La masturbación es objetivamente mala

 

Para la moral católica, la sexualidad es el lenguaje privilegiado del amor y de la relación interpersonal. Pero en la masturbación estamos ante un acto autoerótico, de repliegue sobre sí mismo, que se opone a la finalidad de la sexualidad y al uso natural de los órganos genitales, con una complacencia egoísta que se sitúa en el polo opuesto a la apertura y a la entrega hacia los otros

26/08/13 6:12 PM


En mi artículo «¿Hay que cambiar la Moral Sexual?» decía que varios de los puntos de la Moral Sexual, entre ellos la masturbación, no son malos porque los prohíbe la Iglesia, sino que la Iglesia los prohíbe porque son malos. Por ello el tema de este artículo es por qué la masturbación es objetivamente mala.

Aunque es un fenómeno que se da en todas las edades, voy a hablar fundamentalmente de la masturbación en la adolescencia, cuando este problema es más acusado. El adolescente, especialmente el varón, siente con fuerza la llamada de su propio cuerpo. Es un disfrute solitario, una búsqueda del placer por sí mismo, que puede ser también un fenómeno sustitutivo, intentando satisfacer así sus estímulos sexuales el sujeto de cualquier edad que por una u otra razón se encuentra en la imposibilidad física o moral de practicar el coito. Desde el punto de vista médico generalmente no tiene consecuencias dañosas, excepto en casos extremos de frecuencia excesiva y obsesiva, ya que las glándulas sexuales tienden a vaciarse de sus secreciones por medio de la eyaculación espontánea o provocada. Los efectos negativos, cuando se producen, se deben a la carga psicológica e hipocondríaca que se ha sobreañadido, a los sentimientos de culpa que le acompañan y de autodepreciación que se derivan.

En las chicas la frecuencia es inferior, por ser su sexualidad más difusa por todo el cuerpo y menos genitalizada, aunque parece estar en claro aumento. Desde luego el fenómeno de la masturbación es un fenómeno común, estadísticamente común, que no es lo mismo que normal o correspondiente a la naturaleza humana. Por frecuente que sea en ciertos momentos de la evolución sexual, no deja de ser una imperfección. La frecuencia estadística no supone normalidad moral ni es un criterio de verdad ética.

El adolescente tiene un cuerpo maduro con una personalidad todavía inmadura, siendo las energías que sobreabundan en él fundamentalmente sexuales, pues el despertar hormonal supone el paso de un cuerpo infantil a otro que es capaz de transmitir vida. Por ello, su instinto sexual le empuja a tales actos, con el descubrimiento del propio cuerpo y de sus energías ocultas, hasta entonces desconocidas. Además, está el influjo del ambiente social, es decir, el olvido del pudor, los libros, revistas, películas, videos, espectáculos e informaciones sexuales que les llegan por todos los lados, incluidos amigos y compañeros, y que no son precisamente formativos, sin olvidar la pérdida del sentido de Dios y del pecado. También las diversas carencias afectivas, un ambiente familiar inadecuado en el que no encuentra el clima de seguridad y apoyo que necesita, el aburrimiento, la tristeza, la depresión, el agotamiento, los fracasos escolares, los complejos de inferioridad, el intento de conjurar la soledad, pues el deseo sexual aumenta en proporción con la soledad que uno experimenta, el descontento en general, el insuficiente ejercicio físico y por supuesto su egoísmo (a menudo el chico está combatido por dos deseos contrarios: desea a alguien con quien abrirse y expresarle sus dificultades, pero al mismo tiempo su sentido de culpabilidad y el carácter intimísimo de estos hechos le dificultan su apertura, tanto más cuanto que le repugna dar una imagen de sí mismo que no sea perfecta).

La causa fundamental de la masturbación es no tener bien resuelto el problema afectivo. Quien logra resolverlo p. ej. el joven que está enamorado y respeta a su comparte, ha solucionado o está en vías de solucionar su problema de masturbación.

La masturbación es objetivamente mala, porque la sexualidad humana está al servicio del amor y de la comunicación. Ahora bien, esto no se realiza, sino todo lo contrario, en la masturbación, que es un mecanismo negativo. En cambio, como el impulso que nos lleva a relacionarnos con gente del otro sexo, pertenece al proceso de maduración de la vida humana, el adolescente debe esforzarse en una recta formación y afirmación de su sexualidad, no a base de una represión o desprecio de sus instintos, sino de construcción e integración de la sexualidad en el conjunto de sus relaciones. Para la moral católica, la sexualidad es el lenguaje privilegiado del amor y de la relación interpersonal. Pero en la masturbación estamos ante un acto autoerótico, de repliegue sobre sí mismo, que se opone a la finalidad de la sexualidad y al uso natural de los órganos genitales, con una complacencia egoísta que se sitúa en el polo opuesto a la apertura y a la entrega hacia los otros y por ello es síntoma de una sexualidad en estado de inmadurez o fijada en una etapa inmadura.

Desde luego, las acciones sexuales de todo tipo, y por supuesto las masturbatorias, no pueden ser vistas como moralmente neutrales o puramente biológicas, sino que, como todo lo sexual, ha de examinarse a la luz de la relación interpersonal.

En la masturbación la sexualidad no puede vivirse en su riqueza, al no realizar este acto el sentido objetivo de la sexualidad de mutua entrega y apertura a la vida en el contexto de un amor verdadero. La masturbación es negativa porque implica un replegarse del individuo sobre sí mismo, con una actitud autoerótica, es decir el placer empieza y termina en uno mismo, por lo que su consecuencia es aumentar la soledad al transformar en individual algo que es naturalmente social, y por ello es una inmadurez, al no facilitar la comunicación, rasgo fundamental de la sexualidad madura.

Pero, sobre todo, el vicio solitario generalmente representa una manifestación de egoísmo que dificulta o impide el paso a un amor más generoso y heterosexual, y por ello en cuanto fuente de egoísmo bloquea o al menos dificulta la progresiva apertura de la personalidad.

 

Pedro Trevijano, sacerdote