29.03.13

La Cruz gloriosa

A las 1:09 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para la celebración de la Pasión del Señor

El Viernes Santo, el primer día del Triduo Pascual, celebramos que Cristo, “en favor nuestro instituyó, por medio de su sangre, el misterio pascual”. La muerte del Señor es el primer paso de su “tránsito” de este mundo al Padre. La muerte, la sepultura y la exaltación al cielo son los tres momentos que conforman el único Misterio Pascual. En la unidad de este Misterio, la Cruz de Cristo es una Cruz gloriosa, digna de ser adorada: “Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos; por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

Al venerar la Cruz de Nuestro Señor no nos complacemos en el dolor, no magnificamos un instrumento de tortura y de muerte, sino que cantamos el “ornato del Señor”, el “sacramento de nuestra eterna dicha”: “Las banderas reales se adelantan y la cruz misteriosa en ellas brilla; la cruz en que la Vida sufrió muerte y en que sufriendo muerte nos dio vida”. En la unidad de la Pascua, la Cruz de Cristo se alza como la única esperanza, capaz de redimir y de vencer todas las cruces que jalonan la historia de los hombres.

En la austera solemnidad del Viernes Santo, la Iglesia se reúne para contemplar la Pasión de Jesucristo. “Desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano”. “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos”. Pero en esa imagen del Varón de Dolores, la mirada de la fe descubre la salvación del mundo: “sus cicatrices nos curaron”.

El amor de Cristo vence el mal. La confianza de Cristo vence la desconfianza del pecado. En su Pasión, “enmudecía y no abría la boca”. Cristo enmudece y calla, para que ninguna palabra que articulen sus labios sea una palabra de acusación. En la prueba, en el sufrimiento, el Señor nos precede con el silencio y la confianza: “Porque yo confío en ti, Señor, te digo: ‘Tú eres mi Dios’ ”. Benditos y alabados sean los que, probados por la vida, siguen repitiendo, como Jesús: “Yo confío en ti”, “Tú eres mi Dios”.

La Carta a los Hebreos nos invita a esta perseverancia, a esta paciencia: “Mantengamos la confesión de fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios”. Un sumo sacerdote “que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. En su obediencia y en su silencio, se ha convertido en “autor de salvación eterna”.

De la Cruz de Cristo brota la salvación para todo el mundo: La paz de la Iglesia santa, la protección del Papa y de los Obispos, la iluminación de los catecúmenos, la unidad de los que creen en Cristo, la plenitud de la redención para el pueblo judío, la esperanza para los no cristianos y para los ateos, la asistencia para nuestros gobernantes.

“Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. “Venid a adorarlo”. No nos molesta la Cruz. No nos ofende la Cruz. No nos estorba la Cruz. Adoramos la Santa Cruz, el símbolo concreto del amor hasta el extremo, de la infinitamente dilatada solidaridad divina que abraza a la humanidad entera para hacer posible, donde no parece haber futuro, un nuevo comienzo y un futuro nuevo.

El Señor nos renueva con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo, nos concede el perdón y el consuelo, nos permite pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la ruptura a la comunión: “Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal: Ten piedad de nosotros”. Amén.

Guillermo Juan Morado.