22.07.13

 

Hace ahora algunos años tuve la oportunidad de viajar a Perú. Recuerdo una pequeña ciudad en el Amazonas, no lejos de Iquitos, de nombre Indiana. No sé cuántos habitantes tendría ¿dos mil, tres mil? pero sí me sorprendió una cosa: descubrir entre sus calles no menos de quince lugares diferentes de culto y reunión correspondientes a confesiones evangélicas y aún no cristianas.

El caso es que en esa ciudad existe una gran misión católica con solera de años. Por eso no queda más remedio que preguntarse qué es lo que ha pasado con la fe para que los católicos, prácticamente en masa, abandonen su fe de siglos para caer en manos de cualquiera.

Brasil, que espera en estos momentos a su santidad Francisco, sabe mucho de deserciones de la iglesia católica que han ido engrosando los templos evangélicos. ¿Nos atrevemos a hacer un diagnóstico?

No hace falta ser especialmente avispado. En la medida en que se ha despojado la fe católica de espiritualidad, relación con Dios, oración, vida sacramental, confianza en el Padre para reconvertirla en un tratado socio político con ligerísimo barniz cristiano, esa fe ha quedado completamente vacía.

Las raíces son tremendas. Cristo pasa de ser el Hijo de Dios a un profeta de buena voluntad al que en los textos y reflexiones se equipara con Gandhi, Lither King o el mismísimo Che Guevara. La Biblia deja de ser palabra de Dios para tornarse en tratado de la liberación política de un pueblo. La Eucaristía deja de ser celebración de la muerte y resurrección del Señor para acabar en comida de hermanos donde el pan y el vino simbolizan y significan, pero no son. La oración, demasiadas veces un compartir frases humanas. El cambio de la Palabra por palabras, poemas, cancioncillas y ocurrencias. Todo se hace nada y más nada. La moral, un todo vale. El pecado, inexistente. Lo único condenable, el capitalismo causante de la pobreza de este mundo. Así nos ha ido.

Los hombres necesitan salir de la pobreza ¡quién lo duda! Pero no habrá una sociedad nueva ni una lucha por la justicia que merezca le pena si no es desde la conversión de corazón a Cristo. Si no es así, todo es un quítate tú que me pongo yo, de lo cual tenemos ejemplos.

Las sectas evangélicas y los grupos no cristianos que proliferan por Hispanoamérica han sabido regalar a los hombres la presencia de Dios, la importancia de la oración, el sentimiento de que Dios escucha, comprende y ayuda. Cuando la iglesia católica prescindió de todo eso en aras de la liberación del oprimido incluso justificando la violencia más extrema (¿o no nos acordamos de la glorificación del Che?) la gente dejó algo que nunca comprendió y buscó dónde expresar su fe y encontrar de nuevo lo sagrado.

Hoy la experiencia nos dice que la Teología de la Liberación extrema ha conseguido llenar los templos evangélicos sin la contrapartida de al menos haber conseguido sociedades más justas y fraternas.

Esperamos con ansia las palabras de Francisco.