9.02.13

 

En multitud de posts de este blog he sostenido que la acción política de los católicos debe de estar basada, entre otras cosas, en los principios no negociables indicados por Benedicto XVI en la exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis. En la misma leemos el siguiente párrafo (negritas mías):

En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.

El Papa habla en positivo, en el sentido de que pide a los políticos católicos que presenten y apoyen leyes basados en esos principios. Pero obviamente se deduce que deben también oponerse a cualquier legislación que vaya en contra de los mismos.

Centrándonos en la realidad legislativa de España -aunque esto vale para otros países hermanos-, es evidente que tenemos leyes que son radicalmente contrarias a esos principios. El aborto es libre, el matrimonio civil es una pantomima, la libertad de educación ha sido atacada con asignaturas adoctrinadoras, se ha dado un desprecio curricular hacia la clase de religión y el bien común es ignorado con una política económica que ha provocado más de 5 millones de parados, que además tienen que contemplar como la corrupción de parte de la clase política va acompañada de la sustracción de dinero de las arcas públicas.

Tras casi cuarenta años de democracia, los pocos o muchos políticos católicos que hay en este país no han logrado, ni de lejos, impedir ese ataque frontal a la cosmovisión católica de la sociedad. Muy al contrario, en no pocas ocasiones han sido agentes activos de dicho ataque. De hecho, tenemos un Jefe de Estado, el Rey Juan Carlos I, que con su firma ha validado leyes perversas.

La Iglesia, en múltiples documentos, ha denunciado esas leyes. Pero es preciso reconocer que en modo alguno ha promovido que los políticos católicos se sacudieran el yugo de la disciplina de partido de cara a plantear una alternativa legislativa seria encaminada a dar marcha atrás en las leyes inicuas. Y los pocos partidos políticos que pretenden ser fieles a los principios no negociales, han encontrado en la Iglesia una actitud despectiva, como si votar por ellos fuera votar inútilmente. O sea, el no hacerles aprecio. Salvo escasísimas ocasiones, ningún obispo ha hecho alusión a la existencia de dichos partidos y mucho menos ha sugerido que son votables.

No piense nadie que estoy pidiendo a nuestros obispos que funden un partido político católico. No es esa su labor. Ni siquiera les solicito que públicamente lo promuevan. Pero sí que hagan el favor de no ignorar los que ya existen o los que puedan llegar a existir. E incluso que animen a los pocos políticos realmente católicos presentes en el resto de partidos a que mediten si deben dar un paso al frente en la defensa de lo propuesto por el Papa.

Se da la circunstancia además de que la Iglesia en España cuenta con un medio de comunicación potente. El mismo no puede ser puesto al servicio de una opción política que admite el matrimonio homosexual y no tiene intención real de acabar con la lacra del aborto. La teoría del mal menor -"los otros son peores", lo cual es incluso discutible en asuntos como la política social- no puede ser la excusa para poner nuestras radios y nuestras televisiones al servicio de una clase política no cristiana. Si la Iglesia en España ha de cumplir su papel de “luz del mundo", eso sirve también para nuestros altavoces mediáticos. Está muy bien que desde la Conferencia Episcopal se publiquen comunicados, pastorales, etc. Pero la influencia en el día a día ha de partir de los medios católicos y/o con participación decisiva en el accionariado de la propia Iglesia. No podemos ser un elemento decorativo más de un sistema que nos ha abocado a la situación actual.

Rogamos pues, filialmente a nuestros obispos, conjuntamente pero también cada uno de sus diócesis -el que así lo sienta delante del Señor es mejor que no espere al resto-, que hagan lo que esté en sus manos para que las palabras del Papa en esa exhortación apostólica sean una realidad en España. Es para ellos una magnífica forma de estar en comunión con el Santo Padre. La crisis moral de nuestro país, que como bien han dicho nuestros pastores está en la raíz de la crisis económica, puede ser una gran oportunidad para que entendamos que lo hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Toca ser valientes y dar un paso adelante, exhortando y trabajando para que haya una opción católica viable y efectiva en nuestro país, libre de las ataduras de la partitocracia reinante. Da igual que al principio sea muy pequeña. Bien sabemos que todo lo que parte de la fe, aunque en un principio parezca minúsculo, acabará fructificando por gracia de Dios. Con cinco panes y dos peces dio Jesús alimento sobreaabundante a una multitud De lo contrario, corremos el riesgo de ser arrasados por la caída de un sistema que, a día de hoy, tiene todo el aspecto de estar tambaleándose. Si nos toca enfrentarnos al martirio -a manos de anarquistas o de antisistema-, que sea por nuestra fidelidad a Cristo, no por apoyar una democracia corrupta donde Dios es sistemáticamente silenciado y despreciado.

Luis Fernando Pérez Bustamante