6.07.13

Serie Julio Alonso Ampuero - Espiritualidad del apóstol según San Pablo

A las 9:08 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie P. Julio Alonso Ampuero

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Tener fe es saber que se es hijo de Dios y que se comprende qué significa eso.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación de la serie

El P. Julio Alonso Ampuero, nacido en 1958, formado en el Seminario de Toledo, fue ordenado sacerdote en 1983. Estudia Sagrada Escritura en Roma y Jerusalén entre los años 1984 y 1987. Fue profesor de Introducción a la Sagrada Escritura y Cartas de San Pablo en el Instituto Superior de Estudios Teológicos “San Ildefonso” de Toledo además de formador durante varios años en el Seminario.

Hasta aquí una biografía urgente de este sacerdote que, por cierto, conoció al P. José Rivera, de quien escribió, para el volumen “José Rivera. Sacerdote, testigo y profeta” de BAC Biografías (2002) el artículo titulado “No hay amor más grande” en el que escribe sobre el misterio de la cruz en don José Rivera.

Sin duda alguna que la labor sacerdotal del P. Julio Alonso Ampuero debe ser, actualmente, grande. Sin embargo, aquí vamos a traer, en exclusiva, lo que ha publicado en la Fundación Gratis date y que son, como veremos una serie de libros que nos ayudan a comprender nuestra fe y nos permiten adentrarnos en realidades espirituales dignas de ser tenidas en cuenta.

En concreto, los libros a los que dedicamos esta serie son los siguientes:

-Historia de la salvación

Dice el autor que “Estas páginas intenta ayudar a descubrir de manera sencilla las cosas grandes que el Señor ha realizado en la historia de su pueblo y que quedaron consignadas por escrito en la Biblia”. Y a fe de quien esto escribe que consigue, a la perfección, que nos hagamos una idea más que acertada de lo que, a este respecto, ha sido la historia de salvación de la humanidad.

-Éxodo. El Señor de la historia

Dice el autor de este libro que tiene un objetivo claro al escribirlo y que es “acercar la Palabra de Dios a la gente y acercar la gente a la Palabra de Dios” y, teniendo en cuenta que “todo el comentario está basado en la más exacta fidelidad al texto bíblico”, podemos estar más que seguros de que lo ha conseguido.

-Isaías 40-55. El desierto florecerá

El P. Julio Alonso Ampuero tiene por cierto que el llamado Segundo Isaías (capítulos 44 al 55 del libro de tal profeta) es muy válido para ahora mismo. Si Isaías predicó en tiempos de exilio del pueblo judío, en nuestros días también nos encontramos en una época muy difícil donde el paganismo se está adueñando de multitud de realidades nuestras.

-Iglesia evangelizadora en los Hechos de los Apóstoles

Es meridianamente claro que a los Hechos de los Apóstoles corresponde darnos a entender cómo era la Iglesia en los primeros tiempos donde la evangelización empezaba. Es más, sin conocer lo que, entonces, constituyó la Iglesia, sus propios rasgos sin los cuales “ya no sería la Iglesia de Jesucristo”.

-Espiritualidad del apóstol según San Pablo

Aunque, como reconoce el P. Julio Alonso Ampuero, cuando aquel hombre que perseguía a discípulos de Cristo y pasó a ser perseguido por venir a serlo no pretendió plasmar en sus escritos su propio testimonio (ha de querer decir que tal fuera su intención) lo bien cierto es que el mismo ha quedado, precisamente, como ejemplo a seguir por parte de los cristianos a lo largo de los siglos.

-Personajes bíblicos

Dice el autor del libro que lleva tal título que “las siguientes páginas pretenden acercarse a diversos personajes bíblicos precisamente desde esta perspectiva: Este hombre eres tú, esa mujer eres tú. Abraham eres tú, David eres tú, Saulo de Tarso eres tú. María Magdalena eres tu…”. Y de esto trata, exactamente, este texto, digamos, de raíz bíblica pero de destino particular e íntimo para cada uno de sus lectores.

-Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico

Evidentemente, este libro responde, exactamente, a lo que su título indica. A lo largo de todo el año litúrgico, es decir, desde Adviento y Navidad, pasando por la Cuaresma, el Tiempo Pascual y todo el Tiempo Ordinario, el P. Julio Alonso Ampuero desgrana, en las correspondientes meditaciones, la realidad espiritual que encierran cada uno de los textos que, de la Sagrada Escritura, son puestos para ser llevados a la Santa Misa de cada uno de los domingos. Además, acompaña unas meditaciones dedicadas a algunas celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos.

Eso sí, recomiendo encarecidamente se dirijan, si pueden de inmediato, a la Fundación Gratis date (www.gratisdate.org), y se hagan con estos libros. No necesitan, siquiera (de aquí el nombre de tal Fundación) hacer desembolso alguno porque pueden bajarse en formato ZIP o leerlos directamente online aunque, claro si los compran (son muy baratos), mucho mejor… Verán que vale, mucho, la pena.

Espiritualidad del apóstol según San Pablo

Espiritualidad del apóstol

Nadie puede negar que san Pablo ha sido, ya desde que se convirtió en discípulo de Cristo, luego mientras habitó este valle de lágrimas y, más tarde, con el ejercicio pasivo de su doctrina, un creyente importantísimo para el desarrollo de la Iglesia fundada por Cristo y luego llamada católica.

El P. Julio Alonso Ampuero, fiel a una praxis eminentemente docente (pues mucho se aprende con lo que escribe) hace un recorrido por lo escrito por el apóstol de los gentiles que nos viene la mar de bien para hacernos una idea de lo mucho, algunos podemos decir eso, que ignoramos al respecto de lo profundo del pensamiento de aquel hombre que pasó de perseguidor a perseguido.

Para empezar este libro aporta el P. Julio una homilía de san Juan Crisóstomo acerca de san Pablo. En un momento determinado de la misma nos dice que “La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por eso mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios”.

Esto lo decía el santo sobre Pablo de Tarso. Esto es, exactamente, lo que a lo largo de las páginas de este libro aquí traído podemos apreciar.

Es posible, al respecto de lo que pueda considerarse acerca de la espiritualidad de aquel hombre crucial para la historia de la humanidad, que se piense que es cosa pasada y que, por tanto, no ha de mover molino alguno. Sin embargo, ya en el Prólogo (p. 5) nos dice el P. Julio Alonso Ampuero, que “Las actitudes apostólicas que San Pablo testimonia -válidas para todo apóstol, sacerdote, seglar o religioso- son básicas y esenciales; sin ellas ningún método resultará eficaz ni fructuoso”. Por lo tanto, que nadie se lleve a engaño: san Pablo y su espiritualidad no puede ser obviada por nadie que se diga, realmente, católico.

No es poco, para empezar, decir que (p.7) “A San Pablo le ha tocado vivir en el momento culminante de la historia, en la plenitud de los tiempos, cuando ‘Dios envió a su Hijo’ al mundo, ‘para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva’ (Gal. 4,4-5)”. Y es desde esa posición de “privilegio” desde la que camina por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios.

Pablo, pues, tocado por Jesucristo en el camino de Damasco, se siente obligado (no extraña esto) a difundir el mensaje cristiano por todo el mundo conocido. Digamos, que (p.7) “Colocado en la plenitud de los tiempos y portador de tal tesoro y de semejante novedad, Pablo se siente impelido y urgido a hacerlo llegar a todos, absolutamente a todos. Una tras otra, irán cayendo distancias, fronteras y dificultades y el Evangelio irá extendiéndose de la mano de Pablo por todo el inmenso Imperio romano como un fuego incontenible. Su única obsesión será llevar el Evangelio y el nombre de Cristo allí donde todavía no es conocido (Rom. 15,19-21; 2 Cor. 10,15-16)”.

Su gran camino espiritual había, pues, comenzado.

Lo bien cierto es que Saulo no buscó a Jesús. Es más, como es sabido, perseguía a sus discípulos. Pero, como dice en la Epístola a los Filipenses (3, 12) fue “alcanzado” por Jesús. Y, desde tal momento, su vida cambia. Ahora es uno más de sus apóstoles pero, como es comprensible, con unas características muy especiales porque que Cristo se le haya aparecido muestra y demuestra, una vez más, que resucitó. Y eso fue lo que, seguramente, más convenció a Saulo de que, a partir de entonces, todo sería diferente: era cierto lo que decían del Maestro muerto en la cruz.

Pero es que, además, su labor será realizada, deberá llevarla a cabo, entre los gentiles pues (p. 10) “entiende claramente que esa salvación es ofrecida de manera igualmente gratuita e inmerecida at todos, sean quienes sean, pues Cristo murió por los pecadores (1 Tim 1,15), es decir, por todos (2 Cor. 5,14)”. Al fin y al cabo, se consideraba “colaborador de Cristo” (cf. 1 Cor. 3,9). Y la misión que le había encomendado Quien se encontró (p. 10) “la vive ante todo con gratitud y admiración: ‘Doy gracias…a Cristo Jesús, que se fió de mí y me confió este ministerio’ (1 Tim. 1, 12)”. Y tal agradecimiento lo mostró, además, viviendo (p. 11) “en la humildad más profunda y radical” pues consideraba que el trabajo que llevaba a cabo no lo hacía por él mismo sino por la gracia de Dios que estaba con él” (cf. 1 Cor. 15,10) pues la gracia (p. 11) “le ha capacitado, fortalecido y sostenido”. Y a esto une, por supuesto, la responsabilidad que siente por llevar a cabo la misión que se le había encomendado pues, no obstante, es (p. 11) “lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles (1 Cor. 4, 2)” . Y fiel, lo fue, en extremo.

Pablo, pues, se considera un apóstol más y, como a los eligió de forma directa el Señor, cumple la voluntad de Dios siendo uno más de entre ellos aunque, como él mismo diría, el último, como un aborto (cf. 1 Cor. 15:5-9) pero teniendo la seguridad de que lo que llevaba a cabo era porque no era él quien vivía sino que era Cristo quien vivía en él (cf. Fil. 3, 12).

Entre otras cosas se considera Pablo (p. 12) “Embajador de Cristo” (cf. 2 Cor. 5, 20) y (p. 14) “Siervo de Cristo Jesús” según recoge en su Epístola a los Romanos 1,1. Además se sentía esto otro (pp. 15-16):

1. Servidor
2. Esclavo
3. Siervo

Y todas estas características muestran, a la perfección, que san Pablo era consciente de que sólo tenía (p. 16) “un Señor, Cristo, y sólo a Él tenía que agradar” pues, en verdad sentía una unión tan grande con Quien se le había aparecido camino de Damasco que no podía, por menos, que identificar con quien, en realidad, además de meterlo en un gran “lío” espiritual, lo había salvado. Y por eso se hace (p.19) “todo para todos” según escribe en 1 Cor. 9, 22) pues entendió que necesitaba, para transmitir la Buena Noticia que tanto judíos como gentiles comprendiesen la importancia de convertirse en discípulo de Cristo. Por eso lo que (p. 23) “hace enloquecer es que además haya sido elegido precisamente él para la misión maravillosa de anunciar a los gentiles este misterio y conducirlos así a la fe y a la salvación: ‘a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo’ (Ef. 3,8)".

Cuando Pablo se dirige a los que le pueden escuchar o, mediante sus Epístolas, a los que le escucharán, sabe que no es, en realidad, quien habla, sino que es Dios mismo (cual de un profeta se tratase) quien lo utiliza como instrumento espiritual para hacer que se cumpla su voluntad. No extrañe, pues, que reaccione (p. 25) “con tanta energía cuando alguien deforma o trastoca el único Evangelio que salva. Por que lo que él predica no tiene su origen en los hombres, sino en Jesucristo mismo (Gal. 1,11)”.

Por otra parte, la labor que lleva a cabo Pablo, por ser muy difícil de afrontar según las circunstancias por las que pasaba el mundo de entonces, la encara apoyándose en la oración. Por eso (p. 28) “toda su inmensa –y admirable- actividad está fecundada desde dentro por la oración. Él sabía que era un medio indispensable para dar cumplimiento a su labor misionera. Estaba convencido de que sólo Dios mismo podía realizar sus inmensos designios de salvación. Y por eso su oración es esencialmente apostólica”. Y aquella oración partía de la consideración según la cual (p. 33) “san Pablo era consciente de que el Evangelio no podía ser testimoniado eficazmente de manera individual. Sólo una comunidad transfigurada por Cristo se constituía en signo creíble del Evangelio”. Al fin y al cabo ya dijo Jesús (p. 33) “’vosotros sois la luz del mundo’ (Mt. 5, 14-16) y, por eso mismo, debían ser “como antorchas en el mundo” (Fil. 2, 15) para que la luz que emanaba de ellos pudiera derrotar a la tiniebla en la que vivían muchos seres humanos.

Es evidente que Pablo sufrió mucho en el tiempo en el que, ya alejado del judaísmo, se convirtió en apóstol de Jesucristo. Soportó, por lo tanto, su propia cruz, que llevó con energía, dignidad y significativo ejemplo. Por eso (p. 35) “varias veces alude San Pablo en sus cartas a ‘las marcas de Jesús’ que lleva impresas en su cuerpo. Indudablemente no se refiere a estigmas ni a ningún otro tipo de fenómeno extraordinario sino a cicatrices debidas a los malos tratos sufridos por Cristo (2 Cor. 4, 10; 6, 4-5…)”.
 

Pero Pablo sabe que es gozoso sufrir por Cristo y hacer, de tal sufrimiento, ejemplo para que todos vean que la cruz que cada uno lleva ha de ser soportada con sobrenaturalidad. Es más (p. 36) “él mismo presenta estos sufrimientos ‘soportados por Cristo’, como una prueba de la autenticidad de su apostolado (2 Cor. 12, 12). Pablo ha sufrido de hecho en su carne por Cristo y por el Evangelio, por sus comunidades y por cada evangelizado. Y eso es señal clara de que nada buscaba para sí”. Es más, como se había entregado hasta la extenuación por el Evangelio, (p. 39) “se disponía a derramar sacrificialmente su sangre para completar la reconciliación de los hombres con Dios y llevar a término la misión que Cristo le había encomendado”.

Por otra parte, era de esperar que la misión de Pablo, como aquí mismo se ha dicho, no fuera fácil. Y no lo era porque tenía un enemigo mortal, a muerte, que perseguía todo intento de aumentar el conocimiento que, de Dios, debía tener el ser humano. Tal enemigo no era otro que el propio Satanás que, según dice el mismo Pablo, impidió muchas veces que acudiese donde quería acudir (cf. 1 Tes. 2. 18). Por eso en muchas de sus Epístolas que es el Tentador quien procura que su misión no se cumple en su totalidad o dificulta que la lleve a cabo. Y es que Pablo (p. 41) “’no pudiendo’ soportar ya más’, envía a Timoteo a Tesalónica ante el temor de que ‘el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada’ (1 Tes. 2, 7)”.

Lucha, pues, Pablo con Satanás. Pero no lo hace con armas de hombre, con las que son humanas porque (p. 42) “las armas tiene que se adecuadas al género de enemigo y de combate”. Y tal combate requería de unas armas muy especiales que no eran otras que las que provenían de Dios.

Dice, a tal respecto, el P. Julio Alonso Ampuero, que (p. 43) “Y en Ef. 6,14ss. detalla en qué consiste esta armadura que hace invulnerable y vencedor: vivir en la Verdad revelada por Dios; estar revestidos de la santidad en la adhesión a la voluntad de Dios; el celo por el Evangelio; la fe viva; la salvación asimilada y vivida; la atención y acogida de la Palabra de Dios; la oración constante… Son en realidad las armas necesarias al cristiano; mucho más al apóstol”.

Así, todo lo que hace Pablo para cumplir con su especial ministerio es ponerse él mismo de ejemplo. Por eso trabaja como tejedor de tiendas, pues nadie debía creer que algunos de entre ellos debían subsistir siendo una carga para el resto de la comunidad creyente y, además, no creaba, así (p. 45) “obstáculo alguno al Evangelio”. Por eso (p. 45) “para no crear obstáculo alguno al Evangelio, Pablo se muestra desprendido incluso de su vida. En un pasaje memorable, mientras está en la cárcel y con posibilidad de ser ejecutado, muestra su deseo de ‘partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor’; sin embargo, ante la posibilidad de trabajo fecundo a favor del Evangelio prefiere permanecer en este mundo, pues es más necesario para los suyos (Fil. 1,20-26)”.

Pero, claro está, Pablo sabe que Él sólo poco puede hacer para llevar la Buena Noticia a todo gentil. Busca, pues, colaboradores que le acompañen en tal labor. Así (p. 46), “escribiendo a los filipenses, da gracias a Dios ‘a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy’ (Fil. 1,5)”. Y tal colaboración lo era no a título de pasividad sino, muy al contrario, sino (p. 47) “como colaboradores activos” que, allí donde se encontraban, procuraban que el Evangelio fuera conocido y recibido con gozo por aquellos a los que se dirigían.

Y, ya, para terminar, escribe el P. Julio Alonso Ampuero, en la “Conclusión” de este libro, que a Pablo no le sorprenden las dificultades que tenía en el cumplimiento de su misión. Era persona inteligente y conocedora del tiempo en el que le había tocado vive. Sin embargo (p. 49) “En toda su actividad apostólica vive anclado en la fe y en la esperanza que le hacen percibir y buscar lo real y lo definitivo. No se deja engañar por apariencias, ni por logros parciales, ni por fracasos momentáneos… ‘No ponemos nuestros ojos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; pues lo que se ve es pasajero, mas lo que no se ve es eterno’ (2Cor. 4, 18)”.

Y es aquel hombre que había pasado de ser perseguidor de los discípulos de Cristo a ser perseguido por serlo supo, desde el momento en el que se encontró con el Mesías, que la vida eterna es, verdaderamente, lo único que importa y por lo que hay que trabajar.

Eleuterio Fernández Guzmán