de-Montcalm) para dar acogida a la numerosa comunidad que se había acrecentado. Los contratiempos surgidos con el capellán del convento, padre Maréchal,
fueron los causantes de su renuncia como superiora que se produjo a demanda del prelado, monseñor Bourget. Pero el empecinamiento del joven sacerdote la perseguía y de nuevo fue apartada de la dirección del pensionado de Sainte-Geneviève, misión que ostentó después de su cese como responsable de la comunidad. En Saint Jacques, la fundadora fue
sacristana y realizó las humildes tareas que iban encomendándole para dar respuesta puntual a las necesidades que iban produciéndose. No ocultó su situación que expuso en una carta a monseñor Bourget en 1859: «El año pasado, como su Grandeza lo sabe, yo no tuve ninguna función en los oficios, yo permanecí reducida a cero durante todo ese tiempo;
este año fui suficientemente digna de confianza para que se me confiaran dos de ellos, dándoseme como ayuda a aquellas que habían trabajado en esos dos oficios el año pasado. Estos oficios son la sacristía de la parroquia y el guardarropa».

En esa situación, oculta y menospreciada, vivió durante tres décadas hasta que llegó su muerte. Humilde y paciente, supo vivir una heroica caridad. Cuando se le negó mantener correspondencia con el prelado acogió la indicación con visible espíritu de obediencia, llena de fortaleza. Sabía que estaba en manos de Dios. Fue una “mártir del silencio”, título que su biógrafo, el padre Eugène Nadeau, dio al relato de su vida en 1956. Había abanderado un ambicioso y fecundo movimiento de solidaridad ejercido a través de la educación para devolver la dignidad a los excluidos por razones culturales y también sociales.

Ayudó a viudas, campesinos, los huérfanos supervivientes del tifus, los abandonados, etc., y puso a su alcance las herramientas para su formación. De ese modo ejercía su caridad con ellos, encarnaba la obra de misericordia “enseñar al que no sabe”. “Yo rezo después de largo
tiempo y siento que es la oración sola que ha podido darme la fuerza de presentarme aquí hoy día”, manifestaba. Lo confió todo a la divina providencia y extrajo su fortaleza de la Eucaristía. Murió perdonando al padre Maréchal el 2 de enero de 1890, en Lachine (Canadá), cuando su Instituto estaba ya extendido a varios países americanos y había 428
religiosas dedicadas a la formación de los niños. Fue beatificada por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001.

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Santa Sede


La encarnación de Dios en María es un nuevo inicio de la humanidad
Enseñanza de Benedicto XVI en la catequesis semanal

Por REDACCION

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - El papa Benedicto XVI llegó esta mañana hasta el Aula Pablo VI para su catequesis semanal, en presencia de miles de fieles que lo esperaban por horas para escucharlo y aplaudirlo. El tema de hoy estuvo centrado en la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo (cf.www.zenit.org/article-44027?l=spanish). Inició su intervención con la misma pregunta que planteó el procurador Poncio Pilato durante el proceso a Jesús: “¿De dónde eres tú? (Jn. 19,19).

Luego de explicar cómo todas las preguntas y respuestas no satisfacían a los de su tiempo, el santo padre recordó que el mismo Jesús “hace notar que la pretención de conocer su origen es inadecuada, y así ofrece una orientación para saber de dónde viene: no he venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis”. (Jn. 7,28)”.

El verdadero origen

Sobre este punto, que ha sido la gran pregunta de la humanidad por casi dos milenios, el Catequista universal recordó que “en los cuatro evangelios emerge con claridad la respuesta a la pregunta “de dónde” viene Jesús: su verdadero origen es el Padre, Dios”. Es que, según explicó, “Él proviene totalmente de Él, si bien de manera diversa de los otros profetas o enviados de Dios que lo han precedido (y) este origen del misterio de Dios, “que nadie conoce” está contenido en las narraciones sobre la infancia, en los evangelios de Mateo y de Lucas que estamos leyendo en este tiempo navideño”.

Hizo así referencia al pasaje del evangelio de Lucas, en que el ángel Gabriel le anuncia a María: “El Espíritu bajará sobre ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto el que nacerá será santo y llamado Hijo de Dios” (1,35), y recordó que todos los creyentes “repetimos estas palabras cada vez que recitamos el credo, la profesión de fe “et incarnatus est de Spiritu Sancto, ex Maria Virgine”, “por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María””.

Por tal motivo –dijo--, “María pertenece de manera irrenunciable a nuestra fe en el Dios que actúa, que entra en la historia. Ella pone a disposición toda su persona y “acepta” ser el lugar de la habitación de Dios”. Y ella es modelo para los cristianos, porque, para hacerse hombre, Dios “eligió justamente una humilde mujer, en un pueblo desconocido, en una de las provincias más lejanas del gran imperio romano”.

La fuerza del Espíritu

Benedicto XVI recordó que al profesar el Credo se dice: “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen”, lo que significa que “el Espíritu Santo, como fuerza de Dios Altísimo obró de manera misteriosa en la Virgen María la concepción del Hijo de Dios. Ya esto lo reporta el evangelista Lucas con las palabras del arcángel Gabriel: “El Espíritu descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra” (1,35).

En alusión a lo que se lee en el inicio del Libro del Génesis: “el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas” (1,2), el papa explicó que aquello que sucedió en María, a través de la acción del mismo Espíritu divino, “es una nueva creación: Dios que ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo inicio de la humanidad”.

Luego mencionó el otro elemento presente en el relato evangélico, cuando el ángel le dice a María: “La potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Para el papa, esta es “una invocación de la nube santa que, durante el camino del éxodo, se detenía sobre la Carpa del Encuentro, sobre el Arca de la Alianza, que el pueblo de Israel llevaba consigo, y que indicaba la presencia de Dios. (Cfr. Ex. 40,40,34-38).

Hizo entonces una analogía, recordando que María es por lo tanto “la Carpa Santa, la nueva Arca de la Alianza: con su “sí” a las palabras del arcángel, da a Dios una morada en este mundo, Aquel a quien el universo no puede contener toma morada en el vientre de una virgen”.

Al finalizar su Catequesis, invitó a retomar la cuestión del origen de Jesús, sintetizado en la pregunta de Pilato: “¿De dónde eres tu?”, para luego dejar una convicción entre los presentes, de que “Jesús: Él es el Hijo unigénito del Padre, viene de Dios. Estamos delante a un gran y desconcertante misterio que celebramos en este tiempo de Navidad: El Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María”.

“Este anuncio –afirmó--, que resuena siempre nuevo, trae en sí esperanza y alegría a nuestro corazón, porque nos dona cada vez la certeza de que, aún si a veces nos sentimos débiles, pobres, incapaces delante de las dificultades y del mal del mundo, la potencia de Dios actúa siempre y obra maravillas justamente en la debilidad. Su gracia es nuestra fuerza. (cfr 2 Cor. 12,9-10).”

Saludos en español

Informado de la presencia de peregrinos provenientes de países de lengua española, el santo padre Benedicto XVI les dirigió las siguientes palabras:

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a anunciar la alegría y la esperanza que nos trae la Navidad, la certeza de que la potencia del Señor se hace presente en nuestra historia. Feliz Año nuevo. Que Dios os bendiga.” (javv)

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Lograr ver el bien a pesar de que las malas noticias produzcan más ruido
Invitación de Benedicto XVI en el Te Deum y el cambio de año

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - La llegada del año nuevo se tradujo para Benedicto XVI en un nutrido programa. Este comenzó el 31 de diciembre por la tarde en la Basílica de San Pedro con las Vísperas, las que concluyeron con la oración del Te Deum. Allí el papa invitó a ver más allá de las noticias “aunque el mal haga más ruido que el bien” lo que hace olvidar que “hay mucho bien en el mundo”. Por ello invitó a los cristianos a verlo aunque generalmente “los gestos de amor y de servicio se queden en la sombra”.

A continuación, y en medio de la columnata de Bernini de la plaza de San Pedro, fue a inaugurar el pesebre en medio de aplausos. Después, en el umbral de su ventana encendió la “vela de la paz”. El Domingo 1 de enero por la mañana, ofició la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, y al mediodía, con motivo de la oración del Ángelus, pronunció otros saludos. Se suma a todo esto el mensaje del papa Benedicto por la Jornada Mundial de la Paz 2013 (cf. http://www.zenit.org/article-44016?l=spanish)

Dar gracias a Dios

En el Te Deum --cantado en San Pedro por el coro de la Capilla Sixtina en el magnifico cuadro de la Basílica--, agradeció a Dios las gracias concedidas durante el 2012. 

Agradecer a Dios, como la Iglesia lo hace con el Te Deum de final de años es un gesto de “sabiduría profunda que nos hace decir que a pesar de todo el bien existe en el mundo y que este bien está destinado a vencer gracias a Dios” dijo.

“Seguramente -prosiguió el santo padre-, a veces es difícil aferrar esta profunda realidad, puesto que el mal hace más ruido que el bien: un homicidio realizado, violencias difusas, graves injusticias hacen noticia. Contrariamente, los gestos de amor y de servicio, el esfuerzo cotidiano soportado con fidelidad y paciencia muchas veces se quedan en la sombra y no emergen”.

“No podemos detenernos solamente en las noticias -indicó el papa- si queremos entender el mundo y la vida. Tenemos que ser capaces de detenernos en el silencio, en la meditación, en la reflexión calma y prolongada; debemos saber detenernos para pensar”.

De esta manera, indicó el papa Ratzinger, “nuestro ánimo puede ser sanado de las inevitables heridas cotidianas, puede profundizar los hechos que suceden en nuestra vida y en el mundo, y alcanzar aquella sabiduría que permite evaluar las cosas con ojos nuevos”.

“Especialmente en el recogimiento de la conciencia en el cual Dios nos habla -propuso el santo padre-  se aprende a mirar con sinceridad las propias acciones, también el mal que está presente en nosotros y entorno de nosotros, e iniciar así un camino de conversión que nos vuelva más sabios y buenos, más capaces de generar solidaridad y comunión, y de vencer el mal con el bien”.

Benedicto XVI recordó que el empeño apostólico “es aún más necesario cuando la fe corre el riesgo de oscurecerse en contextos culturales que obstaculizan la radicación personal y la presencia social”.

Para indicar cómo este empeño es necesario en todo el mundo, el papa se refirió a la ciudad en la que él vive, Roma, “donde la fe cristiana tienen que ser anunciada siempre de nuevo y testimoniada de manera creíble”. Y planteó dos problemáticas que no pueden dejarnos indiferentes: “De una parte el numero creciente de creyentes de otras religiones, la dificultad que tienen las comunidades parroquiales para acercar a los jóvenes, y el difundirse de estilos de vida con una matriz individualista y de relativismo ético. De otra parte tantas personas que buscan un sentido a la propia existencia y una esperanza que no desilusione”.

Concluyó el papa invitó a sostener “a quienes viven  en situaciones de pobreza y marginación, como las familias en dificultad, especialmente cuando tienen que asistir a personas enfermas o lisiadas”. Y por ello invitó también a las instituciones de manera que “todos los ciudadanos tengan acceso a lo que es esencial para vivir con dignidad”.

A continuación, vistiendo su sobretodo blanco, el santo padre se dirigió en el papamóvil a visitar el pesebre que está en la plaza de San Pedro.

Le siguieron momentos de música y meditación, hasta la oración conclusiva realizada por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro, quien habló de la Navidad como misterio de amor gratuito y lección de humildad para todos nosotros.

Poco después, Benedicto XVI desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, encendió en el umbral la “vela de la paz”, con una lámpara encendida en la gruta de la Natividad.

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¿Cómo nace un 'tuit' del papa?
El arzobispo Celli comenta las primeras semanas del papa en "Twitter"
CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - «Cuando nos abandonamos totalmente en el Señor, todo cambia. Somos hijos de un Padre que nos ama y nunca nos abandona». Fue el tuit de Benedicto XVI lanzado el miércoles 2 de enero. Se reanudan así las intervenciones con ocasión de la audiencia general. El primer tuit se publicó el 12 de diciembre, fecha histórica que marcó el debut del Papa en las redes sociales con el seguidísimo tuit: «Queridos amigos, me uno a vosotros con alegría por medio de Twitter. Gracias por vuestra respuesta generosa. Os bendigo a todos de corazón». El uso del nuevo medio de comunicación a través del account ‏@pontifex fue un gesto que explicó indirectamente el Pontífice precisamente durante la catequesis de ese día, en la cual subrayó que «Dios no se ha retirado del mundo, no está ausente, sino que nos sale al encuentro en diversos modos que debemos aprender a discernir».

«Que el Señor os bendiga y os proteja en el nuevo año», se lee en el tuit del 1 de enero que remite a las Escrituras judías tanto directa– «El señor te bendiga y te proteja» (Nm 6, 24) – como indirectamente: «Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros» (Sal 67).

Sobre cómo nacen los tuits de Benedicto XVI es de lo que habló el presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, el arzobispo Claudio Maria Celli, en una entrevista concedida al noticiero televisivo italiano «Tgcom24». «Las oficinas de la Secretaría de Estado preparan un texto que el Papa debe aprobar. Creemos y queremos firmemente que los tuits sean realmente de Benedicto XVI», afirmó el prelado. Respondiendo a las preguntas de Federico Novella y Fabio Marchese Ragona, el arzobispo subrayó que «el Papa interviene en los textos». Celli no oculta que los comentarios en los tuits no han sido siempre positivos. «Ha llegado de todo. Hemos tenido mensajes bellísimos, de jóvenes, no tan jóvenes y de varios continentes. También mensajes irónicos, ofensivos, críticas. Pero confieso que para nosotros, que vivimos en este ambiente, no ha sido una sorpresa. Éramos plenamente conscientes de lo que sucedería: cuando el Papa quiere entrar en diálogo con el hombre de hoy y ponerse a su nivel, hay riesgos que hay que correr y aceptar».

Tomado de L’Osservatore Romano - edición española

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La poesía completa de Miguel de Santiago y una teología «via pulchritudinis»
''El camino del alma hacia el Amor. Obra poética y comentarios''

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - Quizá pase inadvertido en muchos ámbitos, pero el gran volumen titulado El camino del alma hacia el Amor. Obra poética y comentarios de Miguel de Santiago es uno de los libros que marca un hito en la elaboración teológica «via pulchritudinis». Lo ha editado la Universidad Pontificia de Salamanca, entendiendo así que no solamente la pintura, la escultura, la música y la arquitectura son las bellas artes que pueden llevarnos a Dios, sino también la poesía.

El autor es un escritor de raza, que ha cubierto una larga, brillante y fecunda trayectoria profesional en el periodismo, como redactor jefe del semanario «Ecclesia», director adjunto del programa de TVE «Últimas preguntas» y colaborador habitual de la Cadena Cope. En medio de sus tareas profesionales Miguel de Santiago no ha dejado de cultivar la literatura, con varias biografías, antologías y creación poética, con importantes galardones, como el Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, en dos ocasiones, el Antonio Machado, el Provincia de Guadalajara y, en sus inicios, fue finalista del prestigioso Adonais en los años 70 del siglo pasado.

Recientemente, el periodista y profesor José Francisco Serrano destacaba algunas virtudes ejemplares de Miguel de Santiago: su gran rigor, su capacidad de trabajo, su sensibilidad estética, su sentido del deber y de la oportunidad, su forma de hacer las cosas, fecunda por el silencio y el buen hacer…

La obra El camino del alma hacia el Amor. Obra poética y comentarios reúne toda la producción lírica del autor: los cinco poemarios, algunos ya prácticamente difíciles de conseguir, Catálogo de insomnios, Parábolas del sueño, Vigilia, Recordatorio y Variaciones sobre una partitura de Vivaldi, además del inédito La siega. Y las dos terceras partes del volumen en que ahora aparecen reunidos desarrollan un comentario literario-teológico donde Miguel de Santiago desmenuza e interpreta los símbolos que sustentan el arte de su poesía.

El reciente magisterio de la Iglesia, que enlaza perfectamente con las corrientes líricas que aparecen en la Sagrada Escritura (aunque sea tópico, el Cantar de los Cantares) y continúan con los escritos del Pseudo Dionisio Areopagita y llegan hasta San Buenaventura, tiene una provocación clara en la llamada a los artistas aludida en el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 62), pero que vemos consolidada en la Carta a los artistas de Juan Pablo II y en algunos textos intermitentes en el pontificado de Benedicto XVI. De aquí toma pie Miguel de Santiago para su estudio, pero también de distintos y profundos ensayos sobre la creación poética como experiencia –de la fe y estética– expresada, como forma de conocimiento, como comunicación…

Un alarde de conocimientos, de multitud de lecturas asimiladas y sometidas a valoración y reflexión le sirven a Miguel de Santiago para poner las bases sólidas de unos comentarios sobre el arte de la literatura poética propia, que ha ido escribiendo en la intimidad de su existencia humana, cristiana y sacerdotal. Ahora cobra sentido pleno el itinerario teológico que subyace en una obra de arte, gracias a los comentarios que, poema a poema, va desgranando. Y es que la disposición de los poemas en cada poemario y de los seis poemarios en toda su trayectoria lírica resulta decisiva para entender la teología «via pulchritudinis» que se ha atrevido a llevar a cabo el autor y que nunca le agradeceremos suficientemente. Como él mismo se apresura a dejar claro desde el comienzo, es tan lícito que el poeta comente su propia poesía (al fin y al cabo, ya lo había hecho san Juan de la Cruz) como que el pintor, el escultor, el músico o el arquitecto comenten y desmenucen los contenidos de sus propias creaciones artísticas.

Miguel de Santiago ha dado a la luz la que, sin duda, es la obra de su vida. Son seiscientas páginas bien repletas, que nos proporcionan lectura, reflexión y meditación para muchas horas, días, meses… He aquí una obra a la que los amantes del arte y de la teología acudirán en muchos momentos de su vida y de la que sacarán provecho para enriquecer el espíritu, con la que se convertirán en poetas, «creadores» también, al adentrarse en los entresijos sugerentes de los símbolos poéticos y gozarán con la belleza expresiva de la palabra y sus ritmos.

MIGUEL DE SANTIAGO: El camino del alma hacia el Amor. Obra poética y comentarios.Servicio de Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca. Salamanca, 2012. 580 págs.

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Se estrena en España la película Moscati
Histórico film narra la vida del santo médico italiano dedicado a los más pobres

Por REDACCION

MADRID, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - En pocos días se estrenará en algunas salas de cine españolas la película italiana “Moscati” (2007), que narra la historia de Giuseppe (José) Moscati, médico de Nápoles que vivió entre los siglos XIX y XX, quien con un brillante futuro consigue plaza en uno de los mejores y más difíciles hospitales de la región: “el hospital de los incurables”.

Moscati, dedicará toda su vida al cuidado y atención de los enfermos, en especial de los más pobres, sumergiéndose en sus casas, en sus vidas y de convertirse en su único pilar de apoyo y supervivencia.

En su camino se cruzará la joven aristócrata Elena, que hará replantearse a Giuseppe su futuro y su camino. Su fama en lo personal y en lo profesional hizo de Giuseppe Moscati, una de las personas más queridas en la Nápoles del 1900. 

El filme, dirigido por Giacomo Campiotti, tiene como intérpretes a Beppe Fiorello, en el rol de Giuseppe Moscati y a Kasia Smutniak, como Elena Cajafa. Acompañan a los protagonistas los actores Ettore Bassi, Carmine Borrino, Giorgio Colangeli, entre otros.

Para conocer más de la cinta histórica, distribuida  por European Dreams Factory, en: www.edreamsfactory.es

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Documentación


Benedicto XVI: ¿De dónde viene Jesús?
Importante catequesis del santo padre sobre el origen de Cristo

Por Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - Durante la habitual Audiencia de los miércoles, el papa Benedicto XVI se dirigió a los 7.000 mil peregrinos que llegaron hasta el Aula Pablo VI para escuchar sus enseñanzas. Esta vez, el tema estuvo centrado en la concepción de Jesucristo por obra del Espíritu Santo. A continuación el mensaje íntegro para nuestros lectores.

*****

Queridos hermanos y hermanas:

La Navidad del Señor con su luz ilumina nuevamente las tinieblas que muchas veces envuelve nuestro mundo y nuestro corazón, y nos trae esperanza y gozo. ¿De dónde viene esta luz? Desde la gruta de Belén en donde los pastores encontraron “a María, a José y al niño acostado en el pesebre” (Lc. 2,16).  Delante a la Sagrada Familia se pone otra pregunta aún más profunda: ¿Cómo pudo aquel niño débil traer una novedad así radical en el  mundo, al punto de cambiar el curso de la historia? ¿No hay quizás algo misterioso sobre su origen que va más allá de aquella gruta?

Siempre y nuevamente emerge la pregunta sobre el origen de Jesús, la misma que planteó el procurador Poncio Pilato durante el proceso: “¿De dónde eres tú?  (Juan 19,19). Si bien se trata de un origen muy claro: en el evangelio de Juan, cuando el Señor afirma: “Yo soy el pan bajado del cielo”, los Judíos reaccionan murmurando: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo puede decir: “He descendido del cielo?” (Juan 6,42).

Y poco después cuando los ciudadanos de Jerusalén se oponen con  fuerza delante del pretendido mesianismo de Jesús, afirmando que se sabe bien “de dónde es; mas cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde sea” (Juan 7,27). El mismo Jesús hace notar que la pretención de conocer su origen es inadecuada, y así ofrece una orientación para saber de dónde viene: no he venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis”. (Juan 7,28). Seguramente, Jesús es originario de Nazaret y nació en Belén, ¿pero qué se sabe de su verdadero origen?

En los cuatro evangelios emerge con claridad la respuesta a la pregunta “de dónde” viene Jesús: su verdadero origen es el Padre, Dios; Él proviene totalmente de Él, si bien de manera diversa de los otros profetas o enviados de Dios que lo han precedido. Este origen del misterio de Dios, “que nadie conoce” está contenido en las narraciones sobre la infancia, en los evangelios de Mateo y de Lucas que estamos leyendo en este tiempo navideño. El ángel Gabriel anuncia: “El Espíritu bajará sobre ti, y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto el que nacerá será santo y llamado Hijo de Dios”. (Lc 1,35).

Repetimos estas palabras cada vez que recitamos el credo, la profesión de fe “et incarnatus est de Spiritu Sancto, ex Maria Virgine”, “por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María”. Delante de esta frase nos arrodillamos porque el velo que escondía a Dios, por así decir se abre y su misterio insondable e inaccesible nos toca: Dios se vuelve Emanuel, “Dios con nosotros”.

Cuando escuchamos las misas compuestas por los grandes maestros de la música sacra -pienso por ejemplo a la Misa de la Coronación, de Mozart-  notamos fácilmente que se detiene de manera particular en esta frase, como queriendo expresar con el lenguaje universal de la música lo que las palabras no pueden manifestar: el misterio grande de Dios que se encarna y se hace hombre.

Si consideramos atentamente la expresión “por obra del Espíritu Santo, nació en el seno de la Vírgen María” encontramos que esta incluye cuatro elementos que actúan. En modo explícito son mencionados el Espíritu Santo y María, si bien se sobreentiende “Él” o sea el Hijo que se hizo carne en el vientre de la Virgen.

En la profesión de fe, el Credo, Jesús es definido con diversos nombres: “Señor; Cristo; unigénito de Dios; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; de la misma sustancia del Padre” (credo nicenoconstantinopolitano). Vemos entonces que “Él” reenvía a otra persona, a la del Padre. El primer sujeto de esta frase es por lo tanto el Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo, es el único Dios.

Esta afirmación del Credo no se refiere al ser eterno de Dios, sino más bien nos habla de una acción en la que toman parte tres personas divinas y que se realiza “ex María Vírgine”.

Sin ella el ingreso de Dios en la historia de la humanidad no habría llegado a su fin y no habría tenido lugar lo que es central en nuestra profesión de fe: Dios es un Dios con nosotros. Así, María pertenece de manera irrenunciable a nuestra fe en el Dios que actúa, que entra en la historia. Ella pone a disposición toda su persona y “acepta” ser el lugar de la habitación de Dios.

A veces, también en el camino y en la vida de fe podemos advertir nuestra pobreza, cuanto somos inadecuados delante al testimonio que debemos ofrecer al mundo.

Entretanto, Dios eligió justamente una humilde mujer, en un pueblo desconocido, en una de las provincias más lejanas del gran imperio romano. Siempre y también en medio de las dificultades más arduas que se van a enfrentar, tenemos que tener confianza en Dios, renovando la fe en su presencia y su acción en nuestra historia, como en aquella de María. ¡Nada es imposible a Dios! Con Él nuestra existencia camina siempre sobre un terreno seguro y está abierta a un futuro de firme esperanza.

Al profesar en el Credo: “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen”,  afirmamos que el Espíritu Santo, como fuerza de Dios Altísimo obró de manera misteriosa en la Virgen María la concepción del Hijo de Dios.

El evangelista Lucas reporta las palabras del arcángel Gabriel: “El Espíritu descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra” (1,35). Hay dos indicaciones evidentes: la primera es en el momento de la creación. En el inicio del Libro del Génesis leemos que “el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas” (1,2); es el Espíritu creador que dio vida a todas las cosas y al ser humano. Lo que sucedió en María, a través de la acción del mismo Espíritu divino, es una nueva creación: Dios que ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo inicio de la humanidad.

Los Padres de la Iglesia diversas veces hablan de Cristo como del nuevo Adán, para subrayar el inicio de la nueva creación desde el nacimiento del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Esto nos hace reflexionar cómo la fe nos trae una novedad tan fuerte que produce un segundo nacimiento.

De hecho, en el inicio del ser cristianos está el bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios, nos hace participar a la relación filial que Jesús tiene con el Padre. Y quiero hacer notar cómo el bautismo se recibe, nosotros decimos: “somos bautizados” -está en pasivo- porque nadie es capaz de volverse por sí mismo Hijo de Dios.  Es un don que es conferido gratuitamente.  San Pablo indica esta filiación adoptiva de los cristianos en un pasaje central de su Carta a los Romanos, en la que escribe: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para caer en el miedo, sino que habéis recibido el Espíritu que nos vuelve hijos adoptivos, por medio del cual gritamos: “¡Abbá! ¡Padre!”. El Espíritu mismo, junto a nuestro espíritu da testimonio que somos hijos de Dios” (8,14-16), no siervos. Solamente si nos abrimos a la acción de Dios, como María, solamente si confiamos nuestra vida al Señor como a un amigo del cual uno se confía totalmente, todo cambia, nuestra vida toma un nuevo sentido y un nuevo rostro: el de hijos de un Padre que nos ama y que nunca nos abandona.

Hemos hablado de dos elementos: el primero es el Espíritu sobre las aguas, el Espíritu Creador; hay entretanto otro elemento en las palabras de la Anunciación. El ángel le dice a María: “La potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es una invocación de la nube santa que, durante el camino del éxodo, se detenía sobre la Carpa del Encuentro, sobre el Arca de la Alianza, que el pueblo de Israel llevaba consigo, y que indicaba la presencia de Dios. (Cfr Ex 40,40,34-38). María por lo tanto es la Carpa Santa, la nueva Arca de la Alianza: con su “sí” a las palabras del arcángel, da a Dios una morada en este mundo, Aquel a quien el universo no puede contener toma morada en el vientre de una virgen.

Retornemos entonces a la cuestión de la cual partimos, sobre el origen de Jesús, sintetizado en la pregunta de Pilato: “¿De dónde eres tu?”.

En nuestras reflexiones aparece claro desde el inicio de los evangelios, cuál sea el verdadero origen de Jesús: Él es el Hijo unigénito del Padre, viene de Dios. Estamos delante a un gran y desconcertante misterio que celebramos en este tiempo de Navidad: El Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María. Es este un anuncio que resuena siempre nuevo y que trae en sí esperanza y alegría a nuestro corazón, porque nos dona cada vez la certeza que, aún si a veces nos sentimos débiles, pobres, incapaces delante de las dificultades y del mal del mundo, la potencia de Dios actúa siempre y obra maravillas justamente en la debilidad. Su gracia es nuestra fuerza. (cfr 2 Cor 12,9-10). Gracias.

Traducido del original italiano por Sergio H. Mora

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Los que trabajan por la paz hacen crecer a la humanidad
Reflexión del santo padre durante el rezo del Ángelus

Por Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - Al mediodía de ayer martes, solemnidad de Santa María, Madre de la Iglesia, el papa Benedicto XVI se asomó a la venta de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles. Antes de la oración mariana, el santo padre dirigió las siguientes palabras.

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Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz año nuevo a todos! En este primer día del 2013 quiero hacer llegar a cada hombre y mujer del mundo la bendición de Dios. Lo hago con la antigua fórmula contenida en la Sagrada Escritura: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26).

Como la luz y el calor del sol, son una bendición para la tierra, así la luz de Dios lo es para la humanidad, cuando Él hace brillar sobre ella su rostro. Y esto sucedió con el nacimiento de Jesucristo. Dios ha hecho resplandecer para nosotros su rostro: al inicio en modo muy humilde, escondido –en Belén solamente María y José y algunos pastores fueron testigos de esta revelación-; pero poco a poco, como el sol que del alba llega al mediodía, la luz de Cristo ha crecido y se ha difundido en todas partes. Desde el breve tiempo de su vida terrena, Jesús de Nazaret hizo resplandecer el rostro de Dios sobre la Tierra Santa; y luego, mediante la Iglesia animada por su Espíritu, extendió a todas las gentes el Evangelio de la paz. « ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!"» (Lc 2,14). Este es el canto de los ángeles en Navidad, y es el canto de los cristianos bajo cada cielo; un canto que desde los corazones y los labios pasa mediante gestos concretos, en las acciones del amor que construyen diálogo, comprensión y reconciliación.

Por esto, ocho días después de Navidad, cuando la Iglesia, como la Virgen Madre María, muestra al mundo a Jesús recién nacido, Príncipe de la Paz, celebramos la Jornada Mundial de la Paz. Sí, aquel Niño, que es el Verbo de Dios hecho carne, vino para traer a los hombres una paz que el mundo no puede dar (cfr Jn 14,27). Su misión es la de romper el «muro de enemistad que los separaba» (cfr Ef 2,14). Y cuando a las orillas del lago de Galilea, Él proclama sus «Bienaventuranzas», entre estas está también «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). ¿Quiénes son los que trabajan por la paz? Son todos aquellos que, día a día, buscan de vencer el mal con el bien, con la fuerza de la verdad, con las armas de la oración y del perdón, con el trabajo honesto y bien hecho, con la búsqueda científica al servicio de la vida, con las obras de misericordia corporal y espiritual. Los que trabajan por la paz son muchos, pero no hacen ruido. Como levadura en la masa, hacen crecer a la humanidad según el diseño de Dios.

En este primer Angelus del nuevo año, pedimos a María Santísima Madre de Dios, que nos bendiga, como la madre bendice a sus hijos que deben partir de viaje. Un nuevo año es como un viaje: que con la luz y la gracia de Dios, pueda ser un camino de paz para cada hombre y cada familia, para cada País y para el mundo entero. 

Saludos en español

Saludo a los fieles de lengua española aquí presentes y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de los medios de comunicación social. En esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, deseo hacer llegar mi cercanía espiritual y mi sincero afecto a todos los que, inspirados en la Palabra de Jesucristo, Luz de los pueblos, se esfuerzan por construir un mundo más justo y fraterno, cada vez más digno del hombre, y en el que no haya espacio para la guerra, las enemistades y las discordias. Encomiendo esta noble causa a las manos amorosas de la Virgen Santísima, Reina de la Paz. ¡Feliz año nuevo!

Traducción de P. Jáuregui - Radio Vaticano

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Benedicto XVI: María no pierde la calma por los sucesos que la superan
Homilía del santo padre en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Por Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de enero de 2013 (Zenit.org) - Este martes, en la solemnidad de Santa María Madre de Dios, el santo padre presidió la Misa en la Basílica Vaticana. Concelebraron los cardenales Tarcisio Bertone y Peter Kodwo Appiah Turkson, respectivamente secretario de Estado y presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz; los arzobispos Giovanni Angelo Becciu -sustituto de la Secretaría de Estado-, Dominique Mamberti -secretario para las Relaciones con los Estados-, además del obispo Mario Toso, S.D.B, secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz y el arzobispo Beniamino Stella, presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica. 

Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI:

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Queridos hermanos y hermanas:

«Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros». Así, con estas palabras del Salmo 66, hemos aclamado, después de haber escuchado en la primera lectura la antigua bendición sacerdotal sobre el pueblo de la alianza. Es particularmente significativo que al comienzo de cada año Dios proyecte sobre nosotros, su pueblo, la luminosidad de su santo Nombre, el Nombre que viene pronunciado tres veces en la solemne fórmula de la bendición bíblica. Resulta también muy significativo que al Verbo de Dios, que «se hizo carne y habitó entre nosotros» como la «luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9.14), se le dé, ocho días después de su nacimiento – como nos narra el evangelio de hoy – el nombre de Jesús (cf. Lc 2,21).

Estamos aquí reunidos en este nombre. Saludo de corazón a todos los presentes, en primer lugar a los ilustres Embajadores del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Saludo con afecto al Cardenal Bertone, mi Secretario de Estado, y al Cardenal Turkson, junto a todos los miembros del Pontificio Consejo Justicia y Paz; a ellos les agradezco particularmente su esfuerzo por difundir el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que este año tiene como tema «Bienaventurados los que trabajan por la paz».

A pesar de que el mundo está todavía lamentablemente marcado por «focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado», así como por distintas formas de terrorismo y criminalidad, estoy persuadido de que «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda… El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios. Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt5,9)» (Mensaje, 1). Esta bienaventuranza «dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana …Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación» (ibíd., 2 y 3). Sí, la paz es el bien por excelencia que hay que pedir como don de Dios y, al mismo tiempo, construir con todas las fuerzas.

Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta paz? ¿Cómo podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los problemas, las oscuridades, las angustias? La respuesta la tenemos en las lecturas de la liturgia de hoy. Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas que se ha proclamado hace poco, nos proponen contemplar la paz interior de María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7), le sucedieron muchos acontecimientos imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con frecuencia y nos desconciertan.

El texto evangélico termina con una mención a la circuncisión de Jesús. Según la ley de Moisés, un niño tenía que ser circuncidado ocho días después de su nacimiento, y en ese momento se le imponía el nombre. Dios mismo, mediante su mensajero, había dicho a María –y también a José- que el nombre del Niño era «Jesús» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31); y así sucedió. El nombre que Dios había ya establecido aún antes de que el Niño fuera concebido se le impone oficialmente en el momento de la circuncisión. Y esto marca también definitivamente la identidad de María: ella es «la madre de Jesús», es decir la madre del Salvador, del Cristo, del Señor. Jesús no es un hombre como cualquier otro, sino el Verbo de Dios, una de las Personas divinas, el Hijo de Dios: por eso la Iglesia ha dado a María el título de Theotokos, es decir «Madre de Dios».

La primera lectura nos recuerda que la paz es un don de Dios y que esta unida al esplendor del rostro de Dios, según el texto del libro de los Números, que transmite la bendición utilizada por los sacerdotes del pueblo de Israel en las asambleas litúrgicas. Una bendición que repite tres veces el santo nombre de Dios, el nombre impronunciable, y uniéndolo cada vez a dos verbos que indican una acción favorable al hombre: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine el Señor su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (6,24-26). La paz es por tanto la culminación de estas seis acciones de Dios en favor nuestro, en las que vuelve el esplendor de su rostro sobre nosotros.

Para la sagrada Escritura, contemplar el rostro de Dios es la máxima felicidad: «lo colmas de gozo delante de tu rostro», dice el salmista (Sal 21,7). Alegría, seguridad y paz, nacen de la contemplación del rostro de Dios. Pero, ¿qué significa concretamente contemplar el rostro del Señor, tal y como lo entiende el Nuevo Testamento? Quiere decir conocerlo directamente, en la medida en que es posible en esta vida, mediante Jesucristo, en el que se ha revelado. Gozar del esplendor del rostro de Dios quiere decir penetrar en el misterio de su Nombre que Jesús nos ha manifestado, comprender algo de su vida íntima y de su voluntad, para que vivamos de acuerdo con su designio de amor sobre la humanidad. Lo expresa el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de la carta a los Gálatas (4,4-7), al hablar del Espíritu que grita en lo más profundo de nuestros corazones: «¡Abba Padre!». Es el grito que brota de la contemplación del rostro verdadero de Dios, de la revelación del misterio de su Nombre. Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres» (Jn 17,6). El Hijo de Dios que se hizo carne nos ha dado a conocer al Padre, nos ha hecho percibir en su rostro humano visible el rostro invisible del Padre; a través del don del Espíritu Santo derramado en nuestro corazones, nos ha hecho conocer que en él también nosotros somos hijos de Dios, como afirma san Pablo en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba Padre!”» (Ga4,6).

Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno y omnipotente. El esplendor del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz, es la manifestación de su paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros, se manifiesta como Padre y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz profunda -«paz con Dios»- que está unida indisolublemente a la fe y a la gracia, como escribe san Pablo a los cristianos de Roma (cf. Rm 5,2). No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

Que la Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de Madre de Dios, nos ayude a contemplar el rostro de Jesús, Príncipe de la Paz. Que nos sostenga y acompañe en este año nuevo; que obtenga para nosotros y el mundo entero el don de la paz. Amén.

© Libreria Editrice Vaticana

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