20.03.13

Francisco y las claves de su papado

A las 8:26 PM, por Cartas al director
Categorías : Cartas al Director

 

Quienes esperen del nuevo Papa Francisco un calco de Juan XXIII, se equivocan completamente; los que lo asemejan con la empatía y el atraimiento popular de Juan Pablo II, yerran; y, los que esperan de él una imagen incólume de su antecesor Benedicto XVI, fracasarán igualmente. Francisco es Francisco, un papa nuevo, que aunque guarde semejanzas con los anteriores, se desenvuelve con total independencia y posee sus propias señas de identidad.

El nuevo Papa suscita cierta suspicacia entre algunos católicos y ahora mismo es el blanco de panegíricos y vítores por los sectores tradicionalmente anticatólicos, que ven en el nuevo Papa, la fotografía de un clérigo atípico y progresista que revolucionará la Iglesia bajo la espada de la Teología de la Liberación; estos ditirambos nada fiables ni inquebrantables, seguramente se tornen en exabruptos y censuras cuando se pronuncie sobre temas socialmente dogmatizados, algo que ya sufrió como Obispo en Argentina a propósito de cuestiones como el matrimonio homosexual. De otro lado, su pasado jesuita no es más que eso, pasado. El nuevo Papa desde siempre se erigió como adalid de la ortodoxia y la verdad en la Compañía de Jesús, y en especial, en defensor de la Iglesia que cimienta en la roca de Pedro, que no es otra que la que hoy conocemos. Posiblemente ello le granjeó el desapego y la animadversión de muchos de sus coetáneos jesuitas. Ha sido sin lugar a dudas, uno de los teólogos sudamericanos que más lúcidamente presentó oposición a la Teología de la Liberación. “La Iglesia no es una ONG”, afirmaba hace poco; concebir a la Iglesia como una mera ONG desvirtuaría el mismo sentido de ésta, así como tampoco es admisible que el criterio marxista se convierta en un instrumento científico para el teólogo; y que ni mucho menos sea disociable un “Jesús histórico” de un “Jesús de la Fe”. La Iglesia como madre y garante del Evangelio, no puede hacer suya una teoría clasista apoyada en una especie de inmanentismo historicista que identifica el Reino de Dios y su consiguiente devenir, con el ejercicio de la libertad humana. Y es ello, lo que el actual Papa defiende. No obstante, no puede olvidarse que la Compañía de Jesús ha sido una de las congregaciones que más bien ha hecho a la Iglesia; pero no es menos cierto tampoco que los continuos distanciamientos de ésta con la doctrina católica, infieran cierta dubitación en el orbe católico. No se puede vacilar con este Papa, no puede dudarse del Espíritu Santo.

 

Pero lo esencial estriba en torno a los desafíos y claves con los que el nuevo pontífice va a lidiar. Quizá una de las primeras claves de su pontificado sea la respuesta ante el problema de la curia romana. La renovación de una Curia inveterada, y que en algunos casos ha rayado los primeros extremos de la corrupción, una Curia que a ojos del creyente —que no del mundo, el cuál cegado de su paganismo sojuzga lo más fútil y sólo atisba su lado humano—, se ha apartado a veces de Dios persiguiendo otros fines que nada tienen que ver con los celestiales y que ha sido una de las dolencias de Benedicto XVI.

Otro de los desafíos más imperiosos tiene su eje en la llamada “Nueva Evangelización”, que poco a poco parece perfilarse tras el último Sínodo de los Obispos que encumbraba este mismo nombre. La Iglesia debe ser consciente de la urgencia de una nueva evangelización que traspase las fronteras de un mundo profano, y que sobretodo merodea en un sinsentido transcendental de su existencia; un mundo que ya ni siquiera se interpela por la Verdad, todo ello coadyuvado por un nihilismo feroz y un “capitalismo-relativismo” impuesto por los poderes fácticos de la sociedad; a los cuáles les encanta aquello de subyugar al hombre a no alcanzar la Verdad. No les agrada que el hombre columbre la Verdad, más que nada porque ésta hace libre; y ésta verdad meramente se alcanza cuando el hombre deja de ser reo de sí mismo y mira la Cruz de Cristo. Apremia poner fin a la actual cosmovisión que no reconoce nada como definitivo y que arrostra al hombre a su propio yo y sus antojos, algo que encandila al Príncipe de este mundo.

Por eso es muy importante, la atribución de Benedicto XVI al respecto. En un momento histórico donde el hombre se encuentra en la incertidumbre, el ahora Papa Emérito se deslomó por afianzar la sinergia Fe-Razón que conduce al hombre a la tan anhelada certidumbre. Francisco tiene un inmediato espejo donde mirarse ante este reto: su predecesor. No sería el primer argentino en colaborar con la consecución de la verdad, Leonardo Castellani —también de pasado jesuita y con el que guarda cierto parecido físico—, fue un infatigable teólogo que tanto luchó por la verdad, y que como bien sentenciaba “La Verdad siempre canta en contrapunto”.

Dentro del marco de la Nueva Evangelización, se inserta también el tema relativo a los movimientos o realidades eclesiales que han surgido tras el Concilio Vaticano II y que se han convertido en bastiones que contribuyen a la mencionada evangelización. Sería imposible hoy día, concebir una Iglesia sin éstos movimientos que tantos frutos han deparado y que acercan la Iglesia a cada persona concreta. Por ende, es menester continuar con su cuidado y corrección, como ya hizo Benedicto XVI, mimándolos pero procurando asimismo la inexorable comunión con Roma. El tratamiento de los frutos del concilio va a ser un signo distintivo del nuevo pontificado.

Por otro lado y no menos arduo, es el reto que supone la cristianización de Asia -un objetivo que entronca con lo anterior- y el diálogo interreligioso. El terreno se encuentra expedito y marcado años atrás: un paulatino acercamiento con la cristiandad no católica, y un diálogo mesurado pero firme en el caso del Islam. La realidad de la Catolicismo en países islámicos va a exigir por parte del nuevo papa denuedo y gallardía.

Y por último, nos topamos con el tema predilecto de los medios de comunicación: la pederastia.

Aunque como bien afirma el criminólogo Christian Pfeiffer, la pederastia en el seno de la Iglesia Católica no supone más del 0,1 % del total; es cierto que es un tema escabroso para los católicos. Que un vicario de Cristo represente estos actos, llega a impeler cierta desesperanza por parte de aquellos que esperan de los sacerdotes la luminosidad y la cooperación para alcanzar la redención, amén de propiciar una mirada recelosa por los no católicos. El sendero a seguir también está definido, pero acomete de valentía, presumir como hizo Benedicto XVI la inocencia de los acusados; y si ésta se prueba suspensión del ministerio y la obligación de responder ante los tribunales humanos y divinos; sin olvidar tampoco que el perdón es signo incandescente y fundamental de nuestra fe. Quizá esto, sea la materia más lacerante para el papa.
Estas claves —mención aparte de la archisabida temática del aborto y la defensa de la familia, que exigen ambas protección y publicidad de parte de la Iglesia— se constriñen como caracteres que van a estar muy presentes en el nuevo pontificado.

Francisco ya ha empezado a esbozar los primeros pasos, siendo consciente de que nada de esto puede conseguirse sin humildad, y sobretodo, sin la intercesión del Espíritu Santo. “Recuerda que no eres el sucesor del emperador Constantino, sino el sucesor de un pescador”, decía san Bernardo. Francisco ha hecho suya esta máxima. Dios nos ha regalado un Pontífice humilde, sereno y valiente. Loado sea.

Miguel Ángel Martínez González