“Y en la tierra paz a los hombres…” (Lc 2,14)


 

Mons. Carlos López      “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” es el mensaje de los ángeles que acompaña el anuncio del nacimiento del Mesías a los pastores. Pone en relación la gloria de Dios “en el cielo” con la paz de los hombres “en la tierra”. La “gloria de Dios” existe en el cielo, aunque los hombres no lo reconozcamos. Y Dios manifiesta su gloria también en las obras de su creación y, de forma eminente, en el hombre creado a su imagen y semejanza. En este sentido, la gloria de Dios es que el hombre viva en la plenitud de vida a la que él le ha llamado.

La gloria de Dios es Jesús, el Hijo amado, en quien Dios se complace (cf. Lc 3,22), porque vive totalmente orientado hacia el Padre, en comunión de vida, de amor y de voluntad con él. Y Jesús es nuestra paz (Ef 2,14). Por ello, los demás hombres en quienes Dios se complace son las personas configuradas con Cristo, que tienen las mismas actitudes de Jesús. Estas personas gozan ya de la paz y la reconciliación que trajo a la tierra el nacimiento del Hijo de Dios

Este contexto espiritual nos ayuda a comprender mejor las claves del Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, en este año 2013, que está inspirado de forma inmediata en las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).

Esta bienaventuranza presupone una visión del hombre abierta a la trascendencia y a la comunión con Dios. La paz es don de Dios y obra del hombre en orden a una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia. Por ello, la construcción de la paz tiene como requisito previo reconocer la verdadera naturaleza del ser humano y su capacidad innata de conocer la verdad, el bien y a Dios mismo. Sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón por el Creador, se menoscaba la libertad y el amor, y la justicia pierde el fundamento de su ejercicio. En consecuencia, el cultivo de la verdadera paz requiere la superación de la dictadura del relativismo moral y de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre.

La paz es un orden de relaciones vivificado por el amor y la comunión de los valores espirituales. Para su eficaz construcción es necesario y urgente el nuevo anuncio de Jesucristo, que es nuestra paz, nuestra justicia y nuestra reconciliación (cf. Ef 2,14; 2Co 5,18).

Los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida humana en su integridad, desde su concepción hasta su fin natural, así como la estructura natural del matrimonio como unión de un hombre y una mujer. Estos principios están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. El trabajo por la paz requiere también el respeto de los derechos humanos fundamentales, entre los que se encuentra el derecho de libertad religiosa de las personas y las comunidades, limitado de forma creciente por la intolerancia religiosa, incluso en países de antigua tradición cristiana.

El trabajo por la paz se enfrenta hoy con el creciente auge que tiene en la opinión pública la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia, que insinúan que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. La afirmación de la absoluta libertad de los mercados está amenazando actualmente de forma especial al derecho al trabajo. A este propósito, el Papa reitera con energía que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo, con nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.

Además, es actualmente necesario construir la paz con un nuevo modelo de desarrollo y una nueva visión de la economía, que integre el principio de gratuidad, como expresión de fraternidad y de dar a los demás las propias capacidades y de la propia iniciativa. Es necesaria una correcta escala de valores y bienes, que tenga a Dios como referencia última y haga posible la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales, de modo que no se cause daño a los más pobres. Y hay que atender con mayor resolución a la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. También el mundo político actual necesita un pensamiento nuevo y una nueva síntesis cultural, para armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común.

Por último, el Mensaje papal se refiere a la educación para una cultura de la paz en la familia y en las instituciones, así como a la necesidad de promover una pedagogía del trabajo por la paz.

Esta pedagogía pide una rica vida interior, principios morales claros y válidos, actitudes y estilos de vida apropiados. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar, de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48) y siguiendo el ejemplo de entrega total de Jesús. 

+ Carlos López Hernández,

Obispo de Salamanca