9.07.13

 

En esto, como en casi todo, cada maestrillo tiene su librillo. Y cuando hablo de opciones pastorales hablo justo de eso, de posibilidades y de los experimentos que uno ha ido haciendo y el resultado que ve.

No hay nada definido en la iglesia sobre bodas de plata y oro matrimoniales. Apenas unas oraciones propias dentro de los textos de la celebración del matrimonio. A partir de ahí, cada cual lo hace como puede. También en esto he visto de todo, llegando incluso a convertir el evento en una especie de segunda boda con padrinos, entrada solemne de “novios” y parafernalia semejante. Allá cada cual con lo que vea más conveniente.

Lo que si intento, por todos los medios, es que la celebración sea en dentro de una misa parroquial. No solo por evitar la proliferación de misas que en algún momento puede resultar un problema, sino sobre todo, por encima de todo, como testimonio ante la comunidad.

Si de algo tenemos testimonios cada día en los medios de comunicación es de separaciones, arrejuntamientos, experiencias prematrimoniales, gaymonios y demás posibilidades. Impresiona llegar un domingo a misa y encontrarte con una pareja celebrando sus veinticinco, cincuenta años de matrimonio con toda normalidad.

Hace unos días tuve una celebración de estas en la parroquia, dentro de la misa vespertina de sábado. La pareja, eran bodas de plata, militantes parroquiales. Voluntarios de Cáritas los dos y ella, además, catequista y miembro del consejo. Entre los asistentes, matrimonios conocidos, y un poco de todo: algunos niños, jóvenes… En fin, una misa de víspera normalita.

No suelo hacerlo y menos en misas habituales, pero se me ocurrió preguntar a algunos de los matrimonios presentes. Juan, Manoli… ¿cuántos años vosotros? Cuarenta y tres. Pedro, Mari… ¿cuántos? Veintiocho. ¿Jose, Araceli? Treinta y nueve… Ventajas de ir conociendo a la feligresía. Pues a partir de ahí el discurso era facilito.

Tanta tele, tanta revista del corazón, tanto programa basura parece que nos han hecho tragar con lo imprescindible de vivir juntos antes de casarse, la naturalidad del olvido de Dios, hacer y deshacer parejas, para unos resultados como vemos catastróficos.

Las parejas presentes fueron la mejor respuesta. Porque uno fue sacando conclusiones: Cuarenta y tres años de matrimonio, tres hijos, nueve nietos. Y juntos. Veintiocho años, cinco hijos, y juntos. Treinta y nueve, cinco hijos, cuatro nietos. Y juntos. Los de las bodas de plata, con su único hijo… juntos.

Dije a la gente, que también los adultos nos volvemos bobos, pues ya ven, todos de la misma manera: un matrimonio en la Iglesia, sin necesidad de vivir juntos antes, respetándose y abiertos a la vida. No se crean que por vivir juntos antes de la boda hay más éxito, todo lo contrario. Tampoco que los hijos estropeen la relación, ya ven que no. Y por supuesto Cristo en medio, que el matrimonio para siempre en fidelidad y entrega mutua no es fácil vivirlo sin la gracia de Dios. Y esto no es la teoría de un cura, sino el testimonio de lo que estamos viendo.

Por eso les digo que estas celebraciones, a ser posible dentro de la misa parroquial. Son un incomparable testimonio.