19.01.13

Divertimento sabatino: el himno de los cojos

A las 11:50 AM, por Jorge
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Llevaba un servidor apenas un par de meses como párroco de mis dos pueblos. Las mañanas de domingo, complicadas. Misas de 11, 12 y 13 h., pero cambiando de pueblo. Así que era celebrar midiendo bien el tiempo, salir corriendo con el coche y llegar a la siguiente misa con un margen de poco más que revestirte y salir al altar.

Todo era posible gracias a mis buenas sacristanas que hacían que todo estuviese listo para la celebración: iglesia abierta, altar preparado, lectores y hasta los cantos, muy conocidos, muy repetidos, que entonaban un grupito de mujeres de buena voluntad.

A veces, mientras me revestía me preguntaba mi María: “hijo (me conocía desde niño y yo era de la edad de uno de sus hijos) ¿qué cantamos en la comunión?”. Recuerdo que un día le respondí: “pues hoy podíais cantar el himno de los cojos”. Se quedó estupefacta para responderme: “no sé qué canción es esa, pero si quieres un día nos la enseñas”. Le dije: “sí, mujer, os la sabéis, es esa que empieza con eso de no podemos caminar…” María, que aún no había terminado de conocer mi peculiar sentido del humor, sólo acertó a responderme: “serás bobo…”

Pues al menos se las sabían, porque en el pueblo más pequeño, donde los domingos acudían a misa cuarenta o cincuenta personas, les propuse cantar un día justo esa canción, sin bromas, refiriéndome a ella con su inicio y me dijeron que no la sabían, lo cual me puso muy sobre aviso de que en temas musicales la cosa andaba flojita.

Alguien me dijo en una ocasión que el cura de pueblo es algo así como el pato: no es un gran nadador, ni corredor, ni volador, pero nada, corre y vuela. Con la música nos pasaba algo de eso. Ya hubiera querido yo tener organista, maestro de capilla o al menos un director medio decente. Pero sólo tenía a Jacinta, Marisol, Ana y Leonor, mayores, que entonaban lo que podían, y que seguían pensando que cantaban como a sus veinte años, que no era el caso. Pero en fin, a pesar del vicio de arrastrar, de inventarse insólitas segundas voces y de querer que la voz de cada cual se notara más que las otras, hacían un decente papel. Alguna vez ensayábamos juntos, pero servidor tampoco es músico, aunque las clases de música durante la teología algo dejaron.

A veces contaba con el apoyo de algunas jóvenes con sus guitarras, que no es que fuera exactamente la misa de la coronación de Mozart, pero algo se avanzaba. Lo más que hacía un servidor era seleccionar cantos que fueran litúrgicos, recuperar las viejas canciones litúrgicas de siempre un tanto arrinconadas e ir haciendo que otras, coladas más de clavo y que lo mismo podían cantarse en misa que un congreso de dentistas, se fueran olvidando.

Es relativamente fácil una liturgia digna y solemne cuando uno tiene a su disposición organista, maestro de capilla, maestro de ceremonias, dos acólitos instituidos y un diácono. Pero claro, te encuentras en el pueblo o en una parroquia normalita de la ciudad, hoy te faltan tres monaguillos sin saber por qué, un guitarrista está griposo y de las señoras una, ya mayor, se ha quedado en casa porque tiene al marido recién operado de próstata y otra tiene a los nietos. Así que en esos casos ya se sabe: “el himno de los cojos”, y sea lo que dios quiera.

P.D.: María se aprendió lo de los cojos y lo sigue diciendo. Cuántas veces me decía: ¿“Te parece que cantemos hoy lo de los cojos”? ante el estupor de quienes nos escuchaban y directamente nos tenían por locos.