20.06.13

Saber callar

A las 1:58 PM, por Germán
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Recientemente una amiga, brillante bloguera, entregada a la causa de la Iglesia, catequista, colaboradora infatigable de su párroco, defensora de la vida, inteligente, y dinámica como ella sola, me comentó que un diácono pronto a ser ordenado presbítero la había tratado groseramente, faltándola al respeto porque expresó algo que ya le había instruido un sacerdote que hiciera. Es que muchos sacerdotes y religiosos, lamentablemente solo entienden la autoridad como sinónimo de prepotencia, autoritarismo, maltrato verbal.

Es muy difícil la ciencia de callar, personas hay que no se miden en sus palabras y que estarían dando al chorro de sus labios durante la jornada.

Hay una ciencia que es saber callar a tiempo, porque contiene muchas virtudes. Véalo Usted mismo:

«Callar las cualidades y los éxitos es humildad, callar las cualidades y las buenas obras del prójimo es envidia. Callar para no herir la susceptibilidad del prójimo es delicadeza. Callar los defectos propios es prudencia. Callar los defectos ajenos es caridad. Callar las palabras inútiles es sabiduría. Callar para escuchar es educación. Callar a tiempo discernimiento. Callar junto al que sufre la mejor compañía. Callar cuando se ha de hablar cobardía. Callar ante el fuerte sometimiento. Callar ante el débil magnanimidad. Callar ante una injusticia es complicidad. Callar cuando lo humillan es andar en verdad. Callar en los momentos difíciles de dolor y sufrimiento es virtud. Y callar ante la injuria, la maledicencia y la calumnia es fortaleza» (J. L. Alimbau).

Pero callar puede ser una virtud y puede ser una traición. Es delicada la situación porque no es fácil descubrir las consecuencias de nuestro silencio, o de nuestra palabra. Jesús nos da ejemplo del valor del silencio no respondiendo a Pilato que buscaba más curiosidad que verdad, y nos enseña que no debemos callar ante las injusticias, como Él mismo usó de la palabra condenatoria, sobre la actitud de los fariseos y maestros del Templo de Jerusalén. Aunque pudiera percatarse de las trágicas consecuencias que le acarrearía su conducta.

En el Libro sagrado del Eclesiastés se nos avisa que hay tiempo para callar y un tiempo para hablar, pero señalándonos que se trata de graves deberes sociales, la lengua pude producir bienes para los demás si se emplea justa y oportunamente, en cuyo caso no se debería callar.

Nos servirá para comprenderlo el episodio de San Francisco de Asís. Invita a un discípulo a salir de la ciudad con la intención de predicar. Van descalzos, con unos hábitos de lana gruesa y picante, y con unos rostros macilentos por la penitencia. Giran calle por calle, barrio por barrio sin abrir la boca. De regreso al convento, el compañero dice a Francisco: «¿No me has dicho que íbamos a predicar?» «Sí, y ¿acaso no hemos predicado?». Es la predicación muda del buen ejemplo.

Una palabra atropellada, expresada ante la provocación, privó a Moisés de entrar en la Tierra Prometida (cf. Num 20, 12).

San Francisco de Sales afirmó que siempre se sintió arrepentido después de haber corregido a alguien de manera áspera, y por eso hizo un pacto con su lengua para no hablar jamás en tanto su corazón estuviera perturbado. Le llevó años aprender que la mejor respuesta al enojo es el silencio.

Y como Cristo nos avisa que no debemos juzgar a los demás, bien estaría que cerrásemos la boca oportunamente para no condenar a los que no conocemos suficientemente o no divulgar lo que puede dañar al prójimo.

El Papa Francisco, en su catequesis de este 19 de junio, reflexionando sobre la Iglesia Cuerpo de Cristo, ha retomado el tema de los chimes, como lo había hecho ya el Miércoles Santo. El Papa dijo que

«la unidad es superior a los conflictos, la unidad es una gracia que debemos pedir al Señor para que nos salve de las tentaciones, de las divisiones, de las luchas entre nosotros y del egoísmo, de los chismes. ¡Cuánto daño hacen los chismes: cuánto daño! Cuánto daño. Nunca chismes sobre los otros: nunca. ¡Cuánto daño causa a la Iglesia las divisiones entre los cristianos, los partidismos, los intereses mezquinos!»

Es toda una difícil ciencia, saber callar oportunamente, pero debemos aprenderla con ilusión. El Apóstol Santiago expresó toda la trascendencia de la lengua humana, cuando nos transmite:

«Basta una llama pequeña para incendiar un bosque inmenso, la lengua también es un fuego, es un mundo de maldad nuestra lengua, mancha a toda la persona y comunica el fuego del infierno a toda nuestra persona. Animales salvajes y pájaros, reptiles y animales marinos de toda clase, son y han sido dominados por el hombre. La lengua por el contrario, nadie puede dominarla, es un látigo incansable lleno de mortal veneno. Con ella bendecimos a Dios Padre y con ella maldecimos a los hombres hechos a imagen de Dios, de la misma boca sale la bendición y la maldición».

Un diagnóstico que puede inquietar a todos.