26.07.13

 

Esperaba con ansia la JMJ de Rio de Janeiro. Me parecía que podía ser una excelente ocasión para que el papa Francisco aterrizara y comenzara a hablar de cosas concretas. Así que aquí estoy tragando JMJ, escuchando y leyendo.

Pues hasta ahora, y visto lo visto, me ha gustado de forma muy especial el discurso del santo padre en la favela Manguinhos. Una favela es pobreza, es violencia, es narcotráfico, es dolor y muerte. Lo sabe el papa Francisco mejor que nadie. Pues ahí ha querido explicar lo que es la auténtica dignidad del hombre y cómo se alcanza.

Se podía haber imaginado uno un discurso hablando de pobreza material y compromiso por la justicia, que no cabe duda de que lo fuera. Pero el papa ha querido destacar, justo entre los pobres, que la dignidad del ser humano va mucho más allá.

Evidentemente hace una llamada a la colaboración de todos en la promoción de la justicia, donde la Iglesia «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo, desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre”.

Muy interesante lo que viene a continuación, porque es donde el papa clara qué es eso del verdadero desarrollo. Hay que dar pan, que es un acto de justicia. Pero sigue, ¡y cómo sigue!: “Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano”.

Impresionantes palabras del papa, no por nuevas, no por rompedoras, no por primaverales, sino porque es realmente muy interesante que en medio de la pobreza el papa hable de Dios y la familia, la vida y la educación integral como pilares fundamentales que sostienen una nación, para acabar invitando a la conversión del corazón.

Acaba el discurso, pequeño en extensión, grande en profundidad, recordando lo que la Iglesia está llamada a darles, lo que la Iglesia puede ofrecer: “La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo”. Magnífico.

No se pierdan tampoco las palabras del papa a los jóvenes en Copacabana. Me parece que vamos a escuchar a Francisco cosas como para no perderse nada. Al tiempo.