17.08.13

 

En el último artículo del P. Juan Masiá, sacerdote y jesuita, sostiene una tesis que han repetido otros heterodoxos antes que él. En España, concretamente, forma parte de la “teología” del sacerdote Torres Queiruga, quien no tuvo reparo en decir en una entrevista que el día que se encontrara el cuerpo de Cristo sería el más feliz de su vida.

Escribió el P. Masiá:

María murió y la enterraron, como Jesús murió y lo enterraron. La fe en la resurrección no necesita una tumba vacía.

Como los heterodoxos no profesan la fe católica pero no tiene la coherencia suficiente como para abandonar la Iglesia, y no quieren que se les ponga en el lugar que les corresponde -San Pablo no habría dudado un instante en excomulgarles-, intentan tapar sus herejías tomándonos el pelo a los demás. Es decir, ellos no creen en la resurrección, pero afirman que sí creen en la misma, aunque de una manera diferente. Así por ejemplo, la resurrección de Cristo no consistió en que el cuerpo que fue bajado de la Cruz se levantara y abandonara la tumba donde fue depositado. Queiruga lo explica así al negar la historicidad auténtica de las aparición de Cristo una vez resucitado:

.. una piedad que tome en serio la fe en el Resucitado como presente en toda la historia y la geografía humana —“donde están dos o tres, reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20)—, no puede pensar para él un cuerpo circunscribible y perceptible sensorialmente.

Es decir, para ese hereje, Cristo ha resucitado en el sentido de que allá donde haya dos cristianos reunidos en su nombre, Él está presente. Se trata de una resurrección en la que no existe un ámbito corpóreo, un cuerpo revivido y glorificado. Afirma Queiruga (negritas mías):

… nótese que cuando se intenta afinar, hablando, por ejemplo, de “visiones intelectuales” o “influjos especiales” en el espíritu de los testigos , ya se ha reconocido que no hay apariciones sensibles. Y, una vez reconocido eso, seguir empeñados en mantener que por lo menos vieron “fenómenos luminosos” o “percepciones sonoras”, es entrar en un terreno ambiguo y teológicamente no fructífero, cuando no insano. Esto no niega la veracidad de los testigos —si fueron ellos quienes contaron eso, y no se trata de constructos simbólicos posteriores—, ni tampoco que el exegeta pueda discutir si histórico-críticamente se llega o no a ese dato. Lo que está en cuestión es si lo visto u oído empíricamente por ellos es el Resucitado o son sólo mediaciones psicológicas —semejantes, por ejemplo, a las producidas muchas veces en la experiencia mística o en el duelo por seres queridos— que en esas ocasiones y para ellos sirvieron para vivenciar su presencia trascendente, y tal vez incluso ayudaron a descubrir la verdad de la resurrección. Pero repito eso no es ver u oír al Resucitado; si se dieron, fueron experiencia sensibles en las que descubrieron o vivenciaron su realidad y su presencia

Lo cierto es que hablar así no es, como pretende el teólogo gallego, “repensar” la resurrección, sino simple y llanamente negarla. Vaciar de sentido una palabra no evita el error sino que lo hace aún más grave. Sería mejor que dijeran directamente “yo no creo que hubiera resurrección alguna” a intentar excusar su falta de fe con razonamientos perversos.

Hemos de partir del hecho de que la resurrección de Cristo, y la que tendrá lugar al final de los tiempos, no es meramente una vuelta a la vida del cuerpo muerto. Es decir, Cristo no resucitó como Lázaro, que luego volvió a morir. Y cuando resucitemos antes del juicio final, nuestros cuerpos no pasarán de nuevo por la muerte física, pues estarán glorificados. Pero sin duda serán nuestros actuales cuerpos los que resuciten. Así lo enseña el Denzinger (negritas mías):

429- … Él también sufrió y murió en el madero de la cruz por la salud del género humano, descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos y subió al cielo; pero descendió en el alma y resucitó en la carne, y subió juntamente en una y otra; ha de venir al fin del mundo, ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y ha de dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos como a los elegidos: todos los cuales resucitarán con sus propios cuerpos que ahora llevan, para recibir según sus obras, ora fueren buenas, ora fueren malas; aquéllos, con el diablo, castigo eterno; y éstos, con Cristo gloria sempiterna.

Y así lo explica el Catecismo:

990 El término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

Y

997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

Los que niegan la necesidad de una tumba vacía para la fe en la resurrección -que por cierto forma parte del Credo-, se oponen abiertamente a la enseñanza de la Iglesia. Cito de nuevo el Catecismo:

999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él “todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos” (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp 3, 21), en “cuerpo espiritual” (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano…, se siembra corrupción, resucita incorrupción […]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).

Por tanto, una cosa es afirmar, con San Pablo, que en nuestra resurrección nuestros cuerpos no serán como son ahora y otra muy distinta decir que nuestros actuales cuerpos no resucitarán. Tendremos cuerpos glorificados -al menos los que seamos salvos- pero se partirá de nuestra realidad corpórea actual.

San Pablo dio instrucciones claras a Timoteo sobre lo que hay que hacer con los que se separan de la Iglesia en esta doctrina:

Evita las profanas y vanas palabrerías, que fácilmente llevan a la impiedad, y su palabra cunde como gangrena. De ellos son Himeneo y Fileto, que, extraviándose de la verdad, dicen que la resurrección se ha realizado ya, pervirtiendo con esto la fe de algunos. (2ª Tim 2,16-18)

Aunque su alejamiento de la fe de la Iglesia en la resurrección sea diferente, Queiruga y Masiá - y tantos como ellos- son los Himeneo y Fileto de hoy en día. Ahora bien, a diferencia de en tiempos de los apóstoles, a los herejes se les permite permanecer dentro de la Iglesia, difundiendo el veneno del error y pervirtiendo “la fe de algunos”. Y esos algunos hoy son miles, quizás millones.

A Dios gracias, el papa Francisco ha abordado este tema:

Desgraciadamente a menudo se ha intentado ocultar la fe en la resurrección de Jesús, e incluso entre los mismos creyentes se ha insinuado la duda. Ha sido por superficialidad, o a veces, por indiferencia, porque nos ocupan miles de cosas que se consideran más importantes que la fe, o por una visión de la vida puramente horizontal. Pero precisamente es la resurrección la que nos da la esperanza más grande, ya que abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y la muerte puede ser derrotados. Y esto nos lleva a vivir con más confianza las realidades cotidianas, a hacerles frente con coraje y compromiso. La Resurrección de Cristo ilumina con una nueva luz estas realidades cotidianas. La resurrección de Cristo es nuestra fuerza!

Esperemos que el Papa y los obispos en comunión con él hagan todo lo que está en su mano, que dada su autoridad es mucho, para evitar lo que el Santo Padre considera una desgracia. Porque para muchos fieles, entre los que me encuentro, lo que resulta verdaderamente escandaloso no es que haya personajes que enseñan algo contrario a la fe de la Iglesia, sino que la autoridad eclesial no haga casi nada para impedirlo. Y por más que nos tilden de fundamentalistas, talibanes o “los del retrovisor", no podemos hacer otra cosa que levantar nuestra voz para rogar filialmente a quien corresponde que se cumpla la voluntad de los apóstoles en relación a los falsos maestros que arrasan el rebaño de Cristo. Y si nosotros calláramos, las piedras hablarían.

Luis Fernando Pérez Bustamante