31.07.13

 

Una mañana de primavera en el pueblo. Falta más me media hora para la misa y estoy por el templo preparando cosas. Por la puerta de la iglesia, al fondo, veo cómo llega una pareja casi arrastrando un enorme bulto que parece de un peso más que considerable. Sin decir palabra, se acercan a mí, y veo cómo desenvuelven el misterioso paquete, del que emerge en todo su esplendor una impresionante imagen de santa Gema Galgani de aproximadamente un metro y medio de altura. “Es para que la ponga en la parroquia, ¿le gusta? Lo tenemos ofrecido…”

No es fácil decir a alguien así, después de comprar la imagen, envolverla, llevarla al pueblo y soltártela así, sin anestesia, que no estás por la labor. No sabes qué palabras utilizar para que quede claro que no vas a colocar a santa Gema en la iglesia, y a la vez tratar de que no se sientan molestos. Ardua cuestión. Pero se intenta, con resultados nulos como es de suponer. El primer razonamiento, que no hay sitio. Pero tienen respuesta: “si es por eso, regalamos nosotros la peana que quiera”. Insistes en el no. Se van calentando los ánimos: “es una promesa y tenemos que cumplirla, así que usted la pone donde sea”. Te quedas con las ganas de decirles que ofrezcan lo que quieran para su casa, pero no para la iglesia parroquial. Vinieron después las amenazas: “si la promesa no se cumple, usted es el responsable ante la santa y ante Dios”. Pues vale. Finalmente se la llevaron, rezongando, echando pestes contra el párroco, después de dejar caer que ahí se quedaba santa Gema… Pero se la llevaron.

Algo parecido me sucedió con un niño Jesús de Praga que no bajaba de los ochenta centímetros: “¿dónde está el niño Jesús de Praga que habíamos ofrecido para esta iglesia?” Ni idea… El caso es que después de mucho dar vueltas me pareció recordar que había visto uno escondido en algún sitio. Se lo dije: “está guardado”. Pues no. “Hicimos la promesa de regalar uno para que estuviera en la iglesia, y usted me lo pone en la iglesia”. Más de lo mismo. Otros que acabaron llevándose al niño “porque en alguna iglesia lo querrán”. Pues posiblemente.

Será por ofrendas de estas raras. Desde el centro de flores de la señora Petra, de plástico, horrible, ofrecido para que decorase “a perpetuidad” el altar mayor, o aquel collar de bisutería mala, como de tienda de chinos, que se pretendía llevase la Virgen siempre como si fueran las joyas de la emperatriz Eugenia.

Luego viene el apartado de los dineros para que… Por ejemplo, para dos candelabros para el altar del Carmen. Vale. Puede ser. Peor es que te den dinero para la canastilla del niño Jesús, una alfombra para el pasillo (que a ver quien la pone, la guarda y la limpia) o un cuadro de San Antonio para colocar en la iglesia en sitio bien visible.

Nada despreciable el apartado imágenes y cuadros piadosos. A nosotros sí nos llegan pequeñas imágenes de la Virgen de los sitios más diversos que tenemos colocadas en una curiosa vitrina. Pero nos traen más cosas: un cuadro del Perpetuo Socorro de mi abuela, un crucifijo de esos que yo llamo “de muerto” que estaba en casa de una tía que acaba de fallecer, una caja de estampas, rosarios y medallitas provenientes de vaya usted a saber dónde… Porque lo traen y a los cuatro días ya te preguntan dónde lo has puesto. Seamos claros… ¿dónde pones ese crucifijo horrible estéticamente? ¿Qué haces con el cuadro del Perpetuo Socorro con más desconchones que casa en trance de derribo? ¿Y las estampas de la tía? ¿Y las medallitas?

También esto es la parroquia. También…