26.04.13

 

No hay semana en que no tengamos que dar una o varias noticias de cristianos siendo masacrados, perseguidos, secuestrados, violados, asesinados y el resto de verbos con significado violento existentes en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

Allá donde el cristianismo es minoritario y la religión dominante, sea el islam o el hinduísmo, tiene una relación importante con el poder político, policial o judicial, el destino de los cristianos es convertirse confesores y/o mártires. Y el mismo Occidente que, en base a la libertad religiosa y la igualdad de derechos de todos los seres humanos -menos los no nacidos- admite en sus fronteras la inmigración de extranjeros que profesan esas religiones, mira para otro lado ante la falta de libertad de los cristianos en esos países.

Tampoco es mucho mejor la suerte de los fieles a Cristo en las dictaduras comunistas, pero en ellas su destino no es especialmente distinto del de los miembros de otras religiones.

Ciertamente la sangre de los mártires suele dar fruto allá donde es derramada. Pero no es menos cierto que la historia indica que hay zonas enteras donde en su día el cristianismo floreció y hoy es machacado por la bota de otra religión que nos persigue.

Hoy sigue sonando en el cielo la voz de los mártires:

¿Hasta cuándo, Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra?
Ap 6,10

Se ha pasado de contemplar la masacre de cristianos en el Coliseo romano a verla en las pantallas de nuestros televisores.

Vivimos en un momento de la historia especialmente repugnante. Un Occidente entregado en manos de la apostasía mientras la Iglesia del resto del mundo es perseguida y mientras las antiguas naciones cristianas hacen negocios con los reyes y gobernantes que permiten o alientan dicha persecución.

Cristo, ven pronto.

Luis Fernando Pérez Bustamante