24.01.13

México: de obispo “incómodo” a “santo laico”

A las 12:42 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en México

No fue un personaje fácil. Inteligente, culto y sabio. Llegó a la Nueva España en el siglo XVI como laico y murió allí donde Dios le puso, como obispo, junto a los indígenas que le concedieron el afectuoso apelativo de “Tata”. Vasco de Quiroga tuvo una historia atípica. Pese a su imponente obra evangelizadora en el occidente del actual México, su causa de beatificación no fue abierta sino hasta 1997. Aunque su memoria vivió durante siglos en el corazón de su pueblo, en Michoacán. Este 2013 su camino a los altares llegará al Vaticano.

Nacido muy probablemente en 1488 en Madrigal de las Altas Torres, España, estudió cánones en la Universidad de Salamanca. Se convirtió en un prestigioso abogado humanista. En 1531 llegó a las Indias como Oidor de la Segunda Audiencia, para remediar los desastres cometidos por la Primera, presidida por Nuño de Guzmán. A su llegada a esas tierras quedó tan impactado, que el 14 de agosto de ese mismo año escribió sobre los naturales en la gran Tenochtitlán: “andan desnudos por los tianguis y calles buscando de comer lo que dejan los puercos y los perros, cosa de gran piedad de ver y estos huérfanos y pobres son tantos, que no es cosa de poderse creer si no se ve”.

Asistió estupefacto a un siniestro escenario en el territorio descubierto, que para esas fechas está por recibir un milagro de Dios: la aparición de la Virgen de Guadalupe. Allí vio hambre, enfermedad, miedo, muchas viudas y huérfanos. Algunas mujeres ahogaban en las acequias, por la noche, a sus hijos recién nacidos, por no poder alimentarlos, mientras cada vez más conquistadores abusaban de los naturales cometiendo, entre otras cosas, la barbaridad de marcar, con hierro al rojo vivo, los cachetes de los recién nacidos.

Y fue allí donde él, como hombre de leyes y de fe, se decidió a cambiar las cosas. En 1536 y gracias a su notable fama, el Papa Pablo III lo designó primer obispo de la diócesis de Michoacán, sin siquiera ser sacerdote. Y él aceptó ese destino extraordinario, recibiendo el ministerio presbiteral y episcopal casi simultáneamente. En 25 años y hasta su muerte en 1565 desarrolló una labor pastoral de tal calado, que sus “pueblos hospitales” dedicados a los indígenas parecen inspirados en la “Utopía” de Tomás Moro, aunque nada prueba que haya conocido su obra (y sobre este particular existe una polémica histórica aún en curso). De este siervo de Dios ofrecemos una entrevista con el actual arzobispo michoacano, Alberto Suárez Inda.

¿Cómo se encuentra el proceso de beatificación de Vasco de Quiroga?

La preparación de esta causa histórica tiene una mole impresionante de documentos. Son unos 20 mil folios que se han recuperado, ordenado y sistematizado sobre su pensamiento, entonces debemos recoger lo esencial porque si mandamos a Roma todos estos volúmenes nunca acabarían de estudiarlos aquí. Estamos recopilando lo esencial de cara a comprobar la heroicidad de sus virtudes y la gran actualidad de su acción pastoral, de su estrategia para transmitir el evangelio.

Don Vasco nunca utilizó ni la amenaza ni la violencia, sino que atrajo con lazos de amor, a través de un gran cariño, de un testimonio y una entrega generosa, con un desprendimiento impresionante. Supo convencer y fascinar al alma de aquel pueblo con su palabra y con su ejemplo.

Todo el mundo se pregunta, ¿cuándo podrá concluir el proceso diocesano?

Esperamos que en el mes de julio podamos tener la sesión final. Ya prácticamente tenemos todo, estamos firmando actas con los notarios y tenemos dos estudios de los censores teológicos acerca de su pensamiento. Tenemos lo esencial, el testimonio de cómo permanece en el corazón del pueblo su trabajo y una fe llevada a la práctica.

¿Se puede decir que comprendió a cabalidad el concepto de “inculturación del Evangelio”?
 

Él decía que los naturales, los indígenas, eran como la cera blanda que se podía modelar. Pero no con violencia, no a la fuerza sino suavemente, con gran delicadeza. Potenció la capacidad del indígena para producir obras de arte, la música, para la escultura, la organización y el sentido de responsabilidad, tanto que todavía en los pueblos se tiene como un privilegio recibir un cargo al servicio de la comunidad. Esto es fruto de una evangelización que no fue un barniz, sino que penetró y llegó a inspirar la vida de las comunidades.

¿Por qué tardó tanto en iniciarse su proceso de beatificación? ¿Fue un personaje incómodo?

Existió un encomendero, que se llamaba Nuño de Guzmán y era muy cruel. Vasco de Quiroga tuvo la firmeza para denunciarlo y para ponerle un hasta aquí a tanta violencia. Ante la Corte de España seguramente padeció calumnias, pero a él le favorecía ser del mismo pueblo de la Reina Isabel la Católica y conocerla personalmente.

Vasco tuvo también problemas con algunos religiosos, por ejemplo agustinos y franciscanos, en cuestión de los derechos parroquiales. No era tanto la ambición sino la mentalidad de aquellos frailes quienes estaban convencidos que cada convento debía ser como un pequeño obispado, donde eran autónomos, y cada Abad debía fungir como un obispo. Existen testimonios impresionantes de esto, como el relato de cuando un colaborador de Vasco fue a destruir con un martillo la pila bautismal a la que no tenían derecho los frailes en alguna iglesia. También litigó con algún obispo vecino por cuestión de límites, como el del actual Guadalajara que en ese entonces se llamaba Compostela y con el de México. Como un hombre de derecho y bien formado buscaba siempre el bien de comunidad. Aunque sí, fue polémico en algunos puntos.

Más allá de los avatares de la historia, la causa parece estar muy avanzada. ¿Costó mucho?

Hemos tenido que desempolvar y recuperar todos los documentos originales que confirman la opinión popular inveterada que siempre se le ha considerado un hombre ejemplar, recto y pensamos que actualmente todo el trabajo realizado ha ido convergiendo, creando un interés cada vez mayor en la causa de canonización.

Quizás para algunos el canonizarlo le haría perder un poco su prestigio en el ambiente secular, como que dejaría de ser el benefactor, el filántropo y defensor de los derechos humanos para “ponerlo en las nubes”. Alguien me dijo si quería hacer un “santo de repisa”, por ponerlo en el altar y despegarlo de la tierra. Nosotros estamos convencidos que la santidad humaniza, dignifica, acerca a la realidad de la gente y no es poner en las nubes a un personaje, como si fuese un extraterrestre.