1.07.13

De nuevo en Lourdes con nuestra Madre

A las 11:58 AM, por Luis Fernando
Categorías : Sobre el autor, María

 

Tres veces en mi vida he estado en el Santuario de Lourdes. La primera fue esencial para mi regreso a la Iglesia Católica. Allí llegué con una madre y salí con dos.

La segunda ocasión fue pocos meses después de que mi esposa estuviera a punto de morir por una hemorragia interna. Unos hermanos religiosos nos regalaron unos días allá. Ella se bañó en las piscinas y aunque su enfermedad crónica sigue ahí, no ha vuelto a tener ningún percance grave.

Hace un par de meses, el P. Pedro Estaún, sacerdote de la prelatura del Opus Dei que realiza su labor aquí en Huesca, se ofreció a llevarnos a Lourdes para pasar un día allá. La idea era salir temprano por la mañana y llegar de noche. Se suponía que en este tercer viaje al santuario iríamos sabiendo cuál es “apellido” de la enfermedad degenerativa que padezco, pero la biopsia a la que me sometí en abril no ha valido para nada. Toca hacerme más pruebas.

Además del sacerdote, vino con nosotros Munia, que junto con su marido es delegada diocesana de la pastoral juvenil de Huesca. Lo bueno de ir en coche con un sacerdote y dos mujeres que saben de cosas del Señor y de la Iglesia, es que la conversación suele ser sustanciosa. Así que las dos horas y media de ida se pasaron rápidamente.

Una vez en Lourdes me di cuenta del gravísimo error de ir al sur de Francia vistiendo una camisa de manga corta. Estaba nublado y hacía un frío de narices, con lo cual no tuve más remedio que pasarme por una tienda a comprar una prenda de abrigo. 30 euros costó la broma pero era eso o acabar convertido en una estalagmita en un rincón del santuario.

Tras la primera visita a la cueva donde se apareció la Inmaculada Concepción a Sta Bernardette, fuimos a la misa en español que se celebra en una de las capillas. Luego me confesé -debí haberlo hecho antes pero no fue posible-. Vuelta a la gruta donde pasamos por debajo de la virgen. Fue entonces cuando encomendé a nuestra Madre todas las peticiones que me habían encargado aquellos que sabían que íbamos a estar allí.

Comimos pronto y regresamos al santuario. Decidí entonces tomar el baño en las piscinas del mismo. Dada la larga cola de hombres que querían hacer lo mismo que yo, tuve tiempo de seguir rezando y meditando sobre el pasado, presente y futuro de mi vida. Una vez dentro de la piscina, tuve la suerte de que el voluntario que me atendió justo antes del baño fuera Josemaría, de Castellón, que lleva la friolera de 33 años sirviendo a Dios, su Madre y la Iglesia de esa manera. Nos contamos brevemente algunas cosas de nuestras vidas y al salir le di un abrazo de gratitud por la labor que hace.

Ya ante la piscina, recé en voz alta un avemaría y la conocida como “Oración de Jesús” (Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador), hice mis peticiones en silencio y me metieron dentro. Antes había pensando que, salvando las distancias, era como mi “bautismo” en el Jordán. Sin ser bautismo, claro. También me acordé de Naamán, a quien el profeta Eliseo mandó lavarse 7 veces en ese río para sanase, y sanó. Aunque a la Madre le pedí que intercediera por mi salud física, puse más énfasis en que le rogara al Señor para que me ayude a librarme de la lepra de mis pecados, que son muchos.

Una vez fuera, nos dirigimos a la explanada ante la gruta donde disfruté de dos de las mejores horas de oración de toda mi vida. Todos podemos orar en todas partes, pero he vuelto a experimentar que aquello es lugar santo. La presencia de la Madre de nuestro Señor se hace más “palpable". Y allá donde está la Madre, el Hijo va con ella. Me acordé de las palabras de Isabel: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Luc 1,43). Quien va a Lourdes, más que ir a visitar a la Madre del Señor, se encuentra con que la Madre del Señor le visita. E, insisto, con la Madre, su Hijo, nuestro Dios y Salvador.

En esas horas de oración creo haber recibido una serie de indicaciones de cara a mejorar mi vida espiritual. Algunas muy concretas. En definitiva, no parece de momento que haya recibido la gracia de mejorar mi salud física, pero sí la gracia del fortalecimiento de mi espíritu, que es lo verdaderamente importante. Si lo otro también llega, pues loado sea el Señor. Y si la enfermedad se convierte en cruz para llevar y ofrecer por la salvación de otros, loado sea el Señor.

De regreso a Huesca, pasamos una buena parte del viaje escuchando “Historia de un alma", la vida de Sta Teresa de Lisieux, que es un canto glorioso a la gracia de Dios obrando en el alma de una de sus más bellas hijas. Os recomiendo que compréis en Edibesa el CD con esa vida de la doctora de la Iglesia y se la hagáis escuchar a vuestros seres queridos.

Vaya desde aquí nuestra gratitud al P. Pedro, que nos ha dado uno de los mejores regalos que se puede hacer a un matrimonio católico. Y sobre todo, gracias al Señor por el don de su Madre, la criatura más bella y santa que ha salido de sus manos creadoras y de su gracia inefable. Tras la salvación no existe otro regalo más grande para el cristiano que la maternidad de María. Ambos regalos nos los dio Cristo en la cruz. Ojalá todos los cristianos supieran recibir los dos con la misma gratitud.

Luis Fernando Pérez Bustamante