14.02.13

Cosas que dan bastante qué pensar: a vueltas con Benedicto XVI

A las 7:11 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Benedicto XVI

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cuando el Creador quiso mantener la creación supo que sus hijos lo tendrían en cuenta. No olvides que el Padre sigue siendo Padre y sigue estando ahí.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Cualquiera que lea este blog se habrá dado cuenta de que los temas puramente críticos contra alguien o contra algo (véase institución) casi han desaparecido y que son pocas ocasiones en las que, el que esto escribe, se ve en la obligación de arremeter contra quien hace uso de su palabra para hacer daño a la Esposa de Cristo o a alguno de sus hijos.

Pero, al parecer, es imposible que en el seno de la Iglesia católica pasen las cosas que tengan que pasar sin que haya asaltadores de pensamientos y arremetedores contra todo lo que se mueve que demuestran que hay días en los que las teclas del ordenador deberían quedar sin tocar.

El caso es que, como sabemos, el Santo Padre Benedicto XVI ha tomado la decisión legítima de retirarse a una vida silenciosa y monacal a partir del próximo 28 de febrero. Deja la silla de Pedro para que la ocupe quien el Espíritu Santo tenga a bien insuflar en el corazón de los cardenales que participen en el Cónclave.

Eso es bastante sencillo de entender: hay un derecho a hacer algo, quien lo tiene decide ejercerlo, y ¡ya está!, lo que parece tan anormal es, en realidad, lo posible y que, en efecto, se ha convertido en cierto.

Podríamos decir, decimos, por ejemplo, ¡El Papa ha decidido!, ¡Viva el Papa!, y cada cual a lo suyo, a esperar la decisión que corresponde tomar ahora, a orar para que se tome la correcta y, en fin, a rezar cuanto toca y corresponde, a pedir lo que tengamos que pedir y, en fin, a no olvidar que somos hijos de la Iglesia católica y que cada cual tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Pues no. Siempre tiene que haber quien quiera meter el dedo en el ojo: unos, por ajenos a la Iglesia católica, para molestar y demostrar que la necedad abunda mucho; otros, hijos de la misma, para demostrar que están ahí y que se les tiene que tomar por lo que son y que no es otra cosa que zascandiles y manifestadores de sus particulares odios personales.

Estos días, por eso mismo, se está escribiendo mucho sobre el tema. Es lógico, claro, porque no todos los siglos pasa esto que ahora ha pasado. Sin embargo, como diría aquel, una cosa es una cosa y otra… pues otra.

Juan G. Bedoya, juntaletras que en “El País” dice que lleva algo así como la información religiosa y que hace poco reconoció que no era especialista en tal manera dice, el enterao, esto:

El todavía papa Ratzinger lleva años enfermo y débil, pero no dimite por ninguna de esas dos razones. Lo hace porque las circunstancias le hacen sentirse incapaz de cumplir con su oficio. Se va derrotado por el cargo.

Es decir que quien reconoce que está en información religiosa como podría estar en otra cualquiera y que su especialidad es la que es… tiene el descaro de pensar por el Papa y decidir las razones por las que ha tomado la decisión que ha tomado.

Además, va y escribe el tío que “La dimisión se lleva rumiando tres años” como dando la impresión de que son otros la que la toma. De otra forma podría haber escrito “la lleva rumiando”. En fin…

Pero bueno, por ir dentro de la Esposa de Cristo, siendo muy generosos, hay otros individuos que son, también, la monda y que producen cierto asquito el leerlos.

Por ejemplo, José María Castillo, teólogo, ha tenido a bien decir que:

“No echemos mano ingenuamente de la presencia del Espíritu Santo y su presunta inspiración constante en la toma de decisiones del papa reinante. No. Esa presunta intervención del Espíritu Santo no está demostrada en ninguna parte. Como tampoco está demostrado, ni hay argumentos para probarlo, que el obispo de Roma, por muy sucesor de Pedro que sea, tenga que acumular todo el poder que el papa y sus teólogos incondicionales aseguran que acumula por voluntad de Dios.

Es decir, el Espíritu Santo poco tiene que ver: ni sus inspiraciones, ni sus mociones, ni nada de nada. Aquí lo único que importa es limitar la legítima dirección del sucesor de San Pedro a quien Cristo dio las llaves de la Iglesia que había fundado; dio las llaves pero no dijo que hiciera copias de ellas.

Esto, también, da bastante qué pensar acerca de según quien…

Y, ahora, como no podía faltar en el río revuelto, otro teólogo o, como diría un castizo, otro que tal baila: Juan José Tamayo, a quien define, a la perfección, esto que ha escrito refiriéndose al entonces aún llamado Joseph Ratzinger:

“Su memorable discurso contra la dictadura del relativismo hizo perder las esperanzas de cambio”.

Es decir, que una persona dice que existe un poder excesivo del relativismo y que eso va contra todo orden moral y, por supuesto, contra la fe católica, y eso le parece más que mal a un individuo como Tamayo, al que muchos consideran, eso es cierto, no católico sino arriano.

Y ya, por terminar y no hacerlo demasiado extenso, una persona que se ha caracterizado por un feroz ataque, personal, a Benedicto XVI: Hans Küng:

“En el Concilio Vaticano II sentamos las bases para un concepto más amplio de Iglesia y un diálogo con las otras religiones. Pero en los últimos ocho años hemos tenido un papa que ni siquiera estuvo dispuesto a reconocer a las iglesias protestantes”

Al parecer, es conveniente que se reconozca a quien, por causas más bien personales, atacó de forma tan inmisericorde a la fe católica. Eso sí que sería ejemplo de “progresismo eclesial” cuando, en realidad, el Cardenal Koch lo dijo con toda claridad al respecto de la “celebración” de los 500 años de aquella autodenominada reforma: “No podemos celebrar un pecado” y, además, ya saben quienes tienen que volver al seno de la Iglesia católica que abandonaron.

En fin… con estos bueyes tenemos que arar. ¡Qué desgracia que no sean mudos! y no para imitar al Aquinate sino, simplemente, para callarse.

Eleuterio Fernández Guzmán