20.08.13

 

Tengo el mejor de los recuerdos de monseñor Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar que fue de Madrid, al que no sé imaginar de otra manera que regalando su sonrisa franca allá por donde pasaba.

Lo tuve en uno de mis pueblecitos con motivo de alguna fase en la restauración del templo parroquial. Lo recordamos entonces cercano, afable, dirigiéndose a la gente con una homilía honda y a la vez comprensible, de esas que los mismos curas dijimos: “parece un cura de pueblo”. Seguro que mis compañeros recuerdan la cena posterior en una casa del pueblo que nos prestaron para el evento.

Coincidíamos de vez en cuando en reuniones. En aquella época servidor pertenecía al consejo presbiteral y eso hacía que nos viéramos algunas veces. Siempre grato charlar con Eugenio, comentar cosas, preguntarle por su última lectura o ese detalle de los padres de la iglesia que acababa de descubrir.

Recuerdo su presencia en el encuentro de parroquias rurales de fin de curso. Era costumbre cada año organizar un encuentro de laicos de las parroquias. En aquella ocasión, en la ermita de Remedios, de Colmenar Viejo. La ermita abarrotada y servidor, que era el arcipreste, organizando todo a la espera del obispo que acudía para presidir la celebración de la Eucaristía. De repente le veo asomar por la puerta y avanzar a grandes pasos, sonriendo siempre, llega a mí y me da un abrazo de esos de hermano: profundo, sincero… Un hombre de Dios en quien no había engaño, un hombre que ponía evangelio allá por donde pasaba.

Para mí es una gran noticia que se abra su proceso de beatificación. Solo un pero: me hubiera encantado conocer la noticia por mi diócesis de Madrid y no por un medio ajeno a ella.

Os dejo el precioso testimonio de cómo monseñor Romero afrontó el final de su enfermedad. Merece la pena leerlo. No tiene desperdicio.