28.06.13

 

Venticinco años después de haber sido ordenados contra la voluntad expresa del Vicario de Cristo, lo cual les acarreó la excomunión, los obispos lefebvrianos acaban de publicar un documento en el que mantienen literalmente todas las tesis que llevaron a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X a una situación que, si no canónicamente sí coloquialmente, puede calificarse como de cismática. Es decir, aunque técnicamente los lefebvrianos todavía no son cismáticos, el espíritu del cisma anida en ellos de forma tan evidente que solo un ciego puede no verlo.

Por si había alguna duda sobre su parecer acerca de algunos textos del Concilio Vaticano II, han declarado “la causa de los graves errores que están demoliendo la Iglesia no reside en una mala interpretación de los textos conciliares –una `hermenéutica de la ruptura´ que se opondría a una “hermenéutica de la reforma en la continuidad"- , sino en los textos mismos“. Es decir, para esta gente, el Concilio estuvo errado y es la causa de la demolición de la Iglesia. Y no aceptan la tesis de Benedicto XVI sobre la hermenéutica de la continuidad.

El mero hecho de que unos señores, sean obispos o no, se permitan el lujo de convertirse en jueces un concilio ecuménico y el magisterio pontificio posterior al mismo, indica bien a las claras que de católicos tienen más bien poco. Lutero apeló a la Biblia, o más bien a su interpretación privada de la misma, para oponerse a la autoridad de la Iglesia. Los obispos lefebvrianos apelan a la Tradición, o más bien a su interpretación particular de la misma, para hacer exactamente lo mismo. Lutero acabó por convertirse en un cismático y un hereje. Los lefebvrianos están de momento solo en el cisma, pero en su actuación ronda ya el fantasma da la herejía que consiste en negar, de facto, la autoridad del Magisterio de la Iglesia en la persona del Papa y de un concilio ecuménico.

Por otra parte, es curioso que quienes apelan a la Tradición se permitan el lujo de caer bajo el delito que fue castigado con la excomunión por el concilio de Trento: “si alguno dijere que el Canon de la Misa contiene errores y que por esta causa se debe abrogar, sea anatema” (1562, Dz 1756, canon 6). Sin embargo, esos obispos afirman que “la nueva misa, promulgada en 1969, debilita la afirmación del reino de Cristo por la Cruz (“regnavit a ligno Deus”). En efecto, su rito mismo atenúa y obscurece la naturaleza sacrificial y propiciatoria del sacrificio eucarístico. Subyace en este nuevo rito la nueva y falsa teología del misterio pascual. Ambos destruyen la espiritualidad católica fundada sobre el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. Esta misa está penetrada de un espíritu ecuménico y protestante, democrático y humanista que ignora el sacrificio de la Cruz“. Juzguen ustedes mismos si se les aplica o no el anatema tridentino.

Por último, los obispos lefebvrianos incurren en el mismo pecado de soberbia que ha anidado en los cismáticos y herejes de siglos atrás. Ellos se creen los guardianes de la fe verdadera. Ellos son los que plantan cara al error en la Iglesia. De poco les ha valido el gesto de generosidad de Benedicto XVI, que les levantó las excomuniones. En vez de tomarlo como una oportunidad para reconciliarse con la Iglesia de Cristo, más bien parece que lo han visto como una especie de debilidad por parte de Roma que abría las puertas a que se les diera la razón. El lefebvriano auténtico sigue esperando que “Roma se convierta”. Pueden esperar sentados si quieren, que Roma no va a renunciar a esos textos del Vaticano II porque unos cuantos obispos y un grupo reducido de fieles así lo exijan.

Tomar el nombre de un papa para oponerse a la Iglesia es algo que ya hemos visto en el mundo del progre-eclesialismo. Ahí tenemos a la asociación de teólogos Juan XXIII, que tiene de católica lo que una asociación de vecinos a favor de la promoción de la petanca. Sin llegar a la condición herética de esa asociación de heterodoxos, los lefebvrianos se apropiaron del nombre de san Pío X, Papa. Por eso es especialmente oportuno citar unas palabras de dicho pontífice que encajan como mano al guante a la situación real del lefebvrismo:

“No permitáis que vosotros mismos seáis engañados por las taimadas declaraciones de aquellos que persistentemente claman que desean estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar para que la gente no salga de ella… sino juzgarlo por sus obras. Si ellos desprecian a los pastores de la Iglesia e incluso el Papa, si intentan por todos los medios evadir su autoridad para eludir sus directivas y juicios… entonces, ¿de qué Iglesia hablan esos hombres? Ciertamente no de la establecida sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, con Jesucristo mismo como la piedra angular” (Ef 2,20)
San Pío X, discurso del 10 de mayo de 1909

Queda claro lo que dijo San Pío X. La iglesia de los lefebvrianos no es la Iglesia establecida sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, sino sobre el fundamento de un obispo que fue excomulgado por evadir la autoridad del Papa. Si tanto aman la Tradición, sería bueno que recordaran que “extra ecclesiam, nula salus”. Salvedad hecha de la misericordia y el justo juicio de Dios, que es el único que escudriña los corazones, la condenación eterna parece el destino ineludible de quienes van por el camino que los lefebvrianos llevan recorriendo desde hace cuarto de siglo. El Señor tenga misericordia de ellos y les conceda el don del arrepentimiento.

Luis Fernando Pérez Bustamante