11.06.13

 

Al claretiano P. Agustín Cabré parece que una mañana le hizo mal el desayuno y se le agrió la leche. Porque otra explicación no encuentro para que un hijo de San Antonio María Claret llegue a escribir estos despropósitos refiriéndose a hermanos en el sacerdocio algunas cosas de manera diferente a la suya: “¿leerán al papa Francisco esos curitas de sotana, cuellito blanco bien visible, cruz en la solapa, zapatos de charol, disfrazados como chamanes al celebrar la misa, ávidos de antiguallas que les asegura la distancia clerical y el poder que conlleva. Y me respondo: ¡Qué van a leer! No leen los signos de los tiempos que indican que el pueblo de Dios ya tiene pantalones largos, no leen la historia de las comunidades que van asumiendo protagonismo, no leen nada. Y si leen, no entienden. En un cerebro de mosquito no cabe más que un solo pensamiento: mantener el clericalismo a todo trance, no vaya a suceder que la gente pida cuentas bien claras y en perfecto castellano”.

Ante todo, P. Agustín, sal de frutas.

Servidor, con sus más de noventa kilos en canal, y con sus años, de curita tiene poco. Llevo camisa gris y tirilla, que por cierto hay que ver lo que uno ahorra en camisas y polos, y para celebrar misa utilizo exactamente el mismo disfraz de chamán y las mismas antiguallas que el papa Francisco, cosa que según el P. Agustín debe hacer para asegurar la distancia clerical.

Veo pelín alterado a este padre. Y todo porque un sacerdote, de acuerdo con las actuales normas de la Iglesia, decidió celebrar misa en el santuario de Anacollo siguiendo una de las formas aprobadas oficialmente por la Iglesia. Pues no veo el problema. Si hubiera hecho un rito vudú, una ofrenda a la Pacha Mama o una confraternización cósmica con la madre tierra todavía, pero supongo que en ese caso quizá hasta hubiera cosechado algún aplauso.

La Iglesia tiene sus normas. Las hay que nos gustan más y otras menos, pero así son las cosas. Y las pone, sanciona, revisa y exige su cumplimiento quien tiene autoridad para ello, se siente. ¿Qué a un sacerdote no le gusta ver a un hermano en Anacollo celebrando según la forma extraordinaria? Pues que no mire. Tiene derecho a hacerlo y punto final.

Se molesta además el P. Agustín porque por encima de un párroco esté la autoridad del obispo e incluso de la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”. Hombre, pues ya era hora, porque por estos mundos de Dios hay mucho cura párroco que más que sacerdote de Jesucristo se sueña dueño y señor del cortijo y hace y deshace como le viene en gana sin encomendarse a Dios ni al diablo. Reverendos que han decidido que en su parroquia mandan ellos, celebran como les sale de las narices, se saltan las normas cuando les da la gana, se cachondean de la doctrina, ponen en solfa el catecismo, se burlan de la autoridad del obispo, echan pestes de Roma y se autoproclaman los nuevos señores feudales de su parroquia en la que se hace exactamente lo que les viene en gana, que para eso dicen que están con los pobres y ay de aquel que ose llevar la contraria.

Le doy la razón en una cosa: en que el pueblo de Dios ya tiene pantalones largos, a lo que añado que los curas de hoy les han dejado de tener miedo. Porque en algunos lugares curas siguen existiendo convertidos en auténticas vacas sagradas, señores de horca y cuchillo ante quienes todos temblaban. Pues me temo que afortunadamente se les ha perdido el respeto. La impresión que tengo es que se ha presentado un cura en Anacollo dispuesto a celebrar misa por la forma extraordinaria y no ha habido eso que tiene que haber para decir no. Se lo han tenido que tragar, eso sí, con el pataleo de un artículo infumable que solo aporta mala leche en abundancia.

Interesante que el fruto de este orgullo machacado lo haya querido colocar en su blog el foro de curas de Vizcaya. Lo entiendo porque me temo que están en la misma situación: cada vez son menos, menos respetados y pintando más bien poco. Pues nada, a gritar y a lamentarse.

Se pasó la época de un pueblo de Dios infantilizado y manipulado. Y los curas que vienen detrás, sí, esos a los que el P. Agustín despectivamente denomina “curitas de sotana” y de los que se atreve a afirmar que poseen el cerebro de un mosquito, vienen con sus cosas bien colocadas y no se asustan porque un cura ladre. Más aún, si las viejas vacas sagradas, si los antiguos dueños del chiringuito ladran, es señal de que vamos cabalgando. Por cierto, la gente, mucha gente, feliz con esos curitas de sotana y harta de los Agustines de turno, aunque ellos mismos no acaben de creerlo.