17.03.13

El primer Angelus del Papa Francisco

A las 10:24 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Sucesión Papal

Miles. Decenas de miles. Cientos de miles. Contarlos era imposible. Llegaron como una inmensa marea humana hasta El Vaticano para asistir al primer Angelus del pontificado del Papa Francisco. Entre ellos cientos de argentinos, con sus banderas y sus carteles. Entre ellos estaba Daniel Roque Vítolo, un abogado católico que, durante años, asesoró al cardenal Jorge Mario Bergoglio. Lo conocí en un restaurante, a unos pasos la Plaza de San Pedro. Un momento de alegría compartida, la tierra tira. A las pocas horas me envió una crónica sugerente sobre sus vivencias de este domingo, que aquí comparto con los lectores de Sacro&Profano.

EL ROSTRO DE DIOS
Por Daniel Roque Vítolo (*)

Los aeropuertos, las estaciones de tren y las del Metro se vieron abarrotados de gente desde muy temprano en la mañana del domingo 17 de marzo en la Ciudad Eterna.

Colapsada, Roma, por causa de una maratón donde un gran número de atletas y entusiastas corredores intentaban proclamar la vida sana, el caos parecía preceder al movimiento de una verdadera marea humana que desde muy temprano -paralelamente- entre risas y cánticos peregrinaba hacia la Plaza de San Pedro para acompañar al Papa Francisco I en su primer Angelus, ceremonia en la cual los fieles deseaban proclamar el espíritu sano.

Los taxis y buses no daban abasto, tampoco el metro; desde Roma Termini se disponía el envío de un tren extraordinario hacia San Pedro, ante la demanda superlativa de transporte por parte de los fieles que querían ver a su Papa.

La multitud se desplazó en oleadas de júbilo -cruzando los puentes- sin distinciones de raza, clases sociales ni nacionalidades, bajo una única consigna: celebrar a “Francisco", para quien el complemento de “Primero” parece haber quedado relegado ya a las pocas horas de haber sido elegido, logrando una identificación con una suerte de nueva realidad que intenta consagrar la Iglesia desde la evocación de una figura como símbolo de la humildad, la santidad y el servicio.

Profesionales, comerciantes, estudiantes, amas de casa, obreros, empleados, directivos, mendigos, familias de todo tipo, sacerdotes, seminaristas, monjas, hombres y mujeres de clase baja, media y alta, y hasta el Presidente de Chile Sebastián Piñera -sin privilegios ni custodia- conformaron una sola masa, peregrina, que entre pancartas y banderas alegóricas, esperó la aparición del Santo Padre en el balcón papal.

A la apertura de la ventana siguió una explosión por parte de la multitud. La Plaza estalló de emoción y júbilo. Frente a ella, desde el balcón, simplemente comenzó a hablar un hombre tímido, sin carisma, sin recursos ni giros idiomáticos signados por la espectacularidad, sin el manejo de recursos dialécticos; simplemente “un hombre"; no muy afecto a los conglomerados numerosos de personas, sino más bien resistente a ellos. Sin grandes expresiones en su rostro. Casi antipático y parco.

Pero inexplicablemente amado por la multitud desde el comienzo, en una relación casi mágica.

“El rostro de Dios es el de un padre misericordioso…” dijo. Y fue suficiente.

En un mundo lleno de palabras, discursos, retórica y marketing -quizás demasiado lleno de estas cosas- paradójicamente bastaron dos o tres gestos simples de un hombre también simple, colocado en un lugar destacado, para conmover al mundo y despertarlo, generando -como poca veces- una adhesión y admiración que han traído un huracán de reflexiones y replanteos para propios y extraños. Usar la misma cruz que lo acompañó en su ministerio, viajar en bus, no cambiar de zapatos, ordenarle a un cardenal que cumpla con su palabra de recluirse en un monasterio para expiar sus pecados. Pequeños grandes gestos.

Parecería que la fuerza de los hechos comienza a marcar un camino nuevo de esperanza y de ilusión dentro de una Iglesia cuestionada y vacilante que requiere de nuevos aires de renovación y cambio, y con la cual no podía ya lidiar su anterior timonel Benedicto XVI quien, a pesar de haberla mantenido a flote durante enormes tormentas y tempestades que la jaquearon en los últimos años, con una memorable entrega en la que le fue la salud y la entereza, no pudo continuar en su cargo.

Dos humildades: la del no y la del sí.

Ahora es el tiempo de “Francisco", así a secas; del hombre que es diferente, porque -curiosamente- no es diferente, ya que se parece más a los hombres de la calle, a los fieles, que a los Papas, y que no por ello dejado ser el Papa. Un custodio de los fieles que es, a su vez, también un fiel. Un hombre profundo pero a la vez simple; con la misma simpleza y profundidad del Evangelio.

La Iglesia lo celebró esta mañana en el Angelus. El pueblo lo visitó y lo aclamó. Él no se dejó seducir. Sólo pidió “… recen por mi…” Reconoció que es sólo un Pastor, y que sin las oraciones del rebaño y la fuerza del Espíritu, no puede cuidar de las ovejas. Admitió que una anciana -con una breve respuesta- puede enseñarle al propio Papa cómo es, en realidad, la misericordia del Señor.

Toda una maravilla, y una curiosidad en un mundo donde los líderes pretenden exponer su pensamiento “ex cathedra”

Hay un nuevo soplo de vientos. ¿Serán los vientos del Espíritu?

Dijo Juan el Bautista que después de él vendría alguien más grande; ¿habrá pensado lo mismo Benedicto XVI?

Ojalá que así sea. Celebremos también cada uno de nosotros a Francisco, el nuevo Papa, en su primer Angelus.

(*) Peregrino de la República Argentina a la Coronación del Papa.