El jefe de la estación de ferrocarril de Coscurita, Manuel Sanz Domínguez, será beatificado en octubre en Tarragona


 

A finales de diciembre de 2012, el Santo Padre Benedicto XVI recibía en audiencia privada al Cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos. En el transcurso de la misma (y entre otros) el Papa autorizó a la Congregación a publicar el Decreto del martirio del Siervo de Dios Manuel de la Sagrada Familia, en el siglo Manuel Sanz Domínguez, monje profeso, reformador de la Orden de San Jerónimo, asesinado por odio a la fe en Paracuellos de Jarama en noviembre de 1936.

Este Decreto abre la puerta a que el P. Manuel Sanz Domínguez, jefe de la estación de ferrocarril de Coscurita, sea beatificado este próximo otoño en Tarragona, en la gran Ceremonia que prepara la Conferencia Episcopal Española (en el marco del Año de la fe) dentro de la cual serán beatificados más de 500 mártires que dieron su vida por la defensa de la fe en la España del S. XX.

Nacido el año 1887 en Sotodosos, en la colindante provincia de Guadalajara, se educó a la sombra de su tío, párroco de Coscurita (entonces Diócesis de Sigüenza), cuyo Obispo, fray Toribio Minguella, le confirmó y trocó su nombre de pila de Silvestre por el de Manuel. En sus infantiles años sentiría la fascinante atracción que tiene el ferrocarril, con el resoplido de las locomotoras de los trenes remolacheros que surcaban esos campos dejando tras de sí un penacho de vapor blanco que al poco se iba disolviendo en el luminoso azul del cielo castellano. Tanto le fascinó que se empleó en la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, con destino en Coscurita.

Hombre inquieto, sabemos que fue trasladado a Madrid, donde en la estación de Atocha prestó servicio e hizo de esas instalaciones lugar de evangelización, dando noticia de Jesucristo a quien quisiera escucharle. Las críticas y burlas de sus compañeros de trabajo no se hicieron esperar: socialistas y anarquistas arremetían contra él sin éxito, o se burlaban y le llamaban “San Manuel”, tratando de restar ánimos a su empuje evangelizador. Tarea inútil pues Manuel nunca se arredró ante las críticas, las incomprensiones y los insultos. Más tarde, cambió la gorra y banderola de ferroviario por la banca, trabajando en el London Cutis Lda. y, poco después, en la dirección del Banco Rural en la calle Alcalá 26 de Madrid.

Su búsqueda de Dios le hizo entrar en contacto con el apóstol de Madrid (así era conocido San José María Rubio S.J.) y con la Adoración Nocturna, donde forjó su carácter de hombre de oración. Sintiéndose llamado a ingresar en la Compañía de Jesús, la deteriorada salud de su padre y el hecho de que sus dos hermanas dependieran económicamente de su sueldo obligaron a Manuel a retrasar su decisión. Nunca sería jesuita.

En 1920 se celebró el XV centenario de la muerte de San Jerónimo; por aquellos días, conoció los escritos de este padre de la Iglesia y, tanto le cautivaron, que quiso profesar en la Orden Jerónima. “¡Pero si la Orden Jerónima no existe!”, le dijo su director espiritual cuando Manuel le confesó sus planes. “¡Pues la restauraré!”, contestó él. Cualquiera hubiese desistido al conocer que esa Orden hacía casi cien años que no existía pero -consciente de que no era un simple deseo sino llamada de Dios- no se arredró e inicio la titánica tarea de restaurarla, lo que logró a mediados de la segunda década del S. XX con un reducido grupo de amigos en El Parral (Segovia).

Sabiéndose buscado por las fuerzas del régimen republicano, Fray Manuel se proclama libre y creyente: “Suceda lo que suceda, doy gracias a Dios porque me ha concedido un destino grande y hermoso. Si vivo, creo que veré restaurada la Orden Jerónima, objeto de todos mis sueños. Y si muero, seré mártir por Cristo, que es más de lo que podía soñar”. Pocos días después de pronunciar estas palabras, fue detenido y trasladado a la Cárcel Modelo junto a otros religiosos, sacerdotes y laicos; llevaba dos años enfermo. Nada más se supo de él. La santidad del P. Manuel le hizo merecedor de la gloria del martirio y en Paracuellos del Jarama, ese coliseo español donde dieron su vida por Cristo miles y miles de cristianos, recibió la palma del martirio entre los días 6 y 8 de noviembre de 1936.

La diócesis de Osma-Soria, que tuvo en Espeja de San Marcelino la presencia viva del carisma de este padre de la Iglesia, no puede dejar de alegrarse de que alguien tan relacionado con nuestra tierra alcance, por defender la fe, un puesto en el coro de los mártires.

(Información de P. Rubén Tejedor Montón)