15.08.13

 

Pues claro que no se rinde. Mira que al inicio de verano me llegaron los peores augurios: va a ser imposible, acuérdate de que en la parroquia no queda nadie, 24 horas es una barbaridad, no pasaba nada por cerrar un par de meses. Claro que el verano es una época complicada, tanto que el otro día me enteré que la capilla de adoración perpetua nada menos que de Valencia, que dicen que en ocasiones reúne a cincuenta y sesenta adoradores, anda flojeando este verano.

Pues contar que en la parroquia sigue abierta, y estamos a quince de agosto, el día en que Madrid se queda más vacío, porque entre los que no están, y los que están pero en otra cosa, la parroquia se queda realmente bajo mínimos. Estoy pasando unos días en el pueblo, donde el lunes celebré los noventa y nueve años de mi señora madre, pero en permanente contacto con mi compañero como es normal entre nosotros. Lo primero: ¿qué tal la adoración? Me cuenta que hay bastantes turnos que quedan libres, pero me habla sobre todo de generosidad, de las horas que él mismo cubre, de las personas que rellenan huecos en los momentos más intempestivos y de la presencia de fieles que sigue siendo constante.

Hoy fiesta grande en mi pueblo. Es la patrona, la Virgen de la Asunción. Mi costumbre, salvo imposibles, que ya intento sean pocos, es celebrar las misas de la parroquia y regresar para la multitudinaria procesión con la patrona a las diez de la noche. No exagero al hablar de miles y miles, y uno que es de pueblo, y tiene sus raíces donde las tiene, intenta cada año acompañar a la Madre y cantar emocionado su himno: “Dios te salve patrona del pueblo, Miraflores entero te aclama…” ¡Ay esos cantos de la niñez que siguen produciendo un nudo en el alma!

Ayer hablé un momento con el párroco del pueblo, que ya me dijo que cuenta conmigo para la procesión de esta noche. Pero no. Este año le he dicho que no. Es quince de agosto, es el día con menos gente en Madrid, diez de la noche, un calor sofocante y muchos feligreses vete a saber dónde. No sé cómo está el cuadrante ni los horarios cubiertos o no de la capilla. Pero esta noche, a las diez, cuando salga la procesión de la patrona, no escucharé la música, ni los cantos de los fieles, no aguantaré ese ay de siempre cada vez que pasa la Virgen bajo las banderitas. Este año no podré cantar el himno ni recorrer las calles tras la Virgen de la Asunción. Este año… sabe que me quedo con Jesús sacramentado, en la capilla. Este año, en la distancia, estaré con mi Virgencita de la Asunción más cerca que nunca.

Pero yo soy solo un granito más de arena y además de los más pequeños. Si no fuera por los fieles, por la generosidad de los que cubren horas y horas, de la gente que en silencio se ocupa de todo, sería imposible.

¿Merece la pena mantener la capilla abierta a costa de tantos esfuerzos? Rotundamente sí. A costa de lo que sea. Sí. Feliz día de la Asunción.