10.01.13

 

Estimados hermanos de Apologética Católica

Mi nombre es Patricio Reyes, soy chileno, tengo 23 años y les envío un abrazo enorme en el Señor y les doy muchas gracias. El sitio fue clave para mi conversión y mi regreso a la Iglesia, por esto es que les aprecio mucho.

Les cuento muy brevemente mi historia: Desde muy pequeño participé activamente en mi parroquia actual, siempre he tenido una relación especial con el Señor, y por lo tanto, desde siempre me interesó saber acerca de la Iglesia y de las Escrituras. Llegó una edad en que me hice muchas preguntas (12 años) y comencé a estudiar por mi cuenta la Biblia. Movido por esto decidí salir de la Iglesia Católica y hacerme evangélico. Creí que era lo correcto y bueno, así estuve hasta los 21, sirviendo al Señor en diferentes denominaciones, trabajando con jóvenes, amando mucho a Dios.

En mi corazón siempre ha existido el deseo de servir a tiempo completo en la Iglesia y esto me llevó a ser aún más meticuloso y más preciso con lo que enseñaba. Dentro de las iglesias evangélicas existen muchísimas doctrinas diversas, algunas muy extrañas, y conceptos que siempre me llamaron la atención pero que nunca quise enfrentar. La crisis más profunda la viví con el tema de la Unidad de la Iglesia, que fue el detonante para que comenzara a estudiar las diferentes ramas del Cristianismo, incluido el Catolicismo. Luego de encontrarme con los Padres de la Iglesia, con la Historia de la Iglesia, con los documentos Conciliares, con todo lo que estos dos mil años ha vivido nuestra fe, no tuve otra cosa que hacer que rendirme. La doctrina de la Iglesia es y será la Verdad, una verdad documentada, racional, llena de amor y del Espíritu. Fue así como estuve un año en proceso, leyendo y leyendo, orando mucho, porque no quería ser católico. Toda mi familia es evangélica y ya sabía qué me esperaba. Finalmente volví a Casa, y aquí estoy, muy feliz, con el corazón reposado, disfrutando de estar en la Iglesia de Cristo. Tu sitio sin duda aportó mucho, sobre todo en términos patrológicos. Quizás sea buena idea que hagas un libro con toda la apologética patrológica que manejas, sin duda ese testimonio es muy fuerte.

Quiero aportarte una carta que le escribí a un hermano evangélico que habla de la Sola Scriptura y de la Tradición, quizás te sirva de algo. Es muy humilde en relación a todos los textos que tienes.

Un abrazo y mil bendiciones.

 

Carta a un hermano evangélico sobre la Sola Scriptura y la Tradición

Hermano

Bendigo al Señor por tu amor, por tu preocupación y por esta insistencia santa con que te empeñas en edificarme. Esto es un fruto visible del Espíritu Santo que actúa en ti y verdaderamente lo aprecio mucho. Ante todo, muchas gracias por dejarte usar de esta manera.

La verdad es que soy muy tardo para hablar, aunque no parezca que sea así, pero difícilmente puedo reproducir con mi boca al pie de la letra lo que hay en mi mente y en mi corazón. Por eso este medio se me hace mucho más cómodo para expresar lo que el Señor a través de su Palabra y de su Iglesia me ha enseñado y, quizás, por qué no, poder compartirlo contigo en un espíritu manso y humilde, entendiendo que la belleza de la Verdad nos ilumina hasta encandilarnos y que en muchas ocasiones, por esta causa, se nos haga difícil comprenderlo todo. Por eso oro al Señor en este momento para que el Espíritu Santo Paráclito nos ayude y nos asista en esta hermosa travesía de escrudiñar al Verbo y los dichos de su boca.

Leía atentamente cada cita de las Escrituras que me enviaste y solo puedo adorar al Señor por lo perfecto que es. “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Sal 119:103). Conocer las Escrituras es conocer a Cristo, así decía un hermano nuestro en la antigüedad, y a eso digo AMÉN. No sé si es posible, pero me gustaría entablar un diálogo contigo desde aquí, espero que no te moleste, solo te ruego que puedas meditar, o solo leer, lo que otro corazón enamorado del Señor cree:

El Verbo de Dios, la Palabra siempre eterna, Cristo mismo en cuerpo y alma se nos ha revelado por pura misericordia del Padre. Él, habitando en la gloria, no tuvo vergüenza de hacerse uno de nosotros, asumiendo nuestra condición frágil y terrenal, todo por amor, por compasión y gracia. El amor que Cristo Jesús nos ha manifestado no tiene precedentes, es inabarcable, inmensurable, y no se acabará jamás. Él, siendo Dios, se hizo hombre para ser el Único Mediador entre Dios y los hombres, único Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, es decir, eternamente. Ese amor que salva, que redime, que transforma, no podría ser conocido por los hombres si no fuera por obra de Dios mismo, por eso dice “Ninguno puede venir a mí, sino le fuere dado por el Padre (Juan 6:65)”. Esto es la Revelación, la gracia que ha tenido Dios para darse a conocer por medio de su Hijo, porque quien ve al Hijo ve al Padre, quien escucha al Hijo escucha al Padre, quien ama al Hijo ama al Padre. Dios, siendo invisible, se hizo visible a nuestros ojos en Cristo, y es por esto que hoy creemos y tenemos fe, que es don del Espíritu. Ahora bien, los Apóstoles fueron hombres tremendamente bendecidos porque no solo pudieron oír a Cristo en vivo, sino también verle; sin embargo nos quedan a nosotros estas hermosas palabras “Bienaventurados los que no vieron y creyeron (Juan 20:29)” ¡Aleluya! Pero ¿Cómo hemos podido creer entonces? Nació en nosotros la convicción en Cristo todo gracias a que podemos oír la Palabra del Señor (La fe viene por el oír). Aquí es donde nace nuestro dilema. ¿Qué es la Palabra del Señor?

Tenemos diferentes posiciones en este punto, y aunque sé que puede desagradarte que lo señale de esta manera, esto es algo que se arrastra de manera histórica desde el siglo XVI. La Palabra del Señor para ti es la Escritura y todo lo que tu personalmente puedas interpretar de ella, solo eso. Cristo y sus enseñanzas reproducidos en letras inspiradas por el Espíritu Santo a hombres de diferentes tiempos, todo compilado en el Libro de los Libros. Siempre que estuve en el CCINT escuché la expresión “Si no está en la Biblia no es de Dios” y hasta cierto punto me convencí, pero aunque suene duro decirlo, no es honesto ni responsable afirmar esto. ¿Por qué? ¿No es Pedro el que con tanta decisión dice que la Escritura es la palabra profética más segura? Es cierto, la Escritura lo es, pero siempre y cuando ésta no se interprete privadamente. Es el Espíritu Santo el inspirador de esos textos y también es el intérprete. Ahora bien ¿Cómo pudo haber dicho esto Pedro en ese momento si apenas existían algunos textos del Nuevo Testamento? En rigor, es justo interpretar este texto pensando que Pedro se refería principalmente al Antiguo Testamento, lo que es lógico porque la Biblia no existía aún como la conocemos hoy en día. De aquí nace un acontecimiento muy particular, y para esto es necesario investigar a fondo como vivía la Iglesia Primitiva: Los primeros cristianos solo tenían el Antiguo Testamento como Escritura oficial. A medida que fueron pasando los años, se fueron añadiendo las Cartas enviadas por algunos apóstoles y las crónicas del Evangelio, se fueron copiando y reproduciendo a otras congregaciones, se fueron enviando por medio de viajes misioneros, etc. Pero con rigor histórico, solo tenían algunos textos sueltos. Incluso muchos textos que hoy no están en la Biblia se leían como textos sagrados e inspirados, es el caso de la Carta de Bernabé, algunas Cartas de Ignacio de Antioquía, etc. El dato que personalmente más me sorprendió fue que la compilación final de textos Sagrados se vino a realizar recién en el siglo IV ¡Recién en ese siglo! Se reunieron los Obispos y por inspiración del Espíritu Santo escogieron cuales deberían ser las Escrituras que la Iglesia tendría por santas. Fue ahí cuando me pregunté ¿Cómo sobrevivió la Iglesia casi tres siglos sin la Biblia completa, siendo esta supuestamente la única fuente de la Verdad? La respuesta a esto es algo que me maravilló mucho del Señor, porque es precisamente Él quien en los Evangelios lo explica:

Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me envió (Mat 10:40)”

El que a vosotros oye, a mi me oye; el que a vosotros desecha, a mí me desecha; el que a mí me desecha, desecha al que me envió (Luc 10:16)”

De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Juan 13:20)”

Estos textos no son alusivos a un mero recibir u oír, el Señor declara que quien oye las enseñanzas de los apóstoles, oye real y ciertamente a Cristo.

Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros (2 Tim 1:13-14)”

Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim 2:2)”

Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo (1 Cor 11:1)”

Estos textos son todos del apóstol Pablo y me ministran muchísimo no solo por su contenido espiritual sino también por lo ilustrativos que son. La respuesta a la pregunta anterior es simple y compleja a la vez. La Iglesia de Cristo los primero siglos disfrutó no solo del Antiguo Testamento como fuente de verdad, sino que principalmente del testimonio de los Apóstoles, testimonio que no solo se trasmitió a través de cartas, sino mayoritariamente de manera oral.

Personalmente creo que sería restarles reconocimiento a los Apóstoles si pensamos que solo lo que está en las Epístolas bíblicas corresponde al total de sus enseñanzas. ¿Qué hay de los otros Apóstoles? ¿No enseñaron nada? Por supuesto que no, es solo que mucho de lo que se impartió no ha quedado registrado escrituralmente. Algo así da a entender el apóstol Juan cuando escribe: “Y Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén (Juan 21:25)”. El depósito de la Verdad, la doctrina del Señor fue puesta en manos de los Apóstoles. Fueron ellos los que, con ayuda del Espíritu Santo, repartieron la Buena Nueva. Por eso el Señor les dice: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de Verdad, Él os guiará a TODA la Verdad (Juan 16:12-13)”. Es Cristo, el Verbo, el que se imparte sobre ellos y les da la autoridad de ser portavoces de Él por medio del Espíritu, y es más, reconociendo que aún no estaban completamente preparados, les explica que habrían muchas cosas que Él nos las podría enseñar, pero que lo haría el Espíritu de Verdad. El Señor confía su Palabra a simples hombres de carne y hueso. Cuando la Iglesia Católica habla de la Palabra del Señor, habla precisamente de esto. La Palabra no es solo Escrita, la Palabra también es oral, es viva porque fue puesta en seres llenos de vida de Dios. La Iglesia transmitió oralmente la Verdad los primeros siglos, apoyándose por supuesto en el Antiguo Testamento, pero llena de la experiencia de los testigos de Cristo, quienes predicaron los hechos a sus discípulos, y estos a sus discípulos, y así hasta nuestros días. Por esto es importante conocer las enseñanzas de los primero cristianos, porque están cargadas de esta predicación viva de la voz de los Apóstoles. Si observamos a todos estos hombres con desconfianza, estaríamos negando la eficacia del Espíritu Santo en los Apóstoles.

Hay un ejemplo claro de esto en los Hechos, cuando la primera comunidad no sabía qué hacer con los gentiles (Hechos 15). Algunos hermanos creían que para ser cristianos era necesario ser primero judíos, lo que implicaba circuncidarse como signo de iniciación, pero otros como Pablo y Bernabé estaban totalmente en contra de esta resolución. La discusión acabó con una reunión de los apóstoles y ancianos en Jerusalén, quienes luego de orar y discutir con respecto al tema, deciden en conjunto enviar un documento a las Iglesias con la determinación final: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: Que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis”. Este es un ejemplo maravilloso de autoridad. Ellos por medio del Espíritu decidieron algo que no tenían claro en cuanto a la doctrina, y con toda razón, porque en ellos estaba depositada la Palabra del Señor, no solo consultaron la Escritura, sino que por medio de la inspiración del Espíritu tomaron la decisión. Así ha ocurrido durante toda la Historia de la Iglesia. El Espíritu Santo es infalible y no podría jamás conducir al error a la Iglesia. Otros temas controversiales se han solucionado de esta manera, como por ejemplo la definición de la Trinidad, la Divinidad de Cristo, la compilación de la Biblia, etc.

A qué quiero llegar con todo esto: Hermano, la Palabra del Señor no es solo un Libro, y la interpretación auténtica no es la que puede producir cada quien por su lado, es más que eso. Estamos obligados a confiar en la Iglesia no por los hombres, sino porque amamos al Señor. Yo no creo en un Dios mentiroso, y él dijo: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia”. ¿Cómo pudieron corromperse las enseñanzas del Evangelio entonces? Tenemos la opción de creer que lo que dijo el Señor es falso, o creer efectivamente que nunca las puertas del Infierno han tocado a la Iglesia. Es cierto, la Iglesia está conformada por hombres y mujeres llenos de pecado, pero a pesar de todo esto, la Iglesia en su seno siempre ha sido y será santa. “Y a su Esposa se le ha concedido que se vista de lino fino, lino limpio y resplandeciente” ¿Eso es solo una imagen escatológica? Yo creo que no. El Señor ha confiado a sus ministros, a los verdaderos discípulos de los Apóstoles, los adornos necesarios para la Novia. En ellos, en esos seres vivos, en ese conjunto de hombres es que escuchamos la Palabra. ¿Por qué no se puede interpretar privadamente la Verdad ni las Escrituras como dice Pedro? Precisamente por esto, porque este Cuerpo, esta Novia bendita y santa no está desmembrada, sino que es UNA toda ella con su Novio, y por voluntad de Él la ha puesto al cuidado de los pastores qué Él escogió.

El Código Penal de una nación no puede ser interpretado libremente por cualquiera, provocaría caos y destrucción. Para eso existen hombres y mujeres que están autorizados para hacerlo, trabajando en conjunto para que todos tengan la misma interpretación. Así mismo ocurre con nosotros, nadie puede vivir en la Palabra si antes no vive al cuidado de la Iglesia, quien en Cristo es “pilar y fundamento de la Verdad” (1 Tim 3:15).

Discúlpame por extenderme tanto pero honestamente esto es algo que amo y creo de corazón. Soy parte de la Iglesia porque creo en Cristo y confío en su poder, confío en Él y en la impartición que ha sido transmitida por los Apóstoles a los Obispos hasta hoy, confío en que la Iglesia debe creer una sola cosa y no diversas ideas. Ustedes dijeron que la doctrina no salva, pues bien, yo creo que Cristo, Verbo de Dios, Él mismo es la Única Doctrina y sus enseñanzas, confiadas al Pueblo de Dios, si me llevan a Él. Una vez entendido esto, todo lo demás, todo lo que parece incomprensible para un evangélico, se vuelve lógico y hermoso. Son tantos los temas que podría hablarte, pero me restringiré a favor del tiempo. Ya habrá más momentos.

Te dejo una frase de un hermano nuestro que vivió hace muchos años:

Nadie puede tener a Dios por Padre sino tiene a la Iglesia por Madre” Cipriano de Cartago – Siglo III

Un abrazo en el Señor y espero que sigamos en contacto. Sigamos edificándonos mutuamente que para eso hemos sido llamados.

Saludos.