8.07.13

Serie oraciones Por las benditas almas del Purgatorio

A las 11:55 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie oraciones

 

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dirigirse a Dios es un privilegio que sólo tienen aquellos que creen en el Todopoderoso. Debemos hacer, por tanto, uso de tal instrumento espiritual siempre que seamos capaces de darnos cuenta de lo que supone.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Por las benditas almas del Purgatorio

El Doctor Angélico dejó escrito, acerca de la necesidad de orar por las almas, benditas, que están en el Purgatorio. Dice esto:

Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible seria quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en la tierra; mas insensible es el que no auxilia a un amigo que esta en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí.

Santo Tomás -Sobre el Credo, 5, 1. c., p. 73

Tal es la necesidad, y la que sigue, la oración:

Benditas almas del Purgatorio

Padre misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Dios, Padre celestial, te doy gracias por el don de perseverancia que has concedido a las almas de los fieles difuntos.

En las visiones que tiene la beata Ana Catalina Emmerick acerca del Purgatorio (las cuales, por cierto, recomiendo sean leídas con mucha atención) dice, en un momento determinado que “la oración por las almas es muy agradable a Dios, pues por este medio se les anticipa el gozo de la presencia de Dios”.

Inmediatamente después, nos ilustra acerca de cuál es la causa de que muchas almas vayan al Purgatorio. Así, dice, que

“La mayoría de los hombres están allí expiando la indiferencia con que miran ordinariamente los pecados veniales; es les impide practicar actos de bondad, de mansedumbre y esfuerzos por conseguir victorias sobre sí mismos. La relación de las almas del Purgatorio con la Tierra es tan delicada que con solo desear su bien y aliviarlas y consolarlas desde la Tierra, reciben ellas gran consuelo. ¡Cuánto bien hace aquel que constantemente practica actos de vencimiento de sí mismo, a favor de ellas, deseando vivamente ayudarlas!

Vemos, por tanto, que orar por las almas del Purgatorio es altamente recomendable pues forma parte, también, de la ayuda que, desde aquí, le podemos prestar.

Y pedimos a Dios que tenga piedad de ellas porque sabemos que, en su misericordia infinita y en su bondad entre tal posibilidad. No decimos, sólo, que queremos esto o lo otro para ellas sino que requerimos del Creador, también del Purgatorio, que la auxilie porque quiere el Todopoderoso que, cuanto antes, estén en su definitivo Reino.

Dios, en su bondad, puede librar a las benditas almas del Purgatorio de la situación en la que se encuentran pues siendo cierto que están donde están porque han hecho, digamos, merecimientos, para ahí estar, no es menos cierto que la forma de purgar los pecados o las faltas puede ha de ser muy distinta según la voluntad de Dios.

Pedimos, pues, benevolencia al Padre para que sea bueno con ellas y para que sus tormentos (no exentos del gozo de saber que no irán nunca al infierno y que, tarde o temprano, contemplarán a Dios) sean lo más llevaderos posible. Así gozarán de la paz y de la felicidad que supone saberse en las praderas del Reino de Dios y de encontrarse entre aquellas almas que se han limpiado y gozan, ya para siempre, de la vida eterna.

Pero también debemos agradecer a Dios algo que es muy importante y que no debemos olvidar. Se trata del hecho mismo según el cual las almas del Purgatorio saben, con certeza, como hemos dicho arriba, que siempre no van a estar en el Purgatorio y, como sucedió con los niños de Fátima de los cuales uno de ellos, según la Virgen María, debería estar mucho tiempo en el Purgatorio, pasan el tiempo que allí les toca estar perseverando en la fe que tienen de saberse especialmente elegidas por Dios. Si bien su santidad no fue perfecta en su vida terrena, lo bien cierto es que tampoco procedieron de forma totalmente perversa de cara al Todopoderoso y a su Ley.

Eleuterio Fernández Guzmán