26.09.13

“Una tormenta del diablo”

A las 2:01 PM, por Germán
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Aunque la convicción de la mayoría de los creyentes es, que si una persona es buena y recta, Dios no puede permitir que sea maltratada y envilecida en su fama, San Alfonso María de Ligorio recordaba: «Quien quiera ser glorificado con los santos en el Cielo, necesita como ellos, padecer en la tierra, pues ninguno de ellos fue querido y bien tratado por el mundo, sino que todos fueron perseguidos y despreciados, verificándose lo del propio Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos (2Tim 3, 12)».

Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor. (Incarnationis mysterium, n. 13).

Los discípulos de Jesús, ocultos por miedo a las autoridades judías, estaban ciertos de que Jesús no expiraría en la Cruz, a pesar de los numerosos y clarísimos avisos de Cristo mismo. Creían que probablemente en el último momento surgiría el milagro y quedarían confundidos sus enemigos. Según señala el Evangelio de San Mateo el mayor fracaso de Cristo era que había manifestado que tenía su plena confianza en el Padre que parecía abandonarle en esa hora, por lo que exclamaban sus enemigos al pie de la Cruz: «Ha puesto su confianza en Dios, que le salve ahora si es que de verdad le quiere, ya que dijo, soy Hijo de Dios» (Mt 27, 43).

En el momento de su muerte todos estaban convencidos del fracaso de Jesús, que se presentaba como Dios, pero no fue capaz de liberarse del tormento de la Cruz. Se lo decían al mismo Cristo. «Si como afirmas eres hijo de Dios, bájate de la Cruz y entonces creeremos» (Lc 23, 37).

El Padre celestial no actúa con tanta prisa porque posee sus propios planes, que se realizaran contra la resistencia y que se cumplirán contra todas las fuerzas humanas y naturales. Por eso no acudió el Padre al Calvario para desclavar a su Hijo.

Permitió que todos considerasen como fracaso lo que constituía un verdadero triunfo, y contra los planes humanos resucitó a Jesús ofreciéndole más gloria que si le hubiera liberado del vergonzoso madero. Sólo cuando el dolor se considera puro fracaso se espera que al justo Dios no lo humillen y permita que se le condene, sino que acuda a su defensa con milagros, pero Dios Padre piensa de manera diversa ya que sus planes abarcan un porvenir desconocido para los hombres. Los impacientes hubieran liberado a Jesús de la cruz, impidiendo su muerte y su resurrección que será el mensaje optimista de toda alma cristiana.

Dios Padre en cambio, toleró toda clase de humillaciones en su Hijo querido hasta la prueba de que moría como un malhechor en medio de criminales.

El fundador de la Legión de María, Frank Duff formó su concepto de «la tormenta del diablo», debido a que en la asociación por él fundada, extrañamente se suscitaban acontecimientos que seguían un mismo patrón en lugares diversos:

Un ataque parecía a punto de barrer la Legión en un determinado país con el natural desaliento de los legionarios, y súbitamente las cosas continuaban como si nada hubiera ocurrido. Con frecuencia, seguidamente venía un nuevo crecimiento (Ein Leben für Christus, Hilde Firtel).

Cada quien en su propia experiencia de compromiso cristiano puede ver, que esas «tormentas del diablo» aparecen como si no fuesen de ninguna parte, produciendo tribulaciones de todo tipo, confusión, falta de entendimiento, o perturbando cualquier progreso real, ya en la propia familia, la parroquia, las asociaciones, o, en países enteros como hechos recientes lo demuestran.

La fe desemboca en un mundo de fuerzas desconocidas que debe captar. En muchos países nuestros hermanos en la fe se encuentran frente a este dilema: apostasía o martirio.

Cuando tenemos que enfrentarnos a las «tormentas del diablo» personales y asociativas, ¿qué hacer? Permanecer en calma y orar. Con la oración la mente se asienta. Podemos comprender por qué nuestra Señora nos pide que recemos el Rosario. El Rosario tranquiliza la mente y ofrece esperanza al corazón. El alma encuentra paz cuando se recita devotamente el Rosario y el Espíritu Santo encuentra su camino por medio de la estabilización haciendo que la persona recupere el buen sentido y se beneficie de sus dones y gracias.

Muchos preguntan sobre la causa de la existencia del mal en nuestra sociedad, así como la inexplicable «pereza divina», al no acudir en defensa de sus justos que confían en él. Aguardemos la hora de la verdadera justicia en la que Dios Padre dará su merecido a los malvados y exaltará el valor y la rectitud de toda alma buena.

No nos adelantemos a la ejecución de la justicia, Dios Padre tiene señalada la hora y la forma de ejercitarla. No, no estropeemos la acción de su sabiduría y de su bondad.