17.01.13

 

Vaya baculazo en todo lo alto el de don Jesús. Sé lo que muchos van a decir porque es más viejo que la tos: autoritarismo, ausencia de libertad de expresión, iglesia opresora, obispos carcamales y se han cargado el concilio Vaticano II. Ni originales. Verán como eso empieza a aparecer en cualquier momento.

Don Jesús ha decidido hacer lo que tanto “profeta” viene exigiendo un día sí y otro también venga o no venga a cuento: una decidida opción por los más pobres y dar la cara, la mitra, el báculo y el solideo por su causa.

Porque los pobres de la Iglesia de hoy no son los supuestos teólogos censurados, las monjitas calladas, los curas alternativos o la iglesia de base, altura, cotangente o hipotenusa. Los pobres, los despreciados, los ninguneados son en este momento dos tipos de personas en lo que a la vida cristiana se refiere.

En primer lugar, esa multitud de agentes de pastoral, gente de la mejor intención y generosidad sin límites, que acuden confiados a unas jornadas de pastoral organizadas por la FERE y que van a escuchar lo que ellos creen de buena voluntad que es la doctrina de la Iglesia sobre pastoral y lo que la Iglesia quiere que emprendan como camino de fe. Y puede resultar que en lugar de eso, de lo que la Iglesia quiere y pide hoy, se encuentren con un refrito de críticas a la propia Iglesia, descalificaciones a los obispos y llamada a la desobediencia civil, bajo el paraguas de que todos somos iglesia y que la opinión de Pepito Pérez y sor Gundisalva no sólo es igual a la de cualquier obispo, sino indudablemente mejor.

Los agentes de pastoral tienen derechos y obligaciones. El primer derecho, conocer la doctrina de la iglesia, la de verdad, no la que se inventan cuatro nuevos profetas cabreados consigo mismos y más fuera de sitio que Curro Romero en tarde aciaga. Y la primera obligación transmitir el mensaje como pide la Iglesia, no como se le ocurra a Menganítez, tan anti todo que casi es profeta mayor.

Hay otra multitud de pobres a los que también ha querido socorrer don Jesús con el báculo de pastor en la mano. Son esos niños y jóvenes que van a ser pastoreados desde las instituciones de la FERE, y cuyos padres observan con estupor que les hablan mucho de compartir y de ser amiguetes, mientras contemplan atónitos cómo han dejado de rezar, de confesarse y de ir a misa los domingos como consecuencia de una fe que se ha presentado como una ONG sin demasiadas pretensiones.

Los pobres no son sólo los de pedir por la calle, a los que invitas a café y te quedas tan a gusto. Pobres los agentes de pastoral manipulados y mangoneados. Pobres los chavales deseducados. Pobres los padres de familia que confían en la educación religiosa de sus hijos y se encuentran con lo que se encuentran. No cuela ya eso de usted don Jesús a los pobrecitos de pedir que de adoctrinar ya nos encargamos nosotros.

No. Don Jesús no está dispuesto a que venga cualquiera a envenenar a sus ovejas, y se ha puesto con el báculo en la puerta. Es el pastor. Así son las cosas. Un pastor que cuida de los pobres educadores, tan manipulados y confundidos, de los niños y de los jóvenes, de las familias, que tienen derecho a recibir la fe de la Iglesia, no de la Serafín, Lucía, Emilio, Juan, Carmen y el bululú irlandés.