12.07.13

 

Ya tardaba en aparecer por aquí el nuevo obispo de Roma, Francisco. Pasados los primeros cien días de su pontificado, como si de un político se tratara, se han multiplicado los análisis de su persona, sus palabras y sus acciones como Papa. Por eso quiero aprovechar para ver en qué ha quedado todo aquello que revoloteó en los medios de comunicación en torno al cónclave y la elección en su versión más “misteriosa”, y que podemos enmarcar en el interés contemporáneo –o no tanto, ya que es una constante en muchas civilizaciones y culturas a lo largo de la historia, sobre todo en los momentos de decadencia– por el esoterismo. Resumiendo mucho todo lo que se dijo o escribió sobre el tema antes, durante y después del cónclave, tendríamos que hablar de las profecías de San Malaquías, los vaticinios de Nostradamus, el tercer secreto de Fátima y lo astrológico y mágico en general.

El primero de los elementos fue un lugar común nada más hacerse pública la noticia de la renuncia al ministerio petrino por parte de Benedicto XVI. Según la llamada “profecía de San Malaquías”, el fin del mundo llegaría al completarse el listado de 112 Papas con sus lemas respectivos en latín que supuestamente habría escrito San Malaquías de Armagh, un obispo irlandés del siglo XII. Como ya mostré en un artículo publicado en el portal Aleteia, la atribución de ese documento al santo prelado es falsa, y su primera aparición pública data de 1595. Por eso no es raro que acierte en un 95 % en los pontífices anteriores a esa fecha, y que, por el contrario, sólo consiga coincidencias muy forzadas de ahí en adelante.

La cosa es que después de Benedicto XVI –al que correspondería el lema “Gloria olivae”– todas las miradas estaban puestas en el Papa siguiente, con cuyo lema, “Petrus romanus”, vendrían todas las tribulaciones y persecuciones a la Iglesia, la destrucción de Roma y el fin de todo lo que existe. En aquellos momentos de la sede vacante, algunos especularon con la procedencia curial del nuevo sucesor de San Pedro, o con que el elegido por los cardenales tendría o se pondría el nombre del pescador de Galilea. Desde la perspectiva que nos da el calendario podemos afirmar ahora que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio no cumplía ninguno de estos requisitos, más allá de su ascendencia italiana.

El segundo tema a consideración en la galaxia esotérica estaba basado en las profecías de Nostradamus, al que sus fans incondicionales dieron una oportunidad después de fallar estrepitosamente por enésima vez en cuanto al fin del mundo en 2012. Al visionario francés se recurre habitualmente para aplicarle o desaplicarle los más variopintos anuncios. Esta vez la aplicación a la sede romana consistía en su profecía sobre la llegada de un Papa negro. Las especulaciones volvían a basarse en algo apócrifo, incluso menos cierto que lo anterior de San Malaquías… sencillamente porque Nostradamus no dejó escrito en ningún lugar de sus Centurias esa tontería. Sólo hay una referencia al “rey negro” asociada a catástrofes y desgracias. Una cuarteta oscura –con perdón– que enseguida se aplicó al presidente estadounidense Barack Obama en su día, y que hace unos meses señalaba a alguno de los cardenales negros como el Papa siguiente. Otro fracaso de los esotéricos.

Eso sí, ya hubo algunos que tras el anuncio de la elección de Francisco el pasado 13 de marzo, y sin tener en cuenta que se estaban basando en algo que Nostradamus nunca dijo –¿a quién le importa en estos casos?–, se apresuraron a certificar el acierto de la falsa profecía. No puedo formularlo mejor que ellos, así que me limito a copiar lo que acabo de ver en una revista de misterios sobre este tema. El cronista, tan serio y riguroso él, escribe lo siguiente: “como en ningún cónclave de los anteriores que en mi vida he podido presenciar, sentí un escalofrío a la vez que pensaba para mi interior: han elegido al Papa negro”. ¿La razón? La pertenencia de Bergoglio a la Compañía de Jesús. Ah, claro, si es el primer pontífice jesuita de la historia, es el primer “Papa negro” de verdad y no figurado, pensaron algunos. Pero simplemente se trata de un problema de incultura: esa denominación se ha empleado siempre para referirse al prepósito general, es decir, el superior de esta congregación, por su papel importante en la vida de la Iglesia. Y Bergoglio nunca lo fue.

Así, vemos que ninguna de las dos profecías encontró aprobación en la realidad de los hechos. Algunos, sin embargo, ya se han dedicado a retorcerlas para intentar “demostrar” que tenían razón. Como siempre, la irracionalidad de estas propuestas resiste cualquier fracaso y continúa reapareciendo de una u otra forma. A los que consumen de forma acrítica todos estos productos de bajísima calidad intelectual se la cuelan una y otra vez. Incluso parece que los grandes errores de predicción los reafirman en su postura.

Como leí que contaba uno de estos divulgadores esotéricos: es verdad que no es negro ni se llama Pedro, pero las revelaciones y augurios “sí coinciden en marcar los primeros años del siglo XXI como los de la terminación de la Iglesia católica y el final del mundo cristiano como es hoy en día”. Está la cosa como para fiarse de ellos… Ah, y aprovecho para dejar aquí constancia escrita de algo que he leído en una revista de futurología, como reflexión personal de un autor después de repasar una frase de Nostradamus: “¿se está refiriendo esta profecía a un posible envenenamiento de Francisco I y a que Ratzinger terminará sus días en Túnez?”. Lo que nos hacía falta…

Junto a todo esto resurge, de vez en cuando, el tercer secreto de Fátima. ¿Y qué tiene que ver la Virgen María en todo esto? Conspiranoicos de dentro y fuera de la Iglesia católica sostienen que la Santa Sede mintió cuando dio a conocer en el año 2000 el contenido completo de la tercera parte de lo que la Madre del Señor mostró a la niña portuguesa Lucía de Jesús en 1917. Todo lo que se comenta, como pueden imaginar, gira en torno a grandes apostasías de la Iglesia, catástrofes colectivas y demás tragedias.

Y aunque uno se ciña al texto divulgado oficialmente por el Vaticano –que no tiene por qué mentir en este episodio, por más que se empeñen algunos en intentar demostrarlo–, es cierto que hay materia para que los más imaginativos se pongan a trabajar, ya que Lucía vio a un obispo vestido de blanco subiendo a un monte entre cadáveres y siendo tiroteado en la cima a los pies de una gran cruz. Cualquier Papa que salga, mientras mantenga el color de la sotana pontificia, será objeto de especulaciones vinculadas al tercer secreto de Fátima.

Qué quieren que les diga, quizás aproveche el tirón de estas historias y proponga una nueva profecía, revelada a posteriori. Entiéndaseme la ironía, con la que continúo. Quizás un día le cuente al mundo lo que yo ya sabía y que sí ha sido una profecía totalmente cumplida y verídica. Cuando vi a los cardenales en fila para hacer el juramento previo a la celebración del cónclave, y escuché lo que decían, tuve claro que Bergoglio sería el Papa siguiente (no sé si el último, a tanto no llegan mis vaticinios). ¿Y por qué?, se preguntará el lector. Todo lo descubrí al oír la fórmula del juramento, o más concretamente su segunda parte, común a los juramentos en la Iglesia: “así Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano”. En latín, cada cardenal terminaba diciendo: “quae manu mea tango”. ¡Tango! El Papa, sin lugar a dudas, tenía que ser argentino. ¿Para qué hace falta saber latín, cuando puedo inventarme una profecía? Y encima a ritmo de baile…

Luis Santamaría del Río