5.03.13

 

Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior del gobierno de España, aprovechó su charla en la embajada española en el Vaticano para manifestar su oposición al matrimonio homosexual. Y lo hizo basándose, siquiera en parte, en la ley natural que una relación entre personas del mismo sexo no es lo propio de la especie humana. Y por más leyes que aprueben los parlamentos de las democracias liberales, eso no va a cambiar. Dejando a un lado la cuestión de la valoración moral que merece según la Revelación, una relación homosexual jamás puede estar abierta a la vida. Tampoco puede ofrecer a los hijos -en ese caso adoptados- la especificidad propia del binomio padre-madre. En el caso de los matrimonios conforme a la ley natural, puede darse la circunstancia de que falte el padre, la madre o incluso los dos, pero nunca se podría dar la anormalidad de tener dos padres o dos madres.

Decir algo tan elemental ha pasado a ser considerado como un acto de homofobia. Lo que hace tan solo 20 años era una barbaridad por la práctica totalidad de las sociedades occidentales, hoy empieza a ser visto como la cosa más normal del mundo. La apostasía de Occidente implica una corrupción absoluta en la conciencia colectiva. Se ve normal que se maten a los niños antes de nacer. Se ve normal que se casen hombres con hombres y mujeres con mujeres. Se ve normal el suicidio, asistido o no, de quienes enferman gravemente o se llega a una edad en la que se pasa a ser un “estorbo” o una carga familiar. Y vayan ustedes a saber qué más barbaridades nos depara el futuro. No todas estas cuestiones tienen una gravedad equiparable. Pero todas emanan de la corrupción de sociedades que han despreciado y pisoteado las raíces cristianas que las sustentaron.

El problema que se plantea con las declaraciones del ministro Fernández Díaz no es tanto su contenido sino más bien qué piensa hacer él ante el hecho de que forma parte de un partido y un gobierno que no tiene la menor intención de acabar con el reconomiento legal de las uniones homosexuales. Ayer dijo:

“Otra cosa es la abdicación de las propias creencias. Conozco el Parlamento, y puedo decir que cuando se han aprobado determinadas leyes ha existido abdicación de las propias creencias, o increencia, pero no persecución. Si el 75% de la población española que se declara católica actuase en coherencia, determinadas leyes nunca se habrían aceptado”

Tiene razón en parte. Es evidente que una gran parte de los españoles que se declaran católicos profesan un catolicismo falso, tibio, inerme, inútil. Es un catolicismo que no modela sus vidas. Pero aun así, todavía hay cientos de miles -puede que incluso un par de millones- que son católicos de verdad. Pero viviendo en un estado que se supone democrático, el modelo de sociedad que quieren no encuentra eco alguno en las leyes que emanan de los parlamentos. Como mucho surgen políticos dispersos, acá y allá, que de vez en cuando dicen alguna verdad. Pero no pasa de eso. Su coherencia no les lleva a dar el paso de abandonar los partidos a los que pertenecen y que llevan a cabo una acción política radicalmente contraria a sus ideas en materias fundamentales como es el derecho a la vida o la institución familiar.

Por tanto, lo que cabe esperar de Fernández Díaz es que en vez de quejarse de la falta de coherencia de los católicos -hubo cientos de miles que salieron a la calle para oponerse al matrimonio homosexual- puede empezar por ser coherente él mismo y plantearse en conciencia si no sería mejor abandonar un gobierno y un partido que hace aquello que él considera como un peligro incluso para la especie humana. Y una vez hecho eso, dado que tiene vocación de servicio público, puede abogar por la creación de una opción política que recoja los principios no negociables planteados por Benedicto XVI. Y, de paso, pedir a la Iglesia que ponga sus medios de comunicación al servicio de esos principios, dando espacio mediático a quienes no solo los defienden de palabra sino que están dispuestos a que vuelvan a encontrar reflejo en nuestras leyes.

En otras palabras, no basta con confesar el pecado. Hay que hacer propósito de enmienda y penitencia. La metanoia debe alcanzar la acción política de los católicos. Todo lo que no sea eso, de poco valdrá.

Luis Fernando Pérez Bustamante