17.02.13

La renuncia, más allá de “guerras vaticanas”

A las 10:25 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Benedicto XVI, Sucesión Papal

“La renuncia es una noticia triste, que delata cómo se ha infiltrado la política dentro del Vaticano. Dolorosa porque nunca había sucedido que un Papa se retirase por ver tanta mala administración entre sus colaboradores”. Así, de botepronto, respondió una fiel. Olga Marina Cuyán, se llama. Nació en Guatemala pero desde hace 22 años vive en Italia. Este domingo estaba en El Vaticano, apoyando a Benedicto XVI.

Hace unos días escribí, en otro post de este blog, que los fieles de a pie poco entienden del “vatileaks”. Me equivocaba. Me lo hizo notar un lector. Pero ahora lo pude comprobar, caminando entre las casi 100 mil personas que participaron de este día en el rezo del Angelus. Una verdadera marea humana, llegada hasta la Plaza de San Pedro para acompañar al pontífice.

Sentimientos mixtos surgían de estos “peregrinos de la dimisión”. Agradecimiento, tristeza, negación, resignación. “Tu es Petrus. ¡Rimani!” rezaba un cartel preparado por el movimiento “Militia Christi”, de extracción “tradicionalista” (si se puede considerar así). Detrás de aquella frase un grupo pedía al Papa dar marcha atrás. ¡Permanecer! Porque “tú eres Pedro”.

Y es que los católicos no son “borregos”. Al menos no todos. Piensan. Se cuestionan. Especialmente si se trata de una noticia como la renuncia de un Papa. La pregunta más socorrida de estos días es: ¿Por qué renunció? La búsqueda de un por qué con mayúsculas. Un cuestionamiento que esconde un rechazo casi instintivo a la versión oficial, dada por el mismo Joseph Ratzinger el pasado 11 de febrero cuando anunció su dimisión.

“Me faltan las fuerzas. Soy ya incapaz de seguir siendo el vicario de Cristo”. Palabras que pesan, como una ingente losa, sobre la conciencia colectiva. Y ante la magnitud de tal noticia, la explicación simple no basta. “Algo más debe haber”, sostienen convencidos unos y otros. Es la percepción, ampliamente difundida, sobre la existencia de alguna razón oculta. Un complot, el “vatileaks”, la crisis por los abusos sexuales contra menores o los conflictos en la Curia Romana por la transparencia en las finanzas vaticanas.

Algunos, los más fantasiosos, llegan a especular: “la mafia italiana le torció la mano al Papa”. Al final “tiró la toalla”. Era presa de las “guerras vaticanas” y no pudo más. Sorprende que, quienes piensen así, sean incluso notables católicos. Hasta periodistas “de altura”.

¿Por qué tanta imaginación? Ante todo, como dijimos, el impacto de una decisión incomprensible. Incomprensible por su magnitud. Un gesto histórico jamás pensado que, de un momento a otro, se volvió realidad. Una acción que causa estupor, sorpresa, negación e incertidumbre. Caldo de cultivo ideal para las más variadas fantasías apocalípticas.

¿Cómo descubrir la verdad? Un rápido ejercicio periodístico. En los últimos días múltiples fuentes acreditadas ofrecieron reconstrucciones por demás creíbles sobre cómo Benedicto XVI maduró la decisión de renunciar. La primera y más confiable fue el propio Papa quien, en el verano europeo de 2010, habló abiertamente de esa hipótesis. Lo hizo en una entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, que luego se convirtió en el libro “Luz del Mundo”.

“Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”. Así de claro. Eso quiere decir que, al menos hace tres años, él ya había sopesado esta opción. Y había concluido algo específico.

Es probable que, desde el principio, tuviese certeza de presidir un pontificado con fecha de vencimiento. Se trata de una hipótesis muy personal, basada en otra frase del mismo libro en la cual él se refiere a la elección como vicario de Cristo. En ella usa una imagen muy elocuente: “Sí, me vino a la cabeza la idea de la guillotina: ¡ahora cae y te da! Yo había estado totalmente seguro que ese ministerio no era mi destino”.

Todo esto en 2010. Antes del “vatileaks”, antes de la crisis por las finanzas vaticanas, antes del mayordomo infiel y ladrón. Benedicto XVI había pensado en dejar. Bien lo dijo su hermano, Georg Ratzinger. “Él había decidido llevar adelante su misión papal por el mayor tiempo que le fuera posible”.

Si las cosas parecen claras, al menos desde el punto de vista de los hechos, ¿por qué la opinión pública sigue pensando que renunció agotado por el clima de tensiones? Entre otras cosas porque ese clima hostil existió y todavía existe. Dentro y fuera de la Iglesia. Resulta innegable. En este espacio lo hemos documentado muchas veces.

Las múltiples crisis de gobierno que embistieron su pontificado fueron, en gran parte, producto de una Curia Romana no a la altura de las circunstancias. Desde la conferencia de Ratisbona en 2006, que desató la ira del mundo árabe, hasta el affaire del obispo “negacioanista” del Holocausto Richard Williamson en 2010, que casi provocó una ruptura insanable con el mundo judío.

Aunque el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, se ha empeñado una y otra vez en afirmar que las pugnas son parte de la dialéctica normal y las “luchas intestinas” no son tales, lo cierto es que el “vatileaks” marcó el cruce de un límite. Que el mayordomo personal del Papa le haya robado a su jefe más de mil documentos confidenciales a lo largo de seis años y después haya filtrado algunos de ellos a la prensa, es un hecho de una gravedad inaudita. Una situación que devastó humanamente a Joseph Ratzinger.

Esto sin contar los numerosos libros publicados contra Benedicto XVI en Italia y en otros países en los último ocho años. Incluidos el diario de un cardenal anónimo publicado en la revista Limes poco después de la elección papal y que sacó a la luz la dinámica del Cónclave en 2005. La entrevista de otro purpurado al escritor francés Olivier Le Grende. Y muchos otros textos que tuvieron, como hilo conductor, la intención de imponer un “aire de fin de pontificado”.

Todo esto, sin duda, sembró incertidumbre y cosechó tribulaciones. Pero sostener que el Papa “tiró la toalla” por ellos, así sin más, es desconocer el espíritu del teólogo alemán. No convence la imagen de un Joseph Ratzinger frío y calculador, tomando el tiempo al ajedrez vaticano para asestarle un golpe mortal. ¿Para qué?

Aún más. ¿Cómo podría el pontífice, desde su retiro, cambiar el curso de las cosas que no pudo cambiar cuando tuvo el poder en sus manos? Con estas premisas suena más lógica la motivación simple, pública, declarada. Benedicto XVI constató la llegada de su hora. Antes de convertirse en un bulto, de someter a la Iglesia a un largo calvario como el de Wojtyla, prefirió renuncia. Nos puede gustar o no, pero es lo que ocurrió. Y claro, así le dio un tortazo en la cara a quienes se empeñaron en meterle palos en las ruedas. Eso sí, de paso y como “daño colateral”.

Condicionar la renuncia a las dificultades puramente profanas es tanto como escamotear el sentido alto de tan meditada elección. Es minimizar la magnitud de su gesto. Es empequeñecer su legado. La última traición al Papa.