26.01.13

Serie P. José Rivera - La Caridad

A las 12:07 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie P. José Rivera

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Tener en cuenta a los que nos necesitan es una forma directa de dar a entender nuestra fe

Y, ahora, el artículo de hoy.

Serie P. José Rivera
Presentación

P. Rivera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
La Caridad

La Caridad

El apóstol Pablo escribió lo que se ha dado en llamar un himno al amor o a la caridad. En su Primera Epístola a los de Corinto (1), dio en dejar escrito esto:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

Y lo dejó todo dicho: la caridad es el amor y el amor es la caridad. Por eso, el P. José Rivera tenía que dedicar, justamente, un tiempo necesario a escribir sobre lo que supone la caridad para el cristiano y en este libro se recopilan algunos de los momentos espirituales que don José dedicó a tal tema.

¿Qué supone la caridad para los hijos de Dios? Pues, a tenor de lo escrito por el P. José Rivera, esto: “La caridad es en nosotros la vida divina en su dimensión fundamental (virtud teologal). Es la realidad principal de la vida divina, la perfección con la que muchos autores la identifican; es la esencia misma de la vida sobrenatural cristiana.” (2)

Por tanto, no es una virtud, digamos, que se pueda dejar de lado o tenida como poco importante. Es más, como muy dice San Pablo, sin ella, sin el amor, nada soy porque muestra, en efecto aquello que es fundamental en un discípulo de Cristo y sin lo cual difícilmente puede entender que lo sea.

Pero la caridad es una virtud que tiene, digamos, dos aspectos o que puede entenderse desde dos puntos de vista. Ninguno de ellos puede preterirse porque sin alguno de los mismos la caridad no es expresión del Amor de Dios. Son, a saber, el Amor a Dios y al prójimo.

Ya sabemos que Jesucristo dijo que, en efecto, los Mandamientos de la Ley de Dios se resumían en tales verdades que eran las que definían, a la perfección, las dimensiones de espíritu de cada creyente. Tal es “Es el amor que Dios nos tiene, que se manifiesta en Cristo y que se produce en nosotros por la efusión del Espíritu Santo. Esta novedad de vida se apoya firmemente en la profunda convicción de que Dios nos ama en Cristo: ‘Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene’ (I Jn. 4, 16)” (4), porque “Si recibimos esto, en primer lugar amamos a Dios y como consecuencia a los hombres. No es cuestión de primer lugar en sentido primeramente moral, sino en el nivel ontológico: amo porque soy y en la medida en que soy hijo de Dios” (5).

Pues bien, la caridad, además, es una virtud infusa en el sentido de que no la producimos nosotros sino que es “don de Dios, es algo que Él tiene que producir en nosotros” (6) y, por lo tanto, es muy importante no desvincularse del Creador en atención a poder decir que, en efecto, somos caritativos en el único sentido que podemos serlo sin confundirlo, como luego veremos, con una actitud puramente filantrópica.

En realidad, “Cristo nos comunica este Espíritu Santo, para toda la eternidad, y produce en nosotros la vida eterna, cuyo elemento principal es la caridad. Esta caridad, producida en nosotros por el Espíritu Santo, nos lleva a una nueva relación con los hombres” (7).

Aceptar, por lo tanto, que somos templos del Espíritu Santo (cf. 1 Cor 3, 16) y aceptar, también, la consecuencia que ello implica en nuestra y que es otra que hacer de la caridad una causa de actuación y de vida, es, en efecto, primordial para nosotros.

Sin embargo, como hecho dicho arriba, no podemos confundir términos como “caridad” y “filantropía” pues no son, exactamente, lo mismo ni significan la misma cosa.

Así, por ejemplo, “Filantropía es el amor al hombre movido por el espíritu humano, propio del hombre. Es fruto de que unos seres humanos tienen tendencia amorosa a otros hombres como semejantes. No puede llegar a mucho pues la connaturalidad con un semejante no es connaturalidad con uno mismo” (8) y, entonces, no existe relación entre el aquel amar a los demás como os amáis a vosotros mismos y la actitud filantrópica.

Sin embargo, “La caridad es radicalmente distinta, pues es el amor que procede inmediatamente del Espíritu Santo y que va a otros que tienen el mismo Espíritu Santo que yo, como a alguien que es una sola realidad conmigo (porque somos personas humanas unidas por la misma Persona divina)” (9).

Pero, es más,En teoría el hombre podría tener filantropía. Pero esto de hecho no se da: Porque o hay déficit en la filantropía (la filantropía sin más es un pecado en el cristiano, porque está funcionando cristianamente por debajo de lo que le corresponde; cuando uno no está en gracia, está en pecado, no hay sola filantropía, sino mezcla de egoísmo, de pecado…) o ésta queda elevada por la acción del Espíritu Santo” (10).

Abunda el P. José Rivera en una situación en la que, a veces, pueden caer los cristianos como es creer que se está llevando a cabo un acto caritativo que, en el fondo (allí donde Dios ve en lo secreto, cf. Mt 6,6. 18) no lo es. Y no lo es porque puede concurrir motivos como la vanidad, la compasión (que sea un acto sensible), l mera filantropía o movido por la gracia actual. Y esto porque, al fin y al cabo, “El hombre en gracia sigue teniendo tendencia al pecado. Según esto hay actos que coinciden en cuanto al objeto con la caridad, pero que en cuanto a los motivos no tiene por qué coincidir” (11).

Y la caridad, en cuanto virtud, puede crecer en nosotros y elevar nuestro espíritu. Crece, por ejemplo, con la recepción de los Sacramentos. Así, “Eucaristía, aumenta la caridad y disminuye la concupiscencia. Penitencia: conciencia de la necesidad de ser curado: humildad y confianza. Frecuentarlos devotamente” (12), Y, claro, también porla oración” (13).

Según lo dicho arriba acerca de la caridad como virtud infusa, es fácil caer en el error de tener como cierto que nuestro buen comportamiento en cuanto a la misma supone que es mandato de Dios y que, por eso lo llevamos a cabo. Otra cosa es la cierta porque “es Dios mismo quien me infunde este amor” (14). Es más, si no es movida la caridad por el “Amor a Dios”, por el “Amor a sí mismo” y por el “Amor al prójimo” (15) o, mejor, si se excluye alguno de tales aspectos, en realidad no hay verdadera caridad sino una forma de la misma que no acaba de ser perfecta.

Por otra parte, la caridad también tiene, digamos, unos límites en los que moverse: es universal y, por lo tanto, son bastante extensos pues no se puede hacer excepción de personas ni de objetos ni, siquiera, de energías empleadas en la misma.

¿Qué supone, en realidad, esto último?

Supone, en primer lugar, que en cuanto a las personas, la caridad “Me lleva a amar a todos y a cada uno” (16), también “amar a cada uno como es” (17) y, por último a amar “uno por uno” (18) porque hay que tener unamor personal, un o por uno. Comenzando por la Virgen, los santos, las almas del purgatorio, las personas de la tierra” (19).

En segundo lugar, que en cuanto a los objetos “La caridad abarca cualquiera objeto que vemos que entre en los planes de santificación de Dios” (20). Y esto porqueTenemos muchas cosas que dar: Tiempo de que disponemos, por ejemplo, para aprovecharlo para pedir y alcanzar gracias para los demás y para dar mejor en el futuro (Oración, mérito, intercesión, testimonio)” (21).

Es decir, que la caridad tiene muchas formas de expresarse y no todo se reduce, como puede pensarse, en hacer algún tipo de donación económica a quien necesita tal tipo de ayuda. La misma está muy bien pero también podemos, como dice el P. José Rivera, dar de nuestro tiempo que, a veces, nos sobra y es tristemente perdido.

Y, ya por último, en cuanto a las energías que se emplean en la caridad, no podemos hacer menoscabo de alguna de ellas por interés o, simplemente, por egoísmo. Por eso “Todas las fuerzas están al servicio de la caridad”(22). Es decir, tanto nuestro entendimiento como nuestra voluntad o la sensibilidad y la instintividad tienen que estar dirigidas a un ejercicio sano de la caridad o, para que se entienda, a uno que no tenga alguna tara que lo aleje de tal virtud.

Por otra parte, como es de imaginar y de creer, existen pecados contra la caridad es los que no es conveniente que caigamos. Así, tanto los de omisión (no hacer algo que debemos hacer) como el escándalo (“toda acción que obstaculiza la acción del Espíritu Santo en otro” (23)) o como las murmuraciones, los juicios, la ira o la mentira procuramos, para nosotros mismos, un estado espiritual para nada acorde con la caridad.

Por eso, en este aspecto, “Es preciso aprender a tratar a los demás como queremos que nos traten, teniendo en cuenta cómo soy y cómo son los demás. Hay que procurar hacer este trabajo de actualización que nos deja siempre muy humildes, porque nos damos cuenta lo fácil que es no atinar y que de hecho no atinamos” (24).

Abunda el P. José Rivera en la caridad teniendo en cuenta que la misma supone la perfección del alma en el creyente en Dios Todopoderoso. Por esoel fundamento activo de nuestra caridad es el amor que nos tienen las Personas divinas y que se nos transmite por Cristo hombre: ‘En esto consiste la caridad, no en que nosotros amamos a Dios, sino en que Dios nos amó primero y nos entregó a su Hijo…’ (Aquí sería necesario transcribir todos los textos del Nuevo Testamento, en que se nos afirma el amor de las Personas divinas. De momento se puede ver el esquema sobre el Evangelio de San Juan, I Jn 3,1-3; 4,7-8. Cfr. igualmente Rm 5,5). En la primera carta de San Juan tenemos varias expresiones de que la caridad es el fruto de la generación divina: 3,9-10; 4,7; 5,1. Pero toda ella está empapada en la misma idea” (25).

Resulta, pues, interesante, darse cuenta de que el P. Rivera insiste, desde muchos puntos de vista, en afirmar que la caridad es, digámoslo así, cosa de Dios y, como el Creador tiene entrañas de misericordia, es a nosotros a quien nos lega la caridad como instrumento espiritual perfecto para definirnos como hijos suyos que es lo que nos recomienda el apóstol San Pablo cuando escribe (26):

“Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.”

Así procuraremos, al menos, ser verdadera imagen de Dios porque tenemos como cierto que la caridad tiene todo de virtud sobrenatural. Por eso si bien El amor es propiamente extático” (27), y enel nivel natural lo es en un sentido: Partiendo de mí voy hacia otro” (28) no es poco cierto queEn el nivel sobrenatural lo es doblemente, pues acepto además vivir desde otro y hacia otro. Esto es lo que significa la fórmula del bautismo –‘En el nombre del Padre…’ - enseñada por Cristo, según la exégesis más aceptada” (29).

Todo lo apenas aquí traído apunta hacia una verdad que es conveniente que comprendamos: “sin caridad, todas las virtudes son imperfectas, no son virtudes en sentido pleno, puesto que de hecho no pueden llegar a serlo. Aún la fe, que establece relaciones con Dios, no las establece en plenitud –ni aún en cuanto fe- si no va acompañada, movida por la caridad” (30). De aquí queLa caridad, se dice por esto, es la forma (sentido escolástico) de las virtudes: es la que les presta la forma de virtud, mientras que la materia es el hábito concreto. Por eso las virtudes son los hábitos con que opera la caridad en los diversos terrenos en los que el hombre se mueve. Por ejemplo, amando al hombre, deseo su bien, pero yo tengo un contrato con él; entonces el sentido de justicia me hace percibir inmediatamente que es un bien para el hombre que cumpla el contrato que le he hecho. Tengo pues un acto de justicia imperado por la caridad. Otras veces no hay virtud en medio, sino solo un acto de caridad. Es importante llegar a entender, en la mayor extensión posible, cómo las virtudes -y lo mismo habría que decir de los mandamientos- dependen ontológicamente de la caridad” (31)

Por eso, la caridad es, en sí misma, trascendente. Y lo es porque procede directamente de Dios, que es amor, como muy recoge el Evangelista san Juan cuando escribe (32) “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” que es, precisamente, el justo comienzo de la carta encíclica “Deus caritas est” de Benedicto XVI donde, acto seguido, manifiesta una verdad muy de acuerdo con lo dicho por el P. José Rivera:

“Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: ‘Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.’”

Y ejemplo de lo que el P. José Rivera entiende por caridad, el tema de la Iglesia y los pobres (recordemos aquello que dijo Jesús acerca de que siempre los tendríamos entre nosotros, cf. Mt 26, 11) es fundamental para comprender si la Esposa de Cristo ha seguido el mensaje y la doctrina de su fundador.

Pues bien, “la Iglesia tiene que tener la capacidad de que la gente no muera de hambre. Para ello, lo primero que se inicia es un movimiento de conversión: de mí mismo, en primer lugar, de aquellos a quienes hablo y de aquellos que no conocen a Cristo, a los cuales se dirige el testimonio de caridad; en efecto, si no conocen a Cristo, es que mi caridad es poco cristiana y está poco cargada de esperanza. He de esperar también la conversión de los que todavía no conocen el misterio de la caridad: lo que Dios hace en mí lo quiere hacer también en ellos” (33).

Y no olvidemos que la Iglesia somos todos aquellos que, como piedras vidas, la constituimos y no podemos, por eso mismo, apuntar en lo dicho sólo a nuestros pastores. La responsabilidad es común porque por eso formamos una comunidad.

Por otra parte, el P. José Rivera tenía la buena costumbre de recoger, en su Diario, reflexiones de la más diversa índole. Pues bien, al respecto de la caridad, recoge este libro una que dejó escrita en fecha 24 de mayo de mayo de 1979. Decía lo siguiente:

“Justo es ser conforme a sí mismo. Ahora, si Cristo es amor, su justicia consiste en obrar amorosamente, y si el cristiano es amor, su justicia consiste en recibir el Señor la capacidad de actuar así. Una sociedad en que cada u no tiene lo suyo, con sentido de propiedad, es absolutamente injusta; una sociedad con las desigualdades normales, concordes con los diversos dones de Dios, pero movida por el espíritu cristiano, sin apropiaciones interiores, sin conciencia de justicia legal, sino de la deuda de amor, es una sociedad cristiana…” (34)

Y así entiende el P. José Rivera la caridad, tal cual es.

NOTAS

(1) 1 Cor 1-13.
(2) La Caridad (LC) – Amor al prójimo, p. 13
(3) Cf. Mt 22, 37-39.
(4) Ídem nota 2.
(5) Ídem nota 4.
(6) ídem nota 2.
(7) LC-Amor al prójimo, p. 14.
(8) Ídem nota anterior.
(9) Ídem nota 7.
(10) Ídem nota 8.
(11) Ídem nota 8.
(12) LC-Amor al prójimo, pp. 15-16.
(13) LC-Amor al prójimo, p.16.
(14) Ídem nota anterior.
(15). Por los tres entrecomillados últimos: ídem nota 13.
(17) LC-Amor al prójimo, p.17.
(18) LC-Amor al prójimo, p.18.
(19) Ídem nota anterior.
(20) Ídem nota 18.
(21) Ídem nota 18.
(22) LC-Amor al prójimo, p. 20.
(23) LC-Pecados contra la caridad, p. 25.
(24) LC-Pecados contra la caridad, p. 26.
(25) LC-Sobre la caridad, p. 27.
(26) Col 3, 12.
(27) LC-Sobre la caridad, p. 28
(28) Ídem nota anterior.
(29) Ídem nota 27.
(30) LC-Sobre la caridad, p. 32
(31) Ídem nota anterior.
(32) 1 Jn 4, 16
(33) LC-La Iglesia y los pobres, 42.
(34) Diario, 24 de mayo de 1979 (Justicia y caridad).

Eleuterio Fernández Guzmán