ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 05 de marzo de 2013

La frase del día

Nada te turbe,/ Nada te espante,/ Todo se pasa,/ Dios no se muda. /La paciencia/ Todo lo alcanza;/ Quien a Dios tiene/ Nada le falta:/ Sólo Dios basta.

Santa Teresa de Jesús (Ávila, 1515-Alba de Tormes, 1582)

 


Cónclave

Los que son y los que estarán (II)
Composición del próximo Cónclave

Inútiles quinielas
Sobre el nuevo papa sólo el Espíritu Santo tiene la palabra

Cardenal José Francisco Robles Ortega
Nacido el 2 de marzo de 1949

Nuevas urnas para las votaciones
Creadas por el autor de las puertas de los Museos Vaticanos, su iconografía simboliza el servicio del papa

Cardenal Angelo Scola
Nacido el 7 de noviembre de 1941

El nuevo papa según los lectores de ZENIT en Facebook
Joven, fuerte, sabio, santo, valiente, orante, pastor, alegre

Son ya 148 los cardenales que están en Roma de los que 110 son electores
La Capilla Sixtina cerró al turismo e iniciaron los preparativos. Se votará en tres urnas. La fecha aún no la han definido.

Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Nacido el 5 de septiembre de 1933

Cardenal Lluis Martínez i Sistach
Nacido el 29 de abril de 1937

Llegan, saludan, juran y meditan
Segunda congregación de cardenales

Cardenal Jorge Bergoglio
Nacido el 17 de diciembre de 1936

Mirada al mundo

España: Presentado un documento sobre vocaciones sacerdotales para el siglo XXI
En la Conferencia Episcopal Española

¡Haz el viaje de tu vida! No te arrepentirás
Juventud y Familia Misionera, de 'Regnum Christi', cumple 20 años. Entrevista a Cristina Danel, directora de este apostolado

Catequesis para la Familia

Ayudar a madurar: escuchar y reconocer la realidad
Catequesis para toda la familia

Comunicación

Los «trend topics» éticos, religiosos y de espiritualidad de 2012 en la red

Mujeres

Más de 650 millones de mujeres están condenadas al hambre y la pobreza cada año
Manos Unidas reclama en 2013 la equiparación femenina sobre todo en los países más desfavorecidos

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

San Juan José de la Cruz
«Una vida signada por la penitencia»

Documentación

Hacia una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio ministerial
Documento de la Conferencia Episcopal Española en vísperas del Día del Seminario


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Cónclave


Los que son y los que estarán (II)
Composición del próximo Cónclave

Por Jose Antonio Varela Vidal

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Como se desprende de la primera parte de este recuento camino al Cónclave ofrecido por ZENIT a sus lectores, el papa emérito Benedicto XVI creó 90 cardenales en cinco consistorios, de los cuales viven aún 84. De estos, solo llegan a votar 67 purpurados.

Por su parte, el beato Juan Pablo II convocó a nueve consistorios entre los años 1983 y 2003, a fin de otorgarles la dignidad cardenalicia a 231 prelados, entre ellos a uno no-obispo, el presbítero y teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, pero que no pudo recibirlo al fallecer dos días antes del Consistorio. Del grupo del papa Wojtyla, viven 123 pero solo podrán votar 48.

Finalmente, solo quedan vivos dos creados por el papa Pablo VI, que como es obvio no son electores. Se trata del brasileño Paulo Evaristo Arns OFM, y del estadounidense William W. Baum.

In pectore

El papa polaco también se reservó in pectore, es decir “en secreto”, la creación de cuatro cardenales. Uno de ellos fue el cardenal chino Ignatius Gong Pin-mei, obispo de la diócesis de Shangai, muerto en marzo de 2000. Su dignidad fue conocida recién en el consistorio de 1991, a pesar de que su creación fue en 1979.

Se añade a este gesto, el que tuvo el papa beato al crear cardenal in pectore al arzobispo polaco nacionalizado ucranio, Marian Jaworski, obispo emérito de Leópolis en Ucrania. Como se recuerda, el alto prelado sufrió la amputación del brazo debido a una bomba colocada cerca de su automóvil en los años sesenta, en pleno régimen soviético. Si bien lo nombró cardenal en 1998, recién se conoció en el consistorio de 2001 que lo había creado como tal, con el título presbiteral de San Sixto.

De igual modo, se reservó la creación del cardenal Janis Pujats, arzobispo emérito de Riga en Letonia y expresidente de la Conferencia Episcopal Letona. Por ser una víctima sobreviviente del régimen soviético cuando su país formaba aún parte de la URSS, su nombramiento no fue hecho público hasta el consistorio de 2001.

Durante el último consistorio de 2003, Juan Pablo II se reservó un cardenal in pectore, el cual no quiso publicar antes de morir. Por lo tanto existe un cardenal que no se puede aún oficializar, lo que confirma el silencio de Benedicto XVI, quien en todo su pontificado no lo hizo conocer.

Los octogenarios

Ya ha quedado claro que quien tiene ochenta años cumplidos no podrá participar del Cónclave, con el fin de ejercer su voto. Aunque con el derecho que le asiste a todo bautizado varón, sí podría ser elegido como el sucesor de Pedro, razón por lo cual debe seguir con atención el evento…

Sin embargo, un cardenal mayor de ochenta años, que se sienta con las facultades de hacerlo, podrá responder a lo que dice la Constitución Apostólica Universi Dominici Grecis sobre la Sede Vacante, que en el numeral 85 recomienda vivamente a estos a reunirse con los fieles en oración, ya sea en las basílicas patriarcales de Roma o en cada Iglesia particular.

Por lo tanto, terminadas las Congregaciones generales de estos días, donde sí vienen participando algunos con sus ideas y reflexiones, podrán quedarse en la Urbe para rezar y esperar…

Los venidos del Oriente

Siendo así, y terminadas las Congregaciones preparatorias --donde entre otras cosas, se elige a los que tendrán funciones específicas durante el Cónclave y se establece la fecha de inicio del mismo--, el número de cardenales hábiles se prepara para una “clausura” tanto en la Casa Santa Marta dentro de los muros vaticanos, así como en la Capilla Sixtina donde tendrán que reunirse hasta que salga elegido el nuevo papa.

Los electores que provienen de Asia son diez, distribuidos principalmente entre los cardenales de la India (cinco), así como uno por Filipinas, China, Líbano, Vietnam y Sri Lanka.

Tomando en cuenta la forma en que está distribuido el Mapamundi –y para no hablar de “Sur y Norte”--, incluimos también en el Oriente a los altos purpurados que provienen de África. Del continente negro asistirán 11, siendo así que dos son de Nigeria y de los demás vienen solo uno por país, valga decir, de Ghana, Tanzania, Sudáfrica, Sudán, Senegal, Kenia, Egipto, Guinea y la República Democrática del Congo.

Los que llegan de Occidente

Del otro lado del Hemisferio, asisten 95 cardenales, distribuidos entre 60 de Europa, 14 de Norteamérica (sin México), 19 de América Latina y 1 por Oceanía.

En el grupo europeo, el número más alto proviene de los italianos que son 28. Le siguen los alemanes con seis, los españoles son cinco y los franceses y polacos llegan con cuatro cada uno. Luego se reduce a dos en el caso de Portugal y a uno solamente por Irlanda, Hungría, Suiza, República Checa, Bélgica, Países Bajos, Austria, Bosnia-Herzegovina, Lituania, Croacia y Eslovenia.

A ellos habría que sumar a los norteamericanos, que son once de los Estados Unidos y tres de Canadá; así como a uno de Australia en Oceanía.

Tomarán su puesto también en la Capilla Sixtina los cinco electores de Brasil, tres de México y dos de Argentina. Viene uno solo por Colombia, Chile, Perú, Venezuela, Honduras, República Dominicana, Cuba, Bolivia y Ecuador.

En el siguiente y último artículo explicaremos la composición del Cónclave según el lugar donde los cardenales desarrollan su ministerio pastoral. También será un rápido análisis sobre los grupos de edad, que permita comparar las posibilidades que tienen algunos de gobernar por un largo periodo –o no--, la barca de Pedro .

Al respecto nos quedamos con lo dicho ayer al diario italiano Avvenire, por el prefecto emérito de la Sagrada Congregación para las Cauas de los Santos, el cardenal portugués José Saraiva Martins: “La Iglesia no tiene colores, no es blanca, ni negra ni amarilla. Ni africana, ni europea ni asiática. El papa puede ser de cualquier color”.

La primera parte del artículo puede leerse en: www.zenit.org/es/articles/los-que-son-y-los-que-estaran-i

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Inútiles quinielas
Sobre el nuevo papa sólo el Espíritu Santo tiene la palabra

Por Isabel Orellana Vilches

MáLAGA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Después de haber dedicado, con tanta intensidad como pasión, multitud de cabeceras y discusiones respecto a la sorprendente e inesperada decisión tomada por Benedicto XVI con su dimisión, ahora hemos entrado casi sin darnos respiro en el tiempo de las quinielas. Y nuevamente la agitación que parece formar parte de esta sociedad mundialmente abocada a reemplazar unas noticias por otras de manera compulsiva, hace que se viertan incontables suposiciones que se abren paso con el vértigo del rayo. El ser humano parece que no puede evitar el afán de controlar el destino, suyo o ajeno. Y como es tan potente la tentación de aventurar ciertos hechos, se deja llevar por ella. En el caso concreto que nos ocupa, con la elección del nuevo sucesor de Pedro, si alguien logra acertar en sus vaticinios y puede corroborar el acierto en el nombre presupuesto, se llevaría la tarta del pastel de un codiciado éxito que, de todos modos, va a pasar teñido con la rúbrica de lo efímero aunque solo fuera por la precipitación de los acontecimientos que se suceden de forma imparable y envejecen irremisiblemente casi al instante.

Por otro lado, la tendencia a analizar las circunstancias desde categorías subjetivas, tan frecuente en la vida ordinaria y que tantos quebraderos de cabeza reporta, cuando se trata de las cosas de Dios es particularmente equívoca. Para juzgar los hechos hay que situarse en el mismo nivel semántico entendiendo lo que quiere decir el Evangelio cuando advierte que el lenguaje del Espíritu no tiene nada que ver con el del mundo. Es el Espíritu el que «expresa las cosas espirituales en términos espirituales», algo que únicamente comprenden quienes examinan el acontecer bajo este prisma. «El que posee el Espíritu … lo discierne todo, y no depende del juicio de nadie» (1 Cor 2, 13-15). En consecuencia, cualquier valoración que se ofrezca al margen de este parámetro esencial está desprovista de toda credibilidad y rigor. Ya sabemos que tendemos a proyectar en otros lo que somos. Por fortuna, los tiempos, los juicios y los ritmos de Dios no son los nuestros, como tampoco lo es su voluntad. De modo que los criterios que se barajan acerca de cómo debería ser el elegido, incluyendo los nombres de los preferidos que encarnan esos ideales, a mi modesto entender, no son más que elucubraciones para pasar el tiempo. Si el nuevo papa ha de ser joven, con espíritu misionero, capacitado para hacer frente a las peculiaridades de una Iglesia marcada por hechos dolorosos, que no conviene un pontífice de transición, que habría de ser un hombre moderno, habituado al uso de las nuevas tecnologías, alguien con mano dura para entrar en vereda a quien convenga, buen comunicador, con una trayectoria que debe estar marcada por una sólida experiencia eclesial, o avalada por un brillante currículum, etc., son cábalas dibujadas en el aire. Inútiles quinielas que discurren al margen del juicio divino. No tenemos que preocuparnos. El Espíritu Santo, que a nadie le quepa duda, pondrá en la Iglesia el papa que corresponda.

Frente a tantas suposiciones, el silencio, la oración y las lágrimas, a mi modo de ver, es la única tríada que cabe considerar en este momento histórico que atraviesa la Iglesia. Silencio para escuchar la voz de Dios que se abre paso en la intrincada maraña de pensamientos e inquietudes que a buen seguro también puebla la mente de los cardenales a quienes compete la altísima y delicada misión de elegir al sucesor de Pedro. La oración es la única vía para dilucidar lo que cada uno haya de hacer, y en ese estado tenemos la responsabilidad de vivir todos. Pero ellos realmente son dignos de inmenso respeto y piedad. Cualquiera de los congregados puede salir elegido pontífice, como Benedicto XVI hizo notar en su despedida hace unos días. No hace falta recurrir a la imaginación para comprender la lógica inquietud, que no tiene que ver con la fe y confianza en la providencia, ante un momento que va a cambiar no solo el curso de sus vidas, sino la de millones de católicos extendidos por el mundo. Quiéranlo o no reconocer así, en particular los más reticentes, indudablemente el papa no es un personaje público cualquiera. El impacto de sus palabras, gestos y determinaciones repercuten ampliamente en el ámbito político, social y cultural y no solo en el de la época en la que les toca vivir, sino que, conforme haya sido su pontificado, pueden marcar un antes y un después en la historia. Las lágrimas, tercer elemento de esta tríada, aunque no sean tangibles constituyen mucho más que una metáfora de la profunda aflicción que acompaña al seguidor de Cristo y, sobre todo, cuando debe asumir sobre sus hombros la cátedra de Pedro. El cardenal Montini la tarde del 21 de junio de 1963 no pudo evitar el llanto que anegó sus ojos en la soledad de la capilla pontificia poco después de haber sido elegido pontífice Pablo VI. Eran un anticipo de las muchas que vertió a lo largo de su ministerio en un periodo especialmente complejo en la Iglesia, como él mismo reconoció. Son pensamientos y emociones que por fuerza pesarán en estos instantes en el ánimo de los congregados.

No podemos olvidar tampoco que son días marcados por un espíritu penitencial en el que virtudes como el sigilo forman parte del quehacer de los electores. Ciertos comunicadores califican como «tediosos» los preámbulos que tuvieron lugar este pasado lunes, 4 de marzo con los que se daba inicio al proceso, y desearían que alguno de los cardenales pudiera violar las normas para filtrar lo que acontece en ese sagrado recinto. La curiosidad y la imprudencia, junto a la falta de discreción, son aliadas de un mundo acostumbrado a ver a tantas personas que ponen al descubierto sus debilidades y flaquezas de forma impudorosa, sin otro ánimo que la ostentación y búsqueda de una notoriedad lamentablemente obtenida con un exhibicionismo gratuito. La indiferencia con la que todo esto se acoge pone de relieve también la carencia de valores que, por desgracia, muchos vierten en su quehacer profesional. Lo que hacemos suele ser un apéndice de lo que pensamos. Y ese mundano sentir es el que se presupone deberían tener los cardenales, lo cual sería, como poco tan preocupante como escandaloso. Por fortuna, a ellos les guía la obediencia y la fidelidad. Y desde luego, no les falta paciencia.

En estos momentos previos a la elección de un nuevo pontífice, no viene mal recordar el espíritu con el que los vivió el cardenal Roncalli. En una carta dirigida al obispo de Bérgamo el 23 de octubre de 1958, en vísperas de ingresar en el cónclave del que salió como Juan XXIII, le decía: «Apenas tiene importancia que el nuevo papa haya de ser bergamasco o no. Las oraciones comunes deben obtener que sea un hombre de gobierno sagaz y pacífico, que sea santo y santificador…». Esta es la verdadera clave: la santidad. Lo resume todo de forma admirable. Y con este único anhelo oramos insistentemente unidos al papa emérito Benedicto XVI, sabedores de que Cristo jamás abandona a su Iglesia.

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Cardenal José Francisco Robles Ortega
Nacido el 2 de marzo de 1949

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Es el actual arzobispo metropolitano de Guadalajara, México, tarea que asumió en el mes de diciembre de 2011. Ejerce la presidencia del episcopado mexicano desde noviembre de 2012, para el periodo 2012-2015.Siendo aún arzobispo de Monterrey, recibió la dignidad cardenalicia del papa emérito Benedicto XVI en 2011, con el título presbiteral de Santa María de la Presentación.

Participó en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe de 2007 en Aparecida y fue uno de los tres presidentes delegados de la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, celebrada en Roma en octubre de 2012.

En una reciente homilía en la Catedral Metropolitana de Guadalajara, el cardenal mexicano pidió perdónpor los escándalos de quienes conducen la Iglesia. Fue también propicia la Cuaresma, para elevar un pedido a que se trabaje en la oración, en actos de caridad y en el ayuno: “La Cuaresma es un tiempo suficientemente largo para que nos revisemos en nuestra vida, es un tiempo suficientemente amplio para que rectifiquemos en nuestra vida de lo que no va bien. La Cuaresma es un tiempo suficiente para que fortalezcamos nuestra voluntad, reafiancemos las virtudes en nosotros y podamos llegar a las fiestas de la Pascua verdaderamente muertos al pecado y verdaderamente resucitados con Cristo a una vida nueva…”.

El cardenal José Francisco Robles Ortega nació en Mascota, Jalisco (Diócesis de Tepic), el 2 de marzo de 1949, fue el tercero de los dieciséis hijos nacidos en el hogar cristiano, formado por los señores Francisco Robles Arreola y Teresa Ortega de Robles.

Realizó sus estudios de Humanidades en el Seminario Menor de Autlán; los de Filosofía en el Seminario de Guadalajara y de Teología en el Seminario de Zamora. Fue ordenado presbítero el 20 de julio de 1976 para la Diócesis de Autlán. Después de su ordenación sacerdotal completó sus estudios en Roma donde obtuvo la Licenciatura en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana (1976-1979).

De vuelta a su diócesis, desempeñó diversos cargos entre ellos vicario parroquial, rector del Seminario Menor de Autlán y presidente del Consejo Presbiteral. Como Vicario General de la Diócesis de Autlán fue asistente de la Comisión Diocesana para los Asuntos Económicos y profesor de Filosofía y Teología en el Seminario de Autlán. A la muerte del obispo, en julio de 1990, asumió las funciones de Administrador Diocesano.

Fue consagrado obispo auxiliar de Toluca en junio de 1991, asumiendo la representación del obispo titular en la Visita Ad Limina Apostolorum del año 1994. Posteriormente, el beato Juan Pablo II lo designó obispo de Toluca y tomó posesión de su cargo el 15 de julio de 1996. Eligió para su escudo episcopal el lema: "En la sencillez de la Fe", tomado del Tratado de san Ambrosio sobre "La Fe a Graciliano".

Fue elegido para participar como uno de los delegados del episcopado mexicano en la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano entre noviembre y diciembre de 1997.

El 25 de enero de 2003, su santidad Juan Pablo II, lo nombra como XI arzobispo de Monterrey, al aceptar la renuncia del cardenal Adolfo Suárez Rivera.

Entre los servicios que ha prestado en la Conferencia del Episcopado Mexicano está el haber presidido el Departamento de Pastoral de Santuarios, por dos trienios. También fue presidente de la Comisión de Educación y Cultura por un trienio y presidente de la Comisión Episcopal para Vocaciones y Ministerios Pro Colegio Mexicano por dos Trienios (2004-2009).

Actualmente es el presidente de la Comisión Episcopal para el Diálogo Interreligioso y Comunión de México, y moderador del Consejo Latinoamericano y Caribeño de Líderes Religiosos-Religiones por la Paz.

Fue representante del santo padre Benedicto XVI en la solemne inauguración del Año Jubilar por el 40 aniversario de la Proclamación de Nuestra Señora de la Divina Providencia, patrona nacional de Puerto Rico en noviembre de 2009, así como en el 375 aniversario del hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de Costa Rica, en agosto de 2011.

Es miembro de la Comisión Pontificia para América Latina y del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

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Nuevas urnas para las votaciones
Creadas por el autor de las puertas de los Museos Vaticanos, su iconografía simboliza el servicio del papa

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Con la promulgación de la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, sobre la vacante de la sede apostólica y la elección del romano pontífice, nació la necesidad de adecuar las urnas existentes, que se utilizan para la elección pontificia, a las nuevas reglas. Al cáliz y al copón, previstos en las normas anteriores, era necesario añadir una nueva urna. Así, en lugar de fabricar la urna que faltaba, se pensó en hacer tres nuevas, en primer lugar para que fueran más funcionales, pero también para darles un mismo estilo, digno y artísticamente válido para el servicio para el que se destinaban.

En una nota difundida por el Vatican Information Service (VIS) se hace referencia a que en un tapiz expuesto en la galería del mismo nombre de los Museos Vaticanos, se encuentra uno de los ejemplos más antiguos de los cálices-urnas que se utilizaban para recoger las papeletas con que votaban los cardenales durante la elección de un nuevo papa.

El tapiz se refiere a un episodio narrado en las crónicas de la elección del papa Urbano VIII (1623-1644). En la votación final durante el recuento de votos, se notó la falta de una papeleta. A la derecha de quien mira el tapiz se puede ver un escrutador que mira, con atención e interés, dentro de un gran cáliz como para comprobar si estaba allí el papel perdido.

Un cáliz muy similar al de la tapicería y un copón se conservan en la sacristía pontificia de la Capilla Sixtina. Ambos se utilizaron para recoger las papeletas en los cónclaves del siglo pasado, hasta Juan Pablo II.

La finalidad de las urnas se describe en el capítulo V de la constitución Universi Dominici Gregis, donde también se habla de un plato que se coloca al lado de la primera. Cada cardenal, de hecho, tendrá que "poner su papeleta en el plato y con él introducirla en el recipiente", colocado debajo. La segunda urna, como ya se ha dicho, se utilizaría sólo en el caso de la presencia en el cónclave de los eventuales cardenales a los que una enfermedad impidiera dejar su habitación; y la tercera para recoger las papeletas después de los escrutinios antes de que se quemen en la tradicional fumata, para anunciar a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro que no hubo elección (humo negro) o la elección del nuevo papa (humo blanco).

Las urnas son obra del escultor Cecco Bonanotte, autor de las nuevas puertas de entrada de los Museos Vaticanos, inauguradas con motivo del Jubileo del año 2000.

Las tres urnas son de plata y bronce dorado y su iconografía está vinculada a dos símbolos: el primero, es el del pastor y las ovejas; los otros son los pájaros, las uvas y el trigo. Los símbolos escogidos por el artista en las tres urnas se asocian de una forma sencilla y directa con el significado que asume la persona del papa en la Iglesia: Es el pastor, el buen pastor que en nombre de Cristo tiene el deber de "fortalecer a los hermanos" en la fe.

La relación de amor entre Jesús y Pedro, y por lo tanto entre el papa y la Iglesia, está subrayada y confirmada por el artista en otros símbolos como las uvas y el trigo. El pan y el vino eucarísticos, que simbolizan a Cristo acentúan la idea de caridad que viene de compartir el mismo pan y el mismo cáliz.

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Cardenal Angelo Scola
Nacido el 7 de noviembre de 1941

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Une buena capacidad pastoral y dotes intelectuales. Su historia de sacerdote, obispo y después cardenal se caracteriza por una vocación relativamente tardía, madurada en una época de una gran fermento para la Iglesia --el inmediato postconcilio- en una de las diócesis más ricas y dinámicas de Europa: Milán.

Nacido en Malgrate, en la provincia de Lecco, el 7 de noviembre de 1941, Angelo Scola crece en una familia humilde y hasta su adolescencia se formó en Acción Católica.

A inicios de los años 60 y después de haber realizado los estudios de ingeniería en el Politécnico y los de filosofía en la Universidad Católica, el joven Scola se convirtió en discípulo y amigo de don Luigi Giussani. En 1965 el cardenal arzobispo de Milán, Giovanni Colombo, lo nombra presidente de la Federación de Universitarios Católicos Italianos (FUCI) de la diócesis ambrosiana, encargo que Scola mantuvo hasta 1967, año de su ingreso en el seminario de la diócesis de Milán.

La experiencia de seminarista fue complicada: Scola paga su cercanía a don Giussani y a Comunión y Liberación, movimiento todavía naciente y no plenamente comprendido por el mundo católico en aquellos años. Por sugerencia de don Giussani, Scola termina sus estudios como seminarista en Téramo, donde será ordenado sacerdote en 1970.

Ya antes de ser sacerdote, Scola entra en contacto con eminentes teólogos de la época, de Henri de Lubac a Hans Urs von Balthasar. Al mismo tiempo empieza a profundizar los estudios y el conocimiento de las Iglesias ortodoxas y del cristianismo en la época de la Europa comunista. Colabora también con la revista Communio.

La carrera académica de Angelo Scola inicia en los años 70 en la Universidad de Friburgo, donde enseñó teología. En 1982 se convierte en profesor de la Universidad Pontificia Lateranense, en la que asume el rectorado en 1995. En ese mismo año fue nombrado presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre matrimonio y familia. Entre 1986 y 1991 fue consultor de la Congregación de la Doctrina de la Fe, por entonces guiada por el cardenal Joseph Ratzinger.

En 1991 Angelo Scola recibe la ordenación episcopal. De 1991 a 1995 es obispo de Grosseto. En 2002 Scola es nombrado patriarca de Venecia: siendo la diócesis una sede cardenalicia, recibirá el birrete rojo de manos del beato Juan Pablo II, durante su último consistorio, en 2003. En 2011 fue nombrado arzobispo de Milán por Benedicto XVI.

En los dos primeros años a la guía de la diócesis ambrosiana, el cardenal fue protagonista y testigo de dos eventos históricos: el Encuentro Mundial de las Familias en Milán (30 de mayo-3 de junio de 2012) y la apertura del Año Constantiniano (6 diciembre 2012), en ocasión de los 1.700 años de la proclamación del Edicto de Milán por parte del emperador Constantino.

En particular, el Encuentro Mundial de las Familias representó para el cardenal Scola, la ocasión para despertar la vocación cosmopolita e inclusiva de la ciudad de Milán, precisamente a partir del valor fundamental de la familia.

El 7 de diciembre de 2011, fiesta patronal de san Ambrosio, con ocasión del tradicional "Discurso a la Ciudad", el arzobispo exhortó a los milaneses a un "radical cambio del estilo de vida", en una diócesis de gloriosas tradiciones cristianas, que por desgracia, en las últimas décadas, no ha sido inmune a la onda de secularización que ha tenido como consecuencia el individualismo, el hedonismo y, en definitiva, el empobrecimiento de las relaciones humanas. En esa misma ocasión, el cardenal Scola subrayó las intuiciones "proféticas" de su predecesor san Ambrosio, en particular en la condena del aborto y en la valorización del rol de la mujer en la Iglesia. Según Scola, el trabajo de los milaneses no debe convertirse en fin en sí mismo sino que debe encuadrarse en la óptica del "don" y de la "gratuidad". El "gusto del trabajo", de hecho, debe ir "más allá de su valor de mercado" y no vivirse "de forma separada de los afectos".

El cardenal Scola habla de un cristianismo "humilde" pero "no tibio" y ha detectado en el Año Constantiniano una ocasión para reflexionar sobre la libertad religiosa en el ámbito de una sociedad multiétnica como la actual, que, en parte, refleja la realidad de la época de Constantino.

Al finalizar el Encuentro Mundial de las Familias, dirigiéndose a los periodistas que habían hablado de un posible fracaso del evento, debido a la supuesta impopularidad del pontífice, el cardenal respondió: "Tenéis que destacar un dato de hecho: el pueblo de Dios ama al papa y la opinión pública italiana no coincide con la opinión mediática italiana".

Sobre la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, Scola declaró: "el testimonio del papa nos ha demostrado qué es una vida plena, capaz de estar de frente a Jesús, destino del hombre". En esta ocasión destacó el vínculo indisoluble entre Roma y Milán en el catolicismo: "«Pedro y Ambrosio, una sola fe»: es esta la fuente de nuestra confianza".

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El nuevo papa según los lectores de ZENIT en Facebook
Joven, fuerte, sabio, santo, valiente, orante, pastor, alegre

Por Nieves San Martín

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Hemos hecho una cala en los lectores que siguen a nuestra agencia a través de Facebook, con una pregunta muy sencilla: Indica los tres rasgos que tú crees debe tener el nuevo papa. Hasta ahora, casi setenta personas han respondido, no sólo en español sino personas que hablan portugués e italiano pero les gusta seguir también a ZENIT en español.

Las características más señaladas son la humildad, inteligencia y sabiduría, fortaleza espiritual y física, coraje, juventud, modernidad, apertura, amor misericordioso, amor a Cristo e inspirado por el Espíritu Santo y que sea un papa orante y profundamente mariano.

He aquí algunas de las sugerencias de los lectores, tal como llegaron a Facebook:

"La Iglesia necesita el Papa que Dios elija, y no le faltará nada ni sobrará nada: será como Él quiera".

"La fe se le supone: modernidad, valentía, humanidad".

"Fortaleza de ánimo como San Pedro, profundidad de espíritu como San Agustín y, como San Juan Bosco, juventud de corazón...".

"Padre para corregir y madre para abrazar. Pastor para conducir y Maestro para enseñar".

"Fortaleza espiritual, experiencia pastoral, buen comunicador".

"Coraje, Valentía y Entrega".

"Humildad, Carisma y Fe".

"Ortodoxia, valentía y humildad".

"Tradición, Determinación, Rigor".

"Valiente, justo y bueno".

"Homem de fé, de determinação e de bondade".

"Evangelizazzione".

"Que conceda prioridad y primacía a la oración; que posea dotes de gobierno y que sea devotísimo de la Virgen".

"Que no anteponga nada al amor de Cristo, devoto de la Virgen y un intelectual humilde, pero valiente. Que ame, cuide y promueva la correcta forma de la liturgia".

"Fidelidad a Jesucristo y que sus obras sean tan gratificantes desde ya. Y mantener una imagen viva de Jesús Buen Pastor. Estaré rezando por eso. Bendiciones".

"Haciendo referencia a su amado Maestro Jesús, en su muy conocida I Carta del Apóstol Juan lo expone en las palabras mas precisas, completas y bellas que puedan existir: 'Quien dice que permanece en Él, debe vivir como vivió Él'. Esos son los únicos rasgos que la Iglesia espera del nuevo papa, para que a su vez también nos ayude a nosotros los mas pequeños a cumplirlos".

"Humildade.Fidelidade aos ensinamentos de Cristo. Sintonia com o Espírito Santo".

"A mi me gustaría que fuera un Papa con un corazón muy espacioso para que así su amor podría proteger sin discriminacion a todas las diferentes formas de vida. Un Papa que basara su valentía en el amor tal como Jesucristo, que fuera muy honesto y sabio".

"Las tres S: Santo, Sabio y Sano".

"¡Seguir las huellas de Cristo! ¡Ser auténtico pescador y peregrino! Creo que en ello se guardan todas los rasgos, todas las virtudes".

"Humilde, orante y sabio!

"Um Papa de extrema oração, um grande teólogo e que tenha força sob a Luz do Espírito Santo de Deus voltada para união de toda Santa e Única Igreja de Cristo!

"Bueno, primero según el corazón de Dios, luego un papa adaptado a los nuevos tiempos, no un papa de transición, sino joven, abierto al dialogo".

"Que defienda el Sacerdocio Católico, con todas sus funciones, a pesar de las acusaciones venidas de fuera, especialmente de la prensa amarillista...".

"El Sacerdote Católico es quien en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo pone en ejecución el plan reconciliador del Padre con la Humanidad en la persona de su Hijo Jesucrislto, en el Espíritu Santo...".

"No debe entregar a los Sacerdotes a los jueces impíos de países que ya no son Católicos y no van a juzgar con base en la Sagrada Escritura...".

"Debe como Juan Pablo Segundo hacer de su Pontificado una oportunidad para propagar los Sacramentos de la Confesión y de la Comunión...".

"Debe hacer sus Catequesis como en realidad son las catequesis del Evangelio... Catequesis Bautismales... debe centrarse en Cristo, como el Papa Benedictus y como siempre han estado los Papas, unidos al Divino Maestro...".

"Debe ser mucho más pascual y hablarnos más de la Pascua del Señor... de su Muerte y su Resurrección... debe ayudarnos en la Cuestión social con más fuerza en el espíritu del Papa León XIII...".

"Debe ser profundamente Mariano y ofrecerse a la Santísima Virgen María como Cristo se entregó a ella en el Misterio de la Encarnación en el espíritu de San Luis María de Montfort y del Papa Lolek...".

"Debemos los Cristianos hacernos como Cristo Servidores en el ambiente social en que fuimos colocados y ser misioneros que anuncian el Evangelio de Salvación con la Palabra y con la Vida...".

"Los Papas anteriores nos ayudan para formarnos una idea de lo que debe ser el Papa que Cristo nos regale para su Gloria, para edificación del Pueblo de Dios y bien de la humanidad entera...".

"Con los mismos sentimientos que Jesús, con celo por el Evangelio. Desapegado a los bienes de este mundo".

"Sabio, Santo, Radical".

"Más nuevo, activo y democrático. Más proximo a Jesúcristo".

"Orante ortodoxo con fortaleza fisica".

"Humildad, sabiduría divina y fortaleza".

"Fidelidad a la enseñanza de Cristo, con este atributo posee todas las cualidades que deseo".

"Sabiduría, amor, una fe inquebrantable. Amén".

"Sábio.c/ saúde, cheio do Espirito Santo".

"Mucha fe, valor y fidelidad a la vocación dada por Dios".

"Un Papa que siguiese exactamente la palabra de Jesucristo de amor y justicia, anteponiéndola a todo y no sirviese a los intereses perversos del poder mundial".

"Fe viva, que ponga esperanza, en este mundo desesperanzado y sobre todo, Amor a todos".

"Con mucha vocacion y cada vez mas entregado a Cristo y María".

"Amor a la Iglesia de Jesús, espiritualidad y mucha Fe".

"Ragos físicos y espirituales: Que sea de África, que sea compasivo y misericordioso, que no sea tan conservador, que sea Negro, que lleve el Espíritu Santo reflejado en Su Rostro, ¡que Alabe el Nombre del Señor!".

"Santidad, sabiduría, prudencia. Fidelidad a Cristo y al Evangelio.Y profundamente Mariano".

"Fervoroso devoto del Espíritu Santo, Fiel a Cristo, ultraconservador y defensor de la Iglesia Fe Católica".

"El señor dará los dones que nuestro nuevo papa necesite para estos tiempos en que la tempestad es fuerte, El es la roca firme, nosotros solo tenemos orar".

"Que sea santo, con fortaleza e inteligente".

"Que deje de llamarse santo padre o vicario de Cristo (él es tan solo un hermano obispo al servicio de la unidad humana desde la Fe Universal en Jesús, además santo padre hay uno solo El Papá nuestro y de Jesús y de todo el universo".

"(Santidad-en diálogo con Dios) Contemplativo enamorado de Jesús, experto en humanismo (Prudencia-en diálogo con el ser humano), apasionado por la Nueva Evangelización (Parresía-audacia-valentía-alegría para captar los signos de los tiempos y lanzar a los laicos a los nuevos areópagos)".

"Un cardenal de mucha 'oración', lleno de Dios, contemplativo, estará así lleno de 'amor' para ejercer sin caer en el activismo únicamente, será dócil a la acción del Espíritu Santo. Un cardenal inteligente, conciliador, respet...Ver Más

"Unción, Parresía, Juventud".

"Conciliador, humilde, que hable siempre desde la Verdad Cristo".

"De gran oración, con escucha al Padre y a los hermanos, conciliador, abierto a las necesidades de los hombres".

"¡Un hombre de oración, celo apostólico, líder espiritual! Creo que la Iglesia necesita hoy más que nunca esa capacidad de dialogar y persuadir desde la verdad, siempre unido a Dios Nuestro Señor desde la oración, eso le dará las fuerzas para llevar esta Barca de Dios, la Iglesia, si además es un poco más joven podrá realizar con la gracia de Dios ¡muchas obras! ¡Que el Espíritu Santo ilumine a todos los Cardenales ya en el Cónclave y a nosotros para aceptar con confianza, apertura y caridad a quien resulte electo!

"Santo, pastor y líder".

"El papa sencillo, sabio y santo".

"Sabio, santo y que sonría".

"Santo, alegre, docto y deportista".

"Resista a tentaçoes de toda a espécie, aberto ao casamento dos padres e limpeza de tudo o que suje o nome da Igreja".

"Que se dispa de todas as riquezas e calçe as sandálias do pescador".

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Son ya 148 los cardenales que están en Roma de los que 110 son electores
La Capilla Sixtina cerró al turismo e iniciaron los preparativos. Se votará en tres urnas. La fecha aún no la han definido.

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Hoy martes por la mañana fue la tercera congregación general, en el segundo día en que los cardenales se reúnen en la Sala del Sínodo. Lo indicaron los portavoces, el padre Federico Lombardi de la Sala de Prensa, y monseñor José María Gil Tamayo para la lengua española, quienes dieron a conocer el texto del telegrama enviado por los padres cardenales al papa emérito Benedicto XVI. En el mensaje leído por el decano del Colegio, Angelo Sodano los purpurados le expresaron “reconocimiento por su incansable labor en la Viña del Señor”.

Otra información es que “hoy por la tarde cierra la Capilla Sixtina para los turistas y se inician los preparativos para realizar el cónclave. El primer trabajo es elevar el piso, una tarima que logre un plano único hasta el primer escalón del altar. Después se ponen los muebles necesarios”, indicó.

Y precisó a ZENIT que “se instalan también dos estufas, una que sirve para quemar realmente los votos y la otra para indicar hacia el exterior con el humo que sale, según el color blanco o negro, si ha sido elegido papa o no”.

El portavoz indicó que “otros cardenales recién llegaron a Roma y también hicieron su juramento”. De los purpurados electores fueron dos: el español Antonio María Rouco Varela y el polaco Zenon Grocholewski , “con lo que en total ya están en la Ciudad Eterna 110 de los 115 votantes”. También juraron otros no electores.

Han prestado juramento siete nuevos cardenales: los electores Antonio María Rouco Varela, Zenon Grocholewski y Anthony Okogie y los no electores Michael Kitbunchu, Emmanuel Wamala, Eusebio Oscar Scheid y Christian Tumi.

En total, los cardenales presentes eran 148, de los cuales 110 electores, como dicho arriba.

Ha habido 11 intervenciones de los Padres cardenales sobre la actividad de la Santa Sede, de los diversos dicasterios y de sus relaciones con los episcopados; sobre la renovación de la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II; sobre la situación de la Iglesia y las exigencias de la nueva evangelización en el mundo y en las diferentes situaciones culturales.

En la tarde del martes, empiezan los trabajos de acondicionamiento para el Cónclave en en la Capilla Sixtina.

El portavoz precisó que en la Congregación General, con las once intervenciones de hoy, en total han sido realizadas 33, por cardenales de todos los continentes. Algunas fueron de jefes de dicasterios. Los padres cardenales intervienen siguiendo el orden de petición de palabra.

Los temas fueron diversos: las relaciones con los episcopados en el mundo, la situación de la Iglesia respecto al Concilio Vaticano II, la nueva evangelización teniendo en cuenta las diversas realidades culturales de los diversos países.

“Sobre el orden de intervención de los purpurados en la Congregación General --precisó el portavoz- pronuncian sus discursos según la lista en que se han inscrito para hablar”.

En otro de los momentos de la Congregación General se leyó el punto 37 de la constitución apostólica Universi Dominci Gregis, la cual ha sido modificada por el motu proprio último de Benedicto XVI, que indica los particulares para adelantar el inicio del cónclave.

Mañana por la tarde a las 17 horas, los cardenales presentes en Roma participarán en una tarde de oración en la basílica de San Pedro, en el altar de la cátedra, presidida por el cardenal decano. Los miembros del Colegio Cardenalicio han sido invitados a participar de acuerdo a sus posibilidades. “Doy por descontado que también podrán participar los fieles que deseen”, consideró el portavoz.

En la conferencia de prensa se pasó también un video en el que se vieron las tres urnas en las que los cardenales votarán: la primera para votar, la segunda para el recuento y la tercera para los cardenales que por enfermedad no estén en la Capilla Sixtina y se encuentren en la Residencia de Santa Marta.

Ayer el número de periodistas acreditados superó los cinco mil, de 1004 medios, provenientes de 65 naciones, y de 24 idiomas diversos. En particular 4.432 acreditaciones temporales y 600 permanentes.

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Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Nacido el 5 de septiembre de 1933

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Es el arzobispo emérito de Santiago en Chile, cargo que ejerció desde abril de 1998 a diciembre de 2010. Recibió el birrete cardenalicio del beato Juan Pablo II en el consistorio del 21 de enero de 2001, con el título de Santa María de la Paz.

Durante su mandato pastoral como arzobispo de Santiago y primado de Chile, publicó una carta pastoral en junio 2002, con el fin de manifestar su clara posición sobre la estabilidad e indisolubilidad del matrimonio. En ella se lee: “Sin lugar a dudas, la unión estable y para toda la vida del matrimonio es ese bien que hay que hacer y proseguir. Y en cuanto al mal que se debe evitar, esta carta ha expuesto numerosas razones por las cuales incontables hombres y mujeres, con la luz que aporta el Magisterio de la Iglesia y aun sin ella, están ciertos de que el divorcio es un mal, sobre todo en vista del bien común”.

Como presidente de la Conferencia Episcopal, junto a todos los obispos de Chile, organizó un Año Santo Jubilar para el 2000, centrándose en un trabajo pastoral en la base, y en los esfuerzos por aliviar la dramática situación de los sin casa. Creó también una movilización entusiasta de amplios sectores de la juventud.

Algunos actos públicos del Jubileo marcaron a toda la sociedad chilena. Entre estas convocatorias, cabe destacar una celebración que ha sido considerada como uno de los acontecimientos más trascendentales en pro de la paz y la justicia. Se trató de la ceremonia litúrgica llamada "Purificación de la Memoria". En ella, y siguiendo el ejemplo del beato Juan Pablo II, los obispos chilenos pidieron perdón por los pecados de la Iglesia católica en este país.

El cardenal Errázuriz tuvo a su cargo los preparativos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de mayo de 2007 en Aparecida, mientras ejercía el cargo de presidente de este organismo en el periodo 2003-2007. Ya de 1999 a 2003 había sido elegido como primer vicepresidente del mismo.

Durante la ceremonia de inauguración de la V Conferencia del Celam, que contó con la presencia del papa emérito Benedicto XVI, dio una pista sobre el trabajo a realizar: “La vida que buscamos para nuestros pueblos está íntimamente unida al anuncio misionero de Jesucristo, a dejarnos encontrar cada vez que venga hasta nosotros. Él, la Vida que estaba en el principio, vino a nosotros para que tuviéramos vida en abundancia”.

Monseñor Francisco Javier Errázuriz Ossa nació en Santiago de Chile el 5 de septiembre de 1933. Hijo de don Pedro Errázuriz Larraín y de la señora Marta Ossa Ruiz, es el segundo de seis hermanos. Durante su educación primaria y secundaria obtuvo premios en campeonatos nacionales por sus cualidades para el atletismo.

Iniciado su proceso hacia el presbiterado, entre 1956 y 1958 estudió filosofía en la Universidad Estatal de Friburgo en Suiza. En esa misma universidad cursa teología, y posteriormente es ordenado sacerdote en julio de 1961. Fue nombrado superior regional de Chile del instituto secular de los Padres de Schönstatt, en el periodo que va del 1965 a 1971. Siendo superior regional, es elegido vicepresidente de la Conferencia de Religiosos de Chile.

En 1971 se traslada a Alemania como miembro del Consejo General de su comunidad y en 1974 es elegido superior general de su Instituto y presidente del Consejo Internacional de la Obra de Schöenstatt, cargos que desempeñó hasta diciembre de 1990.

En diciembre de 1990 es llamado al Vaticano como secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, por lo que recibió la ordenación episcopal el 6 de enero de 1991 como arzobispo titular de Holar.

Durante el tiempo de sus labores en Roma, se desempeñó además como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y miembro de varios dicasterios pontificios, tales como el de Laicos, de Emigrantes e Itinerantes, para los Operadores Sanitarios, de la Comisión Pontificia para América Latina, así como de la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada.

El 24 de septiembre de 1996, el santo padre lo nombró obispo de la Diócesis de Valparaíso, Chile. Desde que asumió el cargo en noviembre del mismo año, lleva como lema episcopal Ut vitam habeant (Para que tengan vida, Jn. 10,10). En 1997 participó en Roma en el Sínodo de los Obispos de América.

El 20 de noviembre de 1998 fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, por un período de tres años, al término del cual fue reelecto hasta 2004.

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Cardenal Lluis Martínez i Sistach
Nacido el 29 de abril de 1937

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Nació en Barcelona el 29 de abril de 1937. Tras terminar los estudios de bachillerato entró en el Seminario Mayor diocesano de Barcelona a la vez que cursó también los estudios de magisterio. Fue ordenado sacerdote en 1961. Al año siguiente fue enviado a Roma para ampliar sus estudios de derecho canónico en la Universidad Pontificia Lateranense, donde obtuvo el grado de doctor con una tesis sobre "El derecho de asociación en la Iglesia". El 24 de noviembre de 2007 fue creado cardenal por Benedicto XVI.

Ha publicado muchos trabajos en revistas especializadas y de divulgación sobre cuestiones canónicas y pastorales, relativas especialmente al matrimonio, a la organización de la Iglesia y a las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

En la homilía de la misa de inicio de su ministerio episcopal dijo: "Soy consciente de que el encargo que el Santo Padre me ha confiado consiste en amar y servir esta Iglesia que tiene unas raíces antiquísimas y para ser siempre fiel al Señor y anunciar la buena nueva de Jesús a los hombres y mujeres de nuestra sociedad". Añadió también: "El Señor me envía a vosotros a evangelizar. Toda la Iglesia de Barcelona ha recibido del Señor el encargo de anunciar la buena nueva. Hoy es urgente y muy necesario dar a conocer a Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestra sociedad profundamente secularizada".

En su intervención en el último Sínodo de los Obispos celebrado en Roma, el cardenal reconoció: "La archidiócesis de Barcelona ha vivido unos acontecimientos altamente evangelizadores. La visita del Papa Benedicto XVI para dedicar la Basílica de la Sagrada Familia, que ha dinamizado a los diocesanos con nuevo ardor para el anuncio del Evangelio".Habló también de "la celebración, junto con otras once grandes ciudades europeas, de la Missio Metropolis, y el Atrio de los Gentiles, acontecimientos que han abierto a nuestra Iglesia diocesana a un nuevo estilo de anunciar a Jesús y su Evangelio". También destacó la importancia de "evangelizar con nuevo ardor y nuevo espíritu, con la alegría de la fe». Y de que la evangelización no brota por generación espontánea: "Hemos acentuado la importancia de la conversión personal, de la oración y de la eucaristía".

En declaraciones sobre la renuncia de Benedicto XVI consideróque "esta decisión pone de relieve la profunda espiritualidad del Santo Padre, la lucidez con que ha tomado esta determinación y su gran amor a la Iglesia a la que ha querido servir siempre con la máxima entrega en los diversos ministerios que el Señor le ha confiado"

A su vuelta a Barcelona fue miembro del equipo sacerdotal de la parroquia del Guinardó, profesor de religión en el Instituto IPSE de Barcelona, consiliario de los Equipos de Matrimonios de Nuestra Señora y consiliario diocesano de los Graduados de Acción Católica. También fue notario secretario del Tribunal Eclesiástico de Barcelona. En 1973 fue nombrado juez eclesiástico del mismo Tribunal. Al mismo tiempo fue profesor de derecho canónico en la Facultad de Teología de Barcelona, en el Instituto Teológico Martí Codolar de los Padres Salesianos y en el Instituto de Teología de Barcelona. En 1979 fue nombrado vicario general del Arzobispo de Barcelona y en 1987 fue nombrado por el papa Juan Pablo II obispo auxiliar de Barcelona

En 1983 fue elegido presidente de la Asociación Española de Canonistas y en 1986 publicó el libro Las Asociaciones de fieles, del cual se han publicado cinco ediciones en castellano y una en italiano. Desde 1990 hasta 2002 fue presidente de la Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Actualmente es miembro de dicha Junta Episcopal. En 1991 fue nombrado obispo de Tortosa.

El 20 de febrero de 1997 fue nombrado arzobispo metropolitano de Tarragona. Es presidente de la Conferencia Episcopal Tarraconense y de la Comisión Permanente de la CEE. El papa Juan Pablo II, en 1996, lo nombró consultor del Consejo Pontificio para los Laicos y en 2002 miembro del Consejo Pontificio para los textos Legislativos

En 2004 fue nombrado arzobispo metropolitano de Barcelona y gran canciller de la Facultad de Filosofía de Cataluña y de la Facultad de Teología de Cataluña. En 2005 fue elegido miembro del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española. En 2006 Benedicto XVI lo nombró miembro del tribunal supremo de la Signatura Apostólica. 

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Llegan, saludan, juran y meditan
Segunda congregación de cardenales

Por Nieves San Martín

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ayer lunes 4 de marzo por la tarde, los cardenales llegaron a la Sala Pablo VI, algunos muy distendidos, haciendo a los periodistas una señal de saludo con la mano, otros más tensos y muy concentrados, al darse la vuelta. El cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, estrechó la manos de los periodistas franceses, el cardenal canadiense Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos ha saludado lanzando un súplica: "Recen por nosotros".

Algunos respondían con un gesto de la mano a los Buona sera, Buenas tardes, Guten abend, o Bonsoir Eminence, como el cardenal suizo George-Marie Cottier exteólogo de la Casa Pontificia.

Llegaban para participar en la segunda Congregación General de cardenales.

El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ofreció a los purpurados asistentes la primera de las meditaciones previstas por la constitución apostólica que establece las normas que preceden a la celebración del Cónclave.

Cada purpurado que llega debe jurar, de acuerdo a un protocolo establecido. Ayer pronunciaron su juramento otros cuatro cardenales electores llegados a Roma: el patriarca maronita libanés Bechara Rai, los cardenales alemanes Joachim Meisner de Colonia y Rainer Maria Woelki de Berlín y el cardenal Théodore-Adrien Sarr de Dakar, Senegal.

Se decidió que, los días martes y miércoles, las congregaciones tendrán lugar sólo por la mañana.

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Cardenal Jorge Bergoglio
Nacido el 17 de diciembre de 1936

Por Redacción

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - El cardenal Jorge Bergoglio, 77 años, nació en el barrio argentino de Flores en el Gran Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Tras estudiar como técnico químico eligió el sacerdocio y entró en la Compañía de Jesús.

Estudio filosofía y teología en ambas facultades del Colegio Máximo San José. Fue maestro de novicios y profesor universitario en teología, provincial de los Jesuitas en su país y presidente de la Conferencia episcopal del 2005 al 2011. El 13 diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote. Cumplió un postgrado en la Universidad de Alcalá de Henares y en 1986 concluyó su tesis doctoral en Alemania. Juan Pablo II lo creó cardenal en el 2001.

Según indiscreciones, en el cónclave de 2005 la última votación lo vio protagonista junto a Ratzinger. Tiene una fuerte experiencia pastoral, se caracterizó por decir verdades siempre de manera clara. Su pagina en Facebook cuenta más de 37.000 'me gusta' aunque no es él quien la cuida. Viaja normalmente en subterráneo, metro o medios públicos.

No da entrevistas por lo que los periodistas toman sus declaraciones de las homilías. Se enfrentó fuertemente con las autoridades locales en temas como aborto, matrimonio homosexual y liberalización de drogas.

El cardenal primado de Argentina tomó siempre una posición cercana a las clases menos favorecidas, y de reciente criticó a los sacerdotes que no aceptan bautizar a bebés extramatrimoniales, según indicaron los medios locales.

A los religiosos le pidió "salir a dar testimonio e interesarse por el hermano" porque la cultura del encuentro "nos hace hermanos, nos hace hijos, y no socios de una ONG o prosélitos de una multinacional".

En diversas oportunidades criticó fuertemente la corrupción y la trata de personas con imágenes fuertes: "Se cuida mejor a un perro que a estos esclavos nuestros". O “la esclavitud está a la orden del día, hay chicos en situación de calle desde hace años, no sé si más o menos, pero hay muchos”. Se “sigue fracasando en librarnos de la esclavitud estructural". "En esta ciudad está prohibida la tracción a sangre” si bien “todas las noches veo carritos cargados de cartones y tirados por chicos, ¿eso no es tracción a sangre?"

Recordó que "hay chicas que dejan de jugar a las muñecas para entrar en tugurios de la prostitución, porque fueron robadas, vendidas o traicionadas". Criticó fuertemente el “limitar y eliminar el valor supremo de la vida e ignorar los derechos de los niños por nacer". Y aseveró: "el aborto nunca es una solución". Se opuso a la liberalización de drogas y exhortó a los jóvenes a no creerles a "los mercaderes de la muerte”.

Advirtió que su país “no se cimentó con delirios de grandeza desafiantes", e invitó a ir “más allá de las diferencias". Criticó la falta de "humildad" de los gobernantes y la "veleidad" como un desvalor "que carece de toda propuesta".

Sobre Aparecida indicó que “la inspiración del Espíritu es la gran luz que hubo ahí. Sombras son las mil y una cositas que trababan y tuvimos que superar”. “Todo fue un complejo de luces y sombras y que ganó la luz”.

Siempre se mostró reacio a obtener encargos de un cierto peso en la Curia Romana, si bien fue nombrado consultor de la Pontificia Comisión de América Latina; miembro de las Congregaciones para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos; del Clero; de los Institutos de Vida Consagrada, del Consejo postsinodal, y de la presidencia del Pontificio Consejo para la Familia.

La fuerza de la Iglesia -indicó el purpurado en el sínodo sobre la nueva evangelización- está en la comunión y su debilidad en la división y en la contraposición.

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Mirada al mundo


España: Presentado un documento sobre vocaciones sacerdotales para el siglo XXI
En la Conferencia Episcopal Española

Por Redacción

MADRID, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - La Conferencia Episcopal Española (CEE) presenta el Documento “Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI. Hacia una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio ministerial”. El texto fue aprobado por la XCIX Asamblea Plenaria, celebrada del 23 al 27 de abril de 2012, y se presenta ahora, en el contexto del Día del Seminario, que se celebra en las diócesis españolas en torno al 19 de marzo y que este año lleva por lema “Sé de quién me he fiado”.

El texto fue aprobado en la XCIX Asamblea Plenaria

El Documento arranca con algunos interrogantes que Benedicto XVI lanzó a los jóvenes durante la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011: “¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca?” Con este trasfondo y en continuidad con el impulso renovador que supuso el Año Sacerdotal, la misma JMJ o el Doctorado de San Juan de Ávila, los obispos españoles ofrecen este texto con la finalidad de “propiciar la oración por las vocaciones, reflexionar sobre el trabajo de promoción vocacional, compartir tanto las dificultades como las esperanzas de quienes trabajan en el ámbito de la pastoral vocacional, y, finalmente, ofrecer algunas propuestas pastorales”. Les mueve a ello la preocupación causada por “el descenso progresivo de las vocaciones sacerdotales que tiene lugar en Occidente en las últimas décadas” y ante el que es preciso abordar algunas preguntas clave que están en el ambiente, de cara a descubrir “las causas de la confusión o desorientación que pueden afectar a un joven de hoy” y al mismo tiempo plantearse cómo despertar en él “esas energías de donación que posee en sí mismo y la capacidad de seguir con totalidad y certeza a Jesús”.

El texto está dividido en tres grandes capítulos: el encuentro con Cristo, la llamada al sacerdocio y, en un solo apartado, lugares de llamada y propuestas de acción pastoral. Los obispos concluyen con una explícita llamada a la esperanza.

El encuentro con Cristo

El primer capítulo parte del reconocimiento de un contexto sociocultural muy complejo, que incluye un proceso de secularización aparentemente imparable y fuertes corrientes de pensamiento laicista que pretenden excluir a Dios de la vida de las personas y los pueblos. Vivimos inmersos en una crisis cultural que afecta particularmente a la institución familiar. La despreocupación por el bien común da paso a menudo a la realización inmediata de los deseos y en este contexto “la capacidad de corresponder a la llamada de Dios queda en cierta medida debilitada”.

Pero no todo es negativo. Los obispos destacan también numerosos aspectos positivos de la sociedad en general y del mundo juvenil en particular, como por ejemplo, el hecho de que la juventud sea la etapa de la vida en la que se devela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma; el que se dé un mayor respeto a la persona humana y a su dignidad, y en líneas generales también una mayor sensibilidad por la promoción de los derechos humanos, aunque con dolorosas excepciones en temas fundamentales que afectan a la vida y a la familia; se destaca también el deseo de libertad personal propio de la edad juvenil y el sentido innato de la verdad que los jóvenes tienen; el valor que dan al testimonio y a la coherencia de vida; y la experiencia de voluntariado, tan extendida hoy entre el mundo juvenil.

Con las sombras y las luces dibujadas, el Documento aborda a continuación el hecho de que todos estemos llamados al encuentro con Cristo. La vida cristiana comienza después de un encuentro personal con Él. Como resume Benedicto XVI en Deus caritas est “no se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Por todo ello, los obispos subrayan que se ha de propiciar ese encuentro, conociendo bien la realidad personal del joven y la situación en que se encuentra en relación a la fe y a la religión. “Actualmente nos encontramos con una gran diversidad de personas y de situaciones que exige a su vez una gran variedad de itinerarios y de pedagogía. Sólo así podremos ofrecer una propuesta personalizada y con sentido”. Y concluyen este apartado alentando la esperanza en los jóvenes, en “una época marcada entre otras cosas por una manifiesta crisis de esperanza debido a las dificultades acuciantes del momento presente”. La vida cristiana es un camino, una peregrinación y también una escuela de aprendizaje y de ejercitación de la esperanza. “Por tanto, para reavivar la esperanza de los jóvenes, es preciso que la pastoral juvenil y vocacional se dirija a todos ellos, a los más próximos y a los que están más alejados, y se oriente a devolverles el entusiasmo por encontrar el verdadero sentido de su vida”, afrontando el reto de educarles en la fe, ante la situación de emergencia educativa que estamos viviendo, “sin miedo de confrontar la fe con los avances del conocimiento humano”, al contrario, es preciso “promover una pastoral de la inteligencia, de la cultura, de la persona, que responda a todos los interrogantes”.

La llamada al sacerdocio

El segundo capítulo está dedicado a la llamada al sacerdocio. “Todo comienza con una iniciativa y una llamada de Cristo a la puerta del corazón del hombre”.

La llamada de Dios es personal, pero los obispos nos recuerdan la dimensión eclesial y comunitaria que tiene toda vocación. “Las comunidades diocesanas y parroquiales están llamadas a reforzar el compromiso a favor de las vocaciones al sacerdocio ministerial. Sólo las comunidades cristianas vivas saben acoger con prontitud las vocaciones y después acompañarlas en su desarrollo”.

Cuando en el texto se explica con detalle la vocación sacerdotal se incide en que “la llamada es doble: la comunión con Él y la participación en su misión (…) No somos repetidores de una doctrina aprendida, sino comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, de Cristo mismo. Los envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Los envía a llevar la salvación a los confines de la tierra”.

El apartado concluye exponiendo cómo “la gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se oponen”, deteniéndose en el discernimiento vocacional y en el camino de las mediaciones, con especial atención a la familia cristiana, un “primer Seminario”. A pesar de las dificultades por las que atraviesa en la actualidad la institución familiar, los obispos alientan a las familias, “la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja, en primer lugar, en la familia. Para ello es imprescindible que la familia cristiana esté abierta a la vida, cumpliendo generosamente el servicio a la vida que le corresponde y aplicándose con dedicación y esmero en la tarea de educar a los hijos en la fe”.

Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral

Por último, en el tercer capítulo, se presentan algunos lugares y ambientes propicios para la llamada, como por ejemplo, la parroquia y las comunidades cristianas, la familia, las instituciones de educación y ámbitos formativos y los eventos diocesanos, nacionales e internacionales.

Se indican también algunas propuestas pastorales centradas en la oración, como “principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia”, la Palabra de Dios, la participación activa en la vida sacramental, la catequesis, el planteamiento de la vida como vocación, el trabajo vocacional con los monaguillos y, entre otros, la importancia de los planes y de los centros de pastoral vocacional.

Se termina subrayando la fuerza y la importancia del testimonio sacerdotal: “los jóvenes necesitan un ideal de altura que comprometa toda su existencia. No hay que tener miedo a los planteamientos de exigencia en la vida espiritual, en la formación y en el compromiso”, y en esta misma línea, se apunta la “importancia de presentar el testimonio histórico de los santos como estímulo para identificarse con los valores que no coinciden con los héroes ni los triunfadores de la cultura dominante”. Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones es fundamental que “los sacerdotes vivan con radicalidad su ministerio”: sacerdotes enamorados de Jesucristo, fieles a su misión, que se entreguen en totalidad, verdaderos hombres de comunión, llenos de celo por la evangelización del mundo, que vivan como apóstoles de Cristo y servidores de los hombres, que experimenten la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal, hombres, al fin, de alegría y de esperanza.

Una llamada final a la esperanza

El Documento concluye con una llamada explícita a la esperanza. “Nos hallamos en un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Para ello es necesario mantener clara y manifiesta la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos el testimonio de que somos hombres de Dios”.

Más allá de las apariencias y de las dificultades, “tenemos una certeza clara: la iniciativa es de Dios, que continúa llamando, y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir en la respuesta”. Para ello hay que “salir al encuentro de los niños y de los jóvenes, responder a sus expectativas, a sus problemas e inseguridades, dialogar con ellos proponiéndoles un ideal de altura que comprometa toda la existencia, una elección que comprometa toda su vida. Nuestra tarea consistirá en sembrar, en anunciar el evangelio de la vocación. Una siembra oportuna y confiada (…) Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional”.

Ver el documento completo en: http://www.zenit.org/article-44724?l=spanish.

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¡Haz el viaje de tu vida! No te arrepentirás
Juventud y Familia Misionera, de 'Regnum Christi', cumple 20 años. Entrevista a Cristina Danel, directora de este apostolado

Por Alexis Iván Gatica Andrade LC

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - En 1990, el beato Juan Pablo II publicó la carta encíclica Redemptoris Missio, sobre la permanente validez del mandato misionero de Cristo. En su introducción, el Papa invita a los católicos a no conformarse con la situación actual: «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).

El Espíritu Santo ha suscitado diversas iniciativas para llevar a cabo esta obra de la Nueva Evangelización. Una de ellas es Juventud y Familia Misionera, dirigido por el Movimiento Regnum Christi que en este año cumple 20 años de vida. Con este motivo hemos querido entrevistar a Cristina Danel, consagrada del Regnum Christi y actual directora de este apostolado para que nos comparta su experiencia.

¿Cómo surge este apostolado? ¿Cuál es la aportación de Juventud y Familia Misionera a la Nueva Evangelización?

--Cristina Danel: Como bien nos ha recordado el documento de Aparecida, el cristiano es por naturaleza discípulo y misionero. A finales de los años 80 los miembros del Regnum Christi, alumnos de la red de colegios y universidades del Regnum Christi y de la Legión de Cristo en México comenzaron a participar de manera espontánea en misiones de evangelización para hacer frente el rápido avance de las sectas que en pocos años pasaron del 1% al 13% de la población. La experiencia transformante de las misiones fue entusiasmando a más grupos, que incluso vinieron del extranjero (especialmente España, Italia y Alemania) y fue motivando a una mejor organización y formación. Esto era una novedad. No era algo usual que los laicos hicieran este tipo de experiencias apostólicas.

Al inicio tuvimos que enfrentar diversos retos, como era que nadie nos conocía, que no teníamos una estructura ni recursos económicos para organizar las misiones, que nos faltaba capacitación y formación. Pero, Dios nuestro Señor, que es y ha sido el protagonista de todo, fue ayudándonos y saliendo al paso.

Desde un inicio, el mensaje y testimonio del Beato Juan Pablo II, nos animó a trabajar por la Nueva Evangelización y a salir al encuentro de nuestros hermanos para darles a conocer el amor misericordioso de Dios. Las palabras del Santo Padre, pronunciadas en la JMJ de Denver en 1993, resonaban en nuestros corazones y nos invitaban a perder el miedo y a ir por todas partes predicando el Evangelio.

En 1993 se consolida propiamente el apostolado Juventud Misionera. En la primera Megamisión participaron alrededor de 1000 personas. Ese año era providencialmente el Año de la Familia, y 20 familias se animaron a misionar. Por eso después el apostolado pasó a llamarse Juventud y Familia Misionera, suscitando cada año esa sed de transmitir a Cristo y colaborando con la Iglesia local en sus necesidades.

Actualmente, este apostolado se ha replicado en diversos países y cada año ustedes congregan miles de misioneros durante la Semana Santa. Tenemos entendido que el año pasado solamente en México 18.000 personas participaron en las misiones de evangelización ¿Nos podrías decir cuál es la razón de ese crecimiento?

--Cristina Danel: Sinceramente, no hay explicación lógica. Y lo digo abiertamente: es un milagro de Dios. No tiene explicación que en estos 20 años miles de jóvenes y familias dejen sus planes y sus vacaciones para irse de misiones a predicar la Buena Nueva, en medio de incomodidades, a pueblitos perdidos, a veces con lenguas o dialectos diversos. Lo que tenemos entre manos es un tesoro; un don de Dios para el mundo de hoy. El hombre de hoy, se dé cuenta de ello o no, tiene sed de Dios.  Y quienes han participado en las misiones han podido saciar un poco de esa sed. En las misiones uno se encuentra  con Cristo, experimenta su infinito amor, descubre su bondad y su belleza. Nuestro ritmo de vida, tan acelerado y vertiginoso, que nos centra más en el hacer y el tener, nos hace olvidar esta sed de Dios. Y las misiones nos recuerdan lo esencial: que hemos sido creados por Dios por amor y para amarle a él y a los demás.  Puedes preguntarle a quienes han participado en las misiones y verás que para muchos hay un antes y un después de las misiones. Las misiones marcan la vida. Las misiones son una experiencia que  cala hondo en el corazón y en el alma.

No es fácil invitar a alguien de misiones. Resulta difícil expresar con palabras lo que se vive en una misión. Para nosotros ha sido todo un reto encontrar una manera creativa para promover las misiones. Hace algunos años, elaboramos una campaña de promoción que se ha convertido casi en nuestro lema: “¡Haz el viaje de tu vida!”. Aquel año, repartíamos “pases de abordar” con la invitación a hacer la aventura de las misiones. Este mensaje tuvo un impacto positivo en los jóvenes. Gracias a Dios, las redes sociales han sido otro canal de promoción eficaz a través del cual hemos podido difundir las misiones e invitar de modo atractivo a los jóvenes y familias.

¿Y qué actividades están preparadas para este aniversario?

--Cristina Danel: Hemos hecho algo muy sencillo: se lanzó el App de Juventud y Familia Misionera <https://www.facebook.com/photo.php?fbid=472630026135776&set=pb.118336294898486.-2207520000.1360946382&type=3&theater> para móviles. Es gratuita y con esto se ofrece un rápido acceso a los materiales de preparación, desarrollo y seguimiento de las misiones. Está a disposición de quien lo necesite.
 
También no hemos de olvidar que nos encontramos en el Año de la Fe,y nos hemos querido sumar a la promoción de este evento. Las misiones son un medio extraordinario para buscar la conversión al Señor, tanto para los misioneros como para los misionados. Nos hemos comprometido a seguir concretamente algunos de los principios dados por el Santo Padre al inicio de este Año de la Fe: Evangelizar especialmente mediante el testimonio personal, pues el mundo necesita testigos creíbles del amor de Dios; Comprometernos sólidamente en la Nueva Evangelización; Redescubrir los contenidos de la fe en el Catecismo.  Esto nos motiva a salir a predicar con el Evangelio en la mano.

No está demás informar que siguen las inscripciones abiertas para participar en las Megamisiones de Semana Santa y diversas misiones organizadas durante el año. Todos están cordialmente invitados. Pueden encontrar las fechas e informaciones pertinentes en nuestra página web: http://www.demisiones.com/

¿Qué lecciones has aprendido en estos años de tu trabajo en Juventud Misionera?

--Cristina Danel: Tuve la gracia de participar en las misiones desde 1995, antes de consagrar mi vida a Dios. Desde entonces, no he dejado de participar en las misiones. En las misiones tuve mi propia conversión y creo que estas fueron clave en el descubrimiento de mi propia vocación. Yo no sería quien soy sin las misiones. También he podido constatar el compromiso de Dios que ha buscado sacar adelante esta iniciativa suya: este apostolado es un milagro suyo. Cada año me emociono enormemente en las misas de clausura de las misiones; es conmovedor  ver el rostro y la mirada tan llena de Dios de miles de misioneros y no puedo dejar de agradecer a Dios por este milagro. He aprendido de la fe sencilla de  las personas de los pueblos misionados. He visto milagros cuando uno se presta a Dios: vocaciones sacerdotales salvadas, personas que vivían en un sinsentido y que, misionando o recibiendo a los misioneros, se han convertido. Los misioneros no son grandes teólogos, también están en camino, y sin embargo, prestándose generosamente a Cristo, Él hace milagros en ellos y a través de ellos.

Tenemos mucho por hacer todavía. Es fuerte darte cuenta que, a pesar de todo lo que hacemos hemos llegado al 5% de las parroquias de México. Te sientes impotente al ver que hay parroquias donde hay un sacerdote para  diez mil feligreses. Faltan personas que puedan llevar el mensaje de Cristo. Basta una respuesta sencilla y generosa y de los demás Él se encarga. Todos están cordialmente invitados a hacer el viaje de su vida. No se arrepentirán.

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Catequesis para la Familia


Ayudar a madurar: escuchar y reconocer la realidad
Catequesis para toda la familia

Por Luis Javier Moxó Soto

MADRID, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ciertamente la mayor parte de los niños y adolescentes de hoy viven en una época y mentalidad en la que prima lo digital, lo funcional e inmediato. Mínimo esfuerzo con la pretensión de máximos resultados. Libertad rebelde sin coacciones ni vínculos con cero exigencias de quien manda. Hiperconectividad frente al encuentro humano. Los chicos de hoy no se educan solos aunque algunos de ellos, incluidos sus padres, así lo crean o realmente no sepan cómo.

En este marco de pobreza de autoridad y referencias, el educador (padres, profesores y catequistas) han de moverse entre la espada y la pared, entre la simpatía y el toque de atención, ayudando no sólo a crecer, sino a madurar en la conciencia de toda la realidad. Para ello pueden marcarse unos objetivos graduales: a través del respeto del turno de palabra -como norma- al principio, y más tarde pedir reconocer en sí y en otros la importancia de sus pensamientos y sentimientos, tomarse en serio como personas.

Es necesaria cierta exigencia en los más jóvenes poniéndose a sí mismo en el papel de quien antes lo fue y aprendió. Para conducir a otros es preciso mostrar el camino que uno mismo ha hecho antes. Un recorrido que requiere cierto grado de sacrificio o de renuncia personal, de no ceder frente a la tentación del cansancio antes de tiempo, un esfuerzo personal mantenido.

Es bueno que les digamos que si quieren ser escuchados y valorados primero han de procurar escuchar y valorar a los demás. Y que ello va a ayudarles también a madurar como personas, más responsables y por lo tanto que confíen más en ellos y puedan ser más útiles a la sociedad, a sus semejantes buscando su bien, amables y capaces de amar. En suma, ser más felices.

Y todo comienza, como ya he dicho, por entrenar a escuchar. Silencio para escuchar. Silencio también para escucharme a mí mismo, no sólo por parte de los demás, también para hacer silencio dentro de mí. Hasta saber escuchar nos puede preparar para el encuentro del misterio que somos con ese Tú del Señor que es el que más me ayuda a madurar, que me hace, porque de Él salí y a Él volveré.

Una vez que logramos escuchar de verdad, y que nos escuchen, podemos correr el riesgo de parecer débiles pero eso no es tan cierto. Valorando las opiniones del otro como dignas de escucha, consideración y respuesta, también estamos lanzando el mensaje a los jóvenes de hoy que merece la pena tener en cuenta al otro, que nos estamos tratando en una relación sana de mutua confianza, afecto sincero y ayuda.

Tengamos en cuenta también que a medida que ayudamos a otros a reconocer así la realidad con esperanza y digna de ser vivida intensamente, también a nosotros mismos nos ayuda. Los alumnos se hacen con los profesores y éstos maduran también profesional y humanamente con aquellos que tienen a su cargo. Los padres van creciendo como tales con sus hijos y viceversa, lo mismo que ocurre entre catequistas y catecúmenos.

Mientras que unos tienen (tenemos) el cometido de educar, de ayudar a crecer y madurar otros tienen la tarea de dejarse ayudar, colaborando en ese encuentro y no impidiendo a sí mismos, y a otros, que el ejercicio de ese trabajo se haga efectivo en las aulas, en las familias, en los grupos de catequesis… Para ello, lo digo desde mi experiencia como padre y profesor, hace falta mucha paciencia y tacto, pero sobre todo: vocación. Falta tesón por educar, de verdad, pues se gana más con miel que con hiel. El camino y la meta merecen la pena: ser persona madura.

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Comunicación


Los «trend topics» éticos, religiosos y de espiritualidad de 2012 en la red

Por Jorge Enrique Mújica

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - La aparición y masificación de las redes sociales han derivado en lo que el célebre libro The cluetrain manifesto llama conversacionalidad de la opinión pública. Esta forma de mercado de ideas tiene sus ventajas: permite que las instituciones «escuchen» antes de tomar decisiones como estrategias de marketing y contenidos a publicar. ¿Cómo? A través del Web Listening.

¿Y qué nos dice el Web Listening de los temas ético-religiosos y de espiritualidad que más destacaron en la web durante el año 2012? Esta es una de las respuestas que da un estudio realizado por Aleteia.org (cf. Rapporto "web listening e spiritualità. I trend topics etico religiosi del 2012 in rete").

La primera parte del estudio dice qué es un Web Listening: una actividad que «permite decodificar la extrema complejidad y articulación de información histórica que viaja en la red en referencia a un determinado objeto de interés» y «extraer evidencias útiles para la definición de una estrategia de presencia en internet para una empresa». O en otras palabras, un monitoreo en motores de búsqueda, social network, blogs, noticias, fórum, UGC y aplicaciones móviles para saber en dónde se habla de determinado tema, institución o persona, cuánto y cuándo y qué se dice.

El porqué del reporte Web Listening y espiritualidad ocupa la segunda parte del estudio. Las respuestas son cuatro:

1. La nueva evangelización implica escuchar las preocupaciones, sufrimientos y alegrías de las personas;

2. Decodificar una mole de contenidos vinculados a temáticas y discusiones de cariz ético-religioso es una gran oportunidad;

3. Presentar los argumentos que las personas discuten, buscan y comparten en la web;

4. Ofrecer un instrumento útil para el diálogo entre la Iglesia y el mundo de las nuevas tecnologías.

En la tercera y última parte del reporte se colocan los resultados. En un primer momento el análisis cuantitativo (dónde, cuánto y cuándo se habla de temas en óptica ético-religiosa) evidencia que el 71% de las menciones proviene de los Estados Unidos, seguido de México (14%), Francia (8%) e Italia (7%). Los canalizadores de esas menciones son las redes sociales (46%), seguidas de las noticias, blogs, foros y videos.

Considerando que el estudio se basa en la observación de noviembre de 2011 a noviembre de 2012, el análisis muestra que el volumen de postrelativos al mundo conversacional ético-religioso presenta puntos de crecimiento variado según los países. En los Estados Unidos serían los meses de febrero, mayo y octubre de 2012; en México los meses de marzo y octubre de 2012; en Francia no se distinguen momentos especiales.

En un segundo momento de la tercera parte del reporte se hace el análisis cualitativo (de qué se habla en el ámbito de menciones y discusiones ético-religiosas). En este campo, los tres macro-temas más abordados son fe, familia y bioética. Otros temas con menciones relevantes respecto a lo ético-religioso son cultura y sociedad, sexualidad, ciencia, historia, educación y viajes.

Estados Unidos, México, Francia e Italia reciben una atención especial al ser los países de donde mayoritariamente proceden las menciones. En Estados Unidos la categoría «fe» implica tratar especialmente la evangelización y el diálogo interreligioso hasta un 59%, la categoría «familia» supone abordar el matrimonio y el debate sobre las nuevas uniones en un 45% y la categoría bioética está vinculada al debate aborto y eutanasia en un 53%.

En México la categoría «familia» dice relación a matrimonio y el debate sobre las nuevas uniones en un 98%, la categoría «fe» se relaciona con evangelización y defensa de minorías en un 90% y «bioética» con tratar el debate sobre aborto y eutanasia en un 96%. En Francia la categoría «bioética» conlleva al debate entre eutanasia y procreación asistida en un 54%, «familia» implica la temática del matrimonio y nuevas uniones en un 55% y la categoría «fe» supone los temas evangelización y presencia islámica en un 61%. En Italia, por último, la categoría «fe» está relacionada con la evangelización y catequesis en un 76%, «familia» con matrimonio y uniones civiles en un 88% y «bioética» con el debate sobre el aborto y la eutanasia en un 85%. En la inmensa mayoría de los casos, el usuario afronta estos temas con una aproximación participativo-informativa.

Toda esta información supone una brújula orientativa que puede ayudar a perfilar proyectos confesionales en la web, inspirar otros o mejorar los existentes.

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Mujeres


Más de 650 millones de mujeres están condenadas al hambre y la pobreza cada año
Manos Unidas reclama en 2013 la equiparación femenina sobre todo en los países más desfavorecidos

Por Rocío Lancho García

ROMA, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo,Manos Unidas ha emitido un comunicado en el que denuncian las enormes desigualdades que sufre la mujer en todo el mundo, pero especialmente en los países más desfavorecidos,porque ella es protagonista fundamental del desarrollo de los países del Sur.

Añaden también que mientras la mujer siga siendo víctima de injusticias, violencia y desigualdades en el hogar y en el ámbito laboral, el fenómeno de la“feminización de la pobreza”seguirá siendo una realidad para millones de mujeres en todo el mundo. Ofrecen algunos datos en los que se apoyan para hacer esta denuncia, son mujeres: más de la mitad de los 1.300 millones de personas en pobreza extrema, las 2/3 partes de las personas analfabetas del mundo (666 millones), las que sufren falta de atención sanitaria, especialmente durante la gestación, las que sufren abuso sexual y comercio humano (2 millones al año), las que son obligadas a matrimonio incluso antes de la mayoría de edad, las que no tienen acceso a recursos naturales y al crédito, las discriminadas en el acceso al trabajo o en sus condiciones laborales.

Por esta razón, este año la Campaña 54 de Manos Unidas está centrada en el Tercer Objetivo del Desarrollo del Milenio y bajo el lema "No hay justicia sin igualdad", que busca promover el desarrollo de la mujer y la igualdad de derecho y oportunidades entre el hombre y la mujer.

El 8 de marzo se celebra el "Día de la Mujer Trabajadora". Frente a esta celebración, Manos Unidas quiere denunciar que el empleo querealizan las mujeres es siempre el más vulnerable, especialmente en África subsahariana,África septentrional y Asia occidental

En las áreas rurales las mujeres sufren deempleos temporales, a tiempo parcial, mal remunerados, y recibiendomenores sueldos por el mismo trabajoque los hombres.Además, la mujer ha deconciliar su trabajo en la casa con el papel de madre, educadora y productora de alimentos, por lo que sus oportunidades de trabajo remunerado son inferiores a las del varón.

Por todo ello, Manos Unidas defiende que la igualdad necesita un modelo de desarrollo integral, que afecta a todas las dimensiones de la persona y que su centro es la dignidad humana. Por eso,el reconocimiento de los derechos de la mujer y el desarrollo de sus capacidades no es sólo una prioridad, sino el eje transversal que se encuentra presente en todas nuestras iniciativasde sensibilización y en todos nuestros proyectos de desarrollo.

Finaliza en comunicado informando que desde el área de proyectos de esta ONG prestan una especial atención a la situación de tantas mujeres que padecen hambre, pobreza, analfabetismo, discriminación, etc. En el año 2012 aprobaron 83 proyectos centrados exclusivamente en la promoción y desarrollo de la mujer (40 en Asia, 26 en África y 17 en América) y destinaroncerca de 5 millones de euros.

Para saber más: www.manosunidas.org.

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


San Juan José de la Cruz
«Una vida signada por la penitencia»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Aunque desde la infancia su vida estuvo marcada por signos que revelan una precocidad y profundidad en la experiencia espiritual inusuales en esa etapa, por la época en la que nació: siglo XVII, hemos de creer que el relato de su acontecer trazado por los biógrafos tiene sólidos fundamentos, y no estamos ante una construcción idealizada, fantasiosa, y alejada de la realidad. Que hay elementos para corroborar su itinerario lo prueba el ejemplo de un familia tan religiosa como la suya, forjada con tal mimo por sus padres José Calosirto y Laura Gargiulo, que cinco de sus hermanos fueron consagrados. Y él alcanzó las altas cumbres de la santidad. Algo grande debía haber en ese hogar bendecido de ese modo por Dios.

Carlo Gaetano nació el 15 de agosto de 1654 en Ischia, isla situada a la entrada del golfo de Nápoles. Creció en el seno de esta familia noble y pudiente alimentando su inclinación al silencio y a la oración. Los juegos infantiles no le decían mucho. Prefería acudir a las iglesias a retirarse en oración. En su tierno corazón ocupaba un lugar especialísimo la Virgen María y en su honor había erigido un pequeño altar en su habitación; ante él recitaba el rosario y las letanías. Sus gestos eran los de una persona abocada de forma natural a seguir a Dios con signos preclaros de una prematura vocación expresada palpablemente a todos los niveles. Su inclinación a la penitencia, uno de los rasgos característicos que le acompañaron hasta el fin, se puso de manifiesto en esta etapa. Junto a obras de piedad como dar limosna a los pobres, incluía la mortificación y disciplinas; se flagelaba llevado por su devoción a la Pasión de Cristo. Pero como a pesar de la edad, de algún modo intuía que lo esencial es el ayuno de las pasiones, también aprovechaba situaciones que se le presentaban para crecer espiritualmente. Cuando uno de sus hermanos le abofeteó, se arrodilló ante él, le rogó su perdón y rezó un Padrenuestro. Incluso el ornato externo develaba su espíritu austero y el afán de imitar a Cristo que latía en lo más profundo de su ser. Huía de la ostentación, aunque la alta posición de su familia le habría permitido vestir elegantemente. 

Los pasos que fue dando estaban perfectamente medidos por el compás religioso. A los 17 años tuvo claro que habría de consagrarse. Y cuando se planteó dilucidar en qué orden debía ingresar dedicó una novena al Espíritu Santo. Se sentía llamado a formar parte de aquellas que tuvieran una regla rigurosa, y tomó contacto con Juan de San Bernardo, un franciscano descalzo perteneciente a los reformados que impulsó san Pedro de Alcántara. Precisamente Juan provenía de España y había recalado en Ischia con el fin de establecer allí una nueva rama de la Orden. Para Carlo el encuentro con este religioso fue completamente esclarecedor. Él, que ya estaba habituado a la vida de entrega en la que se hallaba inmerso, cuando vio las virtudes de las que estaba adornado el franciscano no tuvo duda de que quería abrazarse a ese carisma. Se dirigió a Nápoles, al convento de Santa Lucía del Monte, donde fue admitido.

Profesó en 1671 tomando el nombre de Juan José de la Cruz. En él sintetizaba su devoción a la Pasión de Cristo, a san José y su amor a san Juan Bautista. Como era previsible, dada su trayectoria, el noviciado estuvo caracterizado por grandes austeridades y mortificaciones. Tenía como excelsos modelos a san Francisco de Asís y a san Pedro de Alcántara. Extremadamente exigente consigo mismo, ayunaba y se aplicaba cilicios, realizando severas penitencias. El descanso lo tenía prácticamente postergado. Tan edificante era su vida que en 1674 los superiores lo consideraron más que apto para iniciar una nueva fundación. Y lo trasladaron a Piedimonte de Afila. La ardua labor de construcción del convento fue otra vía para disciplinarse. Acarreó tan pesadas piedras y se entregó a la labor con tal brío que su organismo se dañó seriamente. Comenzó a tener vómitos de sangre y la protección de María que vino en su auxilio le devolvió la salud. Era tan humilde que se sentía indigno de recibir el sacramento del orden, aunque lo aceptó por obediencia cuando tenía 23 años. Otro tanto le sucedió al ser designado confesor y maestro de novicios a los 27. Como le ha ocurrido a otros santos el rigor disciplinar lo reservaba para él; a los demás los trataba con delicadeza y bondad actuando incluso con cierta flexibilidad. Era guardián del convento de Piedimonte, una misión que desempeñaba admirablemente, pero de nuevo llevado de su humildad, rogó a sus superiores que le relevaran de la misión. Su petición fue escuchada. Sin embargo, en 1684 los componentes del capítulo provincial volviero a encomendarle esa responsabilidad. No fue la única. En 1690 le nombraron definidor de la Orden. Silencio y recogimiento eran las divisas de vida que difundió entre sus hermanos extremando el cumplimiento de la regla, que personalmente había acatado siempre con toda fidelidad. Quería que la casa excediese en rigor a la fundada en Extremadura, España, por san Pedro de Alcántara.

Su vida ascética estuvo marcada por grandes pruebas. Le asaltaron oscuridad y dudas que sufrió pacientemente. Dios le bendijo con numerosos favores. Su primer arrobamiento fue un éxtasis integral que le mantuvo suspendido en el aire mientras se hallaba en la capilla de Piedimonte celebrando un oficio. A este le sucedieron otros muchos. En algunos se le concedió tomar al Niño Jesús en sus brazos. De María recibió distintas locuciones en diversas apariciones suyas. Fue agraciado con los dones de bilocación, profecía y milagros. En los últimos 30 años de vida no ingirió vino, agua, ni otra bebida. Ni su avanzada edad ni su delicada salud fueron motivo para que moderase sus penitencias, como le sugirieron. Le fue dado a conocer de antemano la fecha de su muerte que se produjo el 5 de marzo de 1734. Tras el deceso, se apareció a varias personas. Fue canonizado por Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839.

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Documentación


Hacia una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio ministerial
Documento de la Conferencia Episcopal Española en vísperas del Día del Seminario

Por Redacción

MADRID, 05 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Sumario

Introducción

1. El encuentro con Cristo

2. La llamada al sacerdocio

3. Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral

Final: una llamada a la esperanza

Introducción

La Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid del 16 al 21 de agosto de 2011 fue un momento especial de gracia y amor de Dios para nuestras diócesis. El Santo Padre Benedicto XVI nos ofreció un conjunto de enseñanzas en relación a la pastoral con los jóvenes. También nos dejó orientaciones para la formación de los futuros sacerdotes, especialmente en la homilía de la santa Misa con los seminaristas celebrada en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. Asimismo, en diferentes momentos se ha referido al tema de la vocación.

El domingo 21 de agosto mantuvo un encuentro con los vo­luntarios de la JMJ en el que les planteó con toda claridad la cuestión de la vocación: «Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la gran­deza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud” (Mc 10, 45)»[1].

La noche anterior, en la vigilia de oración con los jóvenes, en el aeródromo de Cuatro Vientos, les había dicho: «En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vues­tra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga. A muchos, el Señor los llama al matrimonio (…). A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: “¡Sígueme!” (cf. Mc 2, 14)»[2].

Tenemos presente también que el día 4 de noviembre de 2011 se cumplieron los setenta años del motu proprioCum nobis, con el que el venerable papa Pío XII instituyó la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales. Con ocasión de este aniversario, tuvo lugar en Roma un Congreso internacional en el que se com­partieron las iniciativas vocacionales más significativas y se su­brayó la conveniencia de presentar con mayor claridad la figura del sacerdocio ministerial[3]. Asimismo, la Congregación para la Educación Católica ha publicado el 25 de marzo del 2012 un do­cumento titulado Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal[4].

Así pues, en continuidad con el impulso renovador que supuso el Año Sacerdotal[5] en nuestros presbiterios, teniendo en cuenta las aportaciones de los recientes documentos y congresos sobre pastoral vocacional, a partir de la dinamización que la JMJ ha pro­ducido en la pastoral juvenil de nuestras diócesis, y con ocasión del doctorado de san Juan de Ávila, los obispos de las Iglesias que peregrinan en España ofrecen al pueblo cristiano este docu­mento con la finalidad de propiciar la oración por las vocaciones, reflexionar sobre el trabajo de promoción vocacional, compartir tanto las dificultades como las esperanzas de quienes trabajan en el ámbito de la pastoral vocacional, y, finalmente, ofrecer algunas propuestas pastorales.

Nos mueve a ello la preocupación que causa tanto a los pasto­res como a las comunidades eclesiales el descenso progresivo de las vocaciones sacerdotales que tiene lugar en Occidente en las últimas décadas. Por ello, no podemos eludir algunas preguntas que están presentes en el ambiente: ¿nos hallamos en un «invier­no vocacional» del todo irrecuperable en Occidente? ¿El descen­so vocacional es un «signo de los tiempos»? ¿Falta coordinación con la pastoral familiar y la pastoral juvenil? ¿Nos falta pericia en la pastoral vocacional? ¿Nos falta oración y confianza en Dios?

A este respecto, evocando la parábola del sembrador, el papa Benedicto XVI afirmaba que la tierra donde se debe sembrar la semilla de la vocación es principalmente el corazón de todo hom­bre, pero en modo particular de los jóvenes, a los que se presta servicio de escucha y acompañamiento. El corazón de estos jóve­nes, añadía el Santo Padre, es «un corazón a menudo confuso y desorientado y, sin embargo, capaz de contener en sí mismo im­pensables energías de donación; dispuesto a abrirse en las yemas de una vida gastada por amor a Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que viene del haber encontrado el mayor tesoro de la existencia»[6].

¿Cuáles son las causas de esta confusión o desorientación que pueden afectar a un joven de hoy? Y, al mismo tiempo, ¿cómo podemos despertar en él esas energías de donación que posee en sí mismo y la capacidad de seguir con totalidad y certeza a Je­sús? Sin duda, aquí reside el núcleo de la cuestión que nos ocupa. Nuestra reflexión constará de tres partes: en primer lugar analiza­remos algunos rasgos característicos del contexto socio-cultural y también consideraremos cómo se debe preparar la tierra para que pueda dar fruto; en segundo lugar, trataremos de la llamada al sa­cerdocio; por último, reflexionaremos sobre los lugares y ámbitos de llamada y algunas propuestas de pastoral vocacional.

1. El encuentro con Cristo

En este primer capítulo analizaremos algunas características del contexto socio-cultural; después presentaremos el objetivo fundamental de la pastoral juvenil, que no es otro que propiciar el encuentro con Cristo; seguidamente, nos centraremos en los dos grandes criterios de acción propuestos especialmente por el Santo Padre Benedicto XVI para acercar a los jóvenes a Dios y para enseñarles la amistad con Jesucristo.

1.1. Contexto sociocultural actual

En líneas generales podemos afirmar que nos encontramos in­mersos en un proceso de secularización aparentemente imparable y en un contexto cultural y social condicionado por fuertes co­rrientes de pensamiento laicista que pretenden excluir a Dios de la vida de las personas y de los pueblos, e intentan que la fe y la práctica de la religión se consideren como un hecho meramente privado, sin relevancia alguna en la vida social. Por otra parte, en nuestra sociedad no pocas personas tienen una idea de Dios equivocada y confusa, y una concepción incompleta sobre el ser humano y su relación con Dios. La consecuencia es que se pue­den acabar imponiendo planteamientos desviados y falsos sobre la verdadera naturaleza de la vocación, que dificultan enorme­mente su acogida y su comprensión[7].

Dicho proceso de secularización, unido al fenómeno de la glo­balización, ha producido una serie de cambios profundos en los diversos campos de nuestra sociedad. Actualmente constatamos una crisis en la transmisión de cultura, tradiciones, valores, etc., y también en la transmisión de la fe. Esta crisis va asociada a los cambios que se han producido en la institución familiar. La apa­rición de una cultura consumista, secularizada y materialista, que erosiona los cimientos tradicionales de la familia y desprecia mu­chos de los valores que hasta ahora habían sostenido las relacio­nes entre los pueblos y las sociedades. La familia, institución que ayuda al sujeto en su correcto proceso de inserción en la sociedad, se encuentra hoy con serias dificultades para mantener vivo uno de sus roles principales: la transmisión de valores y tradiciones.

El presente cambio cultural va logrando que se desvanezca la concepción integral del ser humano, es decir, su relación con el mundo, con los demás seres humanos y con Dios. El resulta­do es «un hombre débil, sin fuerza de voluntad para comprome­terse, celoso de su independencia, pero que considera difíciles las relaciones humanas básicas como la amistad, la confianza, la fidelidad a los vínculos personales»[8]. Un hombre falto de consis­tencia, fragmentado y «líquido». En este sentido, somos testigos de la primacía de la subjetividad y del individualismo, que des­embocan frecuentemente en la despreocupación por el bien co­mún para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales[9].

En consecuencia, podemos decir que la capacidad de corres­ponder a la llamada de Dios queda en cierta medida debilitada por ciertas corrientes de la cultura actual que propugnan la libertad sin compromiso, el afecto sin amor y la autonomía sin respon­sabilidad. De esta forma, los jóvenes pueden vivir eternamente indecisos ante la disparidad de ofertas y quedar sumidos en la indiferencia ante la cantidad de informaciones que les llegan, sin una formación adecuada para que puedan ser procesadas. Son los verdaderos espejismos de nuestra sociedad que reducen la felici­dad al instinto, las virtudes a habilidades, los valores a estrategias, y que dificultan enormemente escuchar la voz de Dios.

Nuevas oportunidades

Pero no todo es negativo. También podemos reseñar aspectos po­sitivos de la sociedad en general y del mundo juvenil en particular. Por encima de todo, es preciso que sepamos descubrir los puntos de encuentro con los jóvenes actuales, detectar sus aspiraciones más profundas para poder aprovechar todas las oportunidades, todas las posibilidades de activar la generosidad de sus corazones[10]. Se pue­den enumerar algunos elementos que servirán de ayuda para revita­lizar nuestra pastoral juvenil y vocacional.

Como punto de partida, se debe tener muy presente que la ju­ventud «es la edad en la que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsque­da de metas más altas que den sentido a la misma»[11]. Es la riqueza de contener el proyecto completo de la vida futura, de descubrir, de programar, de elegir, de prever y de tomar las primeras decisiones, que tendrán importancia para el futuro tanto en lo personal como en la dimensión social. Esa riqueza inherente a la juventud no tiene por qué alejar al hombre de Cristo. Al contrario, debe conducir al joven hasta Jesús para formularle las preguntas fundamentales sobre la vida y su sentido, sobre el proyecto de vida y la vida eterna, como hace el joven rico del Evangelio (cf.Lc 18, 18-23). La juventud es una riqueza que se manifiesta en estas preguntas que se hace todo ser humano, sobre todo en su etapa de juventud[12].

En segundo lugar, podemos afirmar que en la actualidad se da un mayor respeto a la persona humana y a su dignidad, y en líneas generales tiene lugar una mayor sensibilidad por la promoción de los derechos humanos, aunque se den dolorosas excepciones en temas fundamentales que afectan a la vida y a la familia. Este hecho permite nuevas posibilidades de evangelización porque fa­cilita una propuesta antropológica, teológica y espiritual que la Iglesia está llamada a poner al servicio de nuestra sociedad y de la cultura, y, más en concreto, al servicio de nuestra pastoral con los jóvenes. La Iglesia propone unos principios que se fundamentan en el amor a Dios y el respeto absoluto a la persona y a la vida hu­mana. Este respeto incondicional a la persona se convierte en un testimonio nuevo y eficaz, que es capaz de crear una cultura de la vida. Este camino, a su vez, nos permite entrar en el diálogo sobre la cuestión de la conciencia y de la experiencia del ser humano, de su búsqueda del sentido de la vida y de su capacidad de abrirse a la trascendencia.

Otra oportunidad que podemos señalar es el deseo de libertad personal propio de la condición juvenil. Los jóvenes tienen como un sentido innato de la verdad, y la verdad debe servir para la li­bertad. A la vez, los jóvenes tienen también un espontáneo anhelo de libertad. Pero es preciso recordarles que ser verdaderamente libres es saber usar la propia libertad en la verdad. Ser verdadera­mente libres no significa hacer todo aquello que me gusta o tengo ganas de hacer, porque la libertad contiene en sí el criterio de la verdad, más aún, la disciplina de la verdad. Ser verdaderamente libres, en definitiva, significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero[13]. El mensaje del Evangelio, la Palabra de Dios, posee una fuerza infinita de liberación porque es portador de la verdad.

En cuarto lugar, reparemos en el valor que los jóvenes dan a la coherencia de vida, al testimonio, componente esencial en la auténtica vivencia de la fe. Aquí encontramos posibilidades de in­cidir en una sociedad que está saturada de mensajes, pero a la vez está ávida de testimonios creíbles. Las doctrinas se transmiten a través de mensajes que expresan verdades, pero el testimonio de vida es el mejor medio para transmitir formas de conducta, valores y actitudes. Un testimonio de vida personal y también comunitario auténticamente cristiano será el camino mejor para tender puentes con los jóvenes de hoy, que valoran especialmente la autenticidad y la sinceridad.

Por último, vale la pena tener en cuenta también la experien­cia del voluntariado, tan extendida hoy entre el mundo juvenil, que se manifiesta en múltiples campañas de ayuda al Tercer y Cuarto Mundo. También se va generalizando en los jóvenes la participación en iniciativas de defensa de la naturaleza y el medio ambiente. Crece entre ellos la conciencia de que la sostenibilidad es responsabilidad de todos y que la conservación del planeta se convierte en una cuestión cada vez más urgente. El mismo papa Benedicto XVI ha valorado de forma muy positiva el fenómeno del voluntariado como camino de un compromiso asumido según los criterios de una ética cristiana. Según él, es «una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponi­bles para dar no solo algo, sino a sí mismos. De este modo, frente a la anticultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en la droga, se contrapone el amor, que no se busca a sí mismo, sino que (…) se manifiesta como cultura de la vida»[14].

1.2. Llamados al encuentro con Cristo

Según el relato del Génesis, «al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gén 1, 1), llamando a las criaturas para que del no-ser, vinieran a la existencia. También el hombre fue creado de esta manera: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1, 26). Por tanto, podemos afirmar que la primera vocación es la llamada a la existencia, a la vida. Ahora bien, el ser humano será objeto de una vocación especial: dialogar con el Creador, colaborar con él, poner nombre a las cosas creadas, vivir en una profunda y amistosa relación con Dios. En definitiva, es llamado a vivir en comunión con Dios.

El deseo natural de Dios está inscrito en el corazón del hombre por la sencilla razón de que este ha sido creado por Dios y para Dios. Por eso, solo en Dios puede apagar su sed de trascendencia, solo en Dios puede encontrar la verdad, el bien, la felicidad y el sosiego que anhela su corazón. La constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II lo expresa bellamente: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hom­bre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo con­serva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador»[15].

Esta referencia, este deseo, se halla en lo profundo del corazón humano. Dios crea por amor y el sentido de la vida del ser huma­no consiste en ser amado por Dios y por los demás, y en corres­ponder a ese amor amando a Dios y a los demás. Esta es la gran verdad de la vida, la que llena de sentido, de felicidad y plenitud toda existencia[16]. De ahí la inquietud de buscar a Dios, el anhelo interior que conduce hasta el encuentro del Señor. De ahí que solo en el Señor se pueda hallar el descanso y la paz. San Agustín resumirá magistralmente ese camino de búsqueda y encuentro, de inquietud y de hallazgo: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti»[17].

El amor de Dios ha sido manifestado a lo largo de la Historia de la Salvación, y al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envía a su Hijo porque quiere salvar a todos los hombres y hacerlos hi­jos suyos por adopción (cf.Gál 4, 4-5). El Hijo eterno del Padre se ha encarnado, ha asumido la naturaleza humana haciéndose en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. El ser humano es elevado a la dignidad de hijo de Dios por Cristo y en Cristo. Él es el centro del cosmos y de la historia, el Redentor del hombre y del mundo, de todo el género humano y de cada persona[18]. Cada persona es objeto de la entrega y del amor de Cristo, a todos los ha reconciliado con el Padre.

El comienzo de la vida cristiana

La persona de Jesucristo es el centro de la vida y de la misión de la Iglesia, es la esencia del cristianismo. La vida cristiana co­mienza después de un encuentro personal con Él. El papa Bene­dicto XVI, en la introducción de su encíclica Dios es amor, lo resume magistralmente: «No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acon­tecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[19]. Cristo sale al encuen­tro de todo ser humano para presentarse como Camino, Verdad y Vida, para saciar su sed de felicidad, para llenar de sentido su existencia.

Los destinatarios de la pastoral juvenil son los jóvenes con­cretos en su situación concreta, y la finalidad de dicha pastoral es que lleguen a vivir la vida nueva en Cristo[20]. Por eso hemos de propiciar el encuentro con Cristo que les cambie el corazón, la experiencia profunda de fe que renueve radicalmente sus vidas y les lleve a un compromiso de totalidad. Este, en definitiva, es el plan de Dios para todos sus hijos, aunque aquí nos referimos más concretamente al ámbito de los jóvenes.

Para poder evangelizar al joven de hoy es preciso conocer su realidad personal y la situación en que se encuentra en relación a la fe y la religión. Actualmente nos encontramos con una gran diversidad de personas y de situaciones que exige a su vez una gran variedad de itinerarios y de pedagogía. Solo así podremos ofrecer una propuesta personalizada y con sentido. Entre el punto de partida y el de llegada está el acompañamiento personal para discernir en cada momento según los ritmos de maduración y los procesos concretos, conscientes de que todos son llamados a vivir la madurez de la fe y a la participación en la comunidad cristiana. También es necesario conocer la realidad de la sociedad en que vive el joven y cómo condiciona su vida. Es lo que hemos inten­tado hacer en el apartado precedente.

1.3. Alentar la esperanza en los jóvenes

La cuestión de la esperanza es un elemento antropológico fun­damental de la pastoral juvenil y vocacional porque está en el centro de la vida humana y porque en la actualidad ha adquiri­do una particular relevancia. Sin duda constituye uno de los ejes doctrinales y pastorales del pontificado de Benedicto XVI. Su segunda encíclica, Spe salvi[21], está dedicada al tema de la espe­ranza, apuntando a lo esencial del corazón humano, en una época marcada entre otras cosas por una manifiesta crisis de esperanza debido a las dificultades acuciantes del momento presente, y des­pués de constatar que no se han cumplido las expectativas forja­das a partir de los avances de la ciencia y de la técnica o de las grandes revoluciones de la historia reciente.

Estos tiempos de desesperanza afectan particularmente a la edad juvenil. Un importante número de jóvenes vive en la sospecha y desconfianza ante los que rigen la sociedad y sus instituciones y a la vez en la desesperanza respecto a los cambios que necesita la sociedad, sumergida en crisis políticas, económicas, financieras, y también de valores. En algunos casos el descontento se canaliza a través de protestas no exentas de violencia. En otros casos cabe el peligro de desembocar en una especie de letargo colectivo, de que se instalen en la evasión consumista al comprobar que las expecta­tivas de futuro se desvanecen por la imposibilidad de encontrar un empleo estable, de formar una familia, de llevar a término proyec­tos personales, etc. En ambos casos se renunciaría a la insatisfac­ción e inconformismo creativos tan propios de la condición juvenil y que mantienen la tensión de los más altos ideales.

En esta tesitura, el Mensaje que el Santo Padre ofreció a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud[22], el año 2009, recordando el encuentro de Sydney y en camino hacia el de Madrid, está centrado en el tema de la esperanza y contiene unas pistas muy iluminadoras a partir de una cita de la primera carta de san Pablo a Timoteo: «Hemos puesto la esperanza en el Dios vivo» (1 Tim 4, 10). Podemos señalar cuatro jalones de un itinerario para reavivar la esperanza en los jóvenes. Como punto de partida, la consideración de que la juventud es tiempo de esperanza; seguidamente, la búsqueda y encuentro de una gran esperanza que llene la vida: Cristo; en tercer lugar, el aprendizaje, el ejercicio y el crecimiento de la esperanza; por último, la llamada a ser testigos de esperanza en el mundo.

En primer lugar, por tanto, la cuestión de la esperanza está en el centro de la vida humana. El ser humano tiene necesidad de esperanza, pero no de cualquier esperanza pasajera, sino de una esperanza creíble y duradera, que resista el embate de las dificultades. La juventud es tiempo de esperanzas, porque mira hacia el futuro con expectativas y porque tiene toda una vida por delante. La juventud es el tiempo en que se formulan las grandes preguntas sobre el sentido de la vida; es el tiempo en el que se van fraguando y se toman las decisiones que serán determinantes para el resto de la vida. Ahora bien, ¿dónde encontrar la llama de la esperanza y cómo mantenerla viva en el corazón?[23]

El ser humano, en busca de esperanza

El ser humano busca constantemente la esperanza y se pre­gunta dónde la podrá hallar, quién se la puede ofrecer. Según el Santo Padre, la ciencia, la técnica, la política, la economía o cual­quier otro recurso material por sí solos no son capaces de ofrecer la gran esperanza a la que todo ser humano aspira. Por otra parte, la experiencia humana en general nos enseña que muchas espe­ranzas que se conciben a lo largo de la vida, cuando llega el mo­mento de verse cumplidas, no acaban de saciar la sed de sentido y de felicidad del corazón. Eso sucede porque la gran esperanza solo puede estar en Dios. La gran esperanza no es una idea, o un sentimiento o un valor, es una persona viva: Jesucristo[24].

La vida cristiana es un camino, una peregrinación y también una escuela de aprendizaje y de ejercitación de la esperanza. La oración, el encuentro con Dios, el diálogo con Él, la conciencia de que Él siempre escucha, siempre comprende, siempre ayuda, es la primera fuente de esperanza. También la esperanza se nutre de la Palabra de Dios y de la participación frecuente en los sacramen­tos. El actuar y el sufrir son asimismo lugares de aprendizaje. Por­que la esperanza cristiana es activa, transformadora del mundo, bajo la mirada amorosa de Dios. Y lo mismo el sufrir, el aceptar la realidad de la vida en lo que tiene de doloroso. La esperanza se nutre del saber sufrir y del sufrir por los demás[25].

La consecuencia lógica de la vida en Cristo que va aprendien­do, ejercitando y creciendo en la esperanza, es que el joven se convierte en un testigo de esperanza en medio del mundo. Si el Señor Jesús se ha convertido en el fundamento de su existencia, si ha colmado sus expectativas vitales, no es extraño que pro­ponga «con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida»[26], tal como el Papa señalaba a los jóvenes en la memorable vigilia de oración en el aeródromo de Cuatro Vientos.

Por tanto, para reavivar la esperanza de los jóvenes, es preciso que la pastoral juvenil y vocacional se dirija a todos ellos, a los más próximos y a los que están alejados, y se oriente a devolverles el entusiasmo por encontrar el verdadero sentido de su vida, por desarrollar todas sus potencialidades, por mirar hacia el futuro y trabajar con un proyecto de vida centrado en Cristo. De esta for­ma podrán llegar a fructificar las inmensas energías de donación que sin duda están presentes en lo profundo de sus corazones.

Reanimar la esperanza en los jóvenes significa también abrir­les a un futuro lleno de promesas y posibilidades y especialmente ayudarles a superar el miedo a las decisiones definitivas. El futuro se comienza a construir mediante las elecciones que se hacen en el presente. Es preciso que elijan aquellas promesas y opciones que abren realmente al futuro, incluso cuando estas acarrean re­nuncias. Si el camino que lleva hacia el futuro se hace sin Dios, lleva a la oscuridad, al gran vacío existencial. Por eso, la opción fundamental del joven debe construirse sobre el fundamento fir­me que es nuestro Señor Jesucristo[27].

La fuerza del Espíritu que Dios ha puesto en cada persona, en cada joven, proyecta hacia el futuro y ayuda a vencer el miedo a tomar grandes decisiones. El Dios que nos ha amado y nos sigue amando es la gran esperanza, la gran fuerza del hombre, que re­siste a pesar de todas las desilusiones[28]. Es muy importante que se sepa presentar a las nuevas generaciones la certeza de esta prome­sa como algo por lo que vale la pena gastar la propia vida. Nues­tro acompañamiento y nuestro testimonio vivo de esperanza serán los instrumentos que les ayuden a ver que la Iglesia no les deja solos ante los desafíos de la vida, ni ante sus decisiones absolutas.

1.4. Educar a los jóvenes en la fe

La segunda propuesta de acción del papa Benedicto XVI para la pastoral juvenil se relaciona con la educación en la fe. Es una cuestión que le preocupa vivamente, hasta el punto de hablar de «emergencia educativa» o de calificar dicha educación como una tarea cada vez más difícil[29]. Ahora bien, se trata de una prioridad pastoral de la Iglesia y además es un elemento imprescindible para conocer a Dios, conocerse a sí mismo, conocer el ambien­te que rodea al joven, profundizar en la fe para poder dar razón de la propia fe y de la esperanza. Esta formación ha de estar en conexión con el joven y con su compromiso apostólico y en ella han de estar presentes los elementos más genuinos de la fe y de la tradición cristiana[30].

Es una tarea particularmente difícil en la actualidad por dife­rentes razones, todas ellas consecuencia de las corrientes de pen­samiento laicista que transcurren en nuestra cultura secularizada. Desde el agnosticismo, que se propone apagar el sentido religioso inscrito en lo profundo del ser humano, hasta el relativismo, que erosiona las certezas más hondas[31]. Las dificultades son un desa­fío y un estímulo para los jóvenes, que han de aplicarse en una formación amplia y profunda que les sirva para respuesta a las interpelaciones que reciban. Por otra parte, la educación en la fe tiene una finalidad en sí misma: crecer en conocimiento y amor de Cristo. No se puede amar, no se puede entrar en amistad con alguien a quien no se conoce.

El joven está llamado a construir la propia vida sobre Cristo, como recordaba el lema de la JMJ de Madrid, a edificar la vida sobre el cimiento firme que es Cristo. Él es el Redentor de todo el género humano y de cada persona concreta de la historia. En Él y por Él Dios se ha revelado plenamente a la humanidad; por Él y en Él hemos sido elevados a la dignidad de hijos de Dios. Él ha abierto para nosotros el camino hacia Dios, para que podamos alcanzar la vida plena. Cristo es la roca firme sobre la que edificar la vida. Al edificar la vida sobre Cristo, se proyecta su luz sobre la humanidad, porque la vida se fundamenta en la verdad[32].

La cuestión de la verdad ha de ocupar un lugar central en la tarea de educación de la fe de los jóvenes. Como señalaba el beato Juan Pablo II, «la fe y la razón son como las dos alas con las cua­les el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la ver­dad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conocién­dolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo»[33]. Actualmente, no pocos jóvenes encuentran dificul­tades para discernir la verdad. Hoy día se repite con frecuencia la pregunta del escéptico Pilato: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Pues bien, en definitiva, la verdad no es un misterio inescrutable, la verdad es una persona: Jesucristo[34].

Cristo es el Señor de la creación y de la historia, todo fue crea­do por Él y para Él y todo se mantiene en Él (cf.Col 1, 16-17). Por eso, si el diálogo entre la fe y la razón se realiza con rigor y honestidad, brinda la posibilidad de percibir el carácter razonable de la fe en Dios y de descubrir que la realización de las aspiracio­nes humanas se encuentra en Cristo. En consecuencia, en la tarea de educación en la fe no se debe tener miedo de confrontar la fe con los avances del conocimiento humano, al contrario, es preci­so promover una «pastoral de la inteligencia», de la cultura, de la persona, que responda a todos los interrogantes. Los jóvenes, por su parte, han de avanzar con decisión y confianza en su camino de búsqueda de la verdad[35].

Fundamentos de la educación en la fe

La formación de los jóvenes requiere una sólida base doctrinal y espiritual para crecer auténticamente en el conocimiento de la Verdad-Cristo y en la coherencia de la fe. Se fundamenta en el contacto vivo con la Palabra de Dios y en las indicaciones de la Iglesia, que orienta en el discernimiento de la verdad de Cristo, por medio de la Tradición viva y el Magisterio[36]. La importancia de esta educación en la fe se hace cada vez más urgente en una época marcada por un horizonte relativista, caracterizado por la orfandad de referencias, en el que se hace cada vez más difícil ha­blar de convicciones y certezas. En esta situación, hay que man­tener como objetivos generales en la educación: la búsqueda de la verdad y el bien, del sentido de las cosas y de la vida, así como la aspiración a la excelencia.

La educación en la fe no consiste en un simple adoctrinamien­to intelectual. En este sentido, no puede prescindir ni de la vida espiritual, ni tampoco sería completa sin la acción apostólica. La vida espiritual busca la unión con Cristo a través de la oración, como encuentro y diálogo personal en la fe con Dios; a la luz de la meditación de la Palabra de Dios, que ilumina, interpela y transforma. La Iglesia vive y celebra el encuentro entre Cristo re­sucitado y los hombres a través de los sacramentos, que son acon­tecimientos en los que la gracia llega al corazón de la persona y a la historia por medio de palabras y gestos realizados según dis­puso el Señor. Los siete sacramentos acompañan la vida humana desde el inicio hasta el tránsito a la vida eterna. En este camino, la Eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia[37].

La educación en la fe comporta también la acción apostóli­ca, que es consecuencia del Bautismo y la Confirmación, conse­cuencia del envío misionero de Jesús. Una acción que ha de estar orientada a colaborar en la construcción del Reino de Dios y a ser fermento evangélico en los diferentes ambientes reconociendo y sirviendo al Señor en los pobres y enfermos, en toda persona ne­cesitada. Una acción que se lleva a cabo a través del testimonio de una palabra convencida y convincente y de una vida coherente que convierte al joven en un testigo fiel, en un mensajero de la Buena Nueva que manifiesta, en toda su existencia, una vivencia gozosa y esperanzada.

El Santo Padre Benedicto XVI en la carta apostólica Porta fidei invita a los creyentes de todas las edades a reflexionar sobre la fe, a redescubrir sus contenidos, a vivirla como experiencia de un amor que se recibe y se comunica, a transmitirla mediante un testimonio coherente[38]. Es un proceso de vida cristiana en el que el joven va madurando en la formación, la vivencia de la fe y el testimonio de vida. A la vez, en ese proceso de crecimiento de la vida de fe, ha de ir descubriendo y viviendo la propia vocación y misión. Uno de los objetivos de la formación de los jóvenes es ayudarles a descubrir la propia vocación desde una actitud de disponibilidad y también ayudarles a realizar la misión encomendada[39].

2. La llamada al sacerdocio

Como decíamos en el capítulo anterior, el objetivo fundamen­tal de la pastoral de juventud consiste en propiciar en el joven un encuentro con Cristo que transforme su vida, que le haga des­cubrir en Cristo la plenitud de sentido de su existencia. Por otra parte, la pastoral de juventud tiene que ayudar a cada joven a plantear la vida como vocación, a descubrir su vocación concreta y a responder a la llamada de Dios con generosidad. En este ca­pítulo trataremos de la universal y común vocación a la santidad y al apostolado que brotan del Bautismo y de la Confirmación. Después, sin olvidar que dicha vocación se especifica en diversas vocaciones laicales y de especial consagración, nos centraremos en la llamada al ministerio sacerdotal.

2.1. La llamada a la vida en Cristo

La llamada a la vida en Cristo es personal y está inscrita en un proyecto que Dios tiene para cada ser humano. Todo comienza con una iniciativa y una llamada de Cristo a la puerta del corazón del hombre: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). Es la manifestación en el tiempo de un designio eterno. Es una llamada a realizar la propia vida en comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, y, en consecuencia, la suprema realización personal y comunitaria del ser humano. La mediación ordinaria de esta llamada es el Bautismo.

La vida cristiana comienza en el sacramento del Bautismo. Por el Bautismo somos incorporados al Pueblo de Dios, somos cons­tituidos hijos del Padre, miembros del Cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo: miembros de la Iglesia «congregada en virtud de la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo»[40]. El Bau­tismo produce en nosotros una nueva vida y nos hace partícipes de la misión del Señor. La vocación que el cristiano recibe en el Bautismo consiste en vivir plenamente su condición de hijo de Dios y en ser testigo de Jesucristo. Todas las vocaciones especí­ficas a las que el Señor llama tienen su origen en esta vocación bautismal.

El concilio Vaticano II, al recordar al Pueblo de Dios la uni­versal vocación a la santidad, la fundamenta en la consagración bautismal: «Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el Bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo, realmente santos. En conse­cuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y per­feccionen en su vida la santificación que recibieron»[41].

El beato Juan Pablo II afirma en la exhortación postsinodal Christifideles laici que «la vocación a la santidad hunde sus raí­ces en el Bautismo y se pone de nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente en la Eucaristía»[42], y destaca, además, que la vocación a la santidad «constituye un componente esencial e inseparable de la nueva vida bautismal»[43].

Mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, el fiel es ungido, consagrado, constituido en templo espiritual y puede repetir de alguna manera las palabras de Jesús: «El Espíritu del Se­ñor está sobre mí; por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2)[44]. Desde el momento del Bautismo se empieza a participar de la misión del Pueblo de Dios. Esta dimensión apostólica del Bautismo se mani­fiesta de manera más plena en la Confirmación, por la cual los cris­tianos «se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras»[45].

Todos los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la santidad y al apostolado: los sacerdotes, los diáconos, los miem­bros de la vida consagrada y los fieles laicos; a su vez, todos participan en la misión de la Iglesia con carismas y ministerios diversos y complementarios. Los diferentes estados de vida es­tán relacionados entre sí y ordenados mutuamente. El sacerdocio ministerial representa la garantía de la presencia sacramental de Cristo Redentor a lo largo de la historia. El diaconado hace pre­sente a Cristo como el servidor de la comunidad de los creyentes. Los miembros de la vida consagrada testifican en el mundo la índole escatológica de la Iglesia y ponen de manifiesto la prima­cía de Dios y de los valores evangélicos. Los laicos contribuyen a la transformación del mundo desde dentro, como el fermento, mediante el ejercicio de sus propias tareas, manifestando a Cristo con su palabra y testimonio. El matrimonio es la vocación del mayor número de fieles laicos, que están llamados a ser testigos del amor de Cristo en el mundo[46].

De esta forma, el cristianismo aparece como la comunicación del amor que viene de Dios a los hombres y mujeres de este mun­do. No en vano Jesús, después del discurso de despedida a los Apóstoles, concluyó así su oración por los suyos: «Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos» (Jn 17, 26).

Dimensión eclesial y comunitaria

La llamada de Dios es personal. Dios llama a cada uno por su nombre, pero quiere salvar y santificar a todos y cada uno no de forma aislada, sino constituyendo una comunidad de llamados, un pueblo[47]. La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe y se realiza en las comunidades locales como asamblea litúrgica, sobre todo en la celebración de la Eucaristía. Su origen no está en la voluntad humana, sino en un designio nacido en el corazón del Padre.

La Iglesia es preparada en la Antigua Alianza e instituida por Cristo Jesús y manifestada por el Espíritu Santo[48]. Al Hijo es a quien corresponde realizar el plan de salvación del Padre, en la plenitud de los tiempos. Para cumplir la voluntad del Padre, Cris­to inauguró el Reino de los cielos en la tierra. El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» que Jesús convoca en torno suyo. El Señor la dotará de una estructura con la elección de los Doce y de Pedro como su Primado. Ellos y los demás dis­cípulos participan en la misión de Cristo.

La Iglesia es santa, y todos sus miembros están llamados a la santidad. En el marco de esa llamada universal, el Señor elige luego a personas que a través del ministerio sacerdotal cuiden de su pueblo y que ejerzan una función paterna, cuya raíz está en la paternidad misma de Dios[49]. Toda vocación nace, se alimenta y se desarrolla en la Iglesia y a ella está vinculada también por el destino y la misión. La pastoral juvenil tiene como finalidad úl­tima ayudar a que los jóvenes entren por el camino de la vida de oración y del diálogo personal y profundo con el Señor que les ha de ayudar a escuchar su llamada y a tomar decisiones en las que queda afectada toda la existencia. La dimensión vocacional es parte integrante de la pastoral juvenil, más aún, podemos decir que el espacio natural y vital de la pastoral vocacional es la pasto­ral juvenil, y que la pastoral juvenil solo es completa si incorpora en su proyecto la pastoral vocacional[50].

Por esta razón las comunidades diocesanas y parroquiales es­tán llamadas a reforzar el compromiso en favor de las vocaciones al sacerdocio ministerial[51]. Solo las comunidades cristianas vivas saben acoger con prontitud las vocaciones y después acompañar­las en su desarrollo. En definitiva, «la pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y, análogamente, desde esta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios»[52]. La comunidad cris­tiana será el ámbito que facilitará el encuentro del joven con Je­sús, que acompañará el proceso educativo de su respuesta, que le ayudará a corresponder a la llamada de Dios. La parroquia tradi­cionalmente es el lugar por excelencia de experiencia comunitaria y de anuncio del evangelio de la vocación. También los diferentes movimientos y nuevas realidades eclesiales constituyen un ámbi­to privilegiado para la experiencia de comunidad cristiana.

2.2. La vocación sacerdotal

La vocación al sacerdocio ministerial comienza por un en­cuentro con el Señor, que llama a dejarlo todo y a seguirle, que quiere que su llamada se prolongue en una vida de amistad con él y una participación en su misión que compromete toda la exis­tencia. La vocación es un misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejarlo todo para seguirle compartiendo vida y misión. Como expresaba el Santo Padre Benedicto XVI, «la vo­cación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino (cf. Jn 15, 9.16)»[53].

El significado de la vocación lo encontramos en la respues­ta que Jesús da a Juan y Andrés, discípulos de Juan el Bautista, cuando le preguntan dónde vivía. «Venid y veréis» (Jn 1, 39), les responde el Maestro. Dios es quien tiene la iniciativa, quien lla­ma; y toda vocación cristiana es un don suyo que tiene lugar en la Iglesia y mediante la Iglesia, que es el lugar en que las vocaciones se generan y educan. La vocación cristiana en todas sus formas es un don destinado al crecimiento del Reino de Dios en el mundo, a la edificación de la Iglesia. La vocación sacerdotal se ordena a estos fines de un modo específico, a través del sacramento del Orden, con una configuración peculiar con Jesucristo[54].

La historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálo­go en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. El don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales de la vocación. Así lo encontramos siempre en las escenas vocacionales descritas en la Sagrada Escritura. Y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia en todas las vocaciones. Las palabras de Jesús a los Após­toles, «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16), reflejan esa primacía de la gracia de la vocación, de la elección eterna en Cristo (cf. Ef 1, 4-5)[55].

Es imposible describir las fases y los episodios de cada voca­ción, porque la vocación es personal, diversa e intransferible en cada persona. Dios llama a cada uno según su voluntad de amor y con un gran respeto por la libertad que tiene el sujeto para abrir la puerta al Señor a fin de que se adentre en el interior del que es llamado. Los caminos del Señor pueden tomar la forma de des­cabalgar súbitamente a Pablo del caballo que le conducía por la vida, o tomar la forma de una suave y persistente inclinación en el ánimo que experimenta el llamado desde su infancia. En todo caso, las biografías de los sacerdotes santos pueden ilustrarnos acerca de los momentos decisivos de su vocación.

Lo que sí podemos es fijar nuestra mirada en las vocaciones de los apóstoles narradas por los evangelios. Según narra el evange­lio de san Marcos (3, 13-15), «Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios». San Lucas, por su parte, subraya la oración previa de Jesús: «En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró Apóstoles» (Lc 6, 12-13).

El papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret, subra­ya que «la elección de los discípulos es un acontecimiento de oración; ellos son, por así decirlo, engendrados en la oración, en la familiaridad con el Padre. Así, la llamada de los Doce tiene, muy por encima de cualquier otro aspecto funcional, un profundo sentido teológico: su elección nace del diálogo del Hijo con el Padre y está anclada en él. También se debe partir de ahí para entender las palabras de Jesús: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt9, 38): a quienes trabajan en la cosecha de Dios no se les puede escoger simplemente como un patrón busca a sus obreros; siempre deben ser pedidos a Dios y elegidos por Él mismo para este servicio»[56].

Jesús les llama a estar con Él, a ser sus compañeros, a formar con Él una comunidad de vida. Estar con Jesús equivale a seguirle ya que Él tiene palabras de Vida eterna; escucharle en todas y cada una de sus palabras; imitarle, con la inspiración y la interpretación que da el Espíritu al seguimiento de la Palabra que es Jesús mismo. Estar con Él para que lo puedan conocer, para que puedan penetrar el misterio de su vida, de su unión con el Padre. Por eso les procura una formación más amplia y profunda que al resto de los discípu­los, comparte con ellos la vida diaria y están siempre presentes en los momentos más trascendentales, les enseña a rezar, responde a sus interrogantes, y los va preparando para que sean partícipes de su misión.

El objetivo de la llamada es doble: la comunión con Él y la participación en su misión. Por eso los enviará a predicar con poder para arrojar los demonios «y curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1). Los envía a anunciar el Evangelio, a llevar su mensaje por todo el mundo, a ser testigos suyos ante los hom­bres. No son meros repetidores de una doctrina aprendida, sino comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, de Cris­to mismo. Los envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Los envía a llevar la salvación a los confines de la tierra.

Tal como relata san Marcos, Jesús «llamó a los que quiso». La llamada es una decisión del Señor. Se trata ante todo de un don, de una gracia de Dios. No es un derecho del hombre, ni el resultado de un proyecto personal. Por eso no cabe ningún tipo de manipulacio­nes que pudieran inclinar la balanza de la decisión en una dirección concreta. También debe quedar excluido todo planteamiento del sacerdocio como posible camino de promoción social o de modus vivendi. El sacerdocio es un don de Dios que ha de producir una respuesta de gratitud y confianza por parte de la persona llamada, y una esperanza firme en la fidelidad de Dios[57].

La gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se opo­nen ni se contradicen. No se podría considerar una respuesta posi­tiva como válida si no se da desde la libertad, que es una condición esencial para la vocación. Vemos en los relatos evangélicos que hay ocasiones en que se da una respuesta negativa a la llamada de Jesús, como en el caso significativo del joven rico, debido a las exigencias que comporta el seguimiento (cf. Mt 19, 16-26). En este caso es debido a las ataduras de la riqueza. En otros casos puede ser debido a condicionamientos sociales y culturales[58].

También puede darse el caso de personas que tienen buena vo­luntad y quieren seguir ese camino, pero no es esa la voluntad de Dios, que tiene dispuesto un camino diferente para ellas. En el Evangelio encontramos un caso típico de esta situación en el en­demoniado que es curado por Jesús en el territorio de los gerase­nos (cf. Mt5, 1-20). Pide al Maestro formar parte de aquel grupo de los que estaban más próximos a Él, pero Jesús le encomienda una misión diferente: volver a casa con los suyos y anunciarles que el Señor ha tenido misericordia de él y le ha curado.

Cuando entran en conjunción las dos voluntades se realiza el ideal. La voluntad de Dios que llama y la del hombre que respon­de positivamente desde su libertad. Este es el modelo, el ejemplo que encontramos en la llamada de los cuatro primeros discípulos (cf. Mt 4, 18-21). La respuesta de Pedro, Andrés, Santiago y Juan será inmediata: dejando redes, barcas y familia, siguen a Jesús. Esa es la respuesta que antes dieron los profetas y todos los lla­mados a alguna misión en el Antiguo Testamento, después los apóstoles y discípulos en el Nuevo Testamento y también es la respuesta que se da en el tiempo de la historia de la Iglesia hasta la consumación de los siglos.

2.3. El camino de las mediaciones

La vocación sacerdotal es una relación que se establece entre Dios y el hombre en lo interior de la conciencia, en lo profundo del corazón, a partir de una llamada que provoca una respuesta. Es un misterio inefable que se realiza en la Iglesia, que está pre­sente y operante en toda vocación. El camino habitual en toda vocación es que el Señor se sirva de la mediación de la Iglesia a través de personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayu­dan al candidato en el discernimiento[59].

El beato Juan Pablo II nos ofrece en Pastores dabo vobis un criterio orientador al poner como ejemplo a Andrés, uno de los dos primeros discípulos que siguieron a Jesús, que después de encontrarse con el Maestro explica a su hermano Simón lo que le había sucedido y más tarde lo lleva junto a Jesús. Posterior­mente el Señor llamará a Simón diciéndole: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)» (Jn 1, 42). La iniciativa de la llamada es de Jesús, que llama a Simón e incluso le da un nuevo nombre. Ahora bien, Andrés ha aportado su colaboración, ha propiciado el encuentro de su hermano con el Maestro[60].

El núcleo de la pastoral vocacional de la Iglesia, la clave, el método a seguir, encuentra su inspiración en esta acción que lleva a cabo Andrés con su hermano Pedro de «llevarlo a Jesús». Esta es la forma con la que la Iglesia cuida del nacimiento y crecimien­to de las vocaciones ejerciendo las responsabilidades propias de su ministerio. La Iglesia tiene el derecho y el deber de promo­ver el nacimiento de las vocaciones sacerdotales y de discernir la autenticidad de las mismas, y después, de acompañarlas en el proceso de maduración a través de la oración y la vida sacramen­tal; a través del anuncio de la Palabra y la educación en la fe, con la guía y el testimonio de la caridad.

En la tarea de la pastoral vocacional todos somos responsa­bles[61]. La responsabilidad recae en la comunidad eclesial, en todos los estamentos y ámbitos del Pueblo de Dios. El primer responsable es el obispo, que está llamado a promover y coordi­nar las iniciativas pertinentes. Los presbíteros han de colaborar con entrega, con un testimonio explícito de su sacerdocio y con celo evangelizador. Los miembros de la vida consagrada apor­tarán un testimonio de vida que pone de manifiesto la primacía de Dios a través de la vivencia de los consejos evangélicos. Los fieles laicos tienen una gran importancia, especialmente los ca­tequistas, los profesores, los educadores, los animadores de la pastoral juvenil. También hay que implicar a los numerosos gru­pos, movimientos y asociaciones de fieles laicos. Por último, es preciso promover grupos vocacionales cuyos miembros ofrez­can la oración y la cruz de cada día, así como el apoyo moral y los recursos materiales.

La familia cristiana tiene confiada una responsabilidad parti­cular, puesto que constituye como un «primer Seminario»[62]. Ac­tualmente la institución familiar atraviesa no pocas dificultades, pero la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las voca­ciones se forja, en primer lugar, en la familia. Para ello es una condición imprescindible que la familia cristiana esté abierta a la vida, cumpliendo generosamente el servicio a la vida que le corresponde y aplicándose con dedicación y esmero en la tarea de educar a los hijos en la fe. La presencia y cercanía del sacerdote en este proceso será de gran ayuda y a la vez será un referente en el ámbito vocacional.

El discernimiento vocacional

El discernimiento es necesario para descubrir la voluntad de Dios a través de los signos presentes en el camino de la vida. Hay que analizarlos a partir de la oración y la reflexión com­partida, en un contexto comunitario-eclesial, desde la plena li­bertad personal, y desde la recta intención por parte de todos. Para que esta mediación sea realmente eficaz se debe superar la posible tentación de presionar a la persona para que siga nuestra voluntad en lugar de ayudarle a descubrir la voluntad de Dios. A la vez, es preciso evitar el peligro del extremo opuesto, el de excluir cualquier tipo de propuesta vocacional por miedo a con­dicionar su libertad.

A lo largo del proceso de discernimiento no hay que esperar manifestaciones extraordinarias o acontecimientos espectacula­res, más bien hay que estar atentos a los signos de vocación que tienen lugar en medio de la vida cotidiana para percibir el de­signio divino. La voz del Señor se suele expresar de dos modos, uno interior y otro exterior. El modo interior es el de la gracia, el del Espíritu Santo, el del Señor que llama en la profundidad insondable del alma humana, que atrae en lo más hondo del co­razón. El modo exterior es el visible, el comunitario, el eclesial, el de las mediaciones humanas que el Señor ha querido y ha instituido en la Iglesia[63].

3. Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral

En la Vigilia de oración con los sacerdotes, durante los actos de clausura del Año Sacerdotal, el papa Benedicto XVI afirma­ba: «En el mundo de hoy casi parece excluido que madure una vocación sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, en los que se muestre la belleza de la fe, en los que se vea que este es un modelo de vida, ‘el’ modelo de vida y, por tanto, ayudarles a encontrar movimientos, o la parroquia u otros contextos, donde realmente estén rodeados de fe, de amor a Dios, y así puedan estar abiertos a fin de que la vocación de Dios llegue y les ayude»[64]. Ciertamente, la situación es muy difícil, pero el Espíritu sopla donde quiere y no se puede apagar su voz. Nuestra tarea consistirá en colaborar humildemente a través de la promo­ción y del acompañamiento de las vocaciones. En este capítu­lo presentaremos en primer lugar algunos lugares de llamada y después también concretaremos diferentes propuestas de pastoral vocacional. Finalmente, subrayaremos la fuerza y la importancia del testimonio sacerdotal.

3.1. Lugares y ambientes propicios para la llamada

En primer lugar enumeraremos algunos lugares y ambientes que tradicionalmente se han considerado fundamentales para la promoción de las vocaciones. A la vez, será preciso hacer gala de creatividad evangélica para descubrir nuevas posibilidades que nos permitan propuestas nuevas en un tema tan vital para la vida de la Iglesia.

3.1.1. Parroquia y comunidades cristianas

La celebración litúrgica y la vida de oración

La celebración litúrgica tiene una función muy importante en la pastoral vocacional. Es la fuente de donde mana toda la fuerza de la Iglesia y la cumbre a la cual tiende toda su actividad. Impul­sa a los fieles a vivir con intensidad su fe, a actuar con la caridad de Cristo y a buscar su voluntad. Por eso es una gran escuela de la respuesta a la llamada de Dios. Las celebraciones litúrgicas, especialmente las eucarísticas, sitúan al creyente en comunica­ción con el misterio de la Pascua, descubren el verdadero rostro de Dios, y también manifiestan el rostro de la Iglesia. La grandeza del misterio celebrado, su fuerza y su capacidad transformadora, son lugar de encuentro y de llamada. Por eso es tan importante celebrar con dignidad y esmero, y ayudar a los jóvenes a vivir las celebraciones con profundidad en el seno de la comunidad cristiana[65].

La oración personal, en especial la meditación de la Palabra de Dios, constituye asimismo un espacio privilegiado para que el joven pueda descubrir el sentido profundo de su vida, la verdad de su ser y la voluntad de Dios. «Por eso es necesario educar, es­pecialmente a los muchachos y a los jóvenes, para que sean fieles a la oración y meditación de la Palabra de Dios. En el silencio y en la escucha podrán percibir la llamada del Señor al sacerdocio y seguirla con prontitud y generosidad»[66]. Por otra parte, la primera y fundamental actividad de pastoral vocacional es justamente la oración por las vocaciones. De ahí que toda la Iglesia diocesana ha de rezar incesantemente por las vocaciones, particularmente las comunidades de vida contemplativa y los enfermos[67].

La predicación y la enseñanza

La Iglesia debe llevar a cabo un anuncio claro y directo sobre el misterio de la vocación en general, fomentando una cultura de la vocación, de modo que todos los jóvenes lleguen a plantearse la propia vida como una vocación. También le corresponde anun­ciar la grandeza y la belleza del sacerdocio ministerial, su necesi­dad para el Pueblo de Dios y para el mundo de hoy, así como para el futuro de la nueva evangelización. Por eso se hace necesaria en el ámbito del ejercicio de su misión profética y de educación de la fe una presentación de la importancia del ministerio sacerdotal explícita y sin ambigüedades.

Si se silencia el evangelio de la vocación, no se anuncia la Buena Nueva completa, porque la vocación forma parte del contenido de la evangelización. La invitación al seguimiento y el envío misionero son parte integrante de la Palabra de Dios que es dirigida a los hombres. Y en este sentido, además de la Palabra anunciada a todos, entra en juego la palabra dirigida a cada uno en particular. Jesús llamó a todos a la conversión y a la salvación, y también llamó a algunos a un seguimiento en radicalidad y totalidad. Es, pues, necesario el anuncio expreso, personal y comunitario, de la Palabra, de la que forma parte el evangelio de la vocación.

Si la fe nace de la escucha de la Palabra de Dios (cf. Rom 10, 17), lo mismo se puede decir de la vocación. Por eso, las personas que intervienen a lo largo del proceso educativo, especialmente los sacerdotes, han de proponer con toda normalidad la vocación al presbiterado a aquellos jóvenes en los que se aprecian los do­nes y las cualidades necesarias. Ha de ser una propuesta clara y concreta, que si se hace con la palabra adecuada y en el mo­mento oportuno, puede llegar a ser determinante, y a provocar en ellos una respuesta generosa y comprometida. También es muy importante que la propuesta vaya acompañada por un testimonio sacerdotal de gozo y entrega, capaz de generar interrogantes y de conducir a decisiones definitivas[68].

La acción caritativa y social

La Iglesia es una comunidad de amor, de caridad. La cari­dad de la Iglesia es una manifestación del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El amor hacia los necesitados y las ac­ciones consecuentes para remediar sus males constituyen una tarea esencial para la Iglesia, forman parte de su naturaleza más profunda, porque la actividad de la Iglesia en todos sus miem­bros ha de ser expresión del amor de Dios. Un amor recibido, compartido, que busca el bien propio y el de la comunidad cris­tiana y que se proyecta buscando el bien de todo ser humano necesitado. Este ámbito de la acción caritativa y social de la Iglesia es, ciertamente, un lugar propicio para el encuentro con el Señor, para escuchar su llamada y para que florezcan autén­ticas vocaciones.

En esta dimensión esencial de la pastoral de la Iglesia, encon­tramos un punto de convergencia con el mundo del voluntariado. Como ya hemos dicho previamente, al hablar de las posibilida­des que el contexto actual presenta a la pastoral vocacional, los jóvenes de hoy muestran una particular sensibilidad respecto a las personas que padecen cualquier tipo de necesidad y pobre­za en los países del Tercer Mundo, así como en las diferentes exclusiones y pobrezas que se padecen también en el Cuarto Mundo. Muchos de ellos se comprometen en tareas de servicio a través de diferentes voluntariados.

En una sociedad que se caracteriza por el materialismo y el consumismo, en la que casi todo se puede conseguir con dine­ro, el hecho de que los jóvenes entren por la vía del servicio desinteresado, que vivan la pedagogía de la gratuidad, es un motivo de esperanza y un camino adecuado para el encuentro con Cristo a través de los pobres, de los necesitados, de los que sufren. Muchos jóvenes han encontrado por este camino sentido a sus vidas, y se han encontrado consigo mismos, con los demás y con Dios. El servicio desinteresado a través del voluntariado, motivado evangélicamente y alimentado desde la oración, ofrece enormes posibilidades para que el joven des­cubra el servicio de la caridad y se abra a un compromiso de especial consagración.

Grupos, asociaciones y movimientos

Dirigiéndose a los seminaristas, el papa Benedicto XVI les decía que la vocación sacerdotal «a menudo surge en las comu­nidades, especialmente en los movimientos, que propician un en­cuentro comunitario con Cristo y con su Iglesia, una experiencia espiritual y la alegría en el servicio de la fe»[69]. El Papa no duda en afirmar, por ello, que «los movimientos son una cosa magnífica». Al mismo tiempo, siempre en relación a ellos, continúa diciendo que «se han de valorar según su apertura a la común realidad ca­tólica, a la vida de la única y común Iglesia de Cristo, que en su diversidad es, en definitiva, una sola»[70].

De las palabras del Santo Padre es fácil entender el aprecio y el interés que la pastoral vocacional ha de tener hacia las diversas asociaciones y movimientos de la Iglesia, por ser «un campo par­ticularmente fértil para el nacimiento de vocaciones consagradas y ambientes propicios de oferta y crecimiento espiritual»[71]. Ellos han ejercido una influencia decisiva en la opción vocacional de muchos jóvenes y, por tanto, «deben ser sentidos y vividos como un regalo del espíritu que anima la institución eclesial y está a su servicio»[72].

Este último punto es del todo imprescindible. Los agentes de la pastoral vocacional deben contar con todas las asociaciones y movimientos juveniles de la Iglesia, sin ningún tipo de restriccio­nes. No sería lícito cerrar las puertas de un proceso vocacional a un joven por la única razón de pertenecer a uno de estos movi­mientos o asociaciones, ni tampoco apartarlos o invitarles a cortar con «el ambiente que ha contribuido a su decisión vocacional»[73]. Aunque sí que es necesario advertir que tales asociaciones y mo­vimientos deben trabajar en común respeto y colaboración since­ra al servicio de la Iglesia universal y diocesana, y confiar en los cauces que ofrecen las diócesis para el fomento de las vocaciones y la formación de los futuros sacerdotes.

La dirección espiritual

La dirección o acompañamiento espiritual ocupa un «lugar» indispensable en la pastoral vocacional. Se trata, ante todo, de un diálogo en la fe, un diálogo espiritual, en el seno de la Igle­sia, para descubrir la voluntad de Dios y seguirla, y para crecer incesantemente en el proceso de santificación personal. También es muy importante para descubrir la vocación específica. Por eso es necesario seguir recuperando la gran tradición del acompaña­miento espiritual individual por parte de los sacerdotes, en el ám­bito de la pastoral juvenil y vocacional. Una tarea nada fácil pero que ha dado siempre frutos preciosos en la vida de la Iglesia, y que es especialmente importante en el campo vocacional[74].

En este camino de acompañamiento tiene lugar una relación interpersonal de las dos personas que intervienen en el proceso, más la relación de ambas con Dios, que ilumina y está presente a lo largo de todo el camino. Se trata de ayudar al sujeto a eliminar los obstáculos, facilitar la vivencia de su relación de fe en Dios y ayudarle a descubrir su vocación específica. Como destacaba el cardenal Montini, «es medio pedagógico muy delicado, pero de grandísimo valor; es arte pedagógico y psicológico de gra­ve responsabilidad en quien la ejerce; es ejercicio espiritual de humildad y de confianza en quien la recibe»[75].

Recientemente el Santo Padre Benedicto XVI ha vuelto a re­cordar la importancia de esta práctica para todo cristiano, y es­pecialmente para los que han recibido la llamada a una especial consagración[76]. La dirección espiritual es un ámbito propicio y una ayuda conveniente para llevar a cabo la tarea de discerni­miento que con tanta frecuencia se debe realizar a lo largo de la vida, en primer lugar, para tomar decisiones menores en la vida corriente, y especialmente para las grandes decisiones en el cami­no de la vida cristiana y de la vocación personal específica.

3.1.2. La familia

Es necesario cuidar el ámbito familiar del joven, con el fin de recuperarlo como su primer lugar de educación en la fe. El trabajo por las familias y con las familias favorece el nacimiento y la consolidación de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En este sentido, el papa Benedicto XVI explicaba cómo los padres pueden ser generadores de vocaciones: «cuando se dedican generosamente a la educación de los hijos, guiándoles y orientándoles en el descubrimiento del plan de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que florecen y maduran las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada»[77].

Actualmente nos encontramos con unas dificultades nuevas que están presentes en el interior mismo de las familias cris­tianas. No es fácil que broten vocaciones al sacerdocio en un ambiente de secularización y consumismo como el nuestro. Por eso, la primera tarea consiste en ayudar a los padres a superar los condicionamientos y presiones de la cultura dominante. En una sociedad que ha perdido en buena parte el sentido religioso, resulta un tanto extraño el hecho de la vocación sacerdotal, que implica la realidad de un Dios que llama y de una persona que responde con un compromiso definitivo. La influencia negativa de la secularización afecta a la misma concepción del matrimo­nio y de la familia. Si la vocación matrimonial se resiente, tam­bién lo hace la familia como lugar de educación vocacional.

Una característica de nuestro tiempo es el descenso alarmante de la natalidad, que amenaza el futuro mismo de nuestras socie­dades europeas y que influye lógicamente en el descenso de voca­ciones. También se ha de tener en cuenta que la valoración social del ministerio sacerdotal no es la misma que en otras épocas, y este factor no deja de influir en las mismas familias y en el apo­yo que estas han de ofrecer a los candidatos, que queda bastante debilitado. Ahora bien, estas dificultades han de ser asumidas con realismo y esperanza, de tal modo que se conviertan en oportuni­dades para el trabajo de pastoral vocacional, y, sin duda, servirán para también purificar la intención de los candidatos y asegurar una mayor autenticidad.

La familia es el ámbito primero y natural de la pastoral vo­cacional. La llamada de un hijo al sacerdocio es signo de la fe­cundidad espiritual con que Dios bendice la familia cristiana. Es preciso potenciar la cultura de la vida y la cultura de la vocación para que vayan impregnando el ámbito familiar, para que los ma­trimonios acojan generosamente el don de la vida y valoren la vocación sacerdotal de un hijo como el mayor regalo de Dios. Así sucede cuando la familia mantiene su identidad, es ella mis­ma, es auténticamente una Iglesia doméstica. Los padres están llamados a educar a sus hijos en la fe y en la disponibilidad y seguimiento de la llamada de Dios. De esta forma, la familia se convierte en el primer seminario donde pueden germinar las se­millas de vocación[78].

3.1.3. Instituciones de educación y ámbitos formativos

El seminario mayor

El seminario mayor es una comunidad educativa, un ámbito espiritual que favorece y asegura un proceso formativo, de mane­ra que los candidatos puedan llegar a ser, con el sacramento del Orden, una imagen viva de Jesucristo[79]. Su identidad profunda y su sentido es continuar en la Iglesia la experiencia de formación que el Señor realizó con los doce Apóstoles. La vida en el semi­nario es una escuela de seguimiento de Cristo, un tiempo privi­legiado para dejarse educar por Él con la finalidad de aprender a dar la vida por Dios y por los hermanos. En dicha comunidad ha de reinar la amistad, el clima de familia, la caridad que alimenta el sentido de comunión con el obispo y con la Iglesia.

El significado original y específico de la formación de los can­didatos al sacerdocio es vivir en el seguimiento de Cristo, dejarse educar por Él para el servicio del Padre y de los hombres, bajo la guía del Espíritu Santo; dejarse configurar con Cristo, Buen Pas­tor. En definitiva, formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta que compromete toda la existencia a la pregunta de Cristo: «¿Me amas?» (Jn 21, 15). Una respuesta que no es otra que la entrega total de la vida. El fundamento de la vocación sa­cerdotal es el diálogo de amor, la mirada de amor que tiene lugar entre el Señor y la persona que recibe su llamada[80].

Los seminaristas tienen un lugar muy importante en la pro­moción vocacional por la fuerza que tiene su testimonio de seguimiento de la llamada del Señor ante los otros jóvenes. El se­minario ha de convertirse en el corazón de la pastoral vocacional mediante contactos, invitaciones, cursillos, días de puertas abier­tas u otras actividades en las que puedan participar los candidatos y aquellos que manifiesten inquietud vocacional. De este modo, se convierte en un verdadero estímulo y ofrece la oportunidad de un conocimiento más cercano del mundo vocacional a la juven­tud, de manera que pueda ofrecer un testimonio significativo en el ámbito de la pastoral juvenil, y una colaboración eficaz en la pastoral vocacional[81].

El seminario menor y otras formas de acompañamiento

La primera manifestación de la vocación nace normalmente en la pre-adolescencia o en los primeros años de la juventud. A través del seminario menor, la Iglesia toma bajo su cuidado los primeros brotes de vocación sacerdotal sembrados en los cora­zones de los niños y adolescentes. Actualmente estos seminarios continúan desarrollando una preciosa labor educativa en muchas diócesis, favoreciendo su formación humana y espiritual y acom­pañando su proceso vocacional hasta el seminario mayor[82]. En este sentido, es necesario que se conceda al seminario menor la importancia que merece en la vida de la diócesis, en la que debe estar insertado vitalmente[83].

El concilio Vaticano II, en el Decreto conciliar Optatam to­tius, sobre la formación sacerdotal señala que: «En los seminarios menores, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación, los alumnos se han de preparar por una formación religiosa peculiar, sobre todo por una dirección espiritual conveniente, para seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de corazón. Su género de vida, bajo la dirección paternal de los superiores con la oportuna cooperación de los padres, sea la que conviene a la edad, espíritu y evolución de los adolescentes y conforme en su totalidad a las normas de la sana psicología, sin olvidar la adecuada experiencia segura de las cosas humanas y la relación con la propia familia»[84].

Donde no cabe posibilidad de establecer el seminario menor en sentido estricto se pueden contemplar otras posibilidades para el acompañamiento de los primeros brotes de vocación sacerdotal a través de grupos vocacionales, que pueden ofrecer un ambiente comunitario y una guía sistemática en el crecimiento y madura­ción de la vocación[85].

Los colegios diocesanos y las escuelas católicas

Los colegios diocesanos y las escuelas católicas constituyen otro de los ambientes en donde puede crecer la semilla vocacional.

Es de gran importancia que los proyectos educativos sean equi­librados y completos y que los educadores cristianos sepan va­lorar el crecimiento espiritual, integrar la fe en la vida y orientar a los niños y los jóvenes en su opción de vida. Los educadores, además de competencia y preparación, deben tener un firme sen­tido de pertenencia eclesial. El cuidado especial de las clases de religión y de otras actividades de carácter religioso, así como un programa de actividades extraescolares, en donde se promueva la dimensión vocacional, pueden ser momentos verdaderamente oportunos y fecundos.

Es muy importante la presencia del sacerdote en los colegios, con la clase de religión, en las actividades lúdicas de los jóvenes, etc. Es necesario que cada escuela católica tenga al menos un director espiritual, y asimismo sería de gran valor incorporar la figura del promotor vocacional. Su función debería estar coor­dinada con los sacerdotes de las parroquias cercanas, o con los delegados de la pastoral vocacional diocesana.

Otros ambientes

Finalmente, vemos la necesidad de mencionar otros ambien­tes donde la pastoral vocacional puede encontrar un buen terreno para la siembra del evangelio de la vocación. Clubes infantiles y juveniles donde desarrollar actividades lúdicas y deportivas en conexión con aquellas más formativas en la fe y en la vocación. Se trata de ambientes que suponen un auténtico desafío para el trabajo vocacional y que se deben abordar con audacia y convic­ción. En todos ellos ha estado siempre muy presente la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia.

Nos referimos también al ámbito universitario y al mundo de la cultura. La evangelización de la cultura y la inculturación de la fe implican un diálogo de búsqueda de la verdad. El beato Juan Pablo II señalaba que «la síntesis entre cultura y fe no es solo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida, completa­mente pensada o fielmente vivida»[86]. En el encuentro del papa Benedicto XVI con profesores universitarios jóvenes les recordó que «la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana»[87]. Este es el mejor camino para una pastoral universitaria seria e inte­gral, en una clave que se conecta muy fácilmente con la pastoral vocacional.

3.1.4. Eventos diocesanos, nacionales e internacionales

Las múltiples actividades pastorales que tienen como prota­gonista principal el mundo de los jóvenes se pueden convertir en una excelente oportunidad para sembrar la semilla de la vocación.

Desde los eventos organizados a nivel diocesano, como son las peregrinaciones, campamentos y encuentros, hasta aquellos de mayor magnitud, como pueden ser las Jornadas Mundiales de la Juventud, son momentos que suscitan en el joven una apertura sincera a los valores trascendentes, crece en ellos el deseo de una relación intensa con el Señor y también el sentido de pertenencia a la Iglesia. Se experimenta, comunitaria y personalmente, la ale­gría de ser discípulo de Cristo y miembro de su Cuerpo, la Iglesia. La celebración de la reciente JMJ en Madrid lo ha vuelto a poner de manifiesto.

La existencia de una revista vocacional, o de una publicación periódica que informe a toda la diócesis sobre la vida del semina­rio, podría ser un buen instrumento, no solo para que la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada estuviera presente en el resto de pastorales de la diócesis –ofreciendo, por ejem­plo, algunos materiales para trabajar en los diversos campos de la pastoral–, sino también para que sean conocidas las actividades específicas y aquellos eventos más importantes relacionados con la pastoral de las vocaciones.

3.2. Algunas propuestas pastorales

Aunque hemos ido ofreciendo diferentes pautas pastorales al hablar de los ambientes y lugares propicios para sembrar la semi­lla de la vocación, nos proponemos ahora enumerar algunos con­sejos prácticos y líneas de acción que, a la luz de cuanto hemos ido exponiendo, pueden ayudar a renovar nuestra pastoral juvenil y vocacional.

Oración

La principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, que reconoce que las vocaciones son don de Dios y como tal se lo pide. La Iglesia pide al Dueño de la mies que envíe obreros a los sembrados. Cuando en 1963 el papa Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y no simplemente la «Jornada de las Vocaciones», subrayó, pre­cisamente, que la Iglesia no es la fuente de las vocaciones, sino que su tarea fundamental es orar por las vocaciones, como don de Dios que son. En la oración se manifiesta fundamentalmente la solicitud del Pueblo de Dios por las vocaciones. Se ha de alentar a los fieles a tener la humildad, la confianza, la valentía de rezar con insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios para que nos dé sacerdotes[88].

Tiene especial importancia la celebración del Día del Semina­rio, en la fiesta de San José o en una fecha próxima a esta fiesta. Esta celebración tiene una gran importancia en orden a la sen­sibilización vocacional de cada diócesis. Es recomendable que el obispo pueda, en una carta o en una comunicación pastoral, exponer a su comunidad diocesana la realidad y las necesidades vocacionales, de su seminario, etc. También son recomendables iniciativas que acerquen la comunidad diocesana al seminario. En este sentido, diversas iniciativas pueden concretar esta solicitud:

Jueves vocacionales en las parroquias.

Grupos de oración por las vocaciones.

Introducir una petición vocacional en las preces parroquia­les cada domingo.

Cadena de oración por las vocaciones.

Actividades varias y encuentros de oración en el seminario abiertos a los alumnos de las escuelas católicas: Vísperas y exposición del Santísimo los domingos, etc.

Vigilias mensuales, semanas vocacionales, festival de la can­ción vocacional, promoción del mensaje del Santo Padre con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, convivencias, Día del Buen Pastor...

Palabra de Dios

En el marco de la pastoral vocacional, desde el diálogo con Dios, que ha tenido a bien revelarse por Cristo, Palabra hecha carne, resulta imprescindible el recurso frecuente a la Palabra de Dios, ya que «mediante la fuerza y la eficacia de la Palabra [Dios] genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la vida [...]; puede trazar una senda que pasa por Jesús, “camino” y “puerta”, a través de su cruz, que es plenitud de amor»[89]. En este punto podría ser muy válido para la pastoral juvenil y vocacional la elaboración de materiales que presenten pasajes y personajes bí­blicos en clave vocacional.

En la exhortación apostólica Verbum Domini el Santo Padre destaca que Cristo, Palabra de Dios entre nosotros, «llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es vo­cación en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad median­te opciones definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar la Iglesia. En esta perspectiva, se entiende la invitación del Sínodo a todos los cristianos para que profundicen su relación con la Palabra de Dios en cuanto bautizados, pero también en cuanto llamados a vivir según los diversos estados de vida»[90].

Vida sacramental

La participación activa en la vida sacramental, como verda­dero baño de gracia que recibe el cristiano, es otro de los pilares para una adecuada pastoral juvenil y vocacional.

Los sacramentos alimentan la vida de fe en sus diferentes eta­pas, pues a través de ellos Cristo Salvador se hace presente de manera eficaz en todos los momentos y situaciones de nuestra vida. Los sacramentos fortalecen la fe, la esperanza y el amor, es­tán ordenados a la santificación de las personas y a la edificación de la Iglesia. Los siete sacramentos acompañan la vida humana desde el inicio hasta el tránsito final. En este camino, la Eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia.

Resulta significativo comprobar la importancia que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han otorgado al sacramento de la Reconciliación entre los jóvenes. Lo plantean en estrecha co­nexión con la necesidad de la conversión, para renovar los cora­zones y las conciencias, si se quiere vivir la vida en Cristo. Esto implica la presencia de sacerdotes preparados y disponibles para esta tarea, como pedía Juan Pablo II: «Ante la pérdida tan exten­dida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracteriza­da por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las conciencias»[91].

Catequesis

Debemos subrayar la importancia de la catequesis y del cami­no de los mandamientos, para recibir el bien y seguir el impulso interior de la gracia[92]. En este punto se aprecia la necesaria cola­boración que debe existir entre la pastoral catequética, la pastoral infantil y juvenil y la pastoral vocacional. Es preciso introducir y desarrollar la cuestión de la vocación en los temarios de las cate­quesis de las distintas edades, particularmente en la catequesis de Confirmación. Podemos afirmar que, en cierto modo, la pastoral vocacional o es mistagógica o no es tal pastoral. Ha de tener la ca­pacidad de mostrar y ofrecer la «mística» que acompaña y alum­bra el vivir cotidiano de la fe, en ese dinamismo que es propio del verdadero camino de perfección.

Por otro lado, el ritmo de la catequesis sacramental ayuda a ma­durar en la relación con Cristo y a crecer en amistad con Él de acuerdo a la edad. Es preciso iniciar a los niños y adolescentes en la vida de oración, en la relación personal con el Señor, a través de elementos mistagógicos, con la pedagogía apropiada para cada edad. En el itinerario catequético es muy importante la presencia del sacerdote, el acompañamiento que ofrece en el proceso de ma­duración de la fe, su contacto con las familias y los niños, su testi­monio personal.

En el ámbito educativo, además de intensificar la pastoral vocacional, resulta conveniente definir cada vez mejor la pro­puesta formativa general, de modo que se garantice una prepa­ración humana, intelectual y espiritual que esté a la altura de los nuevos desafíos que la situación actual plantea a la Iglesia, en general, y a la respuesta de cada sujeto a la llamada de Dios, en particular[93]. Esta propuesta formativa ha de ser llevada a cabo desde la comunión eclesial y desde una efectiva coordinación que propicie en las personas y en los ambientes una nueva cul­tura vocacional.

Perspectiva de la pastoral con jóvenes: llamada a la santidad

La llamada a la santidad debe ser el punto de partida y el obje­tivo prioritario de toda pastoral con los jóvenes. Los jóvenes ne­cesitan un ideal de altura que comprometa toda su existencia. No hay que tener miedo a los planteamientos de exigencia en la vida espiritual, en la formación y en el compromiso. Con ese objetivo  se debe trabajar la oración personal, lugar donde se expresa con­tinuamente por parte de Dios esta llamada y su concreción en la vocación particular, la contemplación y el silencio. Sobre todo, se recomienda enseñar la forma común de oración de la Iglesia, es decir, la liturgia. Hemos de buscar que nuestras comunidades se conviertan en «escuelas de oración», con presencia y participación activa de los jóvenes.

En esta misma línea, destacamos la importancia de presentar el testimonio histórico de los santos como estímulo para identifi­carse con unos valores que no coinciden con los «héroes» ni los «triunfadores» de la cultura dominante. Los santos son un testi­monio real de que es posible vivir centrado solo en Cristo, y que Cristo es capaz de dar sentido y fundamento radical a nuestra vida.

Ellos son la verdadera interpretación de la Escritura, ya que han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio.

Plantear la vida como vocación

La pastoral vocacional es un elemento unificador de la pastoral en general, en el sentido de que ayuda a cada persona a descubrir la llamada de Dios, a dar una respuesta, y, en consecuencia, a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. En consecuencia, debe estar en relación con todas las demás dimensiones de la pas­toral, sobre todo con la pastoral de la infancia y juventud y con la familiar. Por eso es necesaria una fecunda colaboración pastoral con el ámbito juvenil y con las familias, de tal manera que los padres sean los primeros educadores vocacionales[94]. Es necesario implicar a todas las realidades de la diócesis: parroquias, comuni­dades, delegaciones, grupos, movimientos y todos los miembros de la comunidad diocesana.

Para llevar a cabo todo este apasionante trabajo de sembrar en los jóvenes la pasión por la persona de Jesucristo y por los grandes ideales del Evangelio es de vital importancia la asis­tencia de sacerdotes que promuevan la formación espiritual y el apostolado entre los jóvenes. A la vez, es necesario que se acompañe personalmente y en grupos vocacionales a los niños y jóvenes que muestren brotes de vocación. Preseminarios que ofrezcan reflexión, formación, convivencia, que sean un espacio y un tiempo adecuado para el discernimiento.

Es necesario también trabajar a fondo el sentido de pertenen­cia cordial a la Iglesia y el amor a la Iglesia, que es la familia de Cristo. No pueden surgir vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténticamente eclesial. De esta forma, se debe intentar integrar a los jóvenes en la parroquia, en los movimientos y en la vida de la diócesis, promoviendo todo tipo de actividades de apostolado juvenil y asociaciones de jóvenes.

Monaguillos

Una auténtica pastoral vocacional no puede prescindir del trabajo con los monaguillos. Por ello, en colaboración con el seminario, se recomienda la organización de encuentros y jor­nadas de convivencia en las que se vaya preparando el terreno para la posible respuesta vocacional. Los niños que se dedican al servicio del altar ya están mostrando de hecho una inclinación a las cosas sagradas y al servicio del templo. Es preciso ayudar­les a superar el peligro de caer en la rutina, en la superficialidad. Es importante ayudarles a entrar en el misterio, a familiarizarse con las cosas santas, a vivir las celebraciones con recogimiento y devoción, a avanzar por el camino de una auténtica amistad con el Señor.

El beato Juan Pablo II, en la carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo del año 2004, ofrece unas recomendaciones que apuntan a lo esencial: «El grupo de acólitos, atendidos por voso­tros dentro de la comunidad parroquial, puede seguir un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie de pre-seminario (…). Vuestro testimonio cuenta más que cualquier otro medio o subsidio. En la regularidad de las celebraciones do­minicales y diarias, los acólitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven “realizarse” la Eucaristía, en vuestro rostro leen el reflejo del Misterio, en vuestro corazón intuyen la llamada de un amor más grande. Sed para ellos padres, maestros y testigos de piedad eucarística y santidad de vida»[95].

Actividades lúdico-deportivas

La organización de actividades de orden lúdico-deportivas que estimulen las relaciones sanas, la convivencia, el respeto mutuo, el sacrificio, etc., en armonía con momentos de reflexión sobre las cuestiones de la fe y la vida espiritual, pueden dar origen a momentos propicios para la siembra vocacional.

En este mismo orden, pueden ser sugerentes aquellas activi­dades que a través del mundo de la cultura (cine-fórums, visitas a museos, conciertos de música, literatura, conferencias, etc…) buscan despertar la sensibilidad por la belleza y educan a no me­dir la realidad según criterios utilitaristas.

Delegación de pastoral vocacional

El primer responsable de la pastoral vocacional en la diócesis es el obispo, que habitualmente nombra un delegado para que atienda más directamente este ámbito pastoral. Ahora bien, si, como hemos visto, la pastoral vocacional es un elemento trans­versal de toda la pastoral, si viene a ser como un elemento uni­ficador de la misma[96], no puede quedar relegada a una tarea de interés menor, o en la que reparamos cuando somos acuciados por las urgencias del momento. Es preciso que se le otorgue la relevancia que le corresponde por sí misma, que se dediquen los recursos humanos y materiales necesarios, que impliquemos en ella a toda la comunidad diocesana, y sobre todo, que ocupe un lugar preferente de interés por parte de los Pastores.

A la delegación de pastoral vocacional le corresponde promo­ver la oración personal y comunitaria por las vocaciones, con­cienciar a todos los fieles y comunidades, potenciar las acciones pastorales, formar agentes de pastoral vocacional, elaborar mate­riales formativos, coordinarse con otras delegaciones diocesanas, así como con los responsables de la pastoral vocacional de los Institutos de vida religiosa, consagrada y misionera, presentes en la diócesis. También ha de promover la dimensión vocacional y la cultura vocacional en las familias, parroquias y comunidades, movimientos y asociaciones de Iglesia, a través de encuentros, retiros, y todo tipo de actividades[97]. Todo ello desde la vivencia de una profunda comunión eclesial.

Plan Diocesano de pastoral vocacional

En cada diócesis se debe elaborar y aplicar un Plan Diocesa­no de pastoral vocacional (PDPV) que promueva las vocaciones sacerdotales y religiosas a todos los niveles: en la diócesis, en la parroquia, en la familia, en las escuelas católicas y demás orga­nizaciones de la Iglesia, como pueden ser las universidades cató­licas y otros centros formativos. No se trata únicamente de que cada creyente descubra y asuma su propia responsabilidad en la Iglesia, sino también de que hay algunos que dedican su vida a la Iglesia. En efecto, dicho PDVD deberá mostrar a las familias y a las comunidades cristianas la belleza de una vida totalmente dedicada a Cristo y a la Iglesia.

El PDPV ha de reflejar la realidad sociocultural de cada mo­mento y los desafíos que presenta; los principios de la teología de la vocación como marco y fundamento doctrinal; los campos de acción, las acciones pastorales, la organización, los objetivos y los medios para alcanzarlos, las líneas de acción y la estrategia. Por otra parte, ha de definir con claridad quiénes son los agentes de animación vocacional y sus cometidos, así como los itinera­rios formativos y el acompañamiento necesario de los candidatos. También ha de servir para difundir la cultura de la vocación y para la organización de eventos vocacionales y la participación en eventos de otros ámbitos pastorales.

Centro Diocesano de pastoral vocacional

El Centro Diocesano de pastoral vocacional (CDPV) es el es­pacio propio de dinamización de la pastoral vocacional en cada diócesis, integrado normalmente en la delegación diocesana de pastoral vocacional. Anima, coordina y promueve las activida­des de orientación vocacional bajo la guía y responsabilidad del obispo. Ha de ser un organismo de comunión y coordinación, y en consecuencia, alberga en su interior todas las especificidades vocacionales: ministerios ordenados, vida consagrada, laicado, laicos consagrados y nuevas formas de vida religiosa. Asimis­mo, en su estructura y funcionamiento es conveniente que in­tegre una representación de los diferentes ámbitos diocesanos territoriales y sectoriales y que mantenga con ellos una fluida colaboración.

Entre sus principales objetivos cabe señalar: la orientación vocacional en general, que consta de acogida de los candidatos, acompañamiento en los procesos y discernimiento para la elec­ción; también debe ofrecer encuentros de oración, de reflexión y de formación; por otra parte, ha de trabajar para que la pastoral vocacional vaya convirtiéndose en la perspectiva unitaria de la pastoral en general; del mismo modo, le corresponde fomentar la cultura vocacional y difundirla a través de publicaciones y de los diferentes medios posibles; finalmente, debe atender la formación de los agentes de pastoral vocacional, proveerlos de los conve­nientes instrumentos de trabajo y coordinar su tarea.

Centro Nacional de pastoral vocacional

Es muy importante y conveniente la creación de un Centro Na­cional de pastoral vocacional, un lugar específico de servicio de la Conferencia Episcopal Española a la animación de la pastoral de las vocaciones sacerdotales y de especial consagración. Podría llegar a ser un lugar privilegiado de estudio y reflexión sobre la teología de la vocación, sobre los documentos específicos del Magiste­rio y las aplicaciones pastorales correspondientes. También sería un espacio de reflexión sobre la situación sociocultural de cada momento y sobre los «signos de los tiempos», de forma que se convirtiera en un auténtico «laboratorio de la vocación» en que se pusieran en común las aportaciones y experiencias más fructífe­ras de las distintas diócesis y ámbitos. A la vez, sería el organismo principal para coordinar los centros diocesanos vocacionales, y otras organizaciones vocacionales, ya sean de las congregaciones religiosas, institutos seculares y misioneros, u otras instituciones eclesiales.

3.3. La fuerza del testimonio

Jesús resucitado encargó a los Apóstoles «predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos» (Hch 10, 42). Los Apóstoles aparecen en el libro de los Hechos como los testigos de la vida, Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. Este anuncio, realizado por testigos, consiste en proclamar la salvación de Dios, que penetra y renueva el corazón, que transforma la historia personal y la historia de la humanidad. Una proclamación que se lleva a cabo a través de un testimonio de palabra y de vida.

Importancia del testimonio en el anuncio del Evangelio

El siervo de Dios Pablo VI destacará con rotundidad la impor­tancia del testimonio de vida en la evangelización: «Para la Igle­sia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comu­nión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites»[98]. En la Audiencia General del miércoles dos de octubre de 1974 ya avanzó una idea que mantiene toda su vigencia: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros; o si escucha a los maestros, es por lo que tienen de testigos»[99].

El beato Juan Pablo II reforzará la misma idea al señalar que el testimonio es la primera forma de evangelización. La vida misma del evangelizador, del sacerdote, del consagrado, de la familia cristiana, de la comunidad cristiana, a través de la sencillez, de la coherencia, de la caridad con los que sufren, con los más pobres y necesitados, desde el seguimiento y la imitación de Cristo, se convierte en la mayor acción evangelizadora y en el mensaje más directo. Porque el hombre de hoy cree mucho más en los hechos de vida que en las teorías, y entiende mejor las experiencias que las doctrinas[100].

La pastoral vocacional es responsabilidad de todos y todos nos hemos de aplicar en el descubrimiento de los lugares y ambientes propicios para la llamada, así como en la eficacia de las propues­tas y en la creatividad para abrir nuevos caminos. Ahora bien, es preciso subrayar la importancia de la figura del sacerdote como un elemento transversal en este trabajo vocacional. No en vano el Santo Padre Benedicto XVI quiso dedicar elMensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del año 2010 al tema del testimonio, en el marco de la celebración del Año Sacer­dotal y subrayando que la fecundidad de la pastoral vocacional depende fundamentalmente de la gracia de Dios, pero también es de gran valor el testimonio de vida de los sacerdotes[101].

El valor del testimonio en el evangelio de la vocación

Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales es fundamental que los sacerdotes vivan con radi­calidad su ministerio, ofreciendo un testimonio que exprese las actitudes profundas de quien vive configurado con Cristo y que también se haga visible a través de aquellos signos que manifies­tan su identidad. De esta manera podrán suscitar en los jóvenes el deseo de entregar su vida al Señor y a los hermanos[102].

1. Sacerdotes enamorados de Jesucristo, que viven la confi­guración con él como el centro que unifica todo su ministerio y toda su existencia. Hombres de Dios, oyentes de la Palabra, que se entregan a la oración y que son maestros de oración. Que viven la centralidad de la Eucaristía en su vida y en su acción pastoral. Que en la celebración eucarística expresan su unión con Cristo e intensifican dicha unión, ofrecen su vida al Padre y reci­ben la gracia para renovar e impulsar su ministerio, se encuentran con los hermanos y alimentan su caridad pastoral para entregarse a todos, especialmente a los más pobres y pequeños, a los más desfavorecidos.

2. Sacerdotes fieles a su misión. Conscientes de la predilección que el Señor ha mostrado con ellos. Que han respondido genero­samente a su llamada, han seguido su voz y han empeñado su vida en el sagrado ministerio, en ser prolongadores de la misión que Cristo recibió del Padre y de la cual les ha hecho partícipes[103]. Sa­cerdotes que son un «grano de trigo», que renuncian a sí mismos para hacer la voluntad del Padre, que saben vivir ocultos entre el clamor y el ruido, que renuncian a la búsqueda de aquella visibili­dad y grandeza de imagen que a menudo se convierten en criterio e incluso en objetivo de vida de tantas personas del mundo de hoy y que fascinan a muchos jóvenes[104].

3. Sacerdotes que hacen de su existencia una ofrenda agrada­ble al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que cumple la voluntad del Padre dando su vida en la cruz para la salvación del mundo, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Mc 10, 45). Los sacerdotes viven en medio de la sociedad haciendo del servicio a Dios y a los demás el eje central de su existencia, viven la actitud de servicio aceptando la voluntad de Dios, ofreciendo su vida en totalidad, gastándose y desgastándose por los hermanos, especialmente por los más pobres y pequeños.

4. Sacerdotes que sean verdaderos hombres de comunión, que vivan el misterio de la unión con Dios y con los hermanos como un don divino, fruto del misterio pascual, desde la diver­sidad de carismas que supone un enriquecimiento y una com­plementariedad dentro de una unidad en la que todos los dones del Espíritu son importantes para la vitalidad de la Iglesia; pero asimismo desde el convencimiento de que la unidad es la condi­ción indispensable para ser creíbles en la presentación del men­saje cristiano, en el anuncio del Evangelio de Jesucristo. Por eso procuran curar las heridas, tender puentes de diálogo, promover el perdón en las relaciones humanas, hacer de cada parroquia, de cada comunidad cristiana, una casa y escuela de comunión.

5. Sacerdotes llenos de celo por la evangelización del mundo. Celo por la gloria de Dios y por la salvación de las personas que les han sido encomendadas, que impregne toda su existencia has­ta llegar a olvidarse de sí mismos. Que estrenan cada día el don de su sacerdocio y fundamentan su trabajo pastoral en la fe y en la esperanza como único planteamiento valido y realista de verdad, más allá de las dificultades constatadas o de la cruda realidad. Que vivan una actitud de insatisfacción sincera, de inconformis­mo esperanzado, que no se abandonan jamás a la inercia o a la rutina, convencidos de que la sacudida de la gracia es capaz de transformar la existencia de sus coetáneos.

6. Sacerdotes que vivan en radicalidad evangélica, como apóstoles de Cristo y servidores de los hombres y enrelación amorosa con el tiempo, el lugar y las personas a las que han sido enviados. Conscientes de que es preciso vivir el momento presente, sin nostalgias de pasado o de futuro, porque Dios da en cada tiempo la gracia para superar las dificultades y para poder cumplir la misión encomendada. Conscientes asimismo de que están llamados a dar un fruto abundante y duradero desde una vida configurada a la cruz del Señor[105].

7. Sacerdotes que contemplen con temor y temblor y a la vez experimenten confiadamente la grandeza y labelleza del ministe­rio sacerdotal. Conscientes de que no detentan un oficio más, sino que, a pesar de ser vasijas de barro, son portadores del ministerio más grande: cambiar la situación de la vida de las personas pro­nunciando en nombre de Cristo las palabras de la absolución; ha­cer presente al Señor mismo al pronunciar sus palabras de acción de gracias sobre las ofrendas del pan y el vino; imitar al Señor en su amor para con todos hasta el extremo, desde la verdad y el bien, en disponibilidad, austeridad y obediencia, como la expre­sión más grande del amor a Jesucristo, como la forma más bella de realizar la vida humana[106].

8. Sacerdotes que sean hombres de alegría y esperanza, que transmiten el gozo de una vida plena, la felicidad del ser­vicio a Dios y a los hermanos. La historia de cada vocación suele ir unida al testimonio de un sacerdote que vive con ale­gría su vocación y es capaz con su palabra y su ejemplo de despertar interrogantes y suscitar decisiones que se convertirán en compromisos definitivos[107]. Un sacerdocio que ocupa las veinticuatro horas del día, que llena todos los espacios vitales, y que desde la profunda vivencia interior se manifiesta también externamente a través de los signos que la Iglesia propone. Así lo vivieron el santo Cura de Ars y san Juan de Ávila, y tantos otros sacerdotes santos que cambiaron el corazón de la gente no tanto por sus dotes humanas, ni por una estrategia de su volun­tad, sino por el contagio, por la comunicación, por el testimonio de su amistad con Cristo, de un amor apasionado que llenaba totalmente sus vidas.

Final: una llamada a la esperanza

Jesús llamó a los Doce «para que estuvieran con él y para en­viarlos a predicar» (Mc 3, 14-15). A lo largo de la historia sigue llamando a hombres concretos para que participen de su sagrada misión. Él es el Señor de la mies y el Señor de las vocaciones. En la tarea de pastoral vocacional será preciso reavivar el don del sa­cerdocio que hemos recibido, renovar la gracia de la llamada del Señor, la fascinación por su palabra, por sus gestos, por su per­sona. Nuestra aspiración será colaborar con Jesús en la difusión del Reino de Dios, llevar al mundo el mensaje del Evangelio, ad­ministrar los misterios de la salvación como humildes servidores que buscan el bien del Pueblo de Dios[108].

Nos hallamos en un tiempo apasionante para vivir el sacerdo­cio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdota­les. Para ello es necesario mantener clara y manifiesta la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos el testimonio de que somos hombres de Dios, amigos del Señor Jesús, que aman a la Iglesia, que se entregan hasta dar la vida por la salvación de los hombres. Maestros de oración que dan respuesta a los inte­rrogantes del hombre de hoy, aspirando siempre a la santidad y ofreciendo un testimonio de una alegría incesante.

Constatamos que en buena parte de nuestra sociedad se ha perdido el sentido de Dios y tiene lugar una especie de sequía vocacional progresiva y aparentemente irremediable. Pero más allá de las apariencias tenemos una certeza clara: la iniciativa es de Dios, que continúa llamando, y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir en la respuesta. En nuestras Iglesias locales, «especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por “otras voces” y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede pare­cer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debe­ría de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones»[109].

Para ello hay que salir al encuentro de los niños y de los jó­venes, responder a sus expectativas, a sus problemas e inseguri­dades, dialogar con ellos proponiéndoles un ideal de altura que comprometa toda la existencia, una elección que comprometa toda su vida. Nuestra tarea consistirá en sembrar, en anunciar el evangelio de la vocación. Una siembra oportuna y confiada, abo­nada con la oración personal y con la oración de toda la Iglesia. Después vendrá el acompañamiento lleno de paciencia y de res­peto. Por último, ayudar a discernir, a descubrir la voluntad de Dios en la vida de la persona concreta, de tal manera que dé una respuesta positiva a la llamada de Dios.

Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional. Pidamos que los jóvenes estén abiertos al proyecto que Dios tiene para ellos y sean receptivos a su llama­da. María, Madre de gracia, de amor y de misericordia, Madre de los sacerdotes, nos guiará en el camino. Ella será siempre consue­lo, esperanza y causa de nuestra alegría. A su intercesión maternal nos acogemos.

Índice

Sumario

Introducción

1. El encuentro con Cristo

1.1. Contexto sociocultural actual
       Nuevas oportunidades

1.2. Llamados al encuentro con Cristo
       El comienzo de la vida cristiana

1.3. Alentar la esperanza en los jóvenes
       El ser humano, en busca de esperanza

1.4. Educar a los jóvenes en la fe
       Fundamentos de la educación en la fe

2. La llamada al sacerdocio
 

2.1. La llamada a la vida en Cristo
       Dimensión eclesial y comunitaria
2.2. La vocación sacerdotal
2.3. El camino de las mediaciones
      El discernimiento vocacional

3. Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral

 3.1. Lugares y ambientes propicios para la llamada
       3.1.1. Parroquia y comunidades cristianas
       3.1.2. La familia
       3.1.3. Instituciones de educación y ámbitos formativos
       3.1.4. Eventos diocesanos, nacionales e internacionales

 3.2. Algunas propuestas pastorales
      Oración
      Palabra de Dios
      Vida sacramental
      Catequesis
      Perspectiva de la pastoral con jóvenes: llamada a la santidad
      Plantear la vida como vocación
      Monaguillos
      Actividades lúdico-deportivas
      Delegación de pastoral vocacional
      Plan Diocesano de pastoral vocacional
      Centro Diocesano de pastoral vocacional
      Centro Nacional de pastoral vocacional
 

3.3. La fuerza del testimonio
      Importancia del testimonio en el anuncio del Evangelio
      El valor del testimonio en el evangelio de la vocación
      Final: una llamada a la esperanza

[1] Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los voluntarios de la XXVI JMJ, Pabellón 9 de la Feria de Madrid-IFEMA; Madrid, 21 de agosto de 2011.

[2] Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los jóvenes en la Vigilia de Oración, aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de 2011.

[3] Así lo había indicado el Santo Padre Benedicto XVI en el discurso que pronunció a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica el 7 de febrero de 2011.

[4] Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la pro­moción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano, 25 de marzo de 2012.

[5] Convocado por el Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del CL aniversario de la muerte del santo Cura de Ars y celebrado del 19 de junio de 2009 al 11 de junio de 2010.

[6] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Convenio Europeo sobre la pastoral vocacional con el tema: “Sembradores del evangelio de la vocación: una Palabra que llama y envía”, Roma, 4 de julio de 2009.

[7] Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, n. 3; Juan Pablo II,Pastores dabo vobis, n. 37.

[8] Conferencia Episcopal Española, La familia, santuario de la vida, n. 25.

[9] Cf. ibíd., nn. 22, 26.

[10] Cf. Benedicto XVI, Luz del mundo, Barcelona 2010, p. 75; cf. Conferencia Episcopal Española, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio (Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp. 34-35.

[11] Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre en la visita a la Fundación Instituto San José; Madrid, 20 de agosto de 2011.

[12] Cf. Carta Apostólica del papa Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes del mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, n. 3; 31 de marzo de 1985.

[13] Cf. Carta Apostólica del papa Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes del mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, n. 13.

[14] Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est, n. 30.

[15] Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 19a.

[16] Cf. Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los jóvenes en la Vigilia de Oración, aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de 2011.

[17] San Agustín, Confesiones I, 1.

[18] Cf. Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, Roma 1979, n. 11.

[19] Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.

[20] Cf. Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre Pastoral de Juventud, nn. 28-32; Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio (Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp. 37-44.

[21] Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, 30 de noviembre del 2007.

[22] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.

[23] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.

[24] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.

[25] Cf. Benedicto XVI, Spe salvi, nn. 32-40.

[26] Benedicto XVI, Discurso en la Vigilia de Oración con los jóvenes, aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de 2011.

[27] Cf. Benedicto XVI, Discurso en la Fiesta de acogida de los jóvenes, Madrid, 18 de agosto de 2011; Discurso en ocasión del encuentro con los jóvenes en Génova, 18 de mayo de 2008.

[28] Cf. Benedicto XVI, Spes salvi, n. 27.

[29] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la diócesis de Roma durante la entrega de la Carta sobre la tarea urgente de la educación, Roma, 23 de febrero de 2008.

[30] Cf. Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre Pastoral de Juventud, n. 25; Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio (Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp. 60-62.

[31] Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, n. 3; Discurso a los participantes en la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, Roma, 5 de junio de 2006.

[32] Cf. Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la Fiesta de Acogida de los Jóvenes, Madrid, 18 de agosto de 2011.

[33] Juan Pablo II, Fides et ratio, preámbulo.

[34] Cf. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los jóvenes ante la basílica de Santa María de los Ángeles, Asís, 17 de junio de 2007.

[35] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea eclesial de la dióce­sis de Roma, Roma, 5 de junio de 2006.

[36] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXI Jornada Mundial de la Juventud 2006, 22 de febrero de 2006.

[37] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1324-1385.

[38] Cf. Benedicto XVI, Porta fidei, nn. 7.9.15, Roma, 11 de octubre de 2011.

[39] Cf. Juan Pablo II, Christifideles laici, nn. 57-58.

[40] Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, n. 4.

[41] Ibíd., n. 40.

[42] Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 16.

[43] Ibíd., n. 17.

[44] Ibíd., n. 13.

[45] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 11.

[46] Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 52.

[47] Cf. ibíd., n. 9; Ad gentes, n. 2.

[48] Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 2.

[49] Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XLIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 7 de mayo de 2006.

[50] Cf. Juan Pablo II, Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XXXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 18 de octubre de 1994.

[51] Cf. Juan Pablo II, Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XXXIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 15 de agosto de 1995.

[52] Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 41.

[53] Benedicto XVI, Mensaje a los participantes en el II Congreso Latinoamericano sobre Vocaciones, 1 de febrero de 2011.

[54] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem n. 3; Juan Pablo II,  Pastores dabo vobis, nn. 34-35.

[55] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 36.

[56] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 208.

[57] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 36.

[58] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, nn. 36-37.

[59] Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 16; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38.

[60] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38.

[61] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius n. 2; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 41.

[62] Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 11 y Decreto Optatam Totius, n. 2; Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española, “Habla, Señor”, Valor actual del Seminario Menor, Madrid 1998, pp. 33-35; Juan Pablo II,Pastores dabo vobis, Roma 1992, n. 41.

[63] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis n. 11; Pablo VI, Alocución en la Audiencia General, 5 de mayo de 1965.

[64] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia de Oración, Roma, 10 de junio de 2010.

[65] Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 10; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38. Ver también, Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Roma 1997, n. 27.

[66] Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38.

[67] Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano 2012, nn. 11.17.

[68] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 39. Ver también, Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, op. cit., pp. 103-105.

[69] Benedicto XVI, Carta a los seminaristas, Roma, 18 de octubre de 2010, n. 7.

[70] Ibíd.

[71] Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 41.

[72] Ibíd., n. 68.

[73] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 68.

[74] Cf. ibíd, n. 40.

[75] J. B. Montini, carta pastoral Sobre el sentido moral, 1961.

[76] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Comunidad de la Facultad Teológica Pontificia Teresianum, 19 de mayo de 2011.

[77] Benedicto XVI, Ángelus, 30 de agosto de 2009.

[78] Cf. concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius n. 2; Juan Pablo II, Mensaje para la XXXI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Roma, 26 de diciembre de 1993.

[79] Cf. concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius nn. 4-7; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, nn. 42. 60-61.

[80] Cf. Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III: L´Osservatore Romano, 29-30 octubre 1990.

[81] Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano 2012, n. 15.

[82] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 63.

[83] Cf. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis institutionis sa­cerdotalis, n. 12; Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española, “Habla, Señor”, Valor actual del Seminario Menor, Madrid 1998, n. IV, 7.

[84] Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, n. 3.

[85] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 64.

[86] Juan Pablo II, Carta autógrafa por la que se instituye el Consejo Pontificio de la Cultura, de 20 de mayo de 1982: Acta Apostolicae Sedis 74 (1982), 685. L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 9-7-1982.

[87] Benedicto XVI, Discurso en el Encuentro con profesores universitarios jóvenes, El Escorial, 19 de agosto de 2011.

[88] Cf. Benedicto XVI, Vigilia con los sacerdotes, Clausura del Año Sacerdotal, 10 de junio de 2010.

[89] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Europeo de Pastoral Vocacional, 4 de julio de 2009.

[90] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 77.

[91] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, n. 76.

[92] Cf. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los jóvenes en Pacaembu, 2007.

[93] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los obispos italianos reunidos en Asís para celebrar su 55.ª Asamblea General, 10 de noviembre de 2005. También los fieles son llamados a colaborar al florecimiento de las vocaciones mediante sus oraciones al Dueño de la mies (cf.ibíd.).

[94] Cf. Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, n. 26.

[95] Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 2004, n. 6.

[96] Cf. Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, n. 26.

[97] Cf. Conferencia Episcopal Española, Pastoral vocacional de la Iglesia en España. Instrumento de trabajo, Madrid 1988, pp. 25-26.

[98] Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 41, 8 de diciembre de 1975.

[99] Pablo VI, Discurso en la Audiencia General, 2 de octubre de 1974.

[100] Cf. Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 42, 7 de diciembre de 1990.

[101] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocacio­nes, Roma, 13 de noviembre de 2009.

[102] Cf. Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano 2012, n. 3.

[103] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de 2011.

[104] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Convenio Europeo sobre pas­toral vocacional, 4 de julio de 2009.

[105] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de 2011.

[106] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de 2011; Homilía de la santa Misa de clausura del Año Sacerdotal, Roma, 11 de junio de 2010.

[107] Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 39.

[108] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas por el inicio del Año Académico de las Pontificias Universidades Romanas, Roma, 4 de noviembre de 2011. En esta celebración participaron los asistentes al Congreso por el 70º aniversario de Pontificia Obra por las Vocaciones Sacerdotales.

[109] Benedicto XVI, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Voca­ciones, 15 de mayo de 2011.

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