14.08.13

 

En parte soy lo que soy porque Dios está empeñado en que sea lo que Él quiere que sea. Digo en parte porque debido a mis pecados falta mucho para que sea lo que Dios quiere que sea. Pero lo cierto es que podría ser mucho peor. Por ejemplo, en vez de ser director de InfoCatólica, podría dirigir un portal llamado CatolicismoGuay. Y escribiría artículos como el siguiente.

Modernicemos la Iglesia

Hay que poner la Iglesia a tono con el mundo moderno. Lo primero de todo, conviene democratizar su funcionamiento interno. Por ejemplo, a la hora de elegir obispos, el pueblo ha de tener la última palabra. Podrían realizarse primarias en las que los diversos candidatos nos cuenten sus planes pastorales y finalmente se hará una votación en la que participen todos los bautizados. Para votar bastará con registrarse previamente aportando la partida de bautismo.

Por supuesto, habrá también elecciones para vicario general de las diócesis. Y no es descartable que en las parroquias donde hay más de un sacerdote, los fieles elijan cuál de ellos es su párroco.

Se puede valorar también que la elección de obispos sea por solo un periodo de tiempo. ¿Qué pasa cuando el elegido falta a su compromiso electoral previo y quiere hacer una pastoral distinta a la propuesta? Es necesario que los fieles puedan enviarle de vuelta a casa.

En cuestiones de moral, la Iglesia ha de mostrar una cara amable, moderada y sin aristas. Es por eso necesario que se abandone cualquier oposición a los métodos anticonceptivos. Al fin y al cabo, casi todo el mundo los usa, ¿verdad? Pues no vamos a ser menos los católicos practicantes. Respecto a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, es evidente que facilitará mucho el discernimiento de los novios el saber si su pareja es sexualmente compatible, con lo cual no tiene nada de malo que se acuesten antes de casarse. A Dios no le puede molestar lo que se haga de cintura para abajo si hay amor de por medio.

Ni que decir tiene que aunque lo ideal es el matrimonio para toda la vida, todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Es por ello que se debe de admitir que los divorciados vuelvan a casarse las veces que sea necesario hasta que encuentren la persona que les dure como cónyuge hasta que la muerte les separe. Como paso previo hay que facilitarles ya mismo el acceso a la comunión aunque vivan amancebados.

Dado que Dios es amor, no tiene sentido alguno que el que se profesan personas del mismo sexo sea pecaminoso. Pensar lo contrario es una rémora del pasado con la que hay que acabar. Si el mundo, en su sabiduría ancestral, se está abriendo a las uniones homosexuales, ¿por qué la Iglesia ha de quedarse atrás?

En el tema del aborto, la clave es que el ser humano que va a ser destruido no sufra. Y eso es imposible en las primeras semanas de embarazo, ya que no tiene el sistema nervioso lo suficientemente desarrollado. Dado que Dios es tan bueno que acogerá en su seno todas las almas de los abortados -lo de las posibles consecuencias del pecado original es otro cuento medieval-, en el fondo estamos haciendo un favor a esas criaturas, que no tendrán que enfrentarse al pecado. Y así garantizamos a las mujeres que tengan los hijos que quieran y cuando quieran.

Igual ocurre con la eutanasia. ¿Por qué no adelantar la muerte del que se sabe que va a morir y está sufriendo indeciblemente? ¿Qué puede haber mejor que elegir el momento en que uno ha de rendir cuentas al Altísimo? ¿acaso a Dios le puede importar que las personas lleguen a la otra vida un poco antes de lo previsto?

Fundamental es garantizar el igualitarismo de género en la Iglesia. Hasta que no se logre que una mujer acceda al papado, seremos una institución misógina. Ahí tenemos el ejemplo de los anglicanos. Primero, sacerdotisas. Ahora, van a por las obispesas. ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros? ¡Capacidad de escrutar los signos de los tiempos! Y los católicos que no esté de acuerdo con eso, que se vayan con Putin y el patriarca Kiril.

Los sacramentos han de estar abiertos a todos. La Eucaristía, sobre todo. ¿Qué impide que personas de otras religiones puedan participar en esa cena comunitaria en la que todos acaban tomando un poco de pan y un sorbo de vino que representan el cuerpo y la sangre de Cristo? Por supuesto, ha de dejarse a un lado la idea del sacrificio eucarístico. ¿Cómo vamos a celebrar que Jesucristo murió para expiar nuestros pecados cuanto todo el mundo sabe que acabó en la cruz solo por oponerse a la jerarquía religiosa de su tiempo?

Y en el caso de la confesión, aquellos que por razones psicológicas necesiten contar sus pecados solo a un cura, pueden hacerlo según el método tradicional. ¿Pero qué necesidad hay de poner impedimentos a las confesiones comunitarias en las que cada cual dice sus pecados a Dios de forma interna y luego el sacerdote absuelve a todos? En eso los protestantes nos llevan ventaja. Ellos se confiesan solo con Dios y ni siquiera necesitan un mediador que les certifique el perdón con una ceremonia que tiene mucho de burocracia.

La liturgia tiene que ser atractiva y sobre todo entretenida. A los pocos fieles chapados a la antigua a los que les guste el incienso, el canto gregoriano, etc., se les permitirá seguir celebrando esas misas. Pero no hay más que ver el éxito que tienen los pentecostales para saber que el culto ha de estar abierto a la alegría, el jolgorio, el baile y los temas musicales que gustan sobre todo a los más jóvenes.

El celibato para el clero sobra. Si algún joven quiere ser célibe y sacerdote, pues que lo sea, pero ya es hora de que contemos con curas casados y con hijos, que sepan de primera mano lo que es la vida matrimonial. Y dado que vamos a ordenar mujeres, no tendría nada de especial que una parroquia sea llevada por un matrimonio en el que tanto el marido como la esposa sean sacerdotes. Qué gran día será ese en el que Madrid tenga a monseñora Gutiérrez como arzobispa y a su marido, monseñor López, como obispo auxiliar.

Se me ocurren muchas otras ideas que harían de nuestra Iglesia una institución más acogedora, samaritana y solidaria, pero tiempo habrá de proponerlas más adelante. De momento me conformo con que se apliquen estos cambios.

Y si los de la caverna protestan, mano dura con ellos. Han estado 20 siglos manejando la Iglesia a su antojo. Es hora de que dejen paso a otros. Siempre podrían pedir al Patriarca de Constantinopla que les creara ordinariatos católico-ortodoxos.

Fernando Luis Bustamante Pérez, cristiano de base progresista y liberal.

En este caso, el orden de los factores -nombre y apellidos- sí altera el producto. Pero no vayan a creer ustedes que este post es una broma. Hay muchos que se dicen católicos y piensan exactamente igual que Fernando Luis. Algunos no llegan a todos esos puntos pero a otros les parecerán pocos. Lo que no tiene sentido alguno, y esto es muy serio, es pretender que unos y otros cabemos en una misma Iglesia. Cuando Cristo pidió al Padre que fuéramos uno, no pensaba en la unión entre quienes tienen una fe y la contraria. La unidad, necesaria, debe ser bajo una misma fe, un mismo credo. Todo lo demás solo causa confusión y, a la larga, condenación de muchas almas.

Luis Fernando Pérez Bustamante