2.05.13

Sobre el Papa: Una visión de fe

A las 5:56 PM, por Joan Antoni
Categorías : General

Una vez conocida la renuncia de Benedicto XVI a la Cátedra de Pedro y poco antes de la elección del nuevo Papa se me pidió una breve reflexión para el Consejo de Presbiterio de mi diócesis de Urgell. Retomo el texto con algunos añadidos ulteriores.

«Me llamo Pablo, pero mi nombre es Pedro” declaraba el papa Pablo VI dirigiéndose en Ginebra a los miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias, el 10 de junio de 1969. 




Alguien me comentó que mi Obispo, preguntado por las calidades que debería tener el próximo sucesor de Pere, afirmó: Que sea un hombre de fe. Es verdad y parece tan obvio que pocos osan explicitarlo. Benedicto XVI dijo que en la Iglesia todo procede de la fe y todo está al servicio de la fe. Y, por supuesto, el ministerio petrino cuyo contenido esencial consiste en asegurar la unidad de toda la Iglesia en la comunión que brota de la fe. 



La renuncia de Benedicto XVI ha sido vivida por la mayoría de la Iglesia con una gran dosis “de sentido común cristiano”, de aquel sentido que brota de la fe y amor a la Iglesia. El gesto del Papa nos ha hecho ver que los ministerios no son nunca propiedad absoluta de un individuo sino que tienen su razón de ser en su función a favor de todos los bautizados.

El que ha hecho Benet XVI se vivía ya con mucha normalidad desde hace medio siglo en el conjunto de Obispos del mundo y quizás la normalidad es que lo es praxis común y aceptada en todas las iglesias particulares lo sea también para la Sede Romana, teniendo en cuenta, por supuesto, su singularidad. 

El Concilio Vaticano II, en palabras de Pablo VI, consiguió una de sus más grandes aportaciones con la doctrina del episcopado que completaba y culminaba el trabajo del Vaticano I. Cómo escribe G. L. Müller, la doctrina del Primado de los concilios Vaticano I y II argumenta a partir de la esencia sacramental de la Iglesia.

El episcopado, que es señal de la unidad en la fe y en la comunión tiene que ser, en definitiva, en él mismo “uno e indiviso”. 

Y así se expresa la Constitución sobre la Iglesia: “Pero para que el episcopado mismo fuera uno sólo e indiviso… estableció el Pastor eterno al frente de todos los otros apóstoles al Bienaventurado Pedro y puso en él el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de comunión” (LG 18). 

Estas palabras del Concilio que recapitulan veinte siglos de tradición nos hacen entender que cuando hablamos del ministerio del sucesor de Pedro no estamos hablando de un aspecto marginal sino de un elemento fundamental de la identidad de la Iglesia querida por Jesucristo. 



Los evangelios, con la teología narrativa que los caracteriza, presentan con claridad la elección y formación de los apóstoles y de Pedro en particular por parte de Jesús. Pedro, una vez convertido al Señor y habiéndole profesado un amor incondicional recibirá por parte de Jesús la facultad de confirmar en la fe a todos los hermanos y pacer todo el rebaño del Señor. La unidad en la fe y la concordia en la caridad son elementos esenciales y necesarios por la vida de la Iglesia. El ministerio episcopal y el servicio particular del Obispo de Roma existen para asegurar estos elementos sin los cuales la Iglesia, simplemente, no sería. 

No se puede poner en entredicho la posición preeminente de Pere en la comunidad prepasqual de los discípulos y en la primitiva Iglesia. Su fe en el mesianismo y en la filiación divina de Jesús es la roca sobre la cual se ha edificado la Iglesia como comunidad de fe. Le corresponde la función de portavoz y la potestad de “ligar y desatar” (Mt 18, 18; 28, 19).

El mismo Resucitado le encomienda “confirmar sus hermanos” y pacer la comunidad que nace de la Pascua (Jn 21, 15-19). 

Aunque las fuentes del Nuevo Testamento no hablan, ni pueden hablar, según su género literario de un “sucesor de Pedro”, encontramos en la más antigua tradición post- apostólica indicios que vinculan el apostolado de las iglesias con la iglesia romana. La relación de esta iglesia con las otras de la communio eclesiarum tiene un claro paralelismo entre la que se da entre Pedro y el resto de los Apóstoles.

Está fuera de cuestión el origen petrino de la iglesia romana (Ireneu de Lyon, adv. haer III, 2). Según Cipriano en esta iglesia se encuentra la Cathedra Petri y también la denomina Prima sedes. 

El prptagonismo de la iglesia romana en la superación de las grandes controversias cristológicas y trinitarias es innegable. Sólo basta recordar un momento capital del magisterio cristológico cuando los Padres de Calcedonia aprobaron la Carta dogmática del Papa León el Grande a Flaviano (Tomus flavianus) con una exclamación muy significativa: “Pedro ha hablado por boca de León”.

Observa los teólogos y no es ésta una observación secundaria, que los obispos de Roma, dan testigo con sus reclamaciones de autoridad sobre todas las iglesias que la Iglesia de Roma tiene conciencia de ocupar un lugar especial en virtud de la sucesión del Apóstol Pedro. Y es interesante constatar que, objetiva y cronológicamente, este conocimiento sobre el origen y la autoridad petrina de la Iglesia romana es anterior a la fundamentación teórica a partir de la Escritura y la Tradición que se elaborará en la controversia contra los reformadores. Una vez más, la vivencia habitual de la fe precede la sistematización doctrinal a menudo originada por la controversia con los herejes. 

Ingas de Antioquía no duda en afirmar que la iglesia romana ostenta la presidencia en el amor y merece el título de ecclesia principalis. La Iglesia romana, según consta en la Tradición, tiene en la communio de la Iglesia una función de orientación que no se puede obviar ni ignorar.

Efectivamente, la Iglesia Católica se realiza en toda su plenitud en cada una de las Iglesias particulares. 

Ireneo de Lyon con otros Padres, considerando la fundación de la Iglesia Romana sobre las columnas de los apóstoles Pedro y Pablo , enseña que “con esta Iglesia tienen que concordar, propter potentiorem principalitatem, todas las otras, los fieles de todos los lugares del mundo pues en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica”. A nivel litúrgico es significativo recordar que en la Iglesia Romana no se recitaba nunca el símbolo de la fe porque nunca en ella se había hecho presente la herejía. 



Unos elementos del Catecismo de la Iglesia Católica a tener en cuenta:
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir a los Doce, “formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él” (LG 19). “Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles"(LG 22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). “Consta que también el colegio de los apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro” (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles “(LG 23). “El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad” (LG 22; cf. CD 2. 9).
883 “El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el Romano Pontífice […] como Cabeza del mismo". Como tal, este colegio es “también sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia” que “no se puede ejercer a no ser con el consentimiento del Romano Pontífice” (LG 22; cf. CIC, can. 336).
884 La potestad del colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico “(CIC can 337, 1). “No existe Concilio Ecuménico si el sucesor de Pedro no lo ha aprobado o al menos aceptado como tal” (LG 22).
885 “Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la universalidad del Pueblo de Dios; en cuanto reunido bajo una única cabeza, expresa la unidad del rebaño de Dios” (LG 22).
886 “Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares” (LG 23). Como tales ejercen “su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada” (LG 23), asistidos por los presbíteros y los diáconos. Pero, como miembros del colegio episcopal, cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf. CD 3), que ejercen primeramente “dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal", contribuyen eficazmente “al Bien de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las Iglesias” (LG 23). Esta solicitud se extenderá particularmente a los pobres (cf. Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los misioneros que trabajan por toda la tierra.

Benet XVI nos explica la misión del Sucesor de Pedro. 
El año 2005, a sus 78 años, se presentaba como un humilde trabajador de la Viña del Señor. Consciente de su misión y de sus límites: “Si, por un lado tengo presente los límites de mi persona y capacidad, por otro lado son muy consciente de la naturaleza de la misión que me ha sido confiada y que me dispongo a cumplir con actitud de entrega interior. No se trata de honores sino de un servicio que me dispongo a realizar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor que no vino a ser servido sino a servir…” (Discurso a los Cardenales del 22 de abril del 2005). 

Y, efectivamente, su disposición todos estos años ha sido ejemplar. 

En en cuanto al contenido del munus petrinus, Benet XVI lo exponía diciendo: “Esta es la misión de todos los sucesores de Pedro: ser guía en la profesión de fe en Jesucristo, el Hijo de Dios viviente. La Cátedra de Roma es, en primer lugar, cátedra de este credo. Desde esta cátedra, el Obispo de Roma tiene que repetir constantemente: Dominus Iesus, Jesús es el Señor… La cátedra de Pedro obliga a aquellos que la ocupan a decir, como ya hizo Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían abandonar: Señor, ¿a quien iremos? Sólo tu tienes palabras de vida eterna… Aquel que ocupa la cátedra de Pedro tiene que recordar las palabras del Señor a Simón Pedro en la hora de la última cena: Y tú, una vez convertido, confirma tus hermanos” (Homilía en San Juan del Laterano del 7 de mayo de 2005). 



Son observaciones preciosas y esenciales del ministerio del Sucesor de Pedro. ¿Cómo no podríamos sentirnos obligados por auténtica obediencia a aceptar este don? 

La misión de Pedro, nos recordaba Benedicto XVI, consiste igualmente en custodiar la unidad y catolicidad de la Iglesia: “El ministerio indispensable de Pedro es hacer que la Iglesia no se identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura, sino que sea la Iglesia de todos los pueblos, para hacer presente entre los hombres, marcados por divisiones y contrastes, la paz de Dios y la fuerza renovadora de su amor…” (24 de agosto de 2008).

Quizás en esta perspectiva hay que entender la nueva dimensión que va adquiriendo el Pontificado en un mundo globalizado. Y probablemente una línea de reflexión y actuación del nuevo Papa será la gestión de un ministerio que cada vez adquiere una proyección más mediática y global en la perspectiva irrenunciable de la colegialidad y del principio de subsidiariedad.

Finalmente, un breve texto de 2009 donde Benedicto XVI apunta a aspectos esenciales del ministerio petrino: 

“La comunión con el Obispo de Roma, sucesor del apóstol San Pedro, y establecido por el Señor mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad, es la garantía del vínculo de unión con Cristo Pastor e inserta las Iglesias particulares en el misterio de la iglesia una, santa, católica y apostólica” (Discurso al Sínodo de la Iglesia Apostólica Siro-Católica de Antioquia, del 23 de enero de 2009). 

Podemos advertir la conciencia que el Papa Bendicto ha tenido de su propia misión.
Juan Pablo II, en Ut unum sint apuntó una vía bastante inexplorada todavía de revisión del ejercicio del ministerio del sucesor de Pere. Él lo insinuó especialmente de cara al diálogo ecuménico pero no hay duda que éste tiene que ser en primer lugar un momento de clarificación interna en la Iglesia católica en fidelidad con los elementos esenciales y constitutivos del servicio que le corresponde al Papa. tan en gestos como en palabras ha empezado a dar pasos de gran fecundidad. 


Esta es la visión de fe sobre el Papa que debemos tener clara y saber transmitir de manera pedagógica a nuestro pueblo. 
Estos días podemos constatar cómo la banalidad y superficialidad que caracterizan una aproximación al misterio de la Iglesia ajena a la fe se hacen presentes en los medios de comunicación y, incluso, han penetrado en la mentalidad de muchos miembros de la Iglesia. Hay que orientar desde la fe y la cordura un pueblo que ve como, desde tantos medios de comunicación, se presenta la iglesia como si fuera una gran multinacional repleta de escándalos y que busca un director general. 


Un último punto de la visión de Benedicto XVI sobre el ministerio petrino y que nos puede ayudar a la comprensión del mismo lo podemos encontrar, sin duda, en un breve texto pronunciado en latín y que será objeto de recuerdo permanente en la historia. Se trata de la fórmula con que el Pontífice presentaba su renuncia: 

”Fratres carissimi: Non solum propter tres canonizationes ad hoc Consistorium vos convocavi, sed etiam ut vobis decisionem magni momenti pro Ecclesiae vitae communicem. Conscientia mea iterum atque iterum coram Deo explorata ad cognitionem certam perveni vires meas ingravescente aetate non iam aptas esse ad munus Petrinum aeque administrandum. 
Bene conscius sum hoc munus secundum suam essentiam spiritualem non solum agendo te loquendo exsequi debere, sed non minus patiendo te orando. Attamen in mundo nostri temporis rapidis mutationibus subiecto te quaestionibus magni ponderes pro vita fidei perturbato ad navem Sancti Pétreo gubernandam te ad annuntiandum Evangelium etiam vigor quidam corpóreos te animae necessarius este, quien ultimes mensibus in me modo tale minuitur, ut incapacitatem meam ad ministerium mihi commissum bene administrandum agnoscere debeam…”.

Efectivamente, el Papa Benedicto ha ejercido su ministerio “trabajando y hablando” pero no menos “sufriendo y orando”. Nos deja un valioso testigo de amor y servicio a Cristo y la Iglesia. Su amor en la Iglesia lo ha traído a un gesto generoso cuando ha advertido que ya no podía ejercer su ministerio con las exigencias que este compuerta en unas circunstancias históricas bien concretas. Para él la nuestra más sincera gratitud y por el Papa que vendrá, con palabras del mismo Benedcto XVI “nuestra obediencia incondicional”. Esto quiere decir voluntad sincera de vivir la comunión con él y de facilitarle al máximo su servicio a favor de todos nosotros. Es una simple cuestión de fe y de sentido común. 

Esta es la visión de fe que, como presbíteros, tenemos que vivir en estos momentos y particularmente en este año de la fe.

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Post scriptum

Habiendo sido elegido un nuevo sucesor de Pedro constatamos que el Papa Francisco ha tomado la antorcha que le ha legado Benedicto XVI y trabaja incansablemente “enseñando, con palabras y gestos” y también “orando y sufriendo por la Iglesia”. Le acompaña con reconocimiento y gratitud la oración y el afecto de toda la Iglesia.