10.06.13

Exorcizar la lengua paralizada de los laicos

A las 1:28 AM, por Germán
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La Hora de los Laicos (13)

Comentarios a la Exhortación apostólica Christifideles laici

La Exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, (1988)

«constituye un verdadero patrimonio de teología y espiritualidad para comprender el rol insustituible que mujeres y hombres laicos poseen en este particular momento de la historia» (Mons. Rino Fisichella).

El documento señala como cuarto criterio de eclesialidad, para el reconocimiento de asociaciones, movimientos y nuevas comunidades:

«La conformidad y la participación en el “fin apostólico de la Iglesia", que es “la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y ambientes".

Desde este punto de vista, a todas las formas asociadas de fieles laicos, y a cada una de ellas, se les pide un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización» (C. L. 30).

El Concilio Ecuménico Vaticano II, hizo sonar el clarín de los laicos:

«saben (los Prelados) que no han sido constituidos por Cristo para asumir ellos solos toda la misión de salvación que la Iglesia ha recibido con respecto al mundo, si­no que su magnífico encargo consiste en apacentar los fieles y recono­cer sus servicios y carismas, de modo que todos, en la medida de sus posibilidades, cooperen de manera concorde en la obra común» (C. L. 32).

La Iglesia no puede subsistir sin el Papa, pero tampoco el Papa sin la Iglesia, ni tampoco los obispos sin la Iglesia, ni sin el Papa como su líder. La Iglesia es garante de la verdad y por eso hay que escucharla, por lo que quien se juzga poseedor de carismas extraordinarios debe mantener en sí una conciencia de sometimiento a la Iglesia.

«El Señor no tiene otros labios que los nuestros, otra boca que la nuestra, otras manos que las nuestras, otros pies que los nuestros, para ir hacia este mundo a llevar su mensaje. No tenemos derecho a guardarlo a encerrarlo en nuestro corazón y a callarnos».

«Me parece que debemos exorcizar a ese demonio mudo que hace que tantos cristianos se refugien en el mutismo, creyendo responder así al respeto que se debe a las convicciones del prójimo, y desconociendo que el respeto más profundo que podemos expresar a alguien es ofrecerle, con toda humildad, lo mejor que hay en nosotros y a lo que servimos de instrumento; nuestro Señor Jesucristo hablando a los hombres de hoy» (L. J. Card. Suenens, El cristiano en el umbral de los nuevos tiempos).

Destacan cuatro campos en la trayectoria pastoral del laico:

1) di­vulgación del Evangelio; 2) purificación del ambiente social; 3) unifica­ción y elevación del sector de la familia; 4) rectificación de la moción po­lítica. Campos en los que apenas puede (y no gusta) penetrar el clérigo; y que el laico debe influenciar desde dentro, porque él mismo vive las vi­cisitudes prósperas y adversas de los cuatro escenarios, muchas veces exclusivos suyos.

«Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tie­nen la vocación y la misión de ser anunciadores del Evangelio: son habi­litados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la inicia­ción cristiana y por los dones del Espirito Santo» (C. L. 33).

El Evangelio no solo se debe expender en el pulpito y por consagrados; es también luz del laico que debe colocarlo sobre una mesa a fin que ilumine a cuantos se hallen en el recinto.

El ateísmo, el consumismo y el indiferentismo religioso atropellan el ambiente social y demuestran la imposibilidad de resolver los graves problemas de la vida. Es hora de emprender una nueva evangelización, aun en países que observan lánguidamente sus veinte siglos de cristia­nismo: a los laicos

«les corresponde testificar cómo la fe cristiana —más o menos conscientemente percibida e invocada por todos— constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad» (C. L. 34).

Es preciso formar comunidades diocesanas y parroquiales maduras, construcción en gran parte propia y exclusi­va del laico. Y para las generaciones futuras les cabe y les ata la proyec­ción de una sistemática labor de catequesis.

Para ser capaces de enfrentar esos retos, tenemos el Sacramento de la Confirmación. Como hechos recientes lo corroboran, tenemos que enfrentar un mundo cada vez más hostil a Cristo. Los Apóstoles también enfrentaron este reto. El Espíritu Santo los habilitó para salir a predicar la Buena Nueva. Cuando las autoridades los tomaban presos, los perseguían y llevaban a la cárcel y al martirio, ellos les replicaban: «No vamos a obedecerlos a ustedes, porque tenemos que hablar de lo que sabemos y de lo que hemos visto».

Ante situaciones similares, muchos de nosotros somos como la gelatina: temblamos y nos asustamos, tenemos la lengua muda, y sin embargo en el Pentecostés de nuestra vida, en nuestra Confirmación el Espíritu Santo nos ha capacitado para que todos los vientos de las falsas doctrinas no hagan tambalear nuestra fe.