25.03.13

De cómo Dios se hizo hombre

A las 12:26 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dios se hizo hombre para que su Hijo redimiera al mundo. Es cierto que es un misterio pero también es cierto que es verdad.

Y, ahora, el artículo de hoy.

La Encarnación

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.’ Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.’ María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.’ Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.’ Y el ángel dejándola se fue”.

Justo al principio de su evangelio, aquel que fuera médico de San Pablo dejó escrito, para su amigo Teólifo que iba a utilizar, pues él no vivió la vida de Jesús in situ, aquellos medios propios de los investigadores (Lc 1, 23): testigos y otras personas que le pudieran dar noticia de lo que había sucedido en tiempos de la vida del Maestro. Esto nos hace pensar que lo que fijó en aquel su evangelio relativo al episodio de la Encarnación (Lc 1, 26-38) lo fue porque la misma María, Virgen Inmaculada, se lo dijo a Lucas de viva voz y personalmente pues no hubo otro testigo de lo sucedido más que ella misma y, claro, el Ángel Gabriel, enviado de Dios para aquella tan magna ocasión espiritual.

La Encarnación, aunque pudiera parecer otra cosa por la intervención directa del Espíritu Santo es cosa propia de las Tres Personas que constituyen la Santísima Trinidad: bien se le atribuye a Dios Padre (Hb 10, 5; Ga 4, 4), o al Hijo (Flp 2, 7), o, por fin, al Espíritu Santo (Lc 1, 35; Mt 1, 20) pues, como dice San Agustín en “De Trinitate, 2, 5,9, “las obras de la Trinidad don inseparables”.

Pues bien, como vemos en el texto de San Lucas, el hecho mismo de que Dios escogiera a una joven de una pequeña aldea para ser su Madre no deja de tener importancia. Se encarnó no de una mujer poderosa o muy cercana al poder sino, al contrario, de una humilde y fiel hija de Israel que llevaba una vida de fidelidad al Creador digna de ser tenida en cuenta.

¿Podía no haber pronunciado María aquel “Fiat”?

Humanamente podemos decir que sí porque por eso tenía libertad para hacerlo. Sin embargo, también podemos pensar que Dios había establecido que fuera aquella joven la que dijera sí y, por supuesto, los planes de Dios no iban a torcerse así como así. En realidad, María dijo sí porque tenía que decir sí y, por supuesto, dijo sí. No es que no tuviera libertad sino que entendía a la perfección lo que quería decir tal libertad. Y eso tan libre que, además, nos liberó a los demás seres humanos (como bien dice San Atanasio en el “Sermón sobre la Encarnación del Verbo”: ‘por esta razón, asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción’); admitió la voluntad de Dios y no torció el brazo del Creador a su favor.

María permitió la Encarnación y eso salvó a toda la humanidad de una muerte terrible y dolorosa; nos ganó el cielo espiritual para el que nos había creado Dios y fuimos, desde aquel mismo instante, hijos que podían reconocer a su Padre y a una Madre tan joven como la eternidad que no muere lo es siempre: todo pasa porque está establecido para que pase y siempre pasa sin, por eso, agotar lo eterno que Dios quiere que así lo sea.

A este respecto, el Beato Juan Pablo II, en una Catequesis de fecha 10 de diciembre de 1997 dijo que

“la entrada de la eternidad en el tiempo es el ingreso, en la vida terrena de Jesús, del amor eterno que une al Hijo con el Padre. (…) La eternidad que entra en nosotros es un poder soberano de amor que quiere guiar toda nuestra vida hasta su último fin, escondido en el misterio del Padre. (…) La eternidad ha entrado en la vida humana. Ahora, la vida humana está llamada a hacer con Cristo el viaje del tiempo a la eternidad".

Digamos, con toda claridad para que se nos entienda todo y todo quede sobre la mesa como ofrenda de verdad, que María, la joven judía desposada con José, permitió que Dios se hiciese hombre por la intervención del Espíritu Santo y que luego, lo que ha venido después, es resultado de aquella aceptación tan sencilla pero tan clara y entendible por cualquiera: sea la voluntad de Dios. Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán