3.08.13

 

Compré mi primer teléfono móvil creo que el año 1996. Acababa de ser nombrado párroco de dos pueblos y desde el primer día hubo una cosa que me preocupó mucho: que alguien me necesitara y no estuviera localizable, sobre todo si se trataba de un enfermo grave o un fallecimiento. Lo que para muchos era sinónimo de atadura, a mí me resultó una fuente de libertad. Con qué tranquilidad podía moverme por el pueblo o salir a algún sitio sabiendo que siempre estaba localizado. Me he dado cuenta de que ente un problema grave, como un enfermo o una defunción, lo que más tranquiliza a la familia es la pronta respuesta del sacerdote que dice: “tranquilos, voy para allá”, y más sabiendo que hoy con un coche estás en minutos en cualquier sitio. Más de una vez recibí una llamada urgente estando en Madrid. Cuarenta minutos de coche.

Desde entonces mi teléfono no se apaga jamás. Da igual mañana, mediodía, tarde o noche. Donde voy, el teléfono conmigo. Por supuesto que si estoy celebrando o en alguna reunión especial se queda sin sonido. Pero encendido. Así al acabar la celebración o la reunión correspondiente, puedo ver si hay alguna cosa y responder.

Me aterra que alguien pueda necesitar al sacerdote y no estar localizable. Por eso en el contestador automático de la parroquia hay un mensaje en el que se dice que en caso de que necesiten contactar con el párroco pueden llamar al 669…

¿Y cuando estás de vacaciones? ¿Y por la noche? Siempre encendido. Hay mucha gente que me dice que eso es complicarte la vida y que así no hay forma de descasar. No es para tanto. Lo que sí es cierto es que tiene sus riesgos. No falta quien te llama a las siete de la mañana para preguntar si es día de precepto, la llamada a las cuatro de la tarde de una calurosísima tarde de verano para confirmar que la misa sigue siendo a las 19:30, o la persona que cada día se pone en contacto contigo para consultar su última duda de conciencia. La semana pasada dos días seguidos a las cinco de la mañana. La verja exterior de la capilla del Santísimo no se abría y alguien tenía que aparecer con la llave. Pues para eso está el párroco.

Pero quede claro que son cosas mías y como tales las cuento. Hay parroquias que tienen un móvil para urgencias y cada semana lo lleva consigo uno de los sacerdotes. Lo que no puede ser es que alguien necesite a un sacerdote, en la parroquia no haya nadie, el móvil apagado o fuera de cobertura y una persona o una familia angustiados por el enfermo, un fallecido, una urgencia de Cáritas o alguien que necesita imperiosamente una palabra de tranquilidad ante cualquier problema.

¿Qué es una lata el teléfono? Sí. ¿Qué hay gente muy indiscreta y muy latosa? Sí. ¿Qué suena en los momentos más inoportunos? Por supuesto. Pero es una de nuestras pobrezas: la de estar siempre SIEMPRE disponibles por si acaso.

Recuerdo en una ocasión que entraba un servidor en la capilla del Santísimo con un grupo de niños de catequesis. Al entrar quité el sonido del móvil (el celular que dicen allende los mares). Y un niño, porque los niños no se pierden una, dice: “anda, pero si tienes un móvil”. La respuesta fue fácil: “sí, para que me puedas llamar en cualquier momento si necesitas algo”.