21.03.13

El sacerdote que le plantó cara a la mafia

A las 1:04 PM, por Alberto Royo
Categorías : Mártires

UN MÁRTIR INSÓLITO: DON PINO PUGLISI

 

Don Pino (Giuseppe) Puglisi ha hecho historia en la Iglesia por ser el primer sacerdote beatificado -lo será el próximo 25 de mayo- como mártir por haber muerto a manos de la mafia siciliana. Todo homenaje que se le pueda hacer es poco a este valeroso sacerdote, férreo defensor de los niños de Palermo usados por la mafia para distribuir heroína y otras drogas, que se hizo famoso por organizar un hogar para salvar a cientos de niños del barrio Brancaccio de Palermo, donde él mismo nació. Su compromiso obstaculizó los planes de la mafia. Fue asesinado por sicarios el 15 de septiembre de 1993, el mismo día en que cumplía cincuenta y seis años. Hijo de un zapatero, Carmelo, y de una costurera, Josefa Fana, Giuseppe nació el 15 de septiembre de 1937 en el citado barrio palermitano. El Brancaccio palermitano ha sido descrito como un lugar donde no existe el Estado, pero sí la ley, unas normas no escritas que no imponen ni policías, ni jueces, sino unos tipos que dan órdenes con gestos, miradas y palabras que nunca llegan a pronunciarse.

Fundada por los fenicios, conquistada por los romanos, destruida por los vándalos, reconquistada por los bizantinos, invadida por los musulmanes, re-reconquistada por los normandos, re-invadida por los españoles y dominada por los borbones, Palermo también recibió a los hombres de Giuseppe Garibaldi en 1860, quienes desde ahí comenzaron su lucha por la Unidad de Italia. Erigida en las costas del Mediterráneo, Palermo muestra, a veces con fatiga, todas estas etapas de su Historia con su hermosa arquitectura. Es considerada la ciudad más barroca de Europa, a pesar del abandono que durante largos periodos ha tenido, incluido el actual, donde por ejemplo, el servicio de basura llega a ser tan ineficiente que su belleza a veces es opacada por los montones de desperdicios tirados en sus calles. Palermo es una de las poquísimas ciudades europeas donde aún se ven las ruinas que dejaron los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Fue en esa época cuando volvió a ser ocupada por las tropas aliadas del general norteamericano Patton.

Pero hay otra cosa que tristemente caracteriza a Palermo: el surgimiento de la mafia, su desarrollo como fenómeno criminal organizado y que va más allá de la violencia y los homicidios que, durante largos años, han teñido de sangre a esta ciudad. Al contrario de lo que dice la creencia popular, la mafia siciliana surgió, en realidad, durante mediados del siglo XIX, al mismo tiempo que la aparición del nuevo Estado Italiano. Italia no llegó a ser un estado soberano hasta ese momento, y fueron la industrialización y el comercio los que trajeron este cambio y supuso la auténtica fuerza que impulsó el desarrollo de la mafia siciliana. La mafia siempre ha sido más fuerte al oeste de la isla, especialmente alrededor de la ciudad de Palermo, su lugar de nacimiento. Palermo era, y todavía es, el centro industrial, comercial y político de la isla de Sicilia, por lo que la mafia situó su base aquí, en contraposición con el medio rural, que se encontraba subdesarrollado en términos económicos. La mayor fuente de exportaciones, así como de riqueza de la isla desde la cual brotó la mafia, eran las grandes fincas de naranjales y limoneros que se extendían desde los mismos muros de la ciudad de Palermo.

Desde su nacimiento, nacieron también una serie de prácticas que, por desgracia, acompañan la vida de los sicilianos, especialmente a los palermitanos. Prácticas como la extorsión, el derecho de “pellizco”, nombrado “pizzo”, una especie de impuesto ilegal obligatorio para empresarios y comerciantes a cambio de una protección que se convierte en persecución si se deja de pagar. Otra práctica que penetra en todos los sectores: la “omertá”, es decir, el silencio de la sociedad ante una cultura mafiosa que no habla de estas prácticas y delitos, y menos todavía los denuncia públicamente. Por esta misma “omertá” también se cuentan cientos de víctimas que la sociedad aisló y dejó solos cuando denunciaban estas prácticas. Ahí está el caso del empresario Libero Grassi, quien se negó sistemáticamente a pagar el “pizzo” a la mafia y después de varios avisos, fue asesinado cuando salía de su casa el 29 de agosto de 1991. Hoy su recuerdo sigue sirviendo a organizaciones como “Addio Pizzo”, integrada por jóvenes, para que los comerciantes se sigan rebelando a la mafia y dejen de pagar por un derecho que el Estado debe garantizar.

El joven Giuseppe ingresó al seminario diocesano de Palermo a los dieciséis años de edad y allí se manifestó un alumno serio y estudioso, con especial gusto por las matemáticas, que años después enseñaría en el seminario menor de la diócesis. Los compañeros de seminario le recuerdan con una gran capacidad de escucha y de interés por los problemas ajenos. Ordenado sacerdote por el Cardenal Ernesto Ruffini en el Santuario de la Virgen de los Remedios el 20 de julio de 1960, a los veintitrés años. Entre sus primeros encargos pastorales cabe destacar, en 1961, el de vicario parroquial del Santísimo Salvador en el barrio de Settecannoli, limítrofe al de Brancaccio, al que se le añadió en 1962 el de confesor del las monjas Basilianas de Santa Macrina, y en noviembre de 1964 el cuidado de la cercana iglesia de San Giovanni de los leprosos. Pero poco a poco su ministerio se fue decantando hacia la enseñanza: comenzó en el Instituto Professionale Einaudi desde 1962 y en la Escuela Media Archimede en 1966, además de otras escuelas, como la Villafrati en 1970, la Santa Macrina en 1976 y el Instituto Clásico Vittorio Emanuele II desde el 1978 al 1993.

Desde los primeros años de su ministerio, y de modo especial con el dedicarse más a fondo a la enseñanza, se interesó por el mundo de los jóvenes, y en modo particular de aquellos de los barrios marginales de la ciudad, su problemas, su porvenir, sus peligros y cómo prevenirlos, etc. En 1967 fue nombrado capellán del colegio para huérfanos Roosevelt de Addaura y en 1969 fue nombrado vicerrector del seminario menor archidiocesano. Eran los años de las revueltas estudiantiles y los sacerdote no eran mirados con buen ojo, pero don Pino supo conquistar el respeto de todos por su capacidad de mediar entre los estudiantes y los directores del colegio.
Al año siguiente fue nombrado párroco de Godrano, un pequeño pueblo cerca de Palermo marcado por la mafia, donde se dedicó a reconciliar a las familias víctimas de la violencia. Se le recuerda en todos estos lugares como un verdadero pastor de almas, interesado por el bien de la grey; no un agitador ni un líder social, sino un sacerdote que cuidaba de su gente, de modo especial de los más vulnerables en aquellos ambientes, esto es, lo jóvenes.

En los años del Concilio Vaticano II siguió con atención todo lo que en él se discutía, difundiendo en seguida entre sus feligreses los documentos que se publicaban, especialmente lo referente a la renovación de la liturgia, al lugar de los laicos en la Iglesia, el ecumenismo y las iglesias locales. En 1978 fue nombrado por el Cardenal Salvatore Pappalardo pro-rector del seminario menor de Palermo y el 24 noviembre del año siguiente fue nombrado director del centro vocacional diocesano. Habiendo realizado una buena labor en el campo de la vocaciones, en octubre del 1980 fue nombrado vice-delegado regional de pastoral vocaciones, para llegar a ser en 1986 director regional y miembro del consejo nacional. Dedicó por tanto algunos de los mejores años y esfuerzos de su vida a la promoción de las vocaciones, promoviendo los campamentos vocacionales y un recorrido formativo de los candidatos preparado por él y que dio muy buenos resultados.
Desarrolló centros de promoción vocacional y formación católica para niños y jóvenes y desde mayo de 1990 ejerció su ministerio sacerdotal en la “Casa de Hospitalidad de la Madre” en Boccadifalco, para ayudar a mujeres jóvenes y madres solteras en dificultad. Ese mismo año fue nombrado párroco de San Gaetano, en Brancaccio, y en octubre de 1992, y tres meses después, en enero de 1993, inauguró el hogar para niños “Padre Nuestro” de Brancaccio, para rescatar a los menores de la mafia. En poco tiempo, el hogar se convirtió en el punto de referencia para los jóvenes y las familias en la comunidad.

Se enfrentó a la mafia con determinación, incluyendo el rechazo de cualquier donativo de procedencia dudosa y el retiro en las fiestas patronales de los puestos de honor de los que tradicionalmente se habían apropiado los líderes mafiosas. Logró establecer entre los padres de familia la esperanza de que podían aspirar a cultivar una sociedad de bien encarando las inercias siniestras y recuperando los espacios públicos para el bien de todos.

Nuestras iniciativas -decía- y las de los voluntarios deben ser un signo. No es algo que pueda transformar Brancaccio. Ésta es una ilusión que no nos podemos permitir. Es sólo un signo para proveer otros modelos, sobre todo a los jóvenes. Lo hacemos para poder decir: dado que no hay nada, nosotros queremos remangarnos la camisa y construir algo. Si cada uno hace algo, entonces se puede hacer mucho“.

No trató tanto de sacar a los que ya pertenecían a la mafia como de impedir que entraran los niños que vivían en las calles y que consideraban a los mafiosos como ídolos. Él, de hecho, a través de actividades y juegos quería hacerles entender que uno puede ganarse el respeto de los demás sin ser un criminal, simplemente por sus ideas y valores. A menudo denunciaba todo esto en sus homilías. La realidad fue que don Puglisi sacó de la calle a muchos niños y jóvenes, que sin su ayuda habrían comenzado con pequeños robos para terminar trabajando para la mafia. Al decir del historiador siciliano Giuseppe Carlo Marino Puglisi “había intentado poner en marcha en el mafioso barrio palermitano de Brancaccio, no solo con sus valerosas homilías y las clases de catecismo, sino sobre todo con una tenaz acción de penetración cultural en los ambientes juveniles, una experiencia de liberación colectiva de la hegemonía mafiosa.”

Don Pino no fue el único sacerdote en trabajar activamente contra la mafia, pero sí el más decidido. Lo más normal en aquella época era que los sacerdotes sicilianos trabajasen con la juventud, pero que no hiciesen referencia a la mafia, ni si quiera indirectamente, muchas veces mirando a otro lado ante la barbarie mafiosa. Eso formaba parte de la idiosincrasia siciliana, que evitaba hablar de la mafia como algo anecdótico a lo que los de fuera de la isla le daban demasiada importancia. Con respecto a esta actitud, es famosa la respuesta del Cardenal Ruffini cuando en una ocasión un periodista del National Catholic Reporter de Estados Unidos le preguntó “¿Qué es la mafia?”, a lo que él respondió: “Que yo sepa, es el nombre de una marca de detergente”. Era parte de la citada “omertá” de los sicilianos, que don Pino vino a romper con su trabajo callado, pero decidido en favor de los jóvenes de Palermo.

Todo ello fue la consecuencia de que los capos mafiosos vieran en él un verdadero obstáculo. Tras varias amenazas de muerte, que don Pino no contó a nadie, decidieron ejecutarlo, y lo hicieron frente a su iglesia solo nueve meses después de inaugurar el hogar. Él, tras las amenazas de muerte, sabía que era fácil que acabasen con su vida, pues los mafiosos no suelen bromear con sus amenazas, si bien era un hecho muy raro el asesinar a un sacerdote. Aún así él estaba preparado, y en ese tiempo escribió: “El discípulo de Cristo es un testigo y el testimonio cristiana se encuentra con dificultades y puede llegar a convertirse en martirio. Se trata de un paso pequeño entre uno y otro y en realidad es el martirio el que da valor al testimonio. Recordad a San Pablo: ‘deseo ardientemente incluso morir para estar con Cristo’. Este deseo es un deseo de comunión que trasciende la propia vida.

El 25 de octubre de 1992 celebró sus últimas primeras comuniones en su parroquia de San Gaetano, en el Brancaccio. En la homilía se dirigió a los niños que iban a recibir por primera vez el Cuerpo de Cristo con las siguientes palabras: “Hemos cantado que queremos crear un mundo diferente. Comprometámonos a crear un clima de honestidad, de rectitud, de justicia, que es como a Dios le gusta”.

En ese mismo año la situación de la mafia en Palermo había llegado a su punto crítico con el asesinato de dos famosos jueces anti-mafia: Falcone e Bosellino. El 23 de julio un grupo de voluntarios de don Pino escribieron una carta al Presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, denunciando la degradación del barrio, que se hacía insoportable. La reacción fue una serie de redadas policiales en las que se descubrieron importantes almacenes de armas de la mafia.
Un día unos sicarios de la mafia lanzaron unos cócteles Molotov sobre la parroquia de don Pino. Este reaccionó con tranquilidad, invitando en una homilía a los mafiosos al diálogo: “Venid a la iglesia a la luz del sol, discutamos. Reflexionemos juntos sobre la violencia que solamente genera más violencia. Querría conoceros y conocer los motivos que os mueven a obstaculizar a quien intenta educar a vuestros hijos en la legalidad, el respeto recíproco, los valores del amor y de la cultura”. El 26 de julio de 1993 se publica una entrevista que le hacen en la que denuncia la situación de degradación del barrio del Brancaccio y la penosa situación de sus jóvenes, a la vez que invita a los responsables de esa situación a cambiar de actitud y trabajar por el bien de la gente del barrio. Estas palabras suyas, que no fueron ofensivas, sino llenas de mesura, supusieron para él como la firma de su condena definitiva a muerte.

El día elegido por los mafiosos fue el de su 56 cumpleaños. Según las declaraciones de lo ocurrido aquel fatídico día, se supo que don Pino aparcó su coche Fiat Uno blanco a la puerta de su domicilio, se bajó del coche, y se acercó a la puerta de entrada. En ese momento alguien lo llamó, él se dio la vuelta, y le descerrajaron varios tiros en la nuca. Fue el primer asesinato de un sacerdote en Palermo a manos de la mafia y, sucedía apenas cuatro meses después de que el Papa visitara Sicilia y pidiera a los representantes de la Iglesia un papel más activo en la lucha anti-Mafia. En aquella ocasión el Papa se había dirigido a los jefes de la mafia en Agrigento con palabras durísimas amenazándoles con el juicio de Dios:

Dios dijo una vez: ¡No matar! Ningún hombre, ninguna asociación humana, ninguna mafia, puede cambiar y pisotear este derecho santísimo de Dios… Que vuestro pueblo, pueblo siciliano, totalmente apegado a la vida, pueblo que ama la vida, que da la vida, no puede vivir siempre bajo la presión de una civilización contraria, civilización de la muerte… En el nombre de este Cristo, crucificado y resucitado, de este Cristo que es Camino, Verdad y Vida… Me dirijo a los responsables: ¡Convertíos! ¡Un día vendrá el juicio de Dios!”.

El día después de su muerte, el mismo Juan Pablo II, esta vez en visita al santuario del monte Alverna, lugar de paz y sosiego tan diferente del Brancaccio palermitano, dijo:

En este lugar de paz y oración no puedo dejar de expresar mi dolor que me ha dado el recibir esta mañana la noticia de la muerte de un sacerdote de Palermo, don Giuseppe Puglisi. Elevo mi voz para condenar que un sacerdote comprometido en el anuncio del Evangelio y en el ayudar a los hermanos a vivir honestamente y a amar a Dios y al prójimo, haya sido eliminado en modo bárbaro. Mientras pido a Dios el premio eterno para este generoso ministro de Cristo, invito a los responsables de este crimen a avergonzarse y a convertirse. Que la sangre inocente de este sacerdote lleve la paz a la querida Sicilia.

Más recientemente, en su visita a Palermo en octubre de 2010, el Papa Benedicto XVI recordó a don Pino y lo propuso como modelo para los sacerdotes de Sicilia y del mundo entero: “Tenía un corazón que ardía de auténtica caridad pastoral; en su celoso ministerio dio amplio espacio a la educación de los muchachos y de los jóvenes, y a la vez trabajó para que cada familia cristiana viviera su vocación fundamental de primera educadora de la fe de los hijos. El mismo pueblo encomendado a su solicitud pastoral pudo saciarse de la riqueza espiritual de este buen pastor (…) Os exhorto a conservar viva memoria de su fecundo testimonio sacerdotal imitando su ejemplo heroico”.

El funeral tuvo lugar el 17 de septiembre 1993. Como consecuencia de las investigaciones que siguieron a la muerte de don Pino, fueron reconocidos por los testigos oculares -el caso fue tan sangrante que en esta ocasión la indignación superó al miedo que en estos casos protegía a los asesinos de la mafia- los jefes mafiosos hermanos Filippo y Giuseppe Graviano. Éste último fue condenado a cadena perpetua en 1999, mientras su hermano Filippo, después de ser absuelto en primer grado, en apelación fue condenado también él a cadena perpetua en 2001. Posteriormente fueron condenados también a cadena perpetua por la corte de amparo de Palermo Gaspare Spatuzza, Nino Mangano, Cosimo Lo Nigro y Luigi Giacalone, los otros componentes del comando que esperó a don Pino a las puertas de su casa.

Tras la muerte ignominiosa de este sacerdote, surgieron un montón de iniciativas en Sicilia y en toda Italia para que no se perdiese su memoria: Se le dedicaron calles y plazas, además de escuelas, centros sociales y deportivos. Surgieron también conmemoraciones e iniciativas en el extranjero, desde los Estados Unidos a Australia, incluyendo algunos países de África como el Congo. En Palermo, su ciudad natal, a partir de 1994 el aniversario de su muerte marca el comienzo del año pastoral diocesano. El 15 de septiembre de 1999, a los diez años del asesinato, el cardenal de Palermo, Salvatore De Giorgi, comenzó a dar los primeros pasos del proceso de canonización, que concluyó en 2012 con el decreto papal de martirio. Su beatificación se celebrará en este año 2013