27.09.13

 

Las parroquias van desarrollando su labor pastoral gracias a tantos y tantos voluntarios. Una suerte contar con ellos, pero un peligro si no sabemos mantener las cosas en su justo lugar.

La inmensa mayoría de los voluntarios son gente que echa algún ratillo en una cosa concreta y luego tiene su vida. Más aún, suele ser gente que el tiempo de estar en la parroquia lo mide, lo valora y raciona. Ya podemos imaginarnos: amigos, familia, obligaciones, casa, trabajo.

Pero hay voluntarios que tienen su peligro. Son esas personas, hombres o mujeres que han decidido convertir la parroquia en su segundo hogar, o a veces el primero, de tal forma que a su casa van a comer, dormir y poco más. Cuántas veces no habremos conocido gente de esa. La mayor parte de estos ejemplares suele coincidir con señoras de buena voluntad, solteras, que han hecho del servicio a la iglesia la razón de su vida. Gente muchas veces sin familia o amigos, que ha encontrado en este servicio parroquial la forma de ser útiles, llenar sus horas y sentirse importantes. Si además de trabajadoras y serviciales son discretas, son un tesoro. Si metomentodo, una desgracia.

Más me preocupan personas casadas, con su familia, hijos, y aquí entran tanto hombres como mujeres, que se pasan el día en la iglesia. Hoy porque tenemos retiro, mañana a la misa, por la mañana vamos a arreglar dos enchufes, contar la colecta, limpiar los candelabros, ensayar cantos, dar catequesis, repartir comida, preparar las andas de la Virgen, colocar los bancos…

No puede ser. Voluntarios he tenido a los que he dicho que eso no es posible. La parroquia puede convertirse en un buen escape cuando en casa algo no está bien: me sirve para no enfrentar el problema, evita la necesidad de diálogo y encima quedo bien porque voy a la parroquia.

Más aún, lo de la parroquia encima se pone como excusa: fíjate, qué problemas tenemos y ya ves mi vida, todo el día en la parroquia ayudando lo que puedo. Qué peligro que el diablo enrede, encuentre a otra persona incomprendida en casa y se comprendan mutuamente, y aunque no pase nada gordo, ya es bastante que lo que habría que solucionar en el propio hogar se hable con ese amigo o amiga de total confianza que va a la parroquia tanto como yo y además es tan buena persona.

¿Y si los que están todo el día en la parroquia son un matrimonio? Tampoco me gusta mucho. ¿No tiene nada que hacer, que vivir, que celebrar como pareja? Pero al menos están juntos.