16.06.13

 

Es habitual que aquellos que tienen un problema existencial consistente en que no aceptan el magisterio de la Iglesia, me acusan de querer echarles de ella. A decir verdad me importa relativamente poco que se me acuse de inquisitorial, fundamentalista, ultraconservador -los lefebvrianos me llaman liberal-, talibán, etc. Ya lo dijo, entre otros, San Pío Pietralcina: “El mundo os llamará fanáticos, locos y creaturas miserables; amenazarán haceros vacilar en vuestra constancia con su elocuencia engañosa“.

En realidad, todo gira alrededor de una pregunta bien sencilla: ¿en qué consiste ser católico? Mi respuesta es simple: en creer todo lo que la Iglesia enseña. Y rápidamente me repreguntarán: ¿solo en eso? ¿de verdad crees que ser católico consiste solo en adherirse a un corpus doctrinal? A lo que respondo: Obviamente NO. Ser cristiano y católico es un encuentro con Dios que va más allá de repetir el credo o de saberse “de pé a pá” el Catecismo. Pero no se puede ser católico si uno vive en constante rebeldía contra la autoridad doctrinal de la Iglesia.

Ahora soy yo el que pregunta: ¿en qué sentido puede considerarse (concretamente católicorromano) quien no cree lo que la Iglesia Católica enseña? ¿Hay alguien que me pueda defender la idea de que uno puede ser católico y no profesar la fe católica?

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, escribió:

Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo hemos dicho antes, y ahora de nuevo os lo digo: Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema.
Gal 1,8-9

Y San Agustín dijo:

“No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica”
C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2

A San Pablo digo amén. Y a San Agustín digo amén. Y no veo manera de ser católico sin decir amén al uno y al otro. No porque quiera echar a nadie de la Iglesia, sino porque entiendo que es de sentido común que así sea.

Parafraseando al apóstol San Pablo en 1ª Cor 13,11-12, cuando yo era protestante -vale igual ateo, agnóstico, etc- hablaba como protestante, pensaba como protestante, razonaba como protestante. Cuando, por gracia de Dios, volví a ser católico, dejé como inútiles las cosas de mi condición protestante. Bueno, no todas, pero se me entiende. Mantuve aquellas que son patrimonio común de católicos y protestantes.

¿Quiere eso decir que considero como no católico a cualquiera que se separa un milímetro del magisterio de la Iglesia? Pues tampoco. No es igual no creer lo mismo que la Iglesia sobre la Trinidad que rechazar la doctrina católica sobre un sacramental en concreto. Evidentemente hay grados en el corpus doctrinal católico. Y para entender la importancia de dichos grados, y las consecuencias canónicas consiguientes, recomiendo la lectura de la Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu Proprio’ “Ad tuendam fidem” del beato Juan Pablo II, Papa.

Aun así, advierto que si empiezas por oponerte a la enseñanza de la Iglesia en un tema “menor", dejas que en tu alma entre el virus de la heterodoxia. El cual, de no ser curado, acaba por contaminarte entero y te convierte en un hereje de los pies a la cabeza.

Acabo este artículo señalando que existe una diferencia esencial entre quienes se apartan del magisterio de la Iglesia de forma personal y los que, además, “ayudan” a otros a alejarse de la fe católica. No es igual que un fiel deje de serlo por iniciativa propia que un fiel se convierta en instrumento de propagación del error que profesa. Y cuando dicho fiel es teólogo, sacerdote, religioso o incluso obispo -casos han habido-, la cosa se pone realmente fea. Yo no soy ni apóstol ni sucesor de los apóstoles. Por tanto, no puedo hacer lo que San Pablo con los heterodoxos de su tiempo:

“Este es el requerimiento que yo te confío, hijo mío Timoteo, conforme a las profecías de ti hechas anteriomente, a fin de que, puestos en ellas los ojos, sostengas el buen combate con fe y buena conciencia. Algunos que la perdieron naufragaron en la fe; entre ellos, Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar".
1ª Tim 1,18-20

Pero lo que sí puedo hacer, si Dios me lo concede, es “combatir por la fe, que, una vez para siempre, ha sido dada a los santos” (Jud 3). Y si no me lo ha concedido, si me estoy sobrepasando, si voy más allá de aquello a lo que creo que he sido llamado desde mi condición de seglar o si, que también puede ser, ya he hecho todo lo que tenía que hacer, pido al Señor que haga lo que sea menester para retirarme de la circulación. Porque nada más lejos de mi voluntad que el ser piedra de tropiezo para otros. Mientras tal cosa no ocurra, ¡ay de mí! (1ª Cor 9,16) si no sirviera al Señor haciendo lo que la Escritura recomienda:

… si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra reducirle, sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados.
Stg 5,19-20

Es lo menos que puedo hacer en gratitud a Dios por traerme de vuelta a la Iglesia y por gratitud a aquellos hermanos que, como Fray Nelson Medina, OP, fueron instrumentos del Señor para que yo volviera a profesar la fe católica.

Beato Henry Newman, ora pro nobis.

Luis Fernando Pérez Bustamante