29.07.13

Reflexiones sobre el descenso de la participación en la Santa Misa

A las 12:05 PM, por Daniel Iglesias
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1. Datos muy preocupantes

Recientemente leí un artículo de Noticeu (el boletín electrónico de la CEU –Conferencia Episcopal del Uruguay) acerca del descenso de la participación de los católicos uruguayos en la Santa Misa. Allí se dice que en un plazo de 21 años (1989-2010) la participación en la Misa dominical descendió casi a la mitad en Montevideo (de 58.700 a 31.500 personas).

Buscando en Internet, encontré otros dos artículos que aportan más datos sobre el mismo tema: uno de “El Observador” y otro de “La República”. Allí se dice que, en la misma ciudad y período, también descendió en forma muy considerable la práctica de otros sacramentos: bautismos, primeras comuniones, confirmaciones y matrimonios. De los datos suministrados por esos dos diarios de Montevideo me impresionan sobre todo el dramático descenso de los matrimonios sacramentales (de 3.562 en 1989 a 1.120 en 2010; una caída de más de dos tercios) y las muy bajas cantidades de confirmaciones (933 en 1989 y 721 en 2010).

Dejo constancia de que las cantidades absolutas de bautismos y de primeras comuniones en 1989 y en 2010 indicadas en los dos artículos son exactamente iguales (4.357 y 2.947 para cada uno de estos sacramentos). Esta coincidencia muy improbable lleva a pensar que casi seguramente uno de los dos pares de datos (el de bautismos o el de primeras comuniones) es erróneo. Probablemente los datos erróneos sean los de bautismos, ya que el pasaje de 4.357 a 2.947 representa una reducción del 32%, porcentaje que coincide con el indicado en esos artículos para la reducción de las primeras comuniones, mientras que para los bautismos indican una reducción del 55%, que implicaría cantidades diferentes.

Estos nuevos datos, aunque muy lamentables, confirman una marcada tendencia decreciente que se puede apreciar en muchos estudios estadísticos de las últimas décadas sobre las cantidades de católicos de Montevideo y sobre su práctica sacramental. Por ejemplo, según datos publicados en 1993 por la Vicaría Pastoral de la Arquidiócesis de Montevideo, sólo unos 48.000 montevideanos (en promedio) participaban de la Misa dominical en el trienio 1990-1992. Esa cantidad equivalía al 3,5% de la población total del departamento. Seguramente, ya entonces ese porcentaje de asistencia a la Misa dominical era uno de los más bajos del mundo entre los países de tradición católica; y los nuevos datos publicados implican que ese porcentaje descendió al 2,4% en 2010. Además, no parece previsible que la tendencia vaya a cambiar en el corto plazo.

Es muy claro que este descenso no es exclusivo de Montevideo, sino que la situación es parecida en todo el Uruguay. El artículo de “El Observador” muestra incluso que en algunos departamentos del país la situación es bastante peor que en Montevideo. En particular, hay tres departamentos (Rocha, Río Negro y Rivera) donde los católicos son menos de un tercio de la población.

Más aún, el problema señalado tampoco se reduce al Uruguay, sino que en mayor o menor medida ha afectado a la Iglesia Católica en casi todas las naciones de Occidente durante los últimos 50 años. La descristianización y la secularización han hecho estragos en muchas Iglesias locales por lo menos desde 1965, cuando comenzó la gran crisis eclesial del post-concilio.

2. Una cuestión de vida o muerte

Es evidente que, según la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia, el alejamiento de la Eucaristía es una cuestión de vida o muerte para el cristiano individual y para la comunidad eclesial: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» (Juan 6,53-54). “La Iglesia vive de la Eucaristía” (Papa Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, 1). “El sacrificio eucarístico (es) fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Concilio Vaticano II, constitución Lumen Gentium, 11; cf. Ídem, constitución Sacrosanctum Concilium, 10).

En mi humilde opinión, se impone una conclusión: pese a los loables esfuerzos de muchos pastores y fieles, en líneas generales a la Iglesia Católica le está yendo muy mal en el Uruguay. Ese juicio puede parecer demasiado duro, pero creo que es necesario tener el valor de ver y decir las cosas como son. De no mediar una profunda reforma (como la reforma católica postridentina, de alcance mundial, o la reforma impulsada por Mons. Jacinto Vera en nuestro país en la segunda mitad del siglo XIX), dentro de 30 años la Iglesia Católica en Uruguay será cuantitativamente una realidad marginal, una minoría casi insignificante.

3. La causa principal de esta crisis

Mons. Pablo Galimberti, Obispo de Salto y Presidente del Departamento de Liturgia de la CEU, en un artículo publicado en el CLAM, invitó a los fieles a reflexionar sobre la crisis de la práctica religiosa de los católicos uruguayos. Impulsado por esa invitación, me animo a opinar que, aunque se trate de un fenómeno complejo, con muchas causas interrelacionadas, su causa principal es fácilmente identificable: se trata de una crisis de fe.

Pienso que la situación de la Iglesia Católica en nuestro país no es más que un caso particular (aunque especialmente claro) de la extendida crisis de fe analizada con penetrante lucidez por el Cardenal Joseph Ratzinger en su célebre libro-entrevista de 1984 Informe sobre la fe, que tantas críticas recibió por su supuesto “pesimismo”, que en realidad no era más que un sano realismo. Recomiendo vivamente la lectura o relectura de este excelente libro, que no ha perdido actualidad.

La Eucaristía, como todos los sacramentos, presupone la fe, pero a la vez la alimenta y fortalece. Por lo tanto, el descenso en la participación de la Eucaristía (y de otros sacramentos) es a la vez efecto y causa de la pérdida de la fe. Si alguien deja de ir a Misa porque no le gusta cómo predica el sacerdote de su Parroquia, es porque le falta fe; y, a la inversa, si un fiel cristiano deja de ir a Misa, tenderá fácilmente a perder la fe.

Por lo tanto, parece claro que el problema no es meramente litúrgico y que no se resolverá con cambios litúrgicos que pretendan hacer las Misas más participativas o entretenidas. Se trata de un problema de falta de fe. Muchos católicos dejan de ir a Misa porque no creen realmente que en la Santa Misa ocurre algo verdaderamente único, inaudito y trascendental: la presencia real, verdadera y sustancial del Hijo de Dios hecho hombre para nuestra redención.

Los predicadores podrán ser mejores o peores, la música sacra podrá ser mejor o peor, pero si falta o se debilita esa fe, la Santa Misa tenderá a ser vista como un rito más, una costumbre folklórica más o menos valiosa o útil, pero en última instancia prescindible. “Sin el Domingo no podemos vivir", decían los mártires cristianos de la Antigüedad. “No hay que exagerar", responderían muchos católicos uruguayos de hoy, afectados por el virus racionalista, liberal (antidogmático) y secularista.

También es necesario recordar que la increencia, al menos objetivamente, es un pecado, y que puede ser causa y efecto de muchos otros pecados. El Papa Benedicto XVI, en una de sus últimas alocuciones, nos enseñó que nuestra Iglesia local puede morir por nuestra falta de fe y nuestro pecado: “Naturalmente, hay un falso optimismo y un falso pesimismo. Un falso pesimismo que dice: el tiempo del cristianismo ha terminado. No: ¡comienza de nuevo! El falso optimismo era aquel de después del Concilio, cuando los conventos cerraban, los seminarios cerraban, y se decía: pero… no pasa nada, todo va bien… ¡No! No todo va bien. Hay también caídas graves, peligrosas, y debemos reconocer con sano realismo que así no funciona, no funciona donde se hacen mal las cosas. Pero también estamos seguros, al mismo tiempo, que si aquí y allá la Iglesia muere a causa del pecado de los hombres, a causa de su increencia, al mismo tiempo nace de nuevo. El futuro es realmente de Dios: ésta es la gran certeza de nuestra vida, el optimismo grande y verdadero que sabemos. La Iglesia es el árbol de Dios que vive eternamente y lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna.” (8 de febrero de 2013).

4. Recomenzar desde Cristo

Habría mucho para reflexionar acerca de las causas del descenso numérico de los fieles católicos practicantes. Los “integristas” culpan de esa caída al Concilio Vaticano II y sus “novedades”, mientras que los “progresistas” no se preocupan mayormente de ella, porque el “proselitismo religioso” no figura entre sus principales objetivos. Por mi parte, en unión con el Magisterio de la Iglesia, me adhiero al Concilio Vaticano II y sostengo que éste ha sido a menudo mal aplicado por muchos en el período post-conciliar (sobre todo en 1965-1985). No obstante, no corresponde añorar un imposible regreso hacia atrás, hacia la cristiandad perdida, en sus aspectos históricos contingentes o accidentales. Incluso cabría sospechar que esa cristiandad no era tan sólida como parecía, puesto que, en algunos casos (por ejemplo en Holanda) se desmoronó con tanta rapidez.

Sabemos que Cristo está siempre presente en Su Iglesia y que ella ha de participar plenamente del triunfo de su Señor y Esposo al final de los tiempos; pero no sabemos a través de qué vicisitudes históricas deberá pasar la Iglesia antes de alcanzar ese triunfo final. Puede ocurrir que una generación de cristianos no esté a la altura de los desafíos que su época plantea a su fe.

La vida cristiana es a la vez un don de Dios y un combate espiritual del hombre, pero el don de Dios tiene la primacía. Siempre tenemos que volver a empezar nuestra lucha, llenos de esperanza. ¿Pero cómo podríamos recomenzarla sino desde Cristo, que se nos da totalmente en la Eucaristía? Ya lo dijo nuestro Señor en la Última Cena: “separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5). Si nos alejamos de Cristo, nuestros proyectos se convierten en simples utopías humanas, inalcanzables o decepcionantes. Volvamos pues a la fuente de la Gracia, al Pan de Vida que alimenta nuestra fe y nos da la fuerza necesaria para seguir a Jesucristo y cumplir nuestra vocación y misión. Recomencemos desde el 2,4%: desde la comunión con Cristo. Entonces Dios nos dará la gracia de ser más fieles a Cristo y a la Iglesia, en todos nuestros pensamientos, palabras y obras.

No puedo extenderme aquí sobre cómo enfrentar el gravísimo problema de la gradual (y ya bastante avanzada) apostasía del pueblo uruguayo. En esa línea me limito a recordar un aporte de 2012 sobre algunos aspectos doctrinales y culturales de la necesaria “terapia”: Diez claves sobre el renacimiento o la renovación de la cultura católica. El presente aporte se centra en la cuestión del diagnóstico (en resumen, se trata de una crisis de fe). La terapia debería ser proporcionada al diagnóstico.

Daniel Iglesias Grèzes