14.03.13

 

Jorge Mario Bergoglio es el primer jesuita en ser elegido Papa. Ayer, en esa memorable jornada para la Iglesia, mi Director Espiritual, en un mensaje de texto, me recordaba que el gran San Ignacio de Loyola llamaba a la Compañía de Jesús la mínima compañía.

Nuestro nuevo Papa es también el primer Sumo Pontífice proveniente de la Iglesia en América Latina, y asimismo el primero en asumir el nombre de Francisco.

El Señor había dicho El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga (Mt 16, 24), y San Ignacio de Loyola desarrolló el principio del Agere contra: contrariarse en todo para dominar toda tendencia mala o imperfecta: ser uno así dueño de sí mismo para servir totalmente al Señor. Es la abnegación ignaciana.

San Francisco de Asís es como Patrón de Italia el santo más amado de los italianos, ha sido llamado el más alegre de los santos y el más santo de los alegres. De él escribe su primer biógrafo: Por la alegría exterior entendía el Santo la prontitud del alma para practicar el bien.

Otro santo Francisco Javier es uno de los cofundadores de la Compañía de Jesús, fue el gran evangelizador de la India y el Japón, donde logró grandes números de conversiones.

La Fe católica no llegó a Latinoamérica por pura casualidad. En el siglo XVI, América fue evangelizada por un pueblo muy cristiano que tenía muchos santos. Había llegado la hora de Dios. Dios la eligió desde la eternidad, por eso la Fe Católica es el tesoro más grande de América Latina.

El Papa Juan Pablo Magno, lo decía de una manera hermosa en su discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, octubre, 1992:

Con la llegada del Evangelio a América se ensancha la historia de la salvación, crece la familia de Dios, se multiplica para gloria de Dios el número de los que dan gracias (2 Co 4,15). Los pueblos del Nuevo Mundo eran pueblos nuevos… totalmente desconocidos para el Viejo Mundo hasta el año 1492, pero conocidos por Dios desde toda la eternidad y por él siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4,4) (Homilía, I de enero 1992). En los pueblos de América, Dios se ha escogido un nuevo pueblo, lo ha incorporado a su designio redentor, lo ha hecho partícipe de su Espíritu. Mediante la evangelización y la fe en Cristo, Dios ha renovado su alianza con América Latina.

En la historia de Colón, de sus viajes y sus peripecias, muchos no ven, sino una página de relaciones humanas. Claro es, que la historia de Colón y la consiguiente colonización son una historia verdadera, pero su interpretación económica y política, no sería el único aporte a la historia de la humanidad.

Juan Pablo II, resaltó que se trataba de una aventura buscada, proyectada y verificada por Dios. Él se sirvió de los inventos, de las aventuras, de las osadías, y hasta de las ambiciones de los hombres, pero, a través de ellos, regaló a Latinoamérica su sabiduría y su amistad.

Cuando se lee la historia del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento con sus exilios y sus guerras uno no puede menos que admirarse de la providencia de Yahvé, quien mediante la acción puramente humana de sus hebreos, consigue enriquecer a su pueblo y a los vecinos, con una sabiduría que se contiene en gran parte en los libros del Antiguo Testamento.

Igualmente, quien sigue con la debida atención los pasos, las aventuras, las tragedias, los triunfos de los Apóstoles, en el Libro de los Hechos, se da perfecta cuenta de que Dios se sirve de las ambiciones y de las pasiones humanas para inyectar a griegos y romanos primeramente y después a todo el mundo conocido la sublimidad de su Revelación.

El Beato Juan Pablo, afirmó con sinceridad:

De la fecundidad de la semilla evangélica depositada en estas benditas tierras he podido ser testigo durante los viajes apostólicos que el Señor me ha concedido realizar a vuestras Iglesias particulares, y termina así consoladoramente: Los misioneros anunciaron la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, a unas gentes que ofrecían a Dios, incluso sacrificios humanos. Los misioneros testimoniaron con su vida y su palabra la humanidad que brota del encuentro con Cristo y por su testimonio y su predicación al número de hombres y de mujeres que se abrían a la gracia de Cristo, se multiplicaron como las estrellas del cielo.

Nuestro nuevo Papa nos ha pedido rezar por su nueva responsabilidad. San Ignacio en los Ejercicios recomienda: Depuesto todo juicio debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre Iglesia jerárquica”, y en sus reglas ignacianas para sentir con la Iglesia, señala diez y ocho, las que inculcan cinco deberes que tenemos con la Iglesia: 1) amor, 2) respeto, 3) docilidad al entendimiento, 4) docilidad de voluntad, y 5) cooperación a su magisterio.

El Concilio Vaticano I, (sesión 4, cap. 3) definió que

la potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es al mismo tiempo inmediata, es decir que afecta a todos los católicos en virtud de la subordinación jerárquica  y la verdadera obediencia. De al manera que si se conserva con el Sumo Pontífice la unidad de comunión y de profesión de la misma fe, la Iglesia se convierte verdaderamente en un solo rebaño bajo un mismo pastor.

Esta es la verdadera doctrina católica, de la cual nadie puede separarse sin poner en peligro su fe y salvación.