Se pasan el día en oración

La espartana vida de cartujo

 

El monasterio de Porta Coelli, en Serra (Valencia), alberga a 20 religiosos, entre sacerdotes y legos, que no hablan entre sí. Adentrarse en una cartuja es difícil ya que el silencio y el recogimiento marcan la vida de estas comunidades religiosas. Raramente se permiten visitas y las mujeres nunca han entrado. En el muro exterior hay una cartela indicando que la Cartuja es un lugar de silencio y de oración, no para visitas turísticas.

18/08/13 6:22 PM


(Levante/InfoCatólica) A diario son muchos los curiosos que quieren adentrarse en ella, pero sólo cruzan la primera puerta y contemplan los campos que trabajan los hermanos legos y el acueducto, una panorámica sorprendente. Si se les permitiera entrar, los cartujos tendrían que emigrar, como lo han hecho los de Zaragoza, que se han venido a Serra a seguir con su vida religiosa, al ser asediada la que en propiedad tienen allí, lo que no les deja seguir con su manera de vivir, dedicada a la oración. Muy excepcionalmente entran visitas en la Cartuja, las de mujeres nunca.

La de Porta Coeli, puerta del cielo, en Serra, es una fortaleza inexpugnable, cuya vida eremítica comenzó en 1272, al poco de la reconquista jaimina, sobre terrenos que en «Llibre del Repartiment» aparecen como Valle de Lullén, ideal para que allí acontezca el más absoluto silencio. Para regar aquellas tierras se hizo en 1405 un acueducto, que traía agua de la fuente de La Mina y hoy reclama a gritos una restauración.

De aquí fue prior fray Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicente Ferrer, uno de cuyos trabajos que realizó en la Cartuja fue traducir toda la Biblia, a pesar de la Inquisición que prohibía hacerlo a las lenguas vulgares, de latina lingua ad valentinam linguam, según el propio traductor hizo constar. En los momentos que no fue cartuja, por expulsión de sus frailes, fue hospital de tuberculosos y hotel. De hecho, el precioso retablo cerámico de Manises que es el suelo del refectorio está picado, dice el padre Guillermo, porque fue convertido en salón de baile.

Los cuerpos del conjunto monumental histórico se han construido poco a poco. Está lleno de capillas donde, por separado, cada padre, de los 12 que hay, celebra misa individualmente, aparte de asistir en conjunto a la conventual. La iglesia principal, en origen gótica, convertida al neoclásico en el XVIII, tiene en su fachada un reloj de sol y luna, con los signos del zodíaco, que mide tanto las horas del día como los de la noche.

Todo era suyo hasta que en la Desamortización de Mendizábal, se les arrebató, siendo hoy de la Diputación, que se lo tiene cedido a los cartujos, sus antiguos y legítimos dueños. Una de las alas, la que alberga el coro de Padres y Hermanos, presenta una enorme grieta en techo y fachada oeste, con riesgo de derrumbe, por un seísmo de hace unos años.

No quedan prácticamente obras de arte. Cuando el episodio gubernamental arrasador contra las Órdenes Religiosas, el patrimonio voló a distintas partes, expulsados los monjes de la Cartuja. La imagen de la Virgen que preside el retablo de la Catedral de Valencia en su presbiterio procede de Porta Coeli. En el Museo de Bellas Artes hay varios lienzos de allí. Sólo quedan los frescos y no en buen estado, que no pudieron arrancar, obras de Camarón y Planes.

No salen de sus celdas

Hoy la Cartuja es pobreza estricta y silencio. El silencio sobrecoge. Moran en el lugar 20 religiosos. Los sacerdotes no salen de sus celdas, en la jerga cartujana cubiculum, todas dotadas de un pequeño huerto que trabajan. Están dispuestas las habitaciones en torno a un patio central con claustro que sirve de cementerio, lleno de cruces sin nombre, donde entierran sin ataúd a quienes fallecen. En el día oran y trabajan dentro de sus cuartos, cada cual en su especialidad, haciendo cosas que puedan vender. Los legos están en otra zona del monasterio. Ellos sí salen de sus celdas a trabajar los huertos exteriores. Cultivan naranjas, viñas y hortalizas. Hacen vino.

Se pasan el día en oración y, entre rezo y rezo, atienden las obligaciones laborales. La norma general es no hablar, si algo se puede decir en tres palabras, mejor una, para que el silencio haga más fructífera la oración. El programa diario es de legionario. Se acuestan a las 19,30 horas y se levantan a las 23,30 para maitines y laudes. Luego se vuelven a acostar a las 2,15 hasta las 3.15 y, de nuevo, a rezar y cantar en gregoriano el oficio y misa conventual, seguida de las individuales, Prima, Tercia, Sexta, no paran, y entre una y otra trabajo laboral.

La comida es en solitario, a las 11.45 cada uno en su habitación. El cocinero les va dejando en el torno la comida. Por la tarde, Nona y Vísperas; entre una y otras, trabajo. A las 18 horas cena, rezan Completas y vuelta a empezar. Los días festivos comen en el refectorio todos juntos. De vez en cuando, hermanos y padres, por separado, salen a pasear por las cercanías, donde sí pueden hablar. Quien más libertad tiene de desplazamientos y para hablar es el padre Procurador, una especie de apoderado o gerente, en este caso el padre Guillermo, un mendocino de 42 años, con sentido del humor, inteligente y eficaz.

Lleva adelante todos los asuntos económicos y carga con los sufrimientos de la crisis y de quienes no cumplen con su palabra. Por ejemplo, vende los productos de los campos que cultiva, y como cualquier otro labrador, sufre los impagos. El que fue a comprarle la naranja el pasado año, le debe la mitad de las cosecha, con la falta que les hace para sostenerse. Tiene buen olfato y augura que este año la campaña naranjera, por los síntomas que observa en general, va a ser buena.

El padre Guillermo va explicando dependencia por dependencia. Es una fortaleza inexpugnable el cenobio. Los monjes sólo pueden recibir dos visitas al año de sus familias. A la calle sólo salen por una operación quirúrgica o pruebas médicas. Van rapados al cero. Los hábitos son telas viejas y ajadas. No comen nunca carne, excepto por prescripción médica, sino verduras y frutas, que ellos cultivan. Tienen que estar psicológicamente muy preparados para esa vida espartana. A pesar de ello, la mitad son jóvenes, que llegaron un día allí y se quedaron. Hoy les llegan peticiones de información para ingresar hasta por internet, que tienen sólo para envío o recepción de correos.