27.06.13

El laicado y el "demonio de la acedia"

A las 8:00 AM, por Germán
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La Hora de los Laicos (14)

Comentarios a la Exhortación apostólica Christifideles laici

No es la uniformidad, sino la pluriformidad la nota característica del ser de la Iglesia y de su praxis: «hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4), carismas que suscita el Espíritu Santo siempre en función de las necesidades evangelizadoras de la Iglesia.

«Lejos de sobreinstitucionalizarse deberá (la Iglesia) permanecer siempre abierta a las imprevistas, improgramables llamadas del Señor» (Card. Ratzinger, Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica).

«Cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento» (Papa Francisco).

El laico reside primariamente en la sede parroquial. Más, debe am­pliar su horizonte hacia muchos millones de hermanos aun no heridos con el dardo de la persona y de la doctrina de Jesús. La Iglesia primitiva conoció la gracia de laicos que abandonaban su propia patria para evan­gelizar, aunque fuera temporalmente ambientes distantes. Los carismas laicales no son algo que quedó relegado para los cristianos de la primitiva Iglesia, como si aquel momento histórico fuese el único en el que los seglares han podido recibir dones espirituales de cara a los desafíos pastorales.

Son escasas las parroquias que podrían considerarse como semilleros evangelizadores de los diversos areópagos que surgen en las realidades de hoy.

Contrariamente a lo que la Iglesia enseña y pide respecto del apostolado de los seglares, se ha promovido la idea equivocada de que

«la mejor forma para que el laicado sea activo requiere estudiar términos de gobierno de la Iglesia; que la Iglesia y sus estructuras son equivalentes a agencias del gobierno o compañías privadas; que hay que mirar con desconfianza a la Iglesia y a sus ministros; y que la Iglesia necesita estar supervisada por reformadores seglares. Si esas actitudes toman cuerpo, harán que sea muy difícil para la Iglesia salir de esta crisis y progresar sin comprometer sus enseñanzas o su libertad para ejercer su misión» (Mary Ann Glendon).

Una mala dirección pastoral fomenta lo que el P. Ignacio Bojorge, S.J., dice que es el «octavo pecado capital»: «el demonio de la acedia».

La acedia (o acidia), es una pereza en el plano espiritual y religioso, y por lo tanto pereza para el apostolado activo. Este pecado, generalizado entre los bautizados de hoy, fue llamado por los Padres del desierto «terrible demonio del mediodía, torpor, modorra y aburrimiento». Santo Tomás de Aquino la definió como «tristeza del bien espiritual indicando que su efecto propio es el quitar el gusto de la acción sobrenatural». El P. Reginald Garrigou-Lagrange O.P., la definió como «cierto disgusto de las cosas espirituales, que hace que las cumplamos con negligencia, las abreviemos o las omitamos por fútiles razones. La acidia es el principio de la tibieza».

La falla está en la dirección de las parroquias y asociaciones. El papel del sacerdote en el Cuerpo místico es análogo al de la cabeza humana. El sacerdote es para el cuerpo, no para sí mismo. La inercia evangelizadora de las parroquias tiene mucho que ver con el enfoque pastoral de los sacerdotes. Las mismas asociaciones y los movimientos evangelizadores insertos en las parroquias no llegan al desarrollar el máximo de sus potenciales apostólicos porque no son conducidos a la evangelización, y en vez de exigírseles el cumplimiento de su carisma, tantas veces son llevados a cumplir tareas insignificantes o distintas, con un daño grave para los mismos, y sobre todo para la misión de la Iglesia.

Otro aspecto: el canon  307 § 2. señala: «Una misma persona  puede pertenecer a varias asociaciones» ciertamente, pero se da el caso de que hay seglares que parecería que tienen un apetito desordenado de estar en una y otra organización, y son los primeros en apuntarse en las obras y asociaciones recién llegadas, evitando de este modo un sólido crecimiento de los carismas ya presentes en las parroquias y diócesis. Los sacerdotes y directores espirituales tienen aquí una tarea extraordinariamente importante, ayudando a los laicos ya insertos en dichas asociaciones a ser fieles a su propio carisma.

«Mientras más se multiplique la riqueza de los carismas, más están llamados los obispos a ejercer el discernimiento pastoral para favorecer la necesaria integración de los movimientos en la vida diocesana, apreciando la riqueza de su experiencia comunitaria, formativa y misionera. Conviene prestar especial acogida y valorización a aquellos movimientos eclesiales que han pasado ya por el reconocimiento y discernimiento de la Santa Sede, considerados como dones y bienes para la Iglesia universal» (Aparecida, n. 313).

Se plantea el panorama actual:

«La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva eta­pa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desa­parición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comuni­dades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y vivir el Evangelio. Las llamadas Iglesias más jóvenes necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y de empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficia de las riquezas de las otras Iglesias» (CL, 35).

En este intercambio de mutua comunica­ción resalta la necesidad y utilidad del laico.

El apostolado evangelizador es una especial característica, una impronta de las iglesias vigorosas. Su ausencia es señal de decaimiento. De ahí que resulta vital que cada uno de sus miembros desarrolle su sentido de pertenencia al Cuerpo místico.