ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 06 de agosto de 2013

LA FRASE DEL MARTES 6 DE AGOSTO

"El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente y nos da la fuerza para vivir y actuar" (Benedicto XVI  1927 - )

 


El papa Francisco

El santuario de san Cayetano de Buenos Aires recibirá mañana un video mensaje del papa Francisco
Celebran al patrón del "Pan y del trabajo"

Francisco invita a llevar al mundo la esperanza que da la fe
El santo padre alienta a los creyentes a anunciar el Evangelio hasta los confines de la Tierra

"El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo"
Mensaje del papa Francisco por la Jornada Mundial de las Misiones

Mirada al mundo

"¿Será que un pobre no puede salir de la pobreza?"
El coordinador de la pastoral de las favelas de la arquidiócesis de Río habla sobre la labor de la Iglesia en estas zonas

Testigos de la Fe

La JMJ y el encuentro con el papa no han defraudado las expectativas
Carta Pastoral de monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián

Santa María

La nevada de la basílica de Santa María Mayor
Desde su milagrosa fundación hasta nuestro días, la iglesia comunica un intenso mensaje de unidad de la naturaleza humana y divina de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo

Familia

El matrimonio: entre crisis y belleza
El problema actual no es la crisis de los matrimonios, sino la crisis de la fe que aleja al hombre y la mujer de Dios haciéndoles olvidar que son criaturas que se realizan solo donándose gratuitamente

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

Beata María Francisca de Jesús (Ana María Rubatto)
«Italiana, primera beatificada del Uruguay. Extendió su fundación a favor de los enfermos, niños y jóvenes abandonados en este país, Argentina y Brasil»


El papa Francisco


El santuario de san Cayetano de Buenos Aires recibirá mañana un video mensaje del papa Francisco
Celebran al patrón del "Pan y del trabajo"

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Se ha levantado una gran expectativa por el video mensaje que el papa Francisco enviará a los fieles argentinos el miércoles con motivo de la fiesta de san Cayetano, el patrono del “Pan y del trabajo”, que se realiza el 7 de agosto, según informa Radio Vaticana. El tema de la fiesta de este año es “Con Jesús y San Cayetano vamos al encuentro de los más necesitados”. Del 1 al 9 de agosto, tienen lugar las celebraciones con una novena de oración con intenciones específicas para cada día: familia, gobernantes, sufrientes, difuntos, desempleados, solidaridad.

Este Santuario se encuentra en el barrio porteño de Liniers en una zona periférica de la ciudad. Cada año, en la memoria litúrgica de la muerte del santo, miles de fieles acuden allí para pasar delante de la estatua de san Cayetano y besar el cristal de la pequeña urna.

La fila se extiende a través de 15 calles de la ciudad y dura todo el día. Cada hora se celebra misa en el santuario. La celebración principal es aquella de las 11.00. Como arzobispo de Buenos Aires, el entonces cardenal Bergoglio presidía la santa misa en la Fiesta de San Cayetano y, al final de la celebración, recorría en sentido contrario la fila de los fieles saludarlos.

 Este año la misa será presidida por monseñor Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina. Al final de la celebración, monseñor Poli también irá a saludar a los peregrinos.

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Francisco invita a llevar al mundo la esperanza que da la fe
El santo padre alienta a los creyentes a anunciar el Evangelio hasta los confines de la Tierra

Por Redacción

ROMA, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - En la carta del papa Francisco por la Jornada Mundial de las Misiones que se celebra el próximo 20 de octubre, mientras se clausura el Año de fe, el papa recuerda que es "una ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía".  A lo largo de la carta, Francisco propone cinco puntos de reflexión.

En primer lugar señala que la "fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella". Así mismo recuerda que la fe "necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia". Y este don, "se ofrece a todos generosamente". Por eso dice el papa que "todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación". Además, el santo padre recuerda que este don debe ser compartido porque de lo contrario "nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos".  El anuncio del Evangelio "es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia", señala.

En segundo lugar, muestra el Año de la fe como un estímulo para que "toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones". Añade también que la "misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los "confines" de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer". Haciendo alusión al Concilio Vaticano II, el santo padre recuerda que "la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas". Este mandato confiado por Jesús a los apóstoles no es un aspecto secundario de la vida cristiana sino un "aspecto esencial". A este punto, el santo padre invita a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a "dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos".

El tercer aspecto sobre el que reflexiona el obispo de Roma en su mensaje es sobre los obstáculos que puede encontrar la obra de evangelización: "a veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad". Por eso el papa afirma que "siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo". Frente a la propuesta de la violencia, la mentira y el error el papa cree que "es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia". Así mismo recuerda que "no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial".

En el siguiente punto el papa hace alusión al cambio en la forma actual de comunicarse y afirma que "la movilidad generalizada y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias". Con el gran movimiento de personas, "a veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio", observa el papa. Este fenómeno junto al hecho de que en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias, "no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una 'nueva evangelización'".

En una situación compleja en la que "la convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable" se hace aún más urgente el "llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión". Frente a la necesidad del hombre de nuestro tiempo de una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle el papa exhorta "traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe". Y como ya ha advertido en más ocasiones, el santo padre repite que la Iglesia no "es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría". Y es "el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino".

En el último punto redactado en el mensaje, el pontífice anima a todos a "ser portadores de la buena noticia de Cristo" y se muestra agradecido especialmente con los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos que "dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas". Del mismo modo subraya que "las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad [...]llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza". También hace un llamamiento a los que siente la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu " a no tener miedo de ser generosos con el Señor". E invita también a obispos, familias, comunidades y agregaciones cristianas a "sostener con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana". Al mimos tiempo exhorta "a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden".

Para finalizar menciona también a los cristianos que "se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad". A ellos se refiere como "testigos valientes" y les asegura que se siente "cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia".

Retomando las palabras de Benedicto XVI "« Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada’ (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15), el santo padre expresa este mismo deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año.

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"El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo"
Mensaje del papa Francisco por la Jornada Mundial de las Misiones

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Publicamos a continuación el mensaje del santo padre Francisco por la 87ª Jornada Mundial de las Misiones que se celebra el 20 de octubre, cerca de la clausura del Año de la Fe.

Queridos hermanos y hermanas:

Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, quisiera proponer algunas reflexiones.

1. La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es "adulta", cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las "periferia", especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.

2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los "confines" de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de "dar testimonio de Cristo ante las naciones", ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. A este respecto, Pablo VI usa palabras iluminadoras: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone es la violencia, la mentira, el error. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.

4. En nuestra época, la movilidad generalizada y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo, familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos empujan a un gran movimiento de personas. A veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una "nueva evangelización". A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.

5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez.
    Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de "restitución" de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.
    La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea reclamando la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.
    Por último, me refiero a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos valientes –aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos– que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida por permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia, y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Benedicto XVI exhortaba: « ‘Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada’ (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos "la dulce y confortadora alegría de evangelizar" (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).

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Mirada al mundo


"¿Será que un pobre no puede salir de la pobreza?"
El coordinador de la pastoral de las favelas de la arquidiócesis de Río habla sobre la labor de la Iglesia en estas zonas

Por Redacción

ROMA, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Monseñor Luiz Antônio Lopes Pereira, coordinador de la pastoral de las favelas de la arquidiócesis de Río de Janeiro en una entrevista con la agencia de noticias AICA después de la JMJ evaluó los principales desafíos que comporta la tarea pastoral en las zonas más humildes de esta jurisdicción eclesiástica, además de los principales problemas sociales que hoy afronta el país.

Este sacerdote, de 58 años es capellán de Su Santidad desde 2008 y responsable del vicariato Leopoldina. Tuvo a cargo la atención de casi 3.700 peregrinos en la parroquia Santa Rosa de Lima y las nueve capillas de su jurisdicción, en Jardim América

Tal y como explica el artículo de AICA "la pastoral de las favelas nació en la década del 60 como respuesta a los problemas que afectaban a los pobres y que no encontraban solución desde la clase dirigencial. Por un lado, los gobiernos municipales promovían políticas de desalojo en las barriadas pobres, justificando las medidas en la precariedad y riesgo de las viviendas. En este marco empieza la labor pastoral de monseñor Helder Câmara, obispo auxiliar de Río de Janeiro y primer presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam)".

Recuerda monseñor Pereira en la entrevista que “él pensó que el pueblo pobre no precisaría ir a las periferias de la ciudad, ya que en el propio centro podría haber una convivencia entre las clases altas y bajas. Entonces, don Helder creó la Cruzada San Sebastián, en la zona del Leblon, más específicamente en la favela de Pinto”,. En ese entonces, monseñor Cámara logró reunir, a través del Banco da Providência (una institución filantrópica fundada por él en 1959), los recursos necesarios para construir 850 apartamentos en el área más rica de Río de Janeiro: el Baixo Leblon. Hoy continúan siendo casas de clase baja, aunque con servicios de luz, agua y gas.

Desde entonces quedaron sentadas las líneas para la tarea pastoral con los más pobres: "los sacerdotes resignaron una misa en la iglesia matriz para llevar la celebración de la Eucaristía a las capillas de la jurisdicción parroquial".

En los años 80, el padre Luiz Antônio vivía en el seminario arquidiocesano, en Sumaré, aunque regresaba cada tanto a Marechal Hermes, un barrio de los suburbios de Río de Janeiro, distante a más de 50 kilómetros del centro de la ciudad. Allí había sido trasladada su familia, a pesar de que su padre, mecánico de la Fuerza Aérea, había recibido la jubilación y la promesa de permanecer en su hogar. Esa experiencia marcó su tarea como sacerdote.

Monseñor Pereira revela en la entrevistas que "en las favelas urbanizadas, las tasas son tan altas que los vecinos tienen que vender su casa para sobrevivir. Hay moradías simples que no se encuentran por menos de 50.000 dólares; y es mucho para una favela. Si quieren comprar un kilo de frijoles o de arroz les resulta muy caro”.

Así mismo afirma que “la Iglesia siempre trabajó con los pobres, pero ese trabajo a veces no pasó del mero asistencialismo. Yo tengo aquí personas que son hijos y nietos de la pobreza. Los padres eran pobres; los hijos son pobres, y hoy, los nietos son pobres. ¿Será que un pobre no puede salir de la pobreza? Mi experiencia me dice que es muy estrecho ese camino. En cambio, si hay incentivo de instituciones como la Iglesia, hay un camino posible”, consideró.

También considera que a pesar de las modificaciones los problemas continúan: “Aquí tenemos un barrio, y alrededor, el resto es favela. No hay un solo barrio de Río sin favelas, porque no se han pensado políticas habitacionales serias. Por eso, consideramos que Río de Janeiro se está volviendo una ciudad transnacional, y el pueblo brasileño, en especial los más pobres, ya no tienen derecho de habitar en esta ciudad. Los mudan donde no tienen transporte, no tienen escuela, no tienen su trabajo… ¡Los llevan a lugares que no tienen ni asfalto!”.

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Testigos de la Fe


La JMJ y el encuentro con el papa no han defraudado las expectativas
Carta Pastoral de monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián

Por Redacción

ROMA, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - El obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, a su vuelta de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, ha escrito una carta pastoral en la que narra algunas impresiones y reflexiones sobre esta experiencia.

En la carta afirma que "la atención de esta JMJ estaba centrada principalmente en el encuentro del papa Francisco con la juventud católica. Y ciertamente, sin ningún género de duda, podemos afirmar que no ha defraudado las expectativas".

A continuación comenta algunos aspectos centrales del mensaje del Papa Francisco: 

En primer lugar, "en cuanto a la comunicación se refiere, pienso que es digno de resaltar el estilo tan directo, convincente e interpelante utilizado por el Papa Francisco"  aproximándose  "al género del predicador de los ejercicios espirituales, en el que se coloca al interlocutor ante la necesidad de dar una respuesta personal a la llamada de Dios".

En segundo lugar, "el papa Francisco ha subrayado la importancia de la
dimensión misionera de la Iglesia, lo cual requiere la libertad evangélica necesaria para buscar nuevas fórmulas de evangelización. Y por ello el papa nos ha dicho cosas tan atrevidas como: “No, a un cristianismo almidonado”, “tenemos que salir a las periferias”, “tenemos que conseguir que los más alejados de la fe sean nuestros invitados VIP", señala monseñor Munilla.

En tercer lugar, "el papa Francisco ha transmitido una idea muy clara sobre la inserción social de la Iglesia. Por una parte, no se ha cansado de repetir que la Iglesia no es una ONG"; es decir, "que si redujésemos la labor de la Iglesia a sus obras sociales, estaríamos adulterando el Evangelio".

De hecho, señala el obispo de San Sebastián "una de las cosas que más nos ha impactado a quienes hemos acudido a esta JMJ, ha sido la penetración tan fuerte de
las sectas que está teniendo lugar en Latinoamérica" y matiza que "acaso esto haya acontecido en buena medida, porque la acción de la Iglesia Católica se ha centrado unilateralmente en su labor social". De ahí que recuerda que el papa ha sido muy claro con al pedir a los jóvenes "su implicación en favor de la justicia social. Fue memorable su llamamiento 
a “no balconear”; es decir, a no mirar el mundo desde el balcón, sino a bajar a la calle e implicarse en la trasformación del mundo"

En cuarto lugar, "el papa Francisco ha remarcado en todo momento su apuesta
por los pobres, por los más jóvenes y por los ancianos. Los que no cuentan para este mundo, son los preferidos de Dios". En esta línea, "han llamado la atención los continuos gestos realizados por el papa, en pro de una mayor austeridad en la vida de la Iglesia, en pro de una mayor solidaridad con los desheredados de este mundo, y en pro de un compromiso inequívoco con la vida"

Finaliza monseñor Munilla recordando que "alguien dijo que Juan Pablo II fue el papa que visualizó la Iglesia —el papa de la esperanza—; Benedicto XVI, el papa que la formó e interiorizó —el papa de la fe—; y Francisco, será el papa que lleve a Iglesia a la coherencia de la conversión —¿el papa de la caridad?—¡Que así sea, y que el Señor nos conceda la gracia de que nuestra juventud se suba a la ola de este momento apasionante en la vida de la Iglesia!"

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Santa María


La nevada de la basí­lica de Santa María Mayor
Desde su milagrosa fundación hasta nuestro días, la iglesia comunica un intenso mensaje de unidad de la naturaleza humana y divina de la Virgen Marí­a y de Nuestro Señor Jesucristo

Por Paola Cusumano

ROMA, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - El lunes 5 de agosto, en la basílica de Santa María Mayor en Roma, una solemne eucaristía presidida por el arzipreste de la basílica papal, el cardenal Santos Abril y Castelló, celebró el aniversario de la fundación de la iglesia que tuvo lugar durante el pontificado del papa Liberio (352 -365).

El pontífice, según la tradición, habría trazado el perímetro de la iglesia sobre el manto de nieve que cayó excepcionalmente en Roma el 5 de agosto del año 358. Este evento se recuerda cada año lanzando pétalos blancos desde la bóveda de la iglesia.

Oficialmente llamada "Basílica papal patriarcal Mayor arciprestal Liberiana", más comúnmente conocida como basílica de Santa María Mayor, la iglesia ha asumido a lo largos de los siglos varias titulaciones, testificando los recorridos teológicos y espirituales del cristianismo a través de los siglos.

Así se conoce con el nombre de Basílica Liberiana a partir del siglo IV, en virtud del hecho que, según el Liber Pontificalis, habría sido construida sobre el antiguo sitio del Titulus Liberii. Las investigaciones arqueológicas han desmentido posteriormente esta teoría, poniendo correctamente la fundación de la basílica bajo el pontificado de papa Sisto (432 – 440), pero dejando intacto el valor de la antigua denominación.

En el sigo IV, precisamente con el papa Sisto III, la basílica es llamada también Teothokos (Madre de Dios). Así lo indicaba una inscripción dedicatoria de la contra fachada, hoy perdida, para subrayar la importancia del dogma cristiano de la Madre de Dios, consagrado en el Tercer Concilio Ecuménico de Éfeso (431) contra la herejía nestoriana.

En el siglo VII, se llama a la basílica con el título de Santa Maria ad Praesepio que aparece por primera vez en el Liber Pontificalis, en la sección sobre pontificado de Teodoro (642-649). El nombre se debe asociar a las reliquias de la cuna de Jesús, enviadas de Jerusalén a Roma para salvarlas de los árabes, que invadieron la ciudad en el año 638. Hoy en día estas reliquias se conservan en la Capilla del Pesebre bajo el altar de la Capilla Sixtina de Santa María Mayor.

La primera capilla expresa un fuerte mensaje de la humanidad y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo; la segundo celebra la maternidad divina de María, mostrado en las hermosas pinturas del siglo XVI que decoran el fuerte mensaje de la cristiandad contra la herejía protestante que existía entonces.

Así, pues, la Basílica de Santa María Maggiore, desde su milagrosa fundación hasta nuestros días, comunica su intenso mensaje de unidad de la naturaleza humana y divina de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo.

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Familia


El matrimonio: entre crisis y belleza
El problema actual no es la crisis de los matrimonios, sino la crisis de la fe que aleja al hombre y la mujer de Dios haciéndoles olvidar que son criaturas que se realizan solo donándose gratuitamente

Por Don Anderson Alves

ROMA, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Últimamente se habla mucho de matrimonio. Parece que es un derecho de todos y, al mismo tiempo, uno tiene la impresión de que se sabe cada vez menos qué es realmente. Son muchos los matrimonios que se rompen y aún más el número de personas que no consiguen tomar la decisión de casarse.

La Palabra de Dios habla mucho también del matrimonio en el contexto de la revelación del amor de Dios hacia la familia humana. Jesús enseña que el matrimonio es algo santo, un gesto por el cual un hombre y una mujer se hacen una sola cosa, para toda la vida (Mt 19). Y Él siempre acogía y bendecía a los niños, fruto natural del matrimonio. Dios se muestra entonces como el que ama y bendice las familias, de hecho, ha querido que el hombre viniese al mundo por medio de las familias y Él mismo se ha hecho hombre en medio de una familia humana. Dios que es grande e omnipotente se ha hecho niño en Jesús, viviendo durante treinta años "sometido" a sus padres.

El Evangelio nos habla sin duda de la santidad e indisolubilidad del matrimonio. Dios dice que los que se casan se convierten en una sola carne de forma que nada puede separarlos. Pero estas palabras, para nosotros hombres de este siglo, son una fuente de cierto desaliento y confusión y parecen fuera de lugar. Sabemos bien que más del 40% de los matrimonios se interrumpe y muchos sostienen que sea un derecho separar lo que Dios ha unido. Esto es un verdadero drama actual, que causa dolor y sufrimiento, especialmente a los niños El matrimonio parece ser una elección de un grupo reducido o algo de poco valor. En esta situación, los niños son cada vez más raros, casi desaparecen de nuestra sociedad.

Sin embargo si el hombre se mira a sí mismo, se da cuenta de poseer en sí un gran deseo de amar a otra persona totalmente, de ser feliz y hacer feliz a otra persona. Tenemos un deseo de donarnos integralmente porque sabemos que el amor o es total o no existe. El amor pide la eternidad, la perfección del don. Pero ¿por qué tenemos este gran deseo? ¿Y por qué parece imposible cumplirlo en nuestros días?

Este gran deseo existe porque nuestra misma vida es un don, un don de Dios. Nosotros no nos pertenecemos, no venimos de nosotros mismos, sino del amor de otros. Dios nos ha creado, nos ha dado la vida gratuitamente, sin pedir nada, y esto viene por medio del amor de nuestros padres. Por este motivo el hombre solo puede realizarse cuando se dona, donando de nuevo a Dios y a los otros los dones recibidos de Dios.

Uno de los modos - aún si no es el único - del hombre de donarse totalmente a Dios y a los otros es el matrimonio, en el cual un hombre y una mujer se convierte en una sola cosa. Los esposos amándose, aman en realidad a Dios, hacen de su vida un don recíproco, encuentran un camino para la felicidad y pueden colaborar con Dios en el poder único de dar la vida. El amor verdadero es absoluto, pide la totalidad del tiempo, la apertura a la vida, el querer donarse siempre. El amor tiene una lógica propia.

Quien ama verdaderamente busca donarse totalmente y el amor cuando es donado, no se pierde, no se gasta, pero crece y produce sus frutos. El amor se destruye solamente cuando una persona se casa para hacerse feliz a sí misma, no descubriendo sin embargo que solo hay un camino para la felicidad plena: buscar hacer feliz al otro.

Dios, además, ha querido que el matrimonio fuera un sacramento, un signo sagrado que da a los hombres la capacidad de donarse los unos a los otros, en un amor total y fecundo para toda la vida. "Nuestro Salvador se dirigió a aquella boda (de Caná) para santificar el principio de la generación humana [1].  Y el sacramento supone la igualdad de la dignidad de la hombre y la mujer y su complementariedad en lo que tienen de diferente, que es mucho. El libro del Génesis dice que Adán, después de la creación, vio todos los animales y no encontró ninguno con el que identificarse, que fuese similar a él. Entonces el texto bíblico usa una imagen poética bellísima: la mujer fue creada a partir de la costilla del hombre. Esta imagen significa que la mujer es igual al hombre en dignidad. Ella no se ha hecho del pie de Adán porque sea inferior a él, ni Dios ha quitado del cerebro del hombre para hacer a la mujer. Dios ha quitado al hombre una costilla que es la parte del cuerpo que más cerca está de su corazón. Por eso Adán cuando Adán vio a Eva gritó de júbilo: " ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre" (Gen. 2, 22-23).

El beato Juan Pablo II, comentando estos textos decía que Dios ha creado todas las cosas con un orden, iniciando con las cosas más sencillas como la luz, el agua, la tierra y terminando con las cosas más complejas: primero el hombres y después la mujer. La mujer es la criatura más "perfecta" del Universo. Por este motivo los hombre no entienden nunca las mujeres y por eso el diablo quiso tentar en primer lugar a la mujer: él sabía que una vez destruida la mujer, toda la creación y la sociedad se estropearía. Y hoy utiliza la misma estrategia: destruir la figura de la mujer para poner en crisis toda la sociedad.

Hombres y mujeres son similares, unidos por su corazón; pero para ser fieles el uno al otro necesitan a Dios, de la gracia de Dios, que se celebra por primer vez en el sacramento y que debe crecer cotidianamente en la oración común y en la participación común a los sacramentos. El verdadero problema actual no es la crisis en los matrimonios, sino más bien la crisis de la fe; que se aleja de Dios y se olvida que el hombre es una criatura y solo se realiza donándose gratuitamente. Para hacer esto necesitamos pedir al Señor que las familias cristianas sepan descubrir en Dios su fuerza y que los jóvenes no tengan miedo de realizar el plan que Dios tiene para ellos.

*

NOTA 

[1] San Cirillo De Alejandría, In Ioannem commentarius, 2, 1 [PG 73 223].

Traducido del italiano por Rocío Lancho García

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


Beata María Francisca de Jesús (Ana María Rubatto)
«Italiana, primera beatificada del Uruguay. Extendió su fundación a favor de los enfermos, niños y jóvenes abandonados en este país, Argentina y Brasil»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 06 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Juan Pablo II al elevarla a los altares el 10 de octubre de 1993 recordó que era la primera beatificada del Uruguay, aunque nació en la localidad italiana de Carmagnola, el 14 de febrero de 1844. Casi toda su vida discurrió en su país, pero la muerte le sorprendió en Montevideo.

Ana María tenía siete hermanos; algunos fallecieron en la infancia. Tuvieron la gracia de nacer y crecer en el hogar de una familia cristiana. Ella aprendió a amar a Dios con el testimonio de sus padres, y en particular de su madre ya que perdió a su progenitor a la edad de 4 años. Quince años más tarde fue ésta la que murió. Entonces dejó Carmagnola y se trasladó a Turín. Aunque no había recibido estudios, poseía una inteligencia natural que encubrió esa carencia formativa. Prueba de ello fue la acertada misión que desempeñó como dama de compañía de la noble piamontesa Mariana Scoffone, y la gestión de sus bienes patrimoniales desde 1864 a 1882. Habría tenido la posibilidad de contraer matrimonio si hubiera querido. De hecho, un ciudadano de Carmagnola de alta posición la había pretendido, pero aguardó una respuesta en vano durante varios años porque Ana María rechazó esta opción; sentía la llamada de Dios. En Turín simultaneaba sus tareas ordinarias con la formación de niños como catequista y auxiliaba a los enfermos, especialmente los que se hallaban en el Cottolengo abandonados a su suerte. Su relación con el Oratorio de Don Bosco acentuó más si cabe su inclinación a entregarse a Dios y al prójimo.

En el estío de 1883, hallándose en Loano, aconteció un hecho significativo que iba a marcar su vida. Fue testigo de un accidente laboral que sufrió un albañil; la funesta caída le hirió en la cabeza. Ella le auxilió, le curó, y le dio el estipendio que le hubiera correspondido por dos días de trabajo con objeto de que pudiera restablecerse en su domicilio. La providencia quiso que el edificio en cuya construcción trabajaba el obrero fuese destinado a una comunidad compuesta por mujeres, aunque faltaba la persona apropiada para regirla. Esta iniciativa apostólica la impulsaba el capuchino, P. Angélico de Sestri Ponente, quien al conocer a Ana María pensó que ella era la idónea para asumir tal responsabilidad. La beata abandonó las actividades que llevaba a cabo en Turín, y se instaló en Loano. En enero de 1885, con el apoyo del capuchino, junto a cinco jóvenes fundó la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de Loano con el fin de atender a los enfermos con particular dilección por los niños y los jóvenes abandonados.

Tomó el nombre de María Francisca de Jesús y emprendió una labor misionera sin retorno. El prelado de la diócesis la designó superiora. En 1888 el Instituto ya se había extendido a otros puntos de Italia. En 1897 viajó a América Latina junto a cuatro religiosas. Fundó en Montevideo, Buenos Aires y Rosario. En Montevideo conoció personas que la ayudaron generosamente. Con los recursos que le proporcionaron se estableció en el barrio Belvedere y pensando en el bienestar y formación de las mujeres, erigió una escuela y un taller de costura que les permitiría ganarse la vida de forma digna. Igualmente con lo que obtuvo de una gran benefactora construyó una casa con una capilla para la comunidad que puso bajo el amparo de la Santísima Trinidad y de San Antonio cumpliendo la petición de la bienhechora. La capilla es el actual santuario que lleva el nombre de la beata.

En 1899 viajó al Marañón, al nordeste del Brasil, pero año y medio más tarde sufrió la tragedia de conocer el martirio de seis de sus hijas, hecho doloroso que como madre y fundadora jamás olvidaría. En una de sus cartas había dicho: «Sacrifíquense por amor del Señor, sean grano fecundo en el suelo». Ellas lo hicieron derramando su sangre por Cristo. Ana María atendió a todas con sus constantes viajes; abrió 18 casas. En las cartas que les dirigía vertía su experiencia mística. Les animaba diciéndoles: «Detrás de una dura prueba, tu Dios te espera con una felicidad mucho mayor». «Mírate de frente… no te asustes en las dificultades, pide ayuda y mantente dócil a quienes te pueden guiar. Mira a la Virgen, pídele que te ilumine y ayude». «¡Queridísima mía! Sí, te lo repito: sé buena y reza mucho. Los ídolos de este mundo no merecen tu corazón». «La vida es breve y, si no damos ahora nuestro corazón a Dios, ¿cuándo se lo daremos? Ofréceselo y dile que lo transforme». «Si obras con la mente concentrada en tu Dios y en el trabajo, no te detendrás en tantas pequeñeces; tendrás serena la conciencia y el corazón alegre». «Si haces todo amando, nada te será demasiado pesado. Si con alegría tomas tu cruz, te encontrarás feliz, no sentirás su peso y no la cargarás sobre los otros». «No dejes pasar un día sin tener un encuentro fuerte con Dios en la oración; de Él recibirás el coraje de amar sincera y generosamente, de lo contrario te sofocaría el egoísmo», etc. Indudablemente, eran reflexiones pasadas por la oración, concebidas para auxiliar a cada una según su particularidad. 

En 1904 se hallaba en Montevideo en una de las visitas apostólicas que realizaba a sus fundaciones. Ya llevaba más de un año allí, aunque la previsión inicial para su estancia había sido de algunas semanas. Fue el lugar donde entregó su alma a Dios el 6 de agosto de ese año a causa de un cáncer. Con su vida cumplió lo que había expresado en una carta: «Queridas hijas procuremos hacer un poco de bien, recemos mucho, soportemos con paciencia las dificultades de la vida presente, a fin de que un día podamos alcanzar en el cielo a nuestras queridas mártires». Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de La Teja, donde desarrollaba su misión, dando respuesta al deseo que consignó en su testamento: «Mi cuerpo sea sepultado en medio de mis queridos pobres».

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