26.07.13

 

Tras un comienzo, en mi opinión, un tanto soso, esta JMJ ya ha alcanzado una velocidad de crucero importante. Parece que a la barca de Pedro se le ha dotado con un motor fueraborda que funciona la mar de bien. Y el timonel tiene claro a dónde quiere ir.

El papa Francisco no parece dotado de la capacidad de elaborar discursos de alta escuela teológica -aunque está muy lejos de ser “simple"-, pero sin la menor duda tiene un carisma, que el Señor le ha concedido, que hace que quien le oiga no se quede indiferente. Ayer estuvo magistral. A los drogodependientes les dijo que son ellos quienes han de dar el paso de salir del abismo en el que se encuentran. Por supuesto, con la ayuda de Dios y de la Iglesia. A los jóvenes argentinos que han llegado a Brasil, les indicó que el programa de su vida está marcado por las Bienaventuranzas y Mateo 25. Y al millón de chavales que sufrían las inclemencias del tiempo en la playa de Copacabana les pidió unirse a la única revolución que puede transformar de verdad el mundo para bien: la de la fe.

Pero si algo tengo ya claro, es que aunque leer las palabras de este Papa es cosa buena, mucho mejor es oírle y verle. Y si alguien lo duda, que vea este vídeo:

No sé si será por su acento argentino tan característico, que da un énfasis mayor a las frases que el propio Francisco quiere resaltar. No sé si será porque no estamos acostumbrados a que un pastor nos hable con tanta contundencia en las formas. No sé bien por qué, pero lo cierto es que disfruto con la forma en que el Santo Padre nos cuenta las cosas. En algunos aspectos me recuerda al Beato Juan Pablo II, que también sabía elevar el tono cuando quería que alguna de sus frases quedara guardada en la memoria.

Se supone que los que somos cristianos sabemos que Cristo ha de ser el centro de nuestras vidas. Se supone que los que somos católicos sabemos que la confesión y la Eucaristía son elementos claves en nuestra espiritualidad. Y sin embargo, ¡cuán necesario es que el Vicario de Cristo nos lo recuerde!. Cuando el alma se conmueve al oír una buena predicación, por mucho que lo que se dice en la misma sea archiconocido, es que estamos ante alguien que no solo hila las palabras y las frases de forma correcta y doctrinalmente segura. Es que además el predicador tiene la unción del Espíritu Santo que hace que dicha palabra sea, como la Escritura, “viva, eficaz y tajante, más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4,12).

Como bien dice San Pablo, “la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom 10,12). La buena predicación del Vicario de Cristo puede producir fe en quien no la tiene -y que es invitado a aceptar al Señor- y confirmar en la fe a los que ya la han recibido.

Sin duda es necesario que el Papa acomete algunas reformas en la Iglesia. La Curia, las finanzas del Vaticano, las relaciones con y entre los obispos, etc. Pero aún más necesario es que el Papa no se canse de predicar el evangelio como lo hizo ayer ante un millón de jóvenes. La denuncia profética de las injusticias de este mundo, acompañada de la presentación de Cristo como la respuesta a todas las preguntas es un programa más que suficiente para hacer de un ponitificado una fuente de bendición para la Iglesia y el mundo. Si además se encomienda a la mujer por cuyo Fiat nos vino el Salvador, a la mujer que Cristo nos dio por Madre en la Cruz, poco más queda pedir. Solo confiar en que Dios hará el resto.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: El Papa no habló ayer solo a los jóvenes. Tuvo palabras muy claras y contundentes para los obispos:

«A veces, la vida de un obispo tiene dificultades y la fe del obispo puede entristecerse. ¡Qué feo es un obispo triste! ¡Qué feo que es!»

Es evidente que el Papa ejerce de cabeza del colegio apostólico al decir eso. Ahora bien, también depende de nosotros el ayudar a los obispos para que no caigan en la tentación de la amargura. Primero, con nuestra oración. Segundo, con nuestra fidelidad y sumisión.