30.05.13

 

La solemnidad del Corpus Cristi nació para contrarrestar la perjudicial influencia de ciertas ideas heréticas que se propagaban entre los fieles en detrimento de la verdadera Fe. Ciertamente:

«Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento» (José María Iraburu, La adoración eucarística).

Mientras los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas nos ofrecen una descripción de la institución de la Santísima Eucaristía, San Juan dedica el capítulo VI de su evangelio a la teología de la Eucaristía citando dos milagros, ya que la Eucaristía es algo que requiere fe. El primero, el de la multiplicación de los panes y los peces (6, 5-15), y el segundo, el hecho de que Jesús caminó sobre las aguas del mar de Galilea (6, 16-23).

Pero también algunas de las líneas más tristes de todo el Evangelio se encuentran en ese capítulo. La muchedumbre comprendía las palabras del Señor pero al mismo tiempo rechazaba sus enseñanzas, Jesús estaba presente físicamente entre ellos, de ahí que para sus oyentes la enseñanza sobre el Pan de Vida era tan difícil de aceptar, y, para no dejar duda de que se le debía tomar al pie de la letra, Jesús añadió: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

La Eucaristía es el acto más elevado de adoración a Dios, porque es mucho más que una oración o devoción: es el sacramento central de la Iglesia Católica. Sin Eucaristía no hay Iglesia, y consecuentemente tampoco puede haber miembros suyos, es decir cristianos. Cuando se debilita la relación hacia la Eucaristía o desaparece de plano, se pierde o se desvanece también la vida divina en los creyentes, y consecuentemente en el mundo. Una atrofia mortal, que sólo puede ser sanada por medio de la Eucaristía.

Todo esto, es también una falta de fe, como entre los contemporáneos de Jesús, una falta de vida divina, de santidad y de perseverancia que los cristianos sufren hoy, y en ellos, y con ellos, también la Iglesia, y, como se ha dicho, el mundo entero. Los cristianos que son transformados por la Eucaristía en Cuerpo de Cristo, llevándolo dentro de sí, lo introducen en el mundo y a la historia de la humanidad.

«A veces se convierten en el centro de la conversación los ornamentos y los vasos sagrados como si tales cosas fueran algo trascendental. Importan, pues son los atavíos que convienen para esta gran ceremonia; pero no pasan de ser simples atavíos, del estilo más o menos de las ropas que nos ponemos cada día»,

cuando lo trascendental es, que

«la Misa coloca al Calvario en medio de nosotros; o, si prefieren, nos transporta al momento y al lugar del auténtico Sacrificio de nuestro Señor (Frank Duff, La Misa acontecimiento impresionante).

La fe en la presencia real de Cristo en las Especies Eucarísticas pertenece a la esencia de la Fe de la Iglesia, desde sus orígenes es parte intrínseca de la identidad católica es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia.

Profesar que la Eucaristía es la Presencia Real de Cristo, es sin duda un don de Dios.

El Concilio de Trento proclamó:

«En el augusto Sacramento de la Santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, está presente verdadera, real y substancialmente, bajo la apariencia de estas realidades sensibles” (DS 1651). Como dejo el Papa Paulo VI, tal presencia “se llama real por antonomasia, porque es también corporal y sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro» (Mysterium fidei, 21-22).

«Todos debemos estar vigilantes al respecto. En humildad de corazón debemos recordar, que la recepción eucarística y la adoración eucarística son nuestra más grande necesidad cristiana y por lo tanto nuestro más alto deber. Aquellos en el ministerio pastoral tienen una necesidad especialmente urgente de este fortalecimiento espiritual, precisamente porque ellos son responsables de muchas almas del Cuerpo místico de Cristo. El rebaño está sediento, y ¿cómo les podemos llevar el balde de agua, si no hay agua en el balde? Cuanto mayor sea nuestra responsabilidad en la Iglesia, mayor es nuestra necesidad de ser llenados, para que podamos alimentarnos y dar de beber al rebaño de Dios» (Mark I. Miravalle, STD, El dogma y el triunfo).

En ese arco, y con motivo del Año de la Fe, el Santo Padre Francisco, ha convocado a toda la Iglesia a un gesto único: que el domingo 2 de junio, a las 5 de la tarde hora de Roma todos los católicos del mundo nos unamos en un gesto unánime de comunión con el Señor, y también de comunión con el Vicario de Cristo, con todo el Colegio Episcopal, y con toda la Iglesia extendida por toda la tierra, en una hora de adoración al Santísimo Sacramento.